domingo, 25 de abril de 2010

Santi y la muerte cerebral

En un ámbito como éste no se puede dar la mínima sospecha de arbitrio y, cuando no se haya alcanzado todavía la certeza, debe prevalecer el principio de precaución


Santi y la muerte cerebral
Santi y la muerte cerebral
He visto a muchos muertos en mi vida.

El primero... a los nueve años de edad. Me llevaron del colegio al entierro del profesor Magaña, maestro de matemáticas. Recuerdo, como si fuera ayer, su rostro grisáceo dentro del ataúd, sus ojeras profundas y negras... Acerqué mi mano a su frente, pues le tenía gran aprecio, y sentí por primera vez el frío característico de un cuerpo sin vida... sensación que guardo en mis recuerdos hasta el día de hoy. El profesor estaba muerto, sin lugar a dudas.

De él, siguió la maestra de música, quien murió de púrpura sanguíneo ese mismo año y la veo aún en mi memoria, en su ataúd, con la cara amoratada... como si la hubieran golpeado, al igual que sus manos, entrecruzadas en el pecho. Su rostro rígido era el rostro mismo de la muerte. Estaba muerta, sin duda alguna.

No contaré de todos los muertos que han pasado por mi vida, pues el cuento se haría demasiado largo, pero he visto morir abuelos y abuelas, tíos y tías, primos y amigos cercanos, he visto morir a mi madre y a mi suegra... a todos ellos he tenido la oportunidad de despedir con un último beso en la frente y... todos... absolutamente todos, han dejado en mis labios el recuerdo del frío y la rigidez propias de la muerte.

No es así el caso del pequeño Santi, amigo del séptimo de mis hijos, a quien tengo ahora frente a mí, tendido en una cama de hospital y conectado a un respirador que va directo a su garganta y a varias sondas que entran en sus pequeños brazos.

Santi ingresó al hospital hace un par de días, para una sencillísima operación de amígdalas... las cosas se complicaron... tuvo una hemorragia interna que desencadenó una hemorragia cerebral y... ahora, los doctores afirman que Santi está muerto y recomiendan a los papás, con exagerada insistencia, donar todos sus órganos, empezando con el corazón, por supuesto.

Debo decir que Santi no es un muerto como los otros que han visto mis ojos: su cuerpo está tibio, su corazón late a ritmo normal, sus pulmones inhalan y exhalan al ritmo del respirador... su cara está rosada y sus facciones no tienen ningún signo de rigidez.

¿Está Santi realmente muerto? ¿Tan muerto como para poder sacarle el corazón latiendo, con la plena seguridad de no estar cometiendo un sacrificio humano, al estilo de los aztecas?

Es curioso que los doctores y enfermeras le llaman “el pacientito con muerte cerebral”. Me pregunto porqué no le llaman “el cadáver” en lugar de “el pacientito”. ¿Será que ellos tampoco están seguros de que Santi esté muerto y de que su cuerpo realmente sea un cadáver?

Recuerdo que en agosto del año 2000, Juan Pablo II marcó unos criterios éticos para los trasplantes y habló de la exigencia de tener la certeza moral de la muerte del sujeto, antes de realizar cualquier transplante de un órgano vital.

¿Cómo obtener esa certeza moral en el caso de Santi?

Juan Pablo II nos dijo que, para tener la certeza de la muerte, podemos confiar en el criterio neurológico, que significa la cesación total e irreversible de toda actividad cerebral (en el cerebro, el cerebelo y el tronco encefálico).

No soy médico, pero todos los que pasamos por el bachillerato sabemos que el tronco encefálico es el que regula los signos vitales... el latido del corazón, los movimientos respiratorios y el flujo vascular.

El corazón de Santi está latiendo y sus pulmones moviéndose... su sangre está circulando. Al parecer no ha cesado la actividad de su tronco encefálico... ¿o sí? Los doctores aseguran que si su corazón late, es sólo por los medicamentos que le están administrando y no por una actividad en el tronco encefálico; aseguran también, que sus pulmones funcionan sólo por el respirador y no por una actividad cerebral.

¿Podemos estar 100% seguros de eso? La única manera de comprobarlo, para tener una absoluta certeza, sería quitar los medicamentos y quitar el respirador. Si, entonces, el corazón de Santi deja de latir y los pulmones dejan de funcionar total e irreversiblemente, significaría, con una completa seguridad, que efectivamente el tronco encefálico ha cesado su actividad.

