sábado, 21 de julio de 2012

El demonio de la acedia (4 / 13)



La Acedia es una tristeza por el bien, por los bienes últimos, es tristeza por el bien de Dios. Es una incapacidad de alegrarse con Dios y en Dios. Nuestra cultura está impregnada de Acedia.
 
Autor: P. Horacio Bojorge | Fuente: EWTN

Estimados amigos, iniciamos un nuevo capítulo de nuestra serie sobre el demonio de la acedia, y en este programa quisiera tratar acerca del origen histórico de la acedia, cuando comienza este demonio de la acedia a manifestarse y a trabajar, porque ese origen de la acedia nos puede iluminar acerca de cómo después a seguido trabajando a lo largo de todo el tiempo, contemporáneamente con la obra y el designio divino a través de la historia, desde los comienzos, y seguirá hasta su fin.

Me refiero a la aparición de la serpiente en el relato del pecado original. Leemos en el libro de la Sabiduría, uno de los libros de la Sagrada Escritura, que por envidia -por acedia del diablo- entró la muerte en el mundo, por acedia del diablo entró la muerte en la humanidad, y esta muerte reina sobre aquellos que le pertenecen, en cambio sobre los que han sido salvados por Nuestro Señor Jesucristo del poderío del demonio de la acedia, aquellos que conocemos el bien, que conocemos al Padre, se nos abre la puerta de la VIDA ETERNA.

Quiero con ustedes comenzar entonces remontarnos en nuestra memoria al relato del libro del Génesis, del comienzo del libro del Génesis. Pero antes quisiera mirar de un solo vistazo -como nos enseña hacerlo el Catecismo de la Iglesia Católica- la Sagrada Escritura -que nos trae la revelación de Dios acerca del sentido de su obra creadora desde el principio al fin-.

Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que la Sagrada Escritura comienza con un festín de bodas, fiesta de bodas, y termina al final del libro del Apocalipsis con otra fiesta de boda que se prepara. La primera fiesta de bodas es la de Adán y Eva, a quienes Dios les hace -como regalo de bodas- el regalo de toda la creación, les entrega todas las cosas para que las gobierne y para que sean sobre la Tierra ministros de la Providencia Divina en el gobierno de las criaturas, tanto de las criaturas que no son libros como de las que sí lo son (los seres humanos). Sabemos que los ángeles, que son criaturas libres, son colaboradores de Dios en el gobierno de la creación, pues bien, a querido también asociar al ser humano -al varón y a la mujer- a ese gobierno divino sobre las cosas, nos ha dado todas las cosas para que las gobernemos, ese es el designio divino del comienzo.

Y al fin de las Sagradas Escrituras, hablándonos ya del fin de los tiempos, se nos presenta a la novia que, con el Espíritu Santo, llama al novio que viene: “¡ven Señor Jesús!”. El Espíritu y la novia dicen ven, y el Señor responde: “Sí, vengo, vengo pronto”. Ese novio es el Verbo eterno hecho hombre, que viene a las bodas finales del tiempo con la Iglesia, es el triunfo del Amor.

Desde el comienzo al fin de esta historia hay amor, amor esponsal, amor de Dios con la criatura, amor del varón y la mujer, imagen y semejanza creada del amor divino, no hay cosa sobre la creación que en algún momento no haya reflejado para los hombres algo de la divinidad. Dice el historiador de las religiones, Mircea Eliade, que el bosque tiene algo de sagrado, la peña, la fuente, el sol, el río, todo lo que parece poderoso y glorioso en algún momento ha reflejado para el hombre algo de lo que es el creador de todas las cosas, ha sentido como un estremecimiento de la divinidad en las criaturas que ve y que alcanza a admirar por su poderío, por su consistencia, su solides, por su capacidad fecundadora, no sólo las de la Tierra, sino que levantando los ojos al cielo ha podido vislumbrar en la inmensidad del universo -en las criaturas celestes- las epifanías de Dios. También en la tormenta, en el rayo, ha visto manifestaciones huránicas de Dios, del poder divino. En el mar, en las olas, en los monstruos marinos... en la fecundidad de la naturaleza, en todas las cosas ha visto la manifestación de Dios.

Es decir, no ha podido la acedia enceguecer al hombre de tal manera que, cualquiera de las criaturas en cualquier momento no le pudiera dar un vislumbre del poder divino. Por eso San Pablo se admirado de que los hombres, habiendo conocido las criaturas, no llegaran a conocer al creador a través de ellas. Por esa ceguera, por esa acedia, de no ver a Dios a través de sus criaturas y sus creaciones el Señor entenebreció -llenó de tinieblas- sus corazones y los entregó a pasiones viles y bajas, porque pudieron conocer a Dios y no lo conocieron.

