sábado, 27 de septiembre de 2008

Brisas que rejuvenecen

No todas las aventuras que se quieren emprender en la etapa juvenil pueden realizarse, y menos si la vida –es decir Dios– te lleva por derroteros con los que no contabas.

José Luis Mota Garay

canarias7.es

Hace algunas semanas en esta misma columna, escribía sobre Rafael Selas, que fue a Kenia a la boda de un amigo y se quedó atendiendo a hijos de sidóticos. Él decía: "Me quedé porque a los 30 años necesitas encontrar un sentido a la existencia, y yo lo encontré en África. Si tuviera que dejarlo en algún momento, mi vida perdería su significado". Esta ilusión por algo grande, por un proyecto de envergadura, le hace salir de una vida vulgar, cuando otros, con su misma juventud, marchan hacia la mediocridad. Estoy seguro de que todos los jóvenes que están leyendo este artículo caen en la cuenta de que ellos también han pensado en estas cosas, en momentos en los que han reflexionado sobre su vida y su futuro.

Quizá estas últimas frases han impulsado a uno de mis lectores habituales a ponerme un e-mail en los siguientes términos: "¿Sabes qué? A veces la vida marca indeleblemente lo que será de los sueños e inquietudes de cada uno. Yo tuve que hacerme cargo de mi madre que se quedó viuda y ciega casi al mismo tiempo. Tenía 25 años. Estas cosas hacen que bajes a la tierra y todo lo que podrías haberte permitido por tu juventud y por no estar amarrado (aún) a nadie, de repente, se desvanece para siempre. No me arrepiento ni mucho menos. Estoy muy contento con la vida que me ha tocado vivir, pero la lectura de tu artículo ha traído a mi cara brisas, que ya casi había olvidado... Un saludo, Marcos".

Madurez en la aventura o en la constancia

En el artículo intenté que "la brisa también refrescase la cara de otros"; y enumeré algunas realidades que salvan a una persona joven de caer en la mediocridad: cuando hace su trabajo con el deseo de mejorar las condiciones de vida de los que dependen de él; si se empeña, siempre que puede, en tareas de servicio; o cuando se decide a hacer feliz a la persona a la que ama llevándola al matrimonio para así crear una familia. Mi buen amigo Marcos puede estar orgulloso de su planteamiento vital. No todas las aventuras que se quieren emprender en la etapa juvenil pueden realizarse, y menos si la vida –es decir Dios– te lleva por derroteros con los que no contabas. Hay que saber que tan hermoso y heroico es emprender un camino espectacular, cargado de emociones y riesgos, como perseverar fieles y sin cansancio, ante las obligaciones de trabajo y de familia, aceptando gustosamente hacer el bien a los que están alrededor y servir así a la sociedad, en un quehacer diario nada llamativo, pero constante.

Todo esto, que para muchos es lo más natural del mundo, es signo de madurez, en la se que apuntalan el marido o la mujer, lo que les da seguridad para "recorrer juntos la aventura de la vida y el matrimonio; y será para los hijos fuente de seguridad para su flaqueza, lo que les hará vivir felices y crecer fuertes porque tienen un ejemplo que seguir".


sábado, 20 de septiembre de 2008

Pablo


Pablo

Miguel Aranguren

ALBA, 11 de julio 2008

Pablo de Tarso bien pudiera haber sido un tipo de nuestro mundo empeñado en instaurar la nueva doctrina del laicismo y la cultura de la muerte (por cierto, ésta hiede a podrido). Si viviera hoy –viven muchos como él–, formaría parte de algún sanedrín político y se rasgaría las vestiduras ante el caminar tembloroso de una anciana hacia su parroquia o ante un joven matrimonio que ya va a por el tercer hijo a pesar de que la ecografía les ha anunciado que el útero porta las dulzuras y penalidades de un niño síndrome de down. El nuevo Pablo de Tarso se instruiría para dar lecciones de Educación para la Ciudadanía y enseñaría a los escolares la configuración del nuevo hombre: aquel que decide cuándo nace y cuando muere, aquel que sólo adora a los dioses de la ley, el partido, el placer y el dinero. Ese sería el Pablo de Tarso del siglo XXI, un tipo de innegables atractivos, de numerosos dones para llevar a cabo su tarea, capaz de engendrar sus propios demonios allí donde huele a incienso o se aprecia el roce de una sotana.