Por supuesto... los doctores se niegan a quitar los medicamentos y el respirador, pues si el corazón deja de latir, ya no les serviría para trasplantarlo. Su “cosecha de corazones”, que significa muchos miles de dólares en sus bolsillos, se vería frustrada.

¿Deben acceder los papás a la presión de los doctores para que “en un acto de generosidad extrema” otorguen el permiso de sacarle el corazón a Santi, sin tener la certeza absoluta de que está muerto, totalmente muerto?

Benedicto XVI, nuestro gran Papa, no ha dejado la menor duda acerca de qué debemos hacer en el caso de Santi y de todos los “pacientes con muerte cerebral”.

El Papa ha pronunciado hace pocos días un discurso acerca de los trasplantes en el que ha retomado todas las palabras de Juan Pablo II, dando continuidad y coherencia a la doctrina del Magisterio, pero ha añadido un párrafo que complementa e ilumina la difícil decisión que deben tomar ahora los papás de Santi y los papás de todos los “Santis” del mundo.

Copio sus palabras:

De todos modos, es útil recordar que los diferentes órganos vitales sólo pueden extraerse ex cadavere [del cadáver, ndt.], que posee una dignidad propia que debe ser respetada. La ciencia, en estos años, ha hecho progresos ulteriores para constatar la muerte del paciente. Es bueno, por tanto, que los resultados alcanzados reciban el consenso de toda la comunidad científica para favorecer la búsqueda de soluciones que den certeza a todos. En un ámbito como éste no se puede dar la mínima sospecha de arbitrio y, cuando no se haya alcanzado todavía la certeza, debe prevalecer el principio de precaución.

“Debe prevalecer el principio de precaución”. Es un mandato del Papa: mientras la ciencia no pueda, como hasta ahora no ha podido (*), aportar datos suficientes para que estemos absolutamente ciertos de que el cuerpo de Santi es un cadáver, no podemos, ni debemos permitir, que los médicos saquen su corazón.

¡Gracias Benedicto XVI, eres un pastor seguro y fiel!

Lucrecia Rego de Planas

Preguntas o comentarios

Si deseas leer más sobre transplantes

(*) El 14 de agosto del 2008 se anunció en un artículo científico que se había logrado realizar el primer trasplante de un corazón que ya no estaba latiendo http://www.medscape.com/viewarticle/579079. Parecía ser una buena noticia, pero... el procedimiento que usaron es digno de una película de terror. Imagínenlo: los médicos “preparan” en el quirófano al donante con “muerte cerebral” y al receptor, abriéndoles el pecho a los dos y dejando sus corazones latiendo al descubierto; quitan al donante las sondas y el respirador y... observando pasivamente cómo su corazón se apaga (sin hacer absolutamente nada por reanimarlo), cuentan 75 segundos (tiempo máximo de espera para que el corazón sin latir les siga siendo “útil”) y si no vuelve a latir a lo largo del “75, 74, 73... 2, 1, 0”, orgullosos y satisfechos de tener ya la "certeza absoluta" de la muerte del donante, le arrancan el corazón sin perder un segundo y lo trasplantan a su nuevo recipiente.



domingo, 18 de abril de 2010

Deploran avance de proyecto de uniones homosexuales en Argentina


BUENOS AIRES, 17 Abr. 10 / 09:02 pm (ACI)

El Servicio a la Vida del Movimiento Fundar, informó que las comisiones de Legislación General y Familia, Mujer, Infancia y Juventud de la Cámara de Diputados de la Nación, emitieron un dictamen que propone modificar el Código Civil "para incluir como pretenso matrimonio a las uniones de personas del mismo sexo".

El proyecto deberá ser tratado por el plenario de la Cámara. De ser aprobado se modificarán varios artículos, como el 172, referido al consentimiento para que haya matrimonio, reemplazando la expresión "hombre" y "mujer" por "ambos contrayentes". También se reemplazarán las expresiones "padre" y "madre" por "padres".

El Servicio a la Vida advierte que con este proyecto también se está abriendo la puerta a las adopciones de menores por parte de parejas homosexuales, ya que se propone modificar la ley del nombre (18.248).