Si hay algo que podemos decir que es Dios, Dios es amor. El amor que experimentamos las criaturas, aún las criaturas caídas después del pecado original, en aquellos momentos en que la naturaleza, no destruida por pecado sino herida, deja traslucir el designio divino primero de nuestra imagen y semejanza divina: Dios es amor. El amor creado es lo que mejor lo refleja a pesar de cualquier herida del pecado original que pueda tener.

El demonio de la acedia es contrario al amor, es tristeza por el amor, es miedo al amor, es indiferencia ante el amor, es oposición al amor. El demonio de la tristeza, nos dice Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio de San Juan, es homicida desde el principio, odia en el hombre la capacidad de amar, que es lo que le asemeja a Dios, y por lo tanto quiere destruirlo, no quiere que haya hombres sobre la Tierra. Comprendemos así la frase bíblica del libro de la Sabiduría: por envidia, por acedia del diablo, entro la muerte en el mundo. Por el odio, por la tristeza del demonio, que no quiere una imagen viviente de Dios -ya que no puede destruir al Dios mismo- quiere destruir su imagen, no quiere que haya hombres sobre la Tierra. Él es homicida desde el principio.

Y si no puede destruir al ser humano, portador de esta naturaleza amorosa y destinada al amor, al menos quiere corromper su capacidad de amar. Por eso si vamos al relato del origen, encontraremos la explicación -en ese drama pequeño del origen- de cómo surgió -históricamente- esa impugnación demoníaca, ese ataque demoníaco a la criatura para destruir su imagen y semejanza.

Recordemos la historia del Génesis, se nos presenta como una obertura, en el capítulo primero de esta gran obra, y después como un pequeño drama en tres actos.

La obertura nos resume la preparación del gran banquete de bodas de Adán y Eva, en que Dios en una semana prepara el banquete. Primero prepara todo el ambiente, la sala donde se va a representar que es el universo entero, la separación del día y de la noche, de la luz y las tinieblas, la separación de las aguas de arriba y de abajo, la separación del mar y de la tierra, la creación de los alimentos sobre la tierra -con los vegetales y los árboles frutales- que serán los alimentos del banquete; después va creando los animales, que son los que participarán del banquete... y por último crea a Adán y Eva, a su imagen y semejanza, seres capaces de amar, y les entrega como regalo la creación entera para que la gobiernen, gobiernen sobre los animales, gobiernen sobre las plantas, se alimenten de todos esos frutos, y sean fecundos, se multipliquen y llenen la Tierra. Bendice el Señor a Adán y Eva, bendice al ser humano, al varón y a la mujer, y a su designio divino sobre la Tierra.

Y esto que en la obertura se plantea así, como una historia concentrada y sintetizada, se nos plantea después en esos tres actos de un pequeño drama teatral, se nos presenta la creación del varón y la mujer en el primer acto, y ya en el segundo acto entra en escena el adversario -el demonio de la acedia- entristeciéndose por el bien que Dios a creado, por el bien de Adán y Eva, y tratando de destruir la obra divina, lográndolo en ese segundo acto, de modo que en el tercer acto tenemos las consecuencias de esa caída de los primeros padres. Podríamos decir que el resto de la Sagrada Escritura, hasta el Apocalipsis, es la continuación de este drama a través de la historia, la continuación hasta el triunfo de Dios al fin de los tiempos, el triunfo del amor de Dios, el triunfo del amor del Verbo encarnado por el que fueron creadas todas las cosas -también Adán y Eva-, con el triunfo de ese amor para una humanidad -que es la Iglesia- que le ha sido fiel a lo largo historia, que ha sido conducida por el amor, contra la cual nada pudo ni la muerte ni el demonio de la acedia, el demonio de la tristeza por el bien.

Esa boda gozosa del cordero, al fin de los tiempos, es el triunfo del amor, Dios triunfa. A pesar que toda la oposición que el demonio triste de la acedia le pueda hacer a lo largo de la historia, Dios siempre triunfa, el bien es mayor que el mal y triunfa sobre el mal. Si nosotros en nuestra vida cristiana, que como hemos dicho en alguno de estos capítulos de la acedia es una lucha, también vimos en ese capítulo que se nos promete una victoria sobre el espíritu de la acedia, “no temáis, yo he vencido al mundo” nos dice Nuestro Señor Jesucristo.

Vamos ahora a detenernos un poquito en esos tres actos del drama de la creación, del designio divino sobre el hombre y la mujer, como los crea, y después como el demonio trata de pervertir la obra de Dios, intentando de que fracase esa obra, tratando de que el hombre no cumpla con el designio que tiene Dios sobre el varón, y tratando que la mujer tampoco cumpla con el designio que Dios tiene sobre ella.