El Jubileo paulino nos recuerda que por encima del hombre y de sus planes, por encima incluso de la soberbia de su presunta “misión”, está la gracia de Dios, capaz de dar la vuelta al devenir de las cosas. Así, el perseguidor de cristianos se convirtió –de la noche a la mañana– en un apóstol ad gentes que recorrió el mundo conocido y aceptó todo tipo de peligros para hablar de Cristo con la rotundidad de quien ha sido sacudido por el Espíritu Santo. Este nuevo Pablo no era un iluminado ni un extremista, ni siquiera un hombre que defendiera tal o cual bandería. El encuentro con Jesús muerto y resucitado le había transformado por completo: a través de la oración y de los sacramentos Pablo conoció la única razón capaz de dar a esta vida un sentido definitivo y feliz. Y por eso pronunció el nombre de Cristo allí donde le querían escuchar y allí donde se jugaba la prisión, la tortura y hasta el martirio.

¿Cuántos Pablo de Tarso habrá entre quienes bailan la macabra conga de una ley aún más permisiva para abortar, la conga de la eutanasia disfrazada como muerte digna, la conga del análisis prenatal para practicar eugenesias contra los fetos más débiles, la conga del laicismo beligerante…? Ya que cada día parece más complicado confiar en los hombres que manejan los destinos de la sociedad, ¿por qué no confiamos un poco más en Dios, dispensador de todas las gracias, también de aquellas capaces, como en el caso de Pablo de Tarso, de derretir el alma helada de los descreídos? Será cuestión de comenzar a pedirlo.

viernes, 19 de septiembre de 2008

El picnic más feliz de la historia


Comentario del padre Raniero Cantalamessa –predicador de la Casa Pontificia– a las lecturas de la liturgia de la Misa del domingo. XVIII Domingo del tiempo ordinario. Isaías 55, 1-3; Romanos 8,35.37-30; Mateo 14, 13-21.

Todos comieron y quedaron saciados

Un día Jesús se había retirado en un lugar solitario, en la orilla del mar de Galilea. Pero cuando se disponía a desembarcar, encontró una gran multitud que le esperaba. "Sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos". Los habló del Reino de Dios. Ahora bien, mientras tanto se hizo de noche. Los apóstoles le sugirieron que despidiera a la muchedumbre, para que pudieran encontrar algo para comer en los pueblos cercanos. Pero Jesús les dejó de piedra, diciéndoles en alto para que todos escucharan: "Dadles vosotros de comer". "No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces", le responden desconcertados. Jesús pide que se los lleven. Invita a todos a sentarse. Toma los cinco panes y los dos peces, reza, da gracias al Padre, después ordena distribuir todo a la multitud. "Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos". Eran unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños, dice el Evangelio. ¡Fue el picnic más feliz en la historia del mundo!

¿Qué nos dice este evangelio? En primer lugar, que Jesús se preocupa y "siente compasión" de todo el hombre, cuerpo y alma. A las almas les da la palabra, a los cuerpos la curación y la comida. Alguno podría decir: "Entonces, ¿por qué no lo hace también hoy? ¿Por qué no multiplica el pan entre tantos millones de hambrientos que hay sobre la tierra?". El evangelio de la multiplicación de los panes ofrece un detalle que nos puede ayudar a encontrar la respuesta. Jesús no sonó los dedos para que apareciera, como por arte de magia, pan y pescado para todos. Preguntó qué tenían; invitó a compartir lo poco que tenían: cinco panes y dos peces.

Hoy hace lo mismo. Pide que pongamos en común los recursos de la tierra. Sabemos perfectamente que, al menos desde el punto de vista alimenticio, nuestra tierra sería capaz de dar de comer a varios miles de millones de personas más de los actuales. Pero, ¿cómo podemos acusar a Dios de no dar pan suficiente para todos, cuando cada día destruimos millones de toneladas de alimentos que llamamos "excedentes" para que no bajen los precios? Mejor distribución, mayor solidaridad y capacidad para compartir: la solución está aquí.

Lo sé, no es tan fácil. Se da la manía de los armamentos, hay gobernantes irresponsables que contribuyen a mantener a muchas poblaciones en el hambre. Pero una parte de la responsabilidad recae también en los países ricos. Nosotros somos ahora esa persona anónima (un muchacho, según uno de los evangelistas) que tiene cinco panes y dos peces; sólo que los tenemos muy bien guardados y tenemos cuidado para nos entregarlos no vaya a ser que se repartan entre todos.

La manera en que se describe la multiplicación de los panes y de los peces ("levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente") siempre ha recordado la multiplicación de ese otro pan que es el cuerpo de Cristo. Por este motivo, las representaciones más antiguas de la Eucaristía nos muestran un cesto con cinco panes y, al lado, dos peces, como el mosaico descubierto en Tabga, en Palestina, en la iglesia construida en el lugar de la multiplicación de los panes, o en el famoso fresco de las catacumbas de Priscila en Roma.