Con ello se dirá que: "Los hijos matrimoniales de cónyuges del mismo sexo llevarán el primer apellido de alguno de ellos. A pedido de estos podrá inscribirse el apellido compuesto del cónyuge del cual tuviera el primer apellido o agregarse el del otro cónyuge. Si no hubiera acuerdo acerca de qué apellido llevará el adoptado y si ha de ser compuesto, cómo se integrará, los apellidos se ordenarán alfabéticamente...".

"Cabe preguntarse cómo pueden tener ‘hijos matrimoniales’ dos personas del mismo sexo", preguntó el Movimiento Fundar, que advirtió de todas las consecuencias legales y éticas si se buscar dar "hijos" a estas parejas a través de la fecundación artificial.

Finalmente, señaló que se trata de un proyecto inconstitucional, porque la Carta Magna y los Tratados Internacionales "reconocen y protegen a la familia fundada en la unión de varón y mujer. Además, en el específico caso de la adopción o de la pretensión de tener hijos por técnicas de procreación artificial, se afecta el interés superior del niño, criterio rector de la Convención sobre los Derechos del Niño".

"Esperamos que estas iniciativas no se sancionen y que los legisladores estén a la altura de las circunstancias en el ejercicio de su responsabilidad de proteger a la familia y al matrimonio de varón y mujer, para bien de toda la sociedad", expresó el Servicio a la Vida.

domingo, 11 de abril de 2010

Domingo de la Divina Misericordia

El primer domingo después de Pascua celebramos la fiesta de la Divina Misericordia, según las revelaciones de Jesús a Santa Faustina. Esta fue la devoción preferida de nuestro amado Juan Pablo II, junto con la de Fátima, por la que se sentía protegido, y también de nuestro Papa Benedicto XVI.


Dijo JESÚS a sor Faustina:

«Aquéllos que proclamen Mi gran Misericordia, Yo mismo los defenderé en la hora de la muerte como mi Gloria, aunque los pecados de las almas fuesen negros como la noche.» Nº 378.
«Esta es la hora de la gran Misericordia para el mundo entero. ...En esta hora nada le será negado al alma que lo pida por los méritos de mi Pasión.» Diario, Nº 1320.

INDULGENCIAS

"Se concede indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística, y oración etc.), al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado Domingo de la Misericordia Divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia Divina. O al menos rece, en presencia del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús Misericordioso." (Ej.: "Jesús Misericordioso, en tí confío".)

La devoción a la Divina Misericordia es un gran regalo de Dios a la Iglesia, a nosotros. Celebremos el Amor de Dios con un corazón pleno de felicidad, de reconocimiento a un Jesús que después de dos mil años, sigue siendo tan Bueno como en la Galilea de Pedro y los demás apóstoles.

domingo, 4 de abril de 2010

¡Ha resucitado el Señor!

Juan 20, 1-9. Domingo de Resurrección. ¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!




Reflexión


“¡Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación!”. Con estas palabras inicia el maravilloso pregón pascual que el diácono canta, emocionado, la noche solemne de la Vigilia de la resurrección de Cristo. Y todos los hijos de la Iglesia, diseminados por el mundo, explotan en júbilo incontenible para celebrar el triunfo de su Redentor. ¡Por fin ha llegado la victoria tan anhelada!

En una de las últimas escenas de la película de la Pasión de Cristo, de Mel Gibson, tras la muerte de Jesús en el Calvario, aparece allá abajo, en el abismo, la figura que en todo el film personifica al demonio, con gritos estentóreos, los ojos desencajados de rabia y con todo el cuerpo crispado por el odio y la desesperación. ¡Ha sido definitivamente vencido por la muerte de Cristo! En este sentido es verdad –como proclamaba Nietzsche— “que Dios ha muerto”. Pero ha entregado libre y voluntariamente su vida para redimirnos, y con su muerte nos ha abierto las puertas de una vida nueva y eterna.

Es muy sugerente el modo como Franco Zeffirelli presenta la escena de la resurrección en su película “Jesús de Nazaret”. Los apóstoles Pedro y Juan vienen corriendo al sepulcro, muy de madrugada, y no encuentran el cuerpo del Señor. Luego llegan también dos miembros del Sanedrín para cerciorarse de los hechos, y sólo hallan los lienzos y el sudario, y el sepulcro vacío. Y comenta fríamente uno de ellos: “¡Éste es el inicio!”.