¿Cuál es el designio que tiene Dios sobre el hombre y la mujer?, vemos en el primer acto de este drama, que es una especie de obra teológica en forma dramática, en forma de narración, también en forma simbólica, como se expresa la Escritura, en un lenguaje que pueden entender los niños pero que no es infantil, que no es menospreciable como algo que el catequista puede contarle a los niños pero que no tiene nada que decirle a los grandes, no de ninguna manera, es una revelación divina plena de sabiduría, que no es sólo para los orígenes de la humanidad, sino que nos ilumina a lo largo de toda la historia.

Nuestro Señor Jesucristo, en el Evangelio, se ha referido varias veces al principio, a ese principio de la creación del que él fue autor con el Padre, el Verbo eterno por el que fueron creadas todas las cosas y sin el cual nada fue hecho, él que ha sido testigo del principio nos dice que al inicio no había desamor entre el varón y la mujer, eso surgió después, y que si Moisés había permitido el divorcio y el líbelo de repudio para la mujer, era porque había una dureza del corazón en el hombre, el corazón del hombre se había endurecido, él no hace alusión explícita al pecado original pero se está refiriendo a él.

Nuestro Señor Jesucristo, por lo tanto, nos habla de que en ese principio está el designio divino sobre el amor del varón y la mujer.

Dios crea primero -llamémoslo así- al Adán masculino. En el comienzo, en la obertura, nos dice los creo macho y hembra, todavía no dice barón y mujer, (la diferencia de los sexos, que será también, lo digo de paso, uno de aquellos aspectos que el demonio de la acedia quiere borrar, oponiéndose a la obra del creador, destruir la diferencia entre los sexos, es una obra del creador que tiene un designio muy sabio. Nosotros somos testigos, en nuestro tiempo, de cómo se quiere abolir la diferencia entre el barón y la mujer, y podemos entonces -iluminados por esta sabiduría bíblica- comprender que lo que hay detrás es mucho más que el empeño de algunos actores humanos acerca del hombre y la mujer, y de la humanidad, hay mucho más, hay un designio demoníaco de abolir la obra de Dios, de la creación de Dios, en nuestros tiempos, a la altura de estos tiempos, aboliendo la diferencia entre el barón y la mujer), el relato de la Escritura dice que no había nada todavía sobre la tierra, la tierra esta vacía, no había árboles ni plantas, era todo desierto, no había llovido sobre la tierra, pero una fuente de agua manaba en medio de la tierra, y con esa fuente tiene Dios tiene la materia prima para amasar el polvo de la tierra con el agua de la fuente el cuerpo del varón, del Adán masculino, y dice que le sopló en la nariz un espíritu de vida y resultó el hombre un ser viviente.

Ese espíritu de vida que Dios sopla en el Adán masculino, la vida de Dios, lo sabemos es amor. Sopla en este varón un espíritu de amor, por lo tanto la vocación de este muñequito de barro amasado por Dios es el amor, todavía no existe la mujer, no existe ningún otro ser semejante a él para que él lo pueda amar o ser amado por él, eso va a surgir en el relato del primer acto a lo largo de distintos episodios. Luego a este Adán masculino el Señor lo colocó en un Jardín cercado que plantó para él, en un lugar deleitoso en el Edén, en la presencia de Dios. Este ser humano, que ya es imagen y semejanza de Dios, está en este jardín deleitoso, cercado y seguro. Y el Señor hizo brotar en este jardín toda clase de árboles, de alimentos, agradables para la vista, y plantó en medio del jardín el Árbol de la Vida, sabemos que el Árbol de la Vida es el árbol de la vida divina y por lo tanto es el árbol del amor, y ese árbol del amor es también el árbol del conocimiento del bien y del mal, porque son nuestros amores la regla o la pauta de discernimiento que usamos para saber lo que es bueno y malo, lo que destruye nuestros amores es malo, lo que contribuye a amar y ser amado es bueno, decimos que es bueno o malo aquello que ataca a nuestro amor o lo defiende, el avaro dirá que es malo lo que perjudica a su amor que es la ganancia y dirá que es bueno lo que le da dividendos, así cada uno, según su amor juzga lo que es bueno y lo que es malo.

El árbol de la vida de Dios da a conocer aquello que Dios considera bueno, y lo que Dios considera malo, y por supuesto que esto tiene que ver con el amor. El espíritu de la acedia que se entristece con el amor de Dios, el espíritu de tristeza por el amor, que es espíritu de miedo de indiferencia hacia el amor, considera malo al amor y considera bueno el desamor, considera bueno la abolición de la vida del hombre sobre la tierra, el oponerse a la obra de Dios.

