sábado, 26 de mayo de 2018

¿Puede alguien esterilizarse por razones de salud?

Esta pregunta puede entenderse de situaciones muy diversas, a las cuales, por consecuencia, se debe responder diversamente

Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org




Pregunta:

¿Puede un médico extirpar un útero que se ha vuelto peligroso para la vida de una mujer o al menos eliminar las funciones que conducirían a un nuevo embarazo?

Respuesta:

Esta pregunta puede entenderse de situaciones muy diversas, a las cuales, por consecuencia, se debe responder diversamente. Podemos encontrarnos ante tres casos distintos:
  1. Un útero que presenta un peligro grave actual.
  2. Un útero que presenta un peligro potencial.
  3. Que se plantee la posibilidad no ya de extirpar el útero sino de eliminar una función que elimine el peligro de embarazo (como, es el caso de la ligadura de trompas)[1].

Cuando el útero representa un peligro actual

Cuando el útero –por ejemplo, durante un parto o una cesárea– resulta tan seriamente dañado que se hace médicamente indicada su extirpación (esto se denomina “histeroctomía”), incluso total, para evitar un grave peligro actual para la vida o la salud de la madre, es lícito seguir tal procedimiento aunque ello comporte para la mujer una esterilidad permanente.
La razón fundamental es que el objeto moral de este acto es la acción terapéutica[2]. Esto quiere decir que  tanto el médico como  la paciente “quieren” en este caso, de modo directo, una acción que produce la salud o al menos elimina un peligro real y actual. El objeto de este acto no es hacer a la mujer incapaz de procrear, sino amputar o suprimir un órgano reproductivo en cuanto y por cuanto éste constituye un grave peligro para la vida o la salud del sujeto.
Para que se tenga que llegar a esta situación, deben cumplirse  tres condiciones esenciales, ya señaladas por Pío XII en 1953:


     1º Que la presencia o el funcionamiento de ese órgano particular en el conjunto del organismo provoque un daño serio o constituya una amenaza de daño serio para el mismo.
      2º Que este daño serio no pueda ser evitado o al menos no pueda ser notablemente disminuido sino mediante la supresión orgánica o funcional.
     3º Que prudentemente pueda presumirse que el efecto negativo (la mutilación) será compensado por el efecto positivo (supresión o disminución del peligro o del sufrimiento)[3].
Este juicio moral se apoya en el llamado principio de totalidad. Pío XII lo expresó en los siguientes términos: “cada órgano particular está subordinado al conjunto del cuerpo y debe someterse a éste en caso de conflicto. En consecuencia, quien ha recibido el uso de todo el organismo tiene el derecho de sacrificar un órgano particular, si su conservación o su funcionamiento causan al todo un notable estorbo imposible de evitar de otra manera”[4].
La clave para que este principio se mantenga en sus justos términos radica en la recta comprensión del concepto de “subordinación” o “funcionalidad” empleado por Pío XII. Hay realidades que son partes de un todo, pero al mismo tiempo trascienden esa condición de “partes” en cuanto tienen también un valor en sí mismas, independientemente del todo al que pertenecen: tal es el caso del ser humano y la sociedad con la que se vincula (es parte de la sociedad pero su realidad no se agota en el ser parte –como ocurre con el engranaje de una maquinaria– sino que tiene un valor intrínseco y un fin trascendente personal, por lo cual el principio de totalidad no se le puede aplicar –en relación con la sociedad– de modo absoluto, sino complementándolo con otros principios[5]). Otras realidades, en cambio, son partes de un todo y solamente partes: su valor está, pues, condicionado por su relación con el bien del todo al que pertenecen; tal es el caso de los órganos corporales, y en este sentido, en la medida en que pongan en peligro real el bien del todo, el hombre tiene derecho a suprimirlo en favor de la totalidad de la persona.

Por lo dicho, se sigue que el acto del que estamos hablando es en sí mismo bueno, porque se configura como una acción estrictamente terapéutica[6].