Sí. El verdadero inicio del cristianismo y de la Iglesia. De aquí arrancará la propagación de la fe al mundo entero. Porque la Vida ha vuelto a la vida. Cristo resucitado es la clave de todas nuestras certezas. Como diría Pablo más tarde: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados… Pero no. Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen” (I Cor 15, 14.17.20). En Él toda nuestra vida adquiere un nuevo sentido, un nuevo rumbo, una nueva dimensión: la eterna.

Y, sin embargo, no siempre resulta fácil creer en Cristo resucitado, aunque nos parezca una paradoja. Una de las cosas que más me llaman la atención de los pasajes evangélicos de la Pascua es, precisamente, la gran resistencia de todos los discípulos para creer en la resurrección de su Señor. Nadie da crédito a lo que ven sus ojos: ni las mujeres, ni María Magdalena, ni los apóstoles –a pesar de que se les aparece en diversas ocasiones después de resucitar de entre los muertos—, ni Tomás, ni los discípulos de Emaús. Y nuestro Señor tendrá que echarles en cara su incredulidad y dureza de corazón. El único que parece abrirse a la fe es el apóstol Juan, tal como nos lo narra el Evangelio de hoy.

Pedro y Juan han acudido presurosos al sepulcro, muy de mañana, cuando las mujeres han venido a anunciarles, despavoridas, que no han hallado el cuerpo del Señor. Piensan que alguien lo ha robado y les horroriza la idea. Los discípulos vienen entonces al monumento, y no encuentran nada. Todo como lo han dicho las mujeres. Pero Juan, el predilecto, ya ha comenzado a entrar en el misterio: ve las vendas en el suelo y el sudario enrollado aparte. Y comenta: “Vio y creyó”. Y confiesa ingenuamente su falta de fe y de comprensión de las palabras anunciadas por el Señor: “Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él debía de resucitar de entre los muertos”.

¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.

Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia.

Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos “aparece” constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor.

Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente a una transformación interior de nuestro ser a la luz de Cristo resucitado. “El mensaje redentor de Pascua –como nos dice un autor espiritual contemporáneo— no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior –por medio de los sacramentos— sin embargo, se realiza de manera positiva, con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la presencia del Señor resucitado”.

En efecto, san Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto, que recoge la segunda lectura de este domingo de Pascua: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria” (Col 3, 1-4). ¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!

sábado, 3 de abril de 2010

Sábado Santo: la oscuridad que prepara la luz




"Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno" (Génesis 1,1) - "Envía tu Espíritu y repuebla la faz de la tierra" (Salmo 103,1). "Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto" (Exodo 14,15). "Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más" (Romanos 6,3). "El resucitado va por delante de vosotros a Galilea" (Marcos 16,1)). 6. "Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra del sepulcro, y se sentó encima" Mateo 28,1.

"Al mirar vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha, vestido de blanco: "¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde le pusieron" Marcos 16,1.

"Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús" Lucas 24,1. Con la resurrección de Cristo, el Padre rompe el silencio y expresa su juicio sobre la acción de Cristo, y naturalmente sobre quienes le crucificaron. Estos son algunos de los textos que leemos en la Vigilia Pascual.

La primera consecuencia de la resurrección de Jesús fue la reunificación del grupo de los discípulos. La pequeña comunidad no sólo se había disuelto por la crucifixión de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes. Hay que recomponer el cántaro recogiendo uno a uno los pedazos.

Las mujeres, encabezadas por la Magdalena, no se resignaron a convertir a Jesús en un recuerdo lejano. Lo continuaban buscando, aunque fuera en el sepulcro. Afortunadamente, descubrieron que el Maestro, que les había enseñado a vivir como hijos de Dios, no estaba muerto. Él continuaba convocándolos en torno al evangelio y los llenaba de su espíritu. Y se animaron a volver a reunir al grupo en Galilea. Donde todo había comenzado y podía volver a empezar.

Venían todos con el corazón destrozado por la desesperanza, la rabia y la impotencia. Quien no lo había traicionado, lo había abandonado a la hora de la tempestad. Todos habían sido infieles y todos necesitaban el perdón. Humanamente era imposible volver a dar cohesión al pequeño grupo de amigos, y crear entre ellos unidad con él, sin embargo, la presencia y la fuerza interior del resucitado lo consiguió.