Y dice que el Señor puso al varón, al Adán masculino, en el Jardín del Edén, para dos cosas: para que lo cultivase y para que lo vigilase, el cultivo del jardín supone que este hombre tiene la misión de gobernar con su inteligencia el mundo vegetal y usarlo acorde a esa inteligencia. Vamos así viendo que este Adán masculino está siendo destinado por Dios al gobierno de las cosas, es él quien va a dirigir -de acuerdo a la obertura- el gobierno del hombre sobre las criaturas como ministro del gobierno de Dios.

Además Adán debe vigilar el jardín, ustedes se preguntarán ¿vigilarlo de qué?, si es un jardín cercado, si no hay otros habitantes que puedan dañar este Árbol de la Vida, ¿de que tiene que vigilarlo? Dice que el Señor le dio a Adán un mandamiento: “de todos los árboles del jardín puedes comer, pero del Árbol de la Vida, del árbol del amor divino, el árbol del conocimiento del bien y del mal, no comerás, porque cuando comieres de él, morirás sin remedio”.

De todos los árboles del jardín se puede él apoderar, pero el amor de Dios que está representado por el Árbol de la Vida, de ese no se puede apoderar, debe respetar el amor y recibirlo como un don. Y esto vale para el amor divino al comienzo, como al amor divino en todas las edades -mientras existan criaturas amorosas-, no se puede recibir el amor sino en forma de don libre del otro, no puedo yo apoderarme del amor del otro, es el principio de la libertad amorosa, esa libertad de amar, que es la libertad de la gracia, refleja lo más propio del amor divino que es libre, es amor, pero es libre, y desea permanecer libre, y la criatura no puede apoderarse de ese amor porque en ese momento estaría, el mismo dejando de amar verdaderamente, no siendo imagen y semejanza del amor. Es un amor libre que debe respetar la libertad del que lo ama.

Y después dice Dios que es necesario que Adán tenga una ayuda semejante a él, frente a él, una ayuda semejante a él, que pueda como él ama, que sea capas de recibir amor y devolver amor, y crea con este intento primero a los animales a los cuales hace que el hombre les vaya poniendo nombre, es decir que los vaya conociendo en su esencia y nombrándolos, para que se llamen con el nombre que Dios le quiere dar a cada uno. Acá tenemos de nuevo que el Adán masculino está destinado a gobernar, después del paraíso y el mundo vegetal, también al mundo animal. Pero tampoco encuentra el hombre entre los animales una ayuda semejante a él, frente a él, y entonces viene la creación de la mujer.

El Señor toma de su costado una costilla y construye una mujer, ya no la amasa, la construye. Y esta mujer está destinada al varón, viene después, su razón de ser es el varón. El varón va a ser el todo respecto de ella, y ella va a ser la parte respeto del varón, ninguno de los dos estará completo sin el otro, pero de manera diversa, al varón le faltará una parte, a la mujer le faltará la referencia, el todo referencial al que ella pertenece, y sin el cual no se encuentra a si misma. Y por la unión del amor serán los dos uno solo, se restaurará la unidad del todo con parte, y de la parte con el todo. Este es el designio divino de Dios sobre el varón y la mujer.

Segundo acto, viene la serpiente a tratar a destruir este designio divino, y le dice a la mujer que Dios sabe que si comen del fruto del árbol del bien y del mal serán como Él, serán como dioses.

Ese árbol del amor, el árbol de la vida, el árbol del conocimiento del bien y del mal, es la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Y en su momento estaba previsto que nos sería dado el fruto del amor divino, la gracia de Dios, el don del amor divino. Pero lo que le sugiere Satanás y le hace de alguna manera suponer, es que Dios nunca se lo va a dar, y ahí la mentira del demonio, la seducción, el engaño, con lo cual impulsa a Eva a que trate de apoderarse por si misma del fruto -apetecible a la vista, y bueno para comer- del amor divino, y este es el pecado de Eva, querer apoderarse del amor, querer adueñarse de Dios y del amor de Dios, y de esta manera entonces se corrompe el designio de Dios sobre la mujer, que quiere hacerse como Dios, cuando ella en verdad tenía que haber sido ministro del amor divino para el varón, servidora del amor divino para el varón. Dios la creó a ella -dice la sagrada escritura- “la construyó” -como se construye un templo, una ciudad o una casa- un ser habitable, un ser acogedor, capas de recibir al otro en su interior de su corazón, como María que guardaba todas las cosas de su hijo en su corazón, esa capacidad hospitalaria del corazón de la mujer de guardar a los que ama dentro de si misma, no solamente a su niño gestándolo, sino también en su corazón guardarse a los que ama, eso es lo que hace de ella semejante a un edificio, a una casa, a la mansión del amor, a eso estaba destinada.

Logra el demonio engañarla para que la mujer se apodere del amor y ella invita a Adán a que lo coma, y el barón también come.