Cuando el útero representa sólo un peligro potencial

Nos encontramos en una situación distinta.
Cuando el útero –por ejemplo, a causa de precedentes intervenciones– se encuentra en tal estado que, aunque no constituya en sí un riesgo actual para la vida o la salud de la mujer, no está ya previsiblemente en condiciones de llevar a término un futuro embarazo sin peligro para la madre –peligro que en algunos casos puede resultar incluso grave–, no es lícito extirparlo a fin de prevenir tal eventual peligro futuro derivado de la gestación.
La razón de que este juicio sea diametralmente opuesto al anterior, se basa, sin embargo, en el mismo criterio. El objeto moral de este segundo acto es aquí la acción esterilizante: el médico (y la paciente cuando se somete voluntariamente) quieren con su acto la misma esterilización que se contiene en la acción de extirpar el útero.
 Esta acción se denomina esterilización directa: “por esterilización directa –decía Pío XII– nosotros designamos la acción que se propone como fin o como medio el hacer imposible la procreación…”[7]. Busca la esterilidad como fin cuando hay una intención exclusivamente anticonceptiva (no se trata de cuestiones de salud sino simplemente de no querer más nacimientos). La busca como medio cuando se procura a través de la esterilización evitar un futuro embarazo que pondría en riesgo la vida de la mujer.
A esta enseñanza firme y unánime de la Iglesia se han opuesto algunos moralistas[8]. El error fundamental de estos autores es el no reconocer la importancia del objeto moral en la calificación ética del acto humano, viéndose obligados a recurrir a principios consecuencialistas, teleologistas o proporcionalistas.
Para entender el juicio del Magisterio, debemos tener en cuenta que en este caso el útero no representa un peligro actual para la mujer. El peligro sobrevendrá en caso que la mujer vuelva a quedar embarazada. Pero la gestación depende de la realización de un acto sexual libre durante los períodos fecundos. El riesgo se elimina evitando tales actos durante el tiempo de fecundidad y no extirpando el útero, el cual, mientras no se verifique una nueva gestación, no constituye un peligro para la mujer.
Permitiéndome usar el ejemplo dado por otro moralista, podríamos decir que aconsejar la extirpación del útero en el caso planteado, es tan absurdo como indicar la amputación de las piernas a un futbolista afectado por una dolencia grave al corazón, pretendiendo de este modo que no caiga en la tentación de hacer deporte. Sus piernas son para él un peligro potencial, porque la práctica del deporte comprometería seriamente su corazón enfermo, pero el peligro no viene de las piernas, sino del acto libre que consiste en usarlas deportivamente.
Por esto la Congregación para la Doctrina de la Fe explica el caso analizado diciendo que en esta situación: el útero… no constituye in se y per se ningún peligro actual para la mujer. Por tanto, los procedimientos arriba descritos no tienen carácter propiamente terapéutico sino que se ponen en práctica para hacer estériles los futuros actos sexuales, de suyo fértiles, libremente realizados. El fin de evitar los riesgos para la madre derivados de una eventual gestación es pues perseguido por medio de una esterilización directa, en sí misma siempre ilícita moralmente, mientras que quedan abiertas a la libre elección otras vías moralmente lícitas[9].