La fuerza del Resucitado preside y guía la comunidad peregrina y pecadora. Si ella sabe mantener viva la presencia de Jesús Resucitado, se mantendrá viva y fuerte aun en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios. El cristiano no debe tener miedo a nada ni a nadie; pues su destino no es la muerte, sino la resurrección. A la comunidad cristiana no la preside la muerte sino la vida. Ha sido convocada para vivir, no para morir, Y precisamente a partir de la vida, en cuyo servicio está, es de donde procede su fuerza.

Para nosotros es una fuente de esperanza y de alegría, pues la Escritura nos asegura que lo que Dios hizo con Jesús lo hará con nosotros: un día se acercará a nuestra tumba y nos dirá lo mismo que le dijo Jesús a un muchacho muerto: "Hijo, soy yo quien habla: levántate".

Así también resucitaremos nosotros.

Se lee la historia de dos monjes que habían pasado su vida imaginando como sería la vida eterna después de la muerte. Hicieron un pacto: el primero en morir se le aparecería al amigo y, si la vida en el cielo era como habían pensado, debería decir simplemente «taliter» «así es». Por el contrario, si la eternidad era diferente a lo que habían imaginado, entonces debería decir «aliter». El primero que murió se apareció a su amigo. El otro monje le preguntó inmediatamente: «¿Es como nos lo habíamos imaginado?». El otro movió la cabeza y de sus labios entrecerrados salieron las palabras «totaliter aliter», «es así es pero totalmente distinto».

Pero no tenemos que esperar a encontrarnos con la Trinidad después de nuestra muerte, sino que tenemos que encontrarla en este mundo; y no fuera de nosotros, sino en nuestro interior.

Esta es la meta más profunda que por desgracia alcanzan pocos cristianos en este mundo, y sin embargo debería estar al alcance de todos nosotros. Todos, en esta tierra, deberíamos ser peregrinos en marcha, como en un éxodo, hacia la Trinidad.

Hemos leído los tres textos de los evangelios que nos relatan el hecho del encuentro de las mujeres con el sepulcro de Jesús vacío. Pero ellas aún no creen en la Resurrección. La certeza de la Resurrección de Jesús no se basa, pues, sobre el sepulcro vacío, sino sobre un encuentro con Cristo vivo. Marcos nos relata que el joven vestido de blanco, después de serenar a las mujeres para que no se asusten, les dice que están buscando a Jesús donde no está. A Dios hay que buscarle donde está: En la Eucaristía, en la Iglesia y en los pobres, que somos todos.

Dijo el Papa en la Basílica del Santo Sepulcro: Resplandeciente con la gloria del Espíritu, el Señor Resucitado es la Cabeza de la Iglesia, su Cuerpo Místico. Él la sostiene en su misión de proclamar el Evangelio de la salvación a los hombres y mujeres de todas las generaciones, ¡hasta que vuelva en gloria!

Desde este lugar, donde primero se dio a conocer la Resurrección a las mujeres y luego a los apóstoles, yo insto a todos los miembros de la Iglesia a renovar su obediencia al mandato del Señor de llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra. En el amanecer del nuevo milenio, hay una gran necesidad de proclamar a toda voz la «Buena Nueva» de que «tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16). «Señor, tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Hoy yo, como el indigno sucesor de Pedro, deseo repetir estas palabras mientras celebramos el sacrificio eucarístico en el lugar más sagrado en la tierra. Junto a toda la humanidad redimida, yo hago mías las palabras que Pedro, el Pescador, le dijo a Cristo, el Hijo del Dios Vivo: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna». Christós anésti. ¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!

La fe descansa no sobre un sepulcro vacío, sino sobre un encuentro con Cristo vivo, como el que tuvo Agustín, cuando la voz del niño le invitó en el huerto: "Tolle, lege", a abrir el libro de la Palabra de Dios y a leerlo. O como el que tuvo Santa Teresa, ante la imagen de Cristo muy llagado. O el que ella misma tuvo cuando, leyendo las Confesiones de San Agustín, le pareció que aquella voz se le dio a ella. Hasta que el cristiano no tiene un encuentro con Cristo vivo, seguirá viviendo en la mediocridad. Y ese encuentro sólo se tiene en la oración constante.