En el fondo, lo que estamos haciendo en este momento también es una multiplicación de los panes: el pan de la Palabra de Dios. Yo he roto el pan de la Palabra e Internet ha multiplicado mis palabras de manera que más de cinco mil hombres, también en esta ocasión, han comido y han quedado saciados. Queda una tarea: recoger "los trozos sobrantes", hacer llegar la palabra también a quien no ha participado en el banquete. Convertirse en "repetidores" y testigos del mensaje.

ROMA, jueves, 31 julio 2008 (ZENIT.org).

domingo, 14 de septiembre de 2008

Exaltación de la Santa Cruz



Septiembre 14

Etimológicamente significa “ exultar”. Viene de la lengua latina.

Este día nos recuerda el hallazgo de la Santa Cruz en el año 320, por parte de Santa Elena, madre de Constantino. Más tarde Cosroas, rey de Persia se llevó la cruz a su país. Heraclio la devolvió a Jerusalén.-

El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.-

Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.-

La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.-

Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.-

Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: "En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque El quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero" (Himno de Laudes).-

En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.-

Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: "El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y, luego le niega.-

"No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado" (León Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.-

Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.-

sábado, 13 de septiembre de 2008

La oración impulsa la «barca del ecumenismo», recuerda Benedicto XVI

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Al clausurar la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 24 enero 2008 (ZENIT.org).-

La oración es el elemento que hace que salga del puerto «la barca del ecumenismo», explicó Benedicto XVI este viernes en la tarde en la Basílica de San Pablo Extramuros.

En las vísperas, al concluir la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, participaron representantes de las diferentes Iglesias y comunidades eclesiales, así como el doctor Samuel Kobia, secretario general del Consejo Mundial de Iglesias.

En la celebración, que sirvió para conmemorar los cien años de este octavario ecuménico, estaba también presente el padre James Puglisi, sucesor de Paul Wattson, pionero de esta iniciativa, y fundador de la Sociedad franciscana del «Atonement».

Recordando el lema de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, «No ceséis de orar», el Papa se preguntó: «¿Qué sería del movimiento ecuménico sin la oración personal o común para que "todos sean una sola cosa, como tú; Padre, está en mí y yo en ti"», que elevó Jesús en la última cena?

«¿Dónde encontrar el empuje de fe, de caridad y de esperanza del que hoy tiene particular necesidad nuestra búsqueda de la unidad?», preguntó.

«El camino de la oración ha abierto el camino al movimiento ecuménico tal y como hoy es conocido», añadió.

De hecho, reconoció, «la unidad con Dios y con nuestros hermanos y hermanas es un don que procede de lo Alto, que surge de la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y en ella crece y se perfecciona».

«No está en nuestras posibilidades decidir cuándo y cómo se realizará plenamente esta unidad -reconoció el Papa--. ¡Sólo Dios puede hacerlo!».

Por este motivo, dio gracias a Dios «por el gran movimiento de oración que, desde hace cien años acompaña y apoya a los creyentes en Cristo en su búsqueda de unidad. La barca del ecumenismo no habría podido salir nunca del puerto si no estuviera movida por esta amplia corriente de oración y empujada por el soplo del Espíritu Santo».

Benedicto XVI concluyó su intervención recordando que en la Basílica de San Pablo Extramuros, el 29 de junio, se inaugurará el Año de San Pablo.

«Que su incansable fervor en la edificación del Cuerpo de Cristo en la unidad nos ayude a rezar incesantemente por la plena unidad de todos los cristianos», deseó.


domingo, 7 de septiembre de 2008

El enfermo terminal necesita verdad y solidaridad


header_original_modDice monseñor Sgreccia en el congreso internacional «Depresión y cáncer»

ROMA, martes, 15 enero 2008 (ZENIT.org).- El médico debe preparar al enfermo incurable para la muerte, evitando cualquier «conjura de silencio» y anunciando siempre que sea posible la «vida que no muere», afirmó el obispo Elio Sgreccia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida, al intervenir en un congreso celebrado en Roma sobre «Depresión y cáncer».

El congreso se celebró el pasado 10 de diciembre en el centro de congresos IFO. En el mismo, la profesora Paola Muti, directora científica del «Istituto Regina Elena» (IRE), de Roma, afirmó que la depresión es un aspecto bastante común en los pacientes oncológicos aunque numerosos estudios demuestran que se minusvalora, no se diagnostica correctamente o no se trata porque algunos de sus síntomas se atribuyen a la patología o a las terapias aplicadas.