El recurso a la ligadura de trompas

¿Qué sucede con la práctica empleada en muchos casos (para el mismo caso que acabamos de analizar) de realizar una ligadura de trompas en lugar de extirpar el útero?
Aunque el procedimiento sea más simple para el médico y que, en algunos casos, la esterilidad provocada pueda ser reversible, sin embargo, sigue siendo un procedimiento moralmente ilícito.
En efecto, este caso no es más que una variante del anterior. Vale para él, por tanto, lo que ya hemos dicho. Por otra parte, el hecho de que en tales casos la ligadura de las trompas se presente como una alternativa a la extirpación del útero, constituye una confirmación de la respuesta anteriormente dada: el útero no representa un riesgo en sí y por sí (y por eso la ligadura de trompas lo deja como está), sino que éste proviene del eventual embarazo.
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[1] Los tres problemas han sido objeto de una consulta a la Congregación para la Doctrina de la Fe, por lo que contestaremos comentando la respuesta de dicho dicasterio . El texto lleva fecha del 31 de julio de 1993, firmado por el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal J. Ratzinger (cf. Rev. PALABRA, diciembre de 1993, p. 19).
[2] Sobre el objeto moral dice la Enc. Veritatis Splendor: “El objeto del acto del querer es un comportamiento elegido libremente… El objeto es el fin próximo de una elección deliberada que determina el acto del querer de la persona que actúa” (n. 78). “El elemento primario y decisivo para el juicio moral es el objeto del acto humano, el cual decide sobre su ‘ordenabilidad’ al bien y al fin último que es Dios” (n. 79).
[3] Pío XII: Discurso a los participantes en el XXVIº Congreso italiano de Urología, 8 de octubre de 1953, en: López-Obiglio, Pierini, Ray, Pío XII y las ciencias médicas, Ed. Guadalupe, Bs.As. 1961, p. 178.
[4] Ibid.
[5] Cf. la diversa aplicación del principio al “todo físico” (como el cuerpo humano) y al “todo moral” (como el cuerpo social) en en discurso de Pío XII Sobre la licitud del trasplante de córnea, del 13 de mayo de 1956, en Pío XII y las ciencias médicas, op. cit., p. 245.
[6] Por este motivo llamar a este acto “esterilización terapéutica” o “esterilización indirecta”, si bien así se encuentran en el mismo Magisterio, no es lo más apropiado. Hablando moralmente la llamada “esterilización terapéutica o indirecta” no es esterilización, sino un acto terapéutico que no busca la esterilidad ni como fin ni como medio (la esterilidad se sigue como consecuencia tolerada por su conexión inevitable con la acción terapéutica). Por esto la llamada esterilización indirecta y la esterilización directa no son dos especies de un mismo género sino dos actos formalmente diversos: aunque físicamente se asemejen, son diversos por su objeto moral.
[7] Pío XII, Discurso al Congreso Internacional de Hematología, 12 de setiembre de 1958; en: Pío XII y las ciencias médicas, op. cit., p. 354; cf. Discurso a las Obstétricas Católicas, 29 de octubre de 1951, ibid., p. 109.
[8] Por ejemplo, Javier Gafo (Cf. Nuevas perspectivas en la Moral Médica, IEE, Madrid 1978, pp. 180-181), Henry Peschke (Cf. Christian Ethics, Alcester and Dublin, 1978, T. II, pp. 332-333), Bernard Häring (Cf. Libertad y fidelidad en Cristo, Herder, Barcelona 1983, T. III, p. 40-41; también: Moral y Medicina, P.S., Madrid 1977, p. 92), L. Rossi (Cf. su artículo sobre la esterilización en el Diccionario Enciclopédico de Teología Moral, Paulinas, Madrid 1978, p. 346), Marciano Vidal (Cf. Moral de actitudes, Paulinas, Madrid 1977, T. II, pp. 274-275), etc.
[9] Cf. la respuesta citada más arriba.
Este artículo fue publicado originalmente por nuestros aliados y amigos: El Teólogo Responde

domingo, 20 de mayo de 2018

DOMINGO de PENTECOSTÉS 2018





Día 20 Domingo de Pentecostés La la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles no se narra en los evangelios sino en otro libro del nuevo testamento, “Los Hechos de los Apóstoles”, escrito por uno de los evangelistas, san Lucas. Aquel día se cumplió, como Jesús había prometido, el descenso del Paráclito, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, sobre los que estaban reunidos en aquel lugar. Yo rogaré al Padre –les había dicho– y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de la verdad, al que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce. Como nos sucedería a cualquiera, si estuviéramos a punto de quedarnos sin quien más queremos en la vida, los apóstoles estaban tristes al oírle a Jesús decir que se marchaba. El ambiente de la última cena era especialmente íntimo; diríamos que Jesús se desahoga con los suyos. Les manifiesta abiertamente lo que lleva en su corazón en esas últimas horas antes de la pasión, aunque sin poder evitar el misterio para las inteligencias de ellos, todavía demasiado humanas, poco sobrenaturales. Y a la vez, sale al paso de la inquietud de los Apóstoles, de lo que en esos momentos les preocupa. Se acerca la hora del triunfo y, aunque no será como ellos se imaginan, va a cumplirse –y a la perfección– la tarea redentora que le llevó a encarnarse. Una vez consumada la misión del Hijo en favor del hombre, la presencia de Dios junto a nosotros –siempre necesaria para que podamos ser santos– tendrá lugar con la Tercera Persona, el Santificador: Os conviene que me vaya, les dijo, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy, os lo enviaré. El mismo Dios, en su Tercera Persona, es prometido por Jesucristo antes de su Pasión y de su Ascensión. Y de tal modo sería su venida y su presencia en el mundo que, por dura y misteriosa que les pareciera a los apóstoles la marcha del Señor, era muy conveniente y mejor para el hombre esa otra presencia divina en nosotros. Con admirable sencillez, les expone Jesús el plan divino para la santificación de la humanidad: Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. También vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. La presencia permanente de Dios Espíritu Santo en el cristiano se manifiesta en un testimonio continuo en él de Jesucristo; de modo que, por la acción del Paráclito, los hijos de Dios tenemos en la mente y en el corazón la vida y las enseñanzas de Jesús. Su doctrina es así una referencia constante para la propia conducta y un ideal de vida para la sociedad: el cristiano, consecuente con su condición, intenta de modo natural, a instancias del Espíritu, implantar con su vida por doquier el ideal del Evangelio.

sábado, 12 de mayo de 2018

7 claves para rezar el rosario y fortalecer el matrimonio

Todas estas claves han demostrado ser útiles consejos para dar al Rosario un lugar regular en la vida matrimonial


Por: Katie Warner | Fuente: CatholicKatie.com // Pildoras de fe




Las primeras 3 claves son tomadas de los consejos del Padre Cole, seguidas por algunas que he adquirido a través del ensayo y error personal y escuchando lo que hacen otras familias.
Todas estas claves han demostrado ser útiles consejos para dar al Rosario un lugar regular en la vida familiar.