¿En que consiste el pecado de Adán?, el pecado de Adán consiste en desertar de las misiones divinas, él que tenía que ser el guardián y el vigilante del Árbol de la Vida no lo vigila, él que tenía que ser el guardián y el gobernante de su mujer tampoco lo hace, él tampoco gobierna -de alguna manera- esa serpiente que se presta a servir como vehículo visible del espíritu invisible, y que entra también en esa escena dramática. Él tenía que haber corregido a su esposa, y no la corrige; debía haberse negado a comer, y por complacerla a ella también desobedece.

De modo que el pecado más propio de la mujer es por transgresión, y el pecado más propio del varón es, primero por omisión y luego por también por transgresión.

Este sucumbir bajo el ataque de la acedia va a tener consecuencias para la mujer y para el varón. No me detengo en las consecuencias para la serpiente, que es la primera que es castigada en el tercer acto de este pequeño drama inicial del origen de la humanidad.

Las consecuencias de la acedia son la abolición del varón, la abolición del la mujer. La abolición del varón porque no cumplió los designios divinos a los que estaba destinado y la abolición de la mujer porque tampoco cumplió los designios propios.

Esto es obra de la acedia, y esto tendrá una gran consecuencia en el futuro, el varón tiende a borrarse de sus responsabilidades, y la mujer a veces, obligada por la necesidad, tiene que asumir las responsabilidades que el varón no asume y con eso dejar las suyas propias.

Con esto queda, espero, suficientemente bosquejado este comienzo del mal de la acedia, que trata de abolir la obra divina en sus comienzos.

Preguntas y comentarios al autor de este artículo, P. Horacio Bojorge S.J.

 

domingo, 8 de julio de 2012

El demonio de la acedia (2 / 13)





La Acedia es una tristeza por el bien, por los bienes últimos, es tristeza por el bien de Dios. Es una incapacidad de alegrarse con Dios y en Dios. Nuestra cultura está impregnada de Acedia.
 

Autor: P. Horacio Bojorge | Fuente: 

Hoy voy a tratar con ustedes sobre las definiciones de la acedia, para comenzar con un conocimiento conceptual, que no va a ser suficiente, después tendremos que ver como estos conceptos se realizan en la realidad donde han sido abstraídos, pero comenzamos con las definiciones porque es una manera de abordar este fenómeno tan rico, tan complejo.

Podríamos haber comenzado a la inversa, viendo como se presenta en la realidad, describiéndolo, pero me parece que es útil comenzar por esta descripción porque de la acedia no se habla, no se conoce el concepto de la acedia, raramente se lo nombra, no aparece en la lista de los vicios capitales, siendo que ciertamente dentro del vicio capital de la envidia es la acedia la fuente de toda envidia, porque como veremos la acedia es una envidia, una envidia contra Dios y contra todas las cosas de Dios, contra la obra misma de Dios, contra la creación, contra los santos... Es por lo tanto un fenómeno demoníaco opuesto al Espíritu Santo.

No se habla sin embarco de la acedia como no se habla -en muchos ambientes- acerca de los 7 vicios capitales que conocemos por el catecismo, y de los cuales los santos padres del desierto preferían decir que se trataban de pensamientos. Esto nos hace comprender que los vicios capitales son algo referente al espíritu, se presentan en el hombre y actúan en el hombre como pensamientos, aparecen en su inteligencia y se inscriben después en sus neuronas -vamos a decir así- de modo que esos datos de la inteligencia van dominando el alma del hombre y determinando también su voluntad para que actúe habitualmente haciendo el mal. Son los vicios opuestos a las virtudes, que son los buenos hábitos que le permiten obrar el bien.

La acedia, por lo tanto, es un hecho que debemos conocer y por ser tan desconocido -en mi larga experiencia como sacerdote he visto esta ausencia de conocimiento del fenómeno de la acedia-, o si se lo conoce es tan sólo teóricamente y no se sabe aplicar la definición teórica a los hechos concretos en que ella se manifiesta, hay un desconocimiento muy grande tanto de la teoría como de la práctica de la acedia, no se la sabe reconocer y decir donde está.

Vale por lo tanto la pena dedicarle estos programas al conocimiento de la acedia, porque es de primera importancia tratándose de un pecado capital contra la caridad.

Aunque no se lo sepa tratar este fenómeno de la acedia se encuentra por todas partes, continuamente acecha el alma del individuo, de la sociedad y de la cultura.

En el individuo como una tentación -muchas veces- vamos a ver que es una tentación, no siempre es un pecado, no siempre hay culpa en la acedia, hay culpa en aceptar la tentación de acedia. Por lo tanto se presenta en primer lugar como una tentación, como una tristeza que si uno acepta se puede convertir en pecado, y si uno acepta habitualmente el pecado se puede convertir en un hábito y después hay una facilidad para actual mal, para pecar por acedia, por entristecerse por las cosas divinas.