Que el Señor nos de su llamada en esta noche al recibirle en la Eucaristía resucitado.

viernes, 2 de abril de 2010

VIERNES SANTO: La cruz




En medio del griterío desbordado, Pilato les entregó a Jesús para que fuese crucificado (Jn). No es una mera condena por rebelión, ni siquiera una condena a muerte sin más, sino la muerte en la cruz. Era tan injuriosa la condena que estaba prohibida para los ciudadanos romanos. A la tortura se añadía la infamia. Era una muerte lenta y exasperante, una tortura cruel, era el peor suplicio que podían encontrar para matar. Se clavaban las manos y los pies en el madero y al colgar, el cuerpo se consumía en la asfixia. Al desangrarse, se padecía gran sed y fiebres, unido a unos dolores intensos al estar colgado el cuerpo de tres hierros. Era una muerte pública, de escarmiento por la gravedad de los delitos.

Jesús va a dar un paso en ese abajamiento y humillación para salvar a los hombres. Podía haber sido de otro modo, pero entonces no se hubiera descubierto el misterio de iniquidad del pecado y su gravedad, ni se hubiera revelado la hondura del amor de Dios. La cruz era el modo de expresar un océano sin límites de verdad y de bondad. Demuestra el amor excedente de Dios, un amor que se da, dispuesto a todo, un amor hasta el vaciamiento total. La cruz muestra el valor del hombre, el gran precio que Dios está dispuesto a pagar por la salvación de cada uno. El mismo Dios se humilla y sufre, y las ideas humanas sobre Dios tiemblan ante la realidad de tanto sufrimiento de un Dios que quiere ser un juguete para los juegos macabros de los hombres perversos. La crueldad y el dolor se hacen medios para expresar el amor misericordioso. Y Jesús como hombre asume su papel con generosidad y convierte la muerte en acto de amor humano con valor infinito, porque también es Dios.

La cruz revela la misericordia, es amor que sale al encuentro del que experimenta el mal. la cruz es la inclinación más profunda de la divinidad hacia el hombre; es como un toque de amor eterno sobre las heridas más dolorosas, es un amor que vence en todos los elegidos las fuentes más profundas del mal. Y ¿por qué es esto así? Porque Jesús ama sobre todo al Padre. Y con ese amor ama a los hombres esclavos del pecado.

"Después de reírse de él, le quitaron la púrpura y le pusieron sus vestidos. Entonces lo sacaron para crucificarlo"(Mc). Lo desnudan de sus indignas vestiduras y quedan en evidencia todas las heridas y los golpes de la flagelación. La heridas, ya infectadas, se reabren y vuelven a sangrar; no hay en Él parecer ni hermosura; es el hombre que lleva marcados los signos de los pecados. Le colocan sus vestidos, y la túnica inconsútil fabricada por manos amorosas, vuelve a cubrir su cuerpo. Todos podrán distinguir bien quién es, pues ha vuelto a recuperar su aspecto. La corona de espinas la dejan, y cada movimiento hace que vuelva a sangrar la cabeza: el rojo de la sangre se confunde con el de la túnica. "Tomaron, pues, a Jesús; y él, con la cruz a cuestas, salió hacia el lugar llamado de la Calavera, en hebreo Gólgota, donde le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y en el centro Jesús. Pilato escribió el título y lo puso sobre la cruz. Estaba escrito: Jesús Nazareno, el Rey de los judíos. Muchos de los judíos leyeron este título, pues el lugar donde Jesús fue crucificado se hallaba cerca de la ciudad. Y estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. Los pontífices de los judíos decían a Pilato: No escribas el Rey de los judíos, sino que él dijo: Yo soy Rey de los judíos. Pilato contestó: Lo que he escrito, escrito está"(Jn). Pilato, sin saberlo, le ha proclamado rey, una vez más y definitivamente. Pero Cristo es rey, desde la cruz, sólo en aquellos corazones que captan el reinado de amor venciendo la tiranía del pecado y del diablo. El título ha quedado escrito en tres idiomas. pero el reino de Cristo será universal, pues por todos derrama su sangre.