1.- Haz una pausa y reflexiona después de cada misterio.

En cada decena menciona el misterio y luego haz una pausa para reflexionar sobre ese misterio, recordando meditar en ese momento de la vida de Cristo (tal vez incluso desde la perspectiva de María), luego de esto continúa con el Padre Nuestro y Ave María.

2.- Ofrece cada decena por una intención específica.

Que uno de los miembros de la familia mencione una intención por la cual le gustaría ofrecer esa decena. Puede hacerlo una sola persona en todo el rosario o pueden turnarse para que participen todos.

3.- Divide el Rosario.

El sacerdote dominico, el Padre Cole, recomienda que la gente considere rezar una decena del Rosario en diferentes momentos a lo largo del día, lo que permite más tiempo para centrarse en cada uno de los misterios.

Se recomienda esto como una alternativa mucho mejor que hacer apurado todo el rosario sin meditarlo por el simple hecho de orar todo de una vez.
En familia pueden aplicar esto en distintos momentos del día y concluir juntos en la noche rezando el último misterio.

4.- Escoge un tiempo establecido.

En nuestra familia, por lo general rezamos una decena del Rosario después de la cena, ya que en ese momento estamos todos reunidos.
Advertencia: Si están demasiado cerca de la hora de acostarse, te encontrarás con que todos estarán somnolientos, es importante también establecer un lugar y una rutina que evite las distracciones o quedarse dormidos durante la oración.

5.- Intercambien los roles.

Tal vez papá dirige el primer misterio y reza la primera parte de las oraciones y el resto de la familia las completa, luego lo puede hacer mamá y también se les puede dar a los niños la oportunidad de dirigir los misterios para que vayan aprendiendo y sintiéndose familiarizados y cómodos con el Rosario.

6.- Pidan la intercesión de los santos.

Cada miembro de la familia puede pedir la intercesión de su santo favorito antes o después del rosario o en cada decena.

7.- Establezcan un clima de oración.

Creen una atmósfera sagrada alrededor del lugar en donde ustedes oran en familia. Tal vez pueden tener cercana una imagen o ícono de Jesús y de la Santísima Virgen y también encender velas. Es un lindo detalle colocar flores en el lugar de oración.
"Muchos en el mundo han perdido el sentido de la contemplación, pero si se recupera, la oración podría reforzar considerablemente los individuos y las familias... Si el rosario se hace correctamente, realmente puede fortalecer un matrimonio. Debido a que en el matrimonio [y en la familia], tendrás que enfrentar pruebas y dificultades, necesitas paciencia y amabilidad, y éstas son gracias que el Rosario nos ofrece cuando lo rezamos "- Padre Basil Cole, O.P.
Este artículo fue publicado originalmente en Catholic Katie
Adaptado y traducido por Qriswell Quero para nuestros aliados y amigos:
PildorasDeFe.net

sábado, 5 de mayo de 2018

¿Qué significa aquello de cargar tu cruz?

Jesús nos dice: El que quiera ser discípulo mío debe negarse a sí mismo, cargar con su cruz y seguirme


Por: Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) | Fuente: ciudadredonda.org




Entre las muchas enseñanzas de Jesús, encontramos esta invitación que nos parece más bien dura: El que quiera ser discípulo mío debe negarse a sí mismo, cargar con su cruz diariamente y seguirme. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mi causa la encontrará.
Sospecho que es un poco visceralmente como todos nosotros entendemos esto y lo que nos costará; pero sospecho también que muchos de nosotros entendemos mal lo que Jesús pide aquí, y luchamos de mala manera con esta invitación. ¿Qué quiere decir Jesús, en concreto, con esto?
Para responder a esto, me gustaría apoyarme en algunas observaciones  ofrecidas por James Martin en su libro “Jesús, una peregrinación”. El autor sugiere que cargar con nuestra cruz diariamente y entregar la vida con el fin de encontrar una vida más profunda significa seis cosas bien compenetradas.