Según los datos aportados, cerca del 40% de los enfermos oncológicos sufren de depresión mientras que sólo el 2% recibe el tratamiento adecuado.

Datos alarmantes si se piensa que sólo en 2007 en Italia, por cada cien mil habitantes, se efectuaron cerca de 6.500 nuevas diagnosis de cáncer, y que un total de 1,7 millones sufren esta enfermedad.

En su intervención, monseñor Sgreccia habló de la información al enfermo incurable como comunicación de la verdad no sólo clínica sino existencial.

Esta tarea, según el prelado, se ha hecho más difícil por el rechazo de la verdad de la muerte y de la enfermedad incurable en una «sociedad marcada por la productividad y el bienestar material».

Monseñor Sgreccia afirmó que el propio itinerario vital influye en el enfoque de la muerte: un individuo sano que no logra aceptar, «reconciliarse» con el pensamiento de la muerte puede incluso desarrollar «trastornos de personalidad».

Del mismo modo, precisó, «un médico o un psicólogo que no han realizado este paso interior, no saben tratar con el moribundo porque ponen en acción mecanismos de autodefensa que la mayoría de las veces son fuga, agresividad, o búsqueda de éxito a cualquier precio, algo que lleva al encarnizamiento terapéutico».

Hablando de la necesidad de un correcto enfoque comunicativo por parte de los médicos, Sgreccia alabó el modelo de «apertura individualizada», que se realiza como «una declaración de amistad», que se funda en el derecho a la información del paciente y compromete al médico al acompañamiento del enfermo.

Monseñor Sgreccia se mostró contrario a cualquier «conjura de silencio» que «impide al paciente prepararse para el desprendimiento y la muerte», y animó a evitar toda comunicación drástica, subrayando el deber del médico de «evitar la mentira» y dar siempre «garantía de esperanza y asistencia».

Al mismo tiempo, añadió, pueden darse circunstancias que «por respeto del bien del paciente mismo, pueden inducir a callar la gravedad de la enfermedad, cuando se pueda presumir una fragilidad psíquica en el sujeto tal que lo induzca al suicidio» o «cuando el paciente haya invocado el derecho de no saber».

Es necesario siempre que el médico tenga en cuenta en su estrategia de comunicación la situación emotiva y las diversas fases psicológicas por las que pasa el enfermo, subrayó el prelado. Y añadió que «es necesario que la verdad clínica se articule positivamente con las verdades antropológicas, con el sentido global de la vida».

«El esfuerzo mayor está en presentar esta verdad en sentido salvífico», en construir un itinerario con el paciente durante la enfermedad y en «proponer, donde sea posible, el anuncio de la vida que no muere y la revelación de Cristo muerto y resucitado, presente y operante en cada hombre que sufre».

En este sentido, el prelado subrayó el valor salvífico del sufrimiento y la importancia del acompañamiento del enfermo en la fase terminal de la vida: «El moribundo aporta madurez y valor incluso a quienes están a su lado», «se convierte en un maestro de vida».

Además, añadió, «todos los actos de amor que nos han sido donados los llevamos con nosotros. Nuestra vida espiritual no desaparece sino que florece, se enriquece en la eternidad».

Citando algunos pasajes de la encíclica «Spe salvi», el arzobispo Sgreccia afirmó que «la calidad de la humanidad se determina esencialmente en su relación con el sufrimiento y con el que sufre» y que «una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y que no es capaz de contribuir mediante la compasión a hacer que el sufrimiento sea compartido y soportado incluso interiormente es una sociedad cruel e inhumana».

«Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo», afirma Benedicto XVI en su última encíclica (n. 39).

La «ciencia empírica, con sus medios, queda fuera del acto de morir», que es un «momento que escapa al médico», mientras que «el hombre sabe que muere a través de una consciencia espiritual», indicó Sgreccia.

«El sentido de la agonía es esta apertura a la eternidad --explicó el arzobispo--. La agonía se convierte en «victoria sobre la inmanencia», en aquel instante en el que el presente y la eternidad se tocan, y donde «el tiempo que falta encuentra sentido en esta trascendencia».

Por esto, concluyó monseñor Sgreccia, es necesario el «anuncio de la muerte en clave salvífica y escatológica» sin descuidar el deber de una correcta información, imprescindible desde el punto de vista de la piedad cristiana.

Por Mirko Testa, traducido del italiano por Nieves San Martín