Este pecado se ha establecido como una especie de civilización, de cultura, hay una verdadera civilización de la acedia, una configuración socio cultural de la acedia, de modo que la acedia se encuentra en forma de pensamientos y teorías pero también en forma de comportamientos acédicos, teorías acédicas, que se enseñan en las cátedras populares o académicas. Pienso en las cátedras populares cuando digo por ejemplo: las peluquerías, allí en las peluquerías se dan doctrinas -muchas veces- y se transmiten muchas veces errores con un falso magisterio, un magisterio que en vez de decir la verdad transmite errores y donde también se transmiten comportamientos equivocados -referentes a todos los vicios capitales, pero en particular referentes a la acedia- como si fueran verdaderos. Me refiero a las cátedras académicas, porque muchas veces hay visiones que se presentan como científicas como por ejemplo todas las historias (leyendas) negras con respecto a la Iglesia, de las obras de los santos, la desfiguración de los santos, la desfiguración de la historia de la Iglesia que se presentan como malas cuando en verdad fueron buenas (por ejemplo las cruzadas o la inquisición), y la acedia es precisamente eso: tomar el mal por bien y el bien por mal.

¿Qué dice la Iglesia acerca de la acedia?, ¿qué nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica acerca de la acedia?, doctrinalmente cual es la verdad acerca de este demonio de la acedia. El catecismo de la Iglesia Católica nos presenta a la acedia entre los pecados contra la caridad, fíjense que importante y que grave, que importante es conocerlo porque es una aptitud y un pecado contra el amor a Dios, y el amor a Dios es nuestro destino eterno, es nuestra salvación, de modo que el demonio de la acedia se opone directamente al designio divino de conducirnos al amor a Dios y de vivir eternamente en el amor de Dios, frustra nuestro destino eterno, que importante es que esto se conozca para podernos defender de él, y que grave es entonces la ignorancia que rodea este fenómeno, este hecho espiritual que en los momentos actuales que está convertido en una cultura que nos rodea por todas partes, que brota y abunda como el pasto en los campos sin que se lo sepa nombrar.

¿Qué dice el Catecismo de la Iglesia Católica?, nos dice que es un pecado contra la caridad, y lo enumera en una serie de pecados contra la caridad, el primero de los cuales es la indiferencia, aquellos que no les importa Dios, los agnósticos que dicen que no saben si Dios existe o no y no les interesa profundizar el tema, se presentan como indiferentes ante el hecho religioso, ante Dios, ante la Iglesia, ante los santos, ante todas las cosas santas, ante los sacramentos, no les dice nada los sacramentos, son indiferentes.

El segundo pecado contra la caridad es la ingratitud, y la indiferencia supone una forma de ingratitud, porque como se puede ser indiferente ante aquel Dios a quien se debe tantos beneficios, empezando por la creación, por la Tierra, por la familia, por el amor, por todos los bienes, por todas las cosas que hacen hermosa la vida. Ante el autor del bien, ¿cómo uno puede ser ingrato con Él?, y que a unos les resulte indiferente, son pecados contra el amor, son ignorancias -a veces- que si no son culposas igual son dañosas, porque la persona indiferente, la persona tibia, ingrata, se priva de estos bienes fundamentales para la vida humana.

El tercer pecado que enumera el catecismo contra la caridad es la tibieza, es decir hay un amor a Dios, hay unas formas de fe, están las virtudes teologales, pero en forma tibia, como dice el Señor en el Apocalipsis “porque no eres frio ni caliente estoy por vomitarte de mi boca”, es una frialdad, una tibieza en el amor divino, y en un mundo frío como en el que estamos los tibios terminan congelándose, nadie persevera en la fe en este mundo frío sino es fervoroso en la fe.

En el cuarto lugar el catecismo enumera la acedia, esta tristeza por los vienes divinos, esta ceguera para los vienes divinos que hace al hombre perezoso para las virtudes de la religión y de la piedad, y es lo que vemos en tantos bautizados que viven en forma tibia la vida cultual y que no van a misa -por ejemplo- son capaces de alegrarse en el culto divino, o de celebrar con alegría verdadera, con gozo verdadero, no con un ruido ostentorio que es a veces como una alegría mundana en el lugar sagrado, sino por la verdadera alegría de Dios, como el gloria nos dice en la Misa: te damos gracias por tu grande gloria, te agradecemos tu gloria Señor, nos alegramos en que tu seas glorioso y que seas grande, y que te manifiestes amoroso y divino en las obras de la creación, en las obras de la salvación, en las obras de tu Divina Providencia que nos acompañan diariamente.