Primera, significa aceptar que el sufrimiento es una parte de nuestras vidas. Aceptar nuestra cruz y entregar nuestras vidas significa que, en cierto modo, tenemos que hacer la paz con el inalterable hecho de que la frustración, el desánimo, el dolor, la desgracia, la enfermedad, la deslealtad, la tristeza y la muerte son parte de nuestras vidas y deben ser aceptadas, al fin y al cabo, sin amargura. En tanto en cuanto alimentemos la idea de que el dolor que hay en nuestras vidas es algo que necesitamos rechazar, nos encontraremos habitualmente amargados, amargados por no haber aceptado la cruz.


Segunda, cargar con nuestra cruz y entregar nuestras vidas significa que, en nuestro sufrimiento, podemos dejar de contagiar nuestra amargura a aquellos que están alrededor de nosotros. Tenemos fuerte inclinación, al menos como parte de nuestros naturales instintos,  a hacer sufrir a otros cuando nosotros estamos sufriendo: ¡Si estoy  amargado, me aseguraré de que otros que están alrededor de mí no estén amargados también! Esto no significa, como señala Martin, que no podamos compartir nuestra pena con otros. Pero hay una manera saludable de hacer esto, donde nuestro compartir deja a otros libres, como opuestos a un insano modo de compartir, que trata sutilmente de hacer a otros  desgraciados porque nosotros somos desgraciados. Hay diferencia entre el sano gemido bajo el peso de nuestro dolor y el insano lamento en auto-compasión y amargura bajo ese peso. La cruz nos da permiso para hacer aquello, pero no esto. Jesús gimió bajo el peso de su cruz, pero ninguna auto-compasión, lamento o amargura brotó de sus labios o de su maltratado cuerpo.


Tercera, caminar tras las huellas de Jesús mientras él carga con su cruz significa que debemos aceptar algunas otras muertes antes que nuestra muerte física, que nosotros estamos invitados a dejar morir algunas partes de nosotros mismos. Cuando Jesús nos invita a morir con el fin de encontrar la vida, antes de todo, no está hablando de la muerte física. Si vivimos en adultez, veremos que hay miles de otras muertes por las que  debemos pasar antes de que muramos físicamente. La madurez y el discipulado cristiano tratan de nombrar continuamente nuestras muertes, afirmar nuestros nacimientos, llorar nuestras pérdidas de cosas o personas, aceptar lo que ha muerto y recibir el nuevo espíritu para la nueva vida que ahora estamos viviendo. Estas son las etapas del misterio pascual y las etapas del crecimiento. Hay muertes diariamente.


Cuarta, eso significa que debemos esperar la resurrección, que aquí en esta vida todas las sinfonías deben quedar inacabadas. El libro de los Proverbios nos dice que, a veces, en medio del dolor, lo mejor que podemos hacer es poner nuestras bocas en el polvo y esperar. Cualquier auténtica comprensión  de la cruz lo asegura. Y así, mucho de la vida del discipulado es sobre la espera, la espera en frustración, dentro de la injusticia, dentro del dolor, en anhelante y combatiente amargura, mientras esperamos algo o a alguien que venga y cambie nuestra situación. Nosotros gastamos alrededor del 98% de nuestras vidas esperando, de una manera y otra, su cumplimiento. La invitación de Jesús a que lo sigamos implica esperar aceptando vivir por dentro una sinfonía inacabada.


Quinta, cargar con nuestra cruz diariamente significa aceptar que el regalo que Dios nos hace es con frecuencia algo que no esperamos. Dios siempre responde a nuestras oraciones, pero frecuentemente dándonos lo que de verdad necesitamos más que lo que creemos que necesitamos. La Resurrección -dice James Martin- no viene cuando la esperamos y raramente se ajusta a nuestra opinión de cómo una resurrección debería ocurrir. Cargar con la cruz es estar abierto a la sorpresa.


Finalmente, tomar tu cruz y estar queriendo entregar tu vida significa vivir en una fe que cree que nada es imposible para Dios. Como James Martin indica, esto significa aceptar que Dios es más grande que la imaginación humana. En verdad, cuando sucumbimos a la idea de que Dios no puede ofrecernos un camino fuera de nuestro dolor en una especie de novedad, es precisamente porque hemos reducido a Dios al tamaño  de nuestra propia imaginación limitada. Sólo es posible aceptar nuestra cruz, vivir en confianza y no crecer amargados en el dolor si creemos en las posibilidades que existen más allá de lo que podemos imaginar, esto es, si creemos en la Resurrección.


Nosotros podemos cargar con nuestra cruz cuando empezamos a creer en la Resurrección.