Los que se privan de esto se privan del gozo verdadero, del gozo más profundo, del gozo real para el que fueron creados, y viven aturdidos y quedan a merced de las pequeñas alegrías mundanas, o buscando satisfacer esa tristeza del alma, esa carencia del bien supremo -que alegraría su corazón- por la que el alma se entristece. El salmista dice “¿Por qué estás triste alma mía, por que me conturbas?, espera en Dios que volverás a alabarlo”, el alma sin Dios se entristece, y muchas veces se le proporcionan los gozos y alegrías mundanas que no acaban de saciar su sed de Dios y por lo tanto se sumerge en la sociedad depresiva, en medio de la cual estamos, una sociedad que prescinde de Dios, y por lo cual es una sociedad depresiva y triste, que se deprime.

La gente se agita buscando la felicidad en los bienes terrenos, se le promete que el bienestar va a producir la felicidad, y eso no es así, eso ya lo descartó Aristóteles, el bienestar no es la felicidad, empezando porque el bienestar es siempre transitorio, llega un momento en que irrumpe el malestar y necesitamos un bien que nos haga felices incluso cuando estamos mal, incluso en medio del malestar, por eso es tan importante que no perdamos de vista el verdadero bien, la verdadera felicidad y que no sucumbamos a este demonio de la acedia -de la tristeza- que no sabe alegrarse en los bienes divinos.

Formas de la acedia:
• La indiferencia es ya una forma de acedia, por que si alguien conociera el bien de Dios no podría ser indiferente ante ese bien.
• La ignorancia que no conoce el bien de Dios.
• La ingratitud porque no conoce las obras buenas de Dios, no la reconoce.
• La tibieza porque no conoce el bien de Dios.
Todas estas son formas de la acedia, ceguera para el bien,

¿Y cómo culmina la acedia?, el quinto y último pecado contra la caridad es el odio a Dios, ¿cómo es posible que se llegue a odiar a Dios?, ¿cómo es posible que exista el pecado de la acedia?, parece que estos pecados no son lógicos, si los examinamos no es lógica la indiferencia, no es lógica la ingratitud, no es lógica la tibieza, no es lógica la tristeza por el bien de Dios y no es lógico el odio a Dios, sin embargo es todo un paquete de pecados contra el amor a Dios que bloquea en los corazones el acceso de la felicidad, a la dicha, a la bienaventuranza que comienza aquí en la tierra: el amor de Dios.

El odio a Dios es una consecuencia última de la acedia, una forma última de la acedia, cuando uno no puede conocer el bien de Dios, es indiferente, es mal agradecido o tibio en el amor -formas distintas de la acedia, de la tristeza ante el bien divino- y que culmina precisamente en el odio a Dios, es el ver a Dios como malo, eso es lo demoníaco, la visión satánica es que Dios es malo, ya en la tentación a Eva, Satanás presenta a Dios como un ser egoísta que no quiere comunicarle a Eva los bienes divinos, y que por lo tanto la aboca a apoderarse de ese fruto divino que el egoísmo de Dios le prohibiría, siendo que Dios tiene un momento para entregárselo, Satanás hace que ella se precipite a apoderarse de un amor antes de que ese amor le sea dado.

¿Pero que es propiamente la acedia?, dice Santo Tomás, dicen los santos padres, nos lo dice la Iglesia Católica, que la acedia es una tristeza por el bien, una incapacidad de ver el bien o -en su forma extrema- considerar que el bien de Dios es malo.

La envidia en general es una tristeza mala, la tristeza es de hecho una pasión buena, puede ser mala por dos causas:
• puede haber una tristeza mala porque su objeto es un bien y entonces es una pasión equivocada porque la tristeza es por un mal, cuando alguien se entristece por un bien entonces esa no es una virtud, es viciosa esa tristeza, es propiamente la envidia;
• o también una tristeza puede ser mala porque es una tristeza desproporcionada con el mal que se llora, y en ese caso el tipo de las depresiones o tristezas excesivas.,

La ausencia de tristeza también puede ser mala, no entristecerse por la muerte de un ser querido -por ejemplo- es una falta de tristeza mala. Al revés, entristecerse por un bien del prójimo es envidia, y por eso es mala la envidia. Los hermanos de José le tenían envidia por el amor que Jacob le tenía a José, a su hermano, es un ejemplo típico de la envidia en las Sagradas Escrituras, o Saúl cuando se entristece por los éxitos militares de David y siente que se le roba su gloria, pero veremos los ejemplos bíblicos en otro momento, ahora nos toca ver a la acedia como tristeza, tristeza por el bien de Dios, y esta tristeza puede ser por una ignorancia del bien, simplemente una ceguera por el bien, San Pablo dice por ejemplo -refiriéndose a las personas que no conocen al creador a través de las obras divinas- que por eso el Señor los entrega a sus pasiones, porque pudiendo conocer a Dios a través de sus obras no lo conocieron, esta ceguera para conocer al Señor es una de las formas de la ceguera de la acedia.

La acedia, es por lo tanto, esta ceguera por el bien de Dios que se extiende también a todas las cosas divinas, se extiende a Nuestro Señor Jesucristo quien, por ejemplo, llora sobre Jerusalén y dice “si conocieras el bien de Dios que hoy te visita”, Jerusalén tiene al Mesías delante de los ojos y no sabe reconocer la presencia de su Salvador, eso es la acedia, esa ceguera que nos permite estar delante del bien sin conocerlo, es gravísima esta ceguera, nos priva del bien, Jerusalén se esta privando de quien viene a visitarla, y por eso Jesús llora sobre ella.

Veamos ahora oro aspecto de la definición de la acedia que nos puede seguir iluminando acerca de su naturaleza. Escrutemos un poco la etimología de la palabra acedia viene del latín “acidia” y tiene relación con otras palabras: acre, ácido... de modo que ya en su etimología se nos sugiere que la acedia es una forma de acides donde debería haber dulzura, en vez de la dulzura del amor de Dios -porque el amor es dulce- se nos vende esta acides, es como la fermentación de un vino bueno que produce un vinagre. A Nuestro Señor Jesucristo se le ofrece en la cruz, en vez del amor un vinagre que es simbólico, para su sed de amor se le ofrece vinagre y no la dulzura del amor divino, del amor de sus fieles, de los discípulos, y ese es el drama de Dios, en el fondo sigue siendo el drama de Dios el no recibir amor por amor, y recibir acides por amor.

Pero la palabra latina acidia viene a su vez de la palabra griega άκηδία (akedía) en griego se usa especialmente como la falta de piedad con los difuntos a quienes no se les da los honores que se les debía según la cultura griega, el descuido del culto a los antepasados familiares, la falta de piedad, de modo que es también una ceguera, una falta de consideración, una falta de amor a aquellas personas y a aquellos dioses que se deberían honrar y amar.

Llegamos al fin de de esta exposición acerca de la naturaleza de la acedia y nos conviene ahora recoger las consecuencias funestas de esta acedia para la vida espiritual.

Tomo de un diccionario de espiritualidad lo que se nos dice acerca de las consecuencias de la acedia, dice: Al atacar la vitalidad de las relaciones con Dios, la acedia conlleva consecuencias desastrosas para toda la vida morra y espiritual. Disipa el tesoro de todas las virtudes, la acedia se opone directamente a la caridad -es el pecado contra el amor, a Dios y a las criaturas- pero también se opone a la esperanza, a los bienes eternos -porque no se goza del cielo-, contra la fortaleza -porque el gozo del Señor es nuestra fortaleza, donde falta el gozo del amor de Dios no hay fortaleza para hacer el bien-, se opone a la sabiduría, al sabor del amor divino, y sobre todo se opone a la virtud de la religión que se alegra en el culto -¿por qué están desertando los católicos, en tantos países, del culto dominical?, ¿y por qué también a veces el culto dominical decae de su calidad de culto gozoso en el Señor y a veces se hecha mano de una bullanguería ruidosa pero que no celebra la verdadera gloria del Señor, volviéndose más bien un espectáculo que procura distraer o entretener para tapar el aburrimiento de un alma que no sabe alegrarse en Dios-, se opone por lo tanto a la devoción, al fervor, al amor de Dios y a su gozo. Sus consecuencias se ilustran claramente por sus defectos o, para usar la denominación de la teología medieval, por sus hijas: la disipación, un vagabundeo ilícito del espíritu, la pusilanimidad, el pequeño ánimo, la torpeza, el rencor, la malicia. Esta corrupción de la piedad teologal, da lugar a todas las formas de corrupción de la piedad moral, también origina males en la vida social, en la convivencia -no digamos nada en la vida eclesial, donde las personas se alegran del bien que Dios hace en otro porque no lo hace en uno-, la detracción de los buenos, la murmuración, la descalificación por medio de las burlas, las críticas y hasta las calumnias a los devotos.

Que importante conocer este mal del que nos seguiremos ocupando.

Queridos hermanos agradecemos las luces de Dios y de la Iglesia sobre este demonio de la acedia que nos pone en guardia contra él, y le pido al Señor los bendiga y los proteja -por medio de San Miguel Arcángel y el Ángel de la Guarda- de este demonio de la acedia, que nos ataca por dentro, desde el fondo de nuestro corazón, de nuestra alma, pero que también nos ataca desde la cultura que nos rodea. Nos encontraremos entonces en el próximo capítulo, donde seguiremos profundizando e iluminando este peligro que nos rodea y que es importante conocer.

Preguntas y comentarios al autor de este artículo, P. Horacio Bojorge S.J.