El trayecto del pretorio hasta el lugar de la crucifixión no es largo, de un kilómetro, más o menos. Primero recorre unas pocas calles de Jerusalén, después atraviesa la puerta judiciaria, y, a campo abierto, asciende el pequeño montículo de Calvario, bien visible desde las murallas de la ciudad; los caminos pasan cerca del lugar de la ejecución.

Llevaban con Él dos malhechores para ser ejecutados. Forma el centurión con un buen grupo de soldados, y avanza la comitiva con gran dificultad. Las calles se llenan de gente que hay que apartar sin contemplaciones. No todos insultan, lloran algunas mujeres. Jesús puede detenerse ante ellas. "Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que lloraban y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque he aquí que vienen días en que se dirá: dichosas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: caed sobre nosotras; y a los collados: sepultadnos; porque si en el leño verde hacen esto, ¿qué se hará en el seco?"(Lc).

Estas mujeres son distintas de las galileas que acompañaban a Jesús en su caminar, anunciando el Reino de los cielos. Eran de Jerusalén, convertidas en los diversos viajes de Jesús a la ciudad santa. Lloran porque es grande el dolor. Lloran, pero no huyen. Lloran, pero siguen creyendo. Su amor no les permite dudar de la verdad de lo creído en los momentos de luz. Ahora todo es oscuro, dramático, sangriento, no hay milagros, Dios parece enmudecido. Pero no dudan de Jesús. El amor les lleva a una intensa compasión y hacen lo que pueden: lloran. En la pasión donde pocos discípulos estarán presentes, las mujeres tendrán una parte muy importante. El amor es el fin de la fe, y ellas saben querer, también cuando todo lo externo parece hundirse

Jesús, entrecortadamente, les explica la gran tragedia del pecado. Si al inocente lo ven tan destrozado, ¿como será la condición de los pecadores? Leña seca para el fuego eterno, que Jesús intenta apagar con las lágrimas de un amor verdadero por los que no pueden, ni a veces quieren, rectificar. Las lágrimas de las mujeres son sinceras y doloridas. Nada puede dar consuelo a su dolor. Jesús lo sabe y se lo agradece, a la vez que les enseña, una vez más, cual es el sentido de su cruz.

Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
pedidos a eunsa@cin.es

jueves, 1 de abril de 2010

¿Qué es el Jueves Santo?


Con la misa vespertina del Jueves Santo da inicio el triduo pascual, que es la preparación a la pascua y el comienzo de su celebración.




Este día nos recuerda la Última Cena del Señor con sus discípulos para celebrar la Pascua, que para los judíos representaba la conmemoración de la liberación de Egipto. Siguiendo la costumbre, Pedro y Juan siguieron las disposiciones de Jesús y cuidaron que todo estuviera correctamente dispuesto para la cena.

La preparación que nosotros debemos realizar es de carácter espiritual, Jesús nos invita al banquete pascual y desea que, al igual que los apóstoles, estemos debidamente dispuestos para participar intensamente en el sacrificio de la Misa, acudir al sacramento de la penitencia y recibir la Sagrada comunión, pues nosotros también somos discípulos.

El jueves por la mañana se celebra la Misa Crismal en las catedrales, llamada así porque en ella se hace la consagración de los óleos que han de usarse para los sacramentos del bautismo, confirmación u ordenación, mismo que puede usarse para la unción de los enfermos.

El obispo es quien encabeza la ceremonia acompañado de los sacerdotes de todas las parroquias que pertenecen a su diócesis y los representantes religiosos de la localidad, además de los diáconos, ministros y seglares, todos ellos representando la unidad y fraternidad de la Iglesia.

La celebración Crismal se concentra en el sacerdocio ministerial. De los sacerdotes depende en gran parte la vida sobrenatural de los fieles, solamente ellos pueden hacer presente a Jesucristo sobre el altar convirtiendo el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo y perdonar los pecados. Aunque éstas son las dos funciones principales del ministerio sacerdotal, su misión no se agota ahí: administra también los otros sacramentos, predica la palabra divina, dirige espiritualmente, etc.

También se hace alusión a sacerdocio común de todos los fieles, ya que participan de alguna manera del sacerdocio de Cristo y de la misión única de la Iglesia; todos están llamados a la santidad; todos deben buscar la gloria de Dios y trabajar en el apostolado, dando con su vida testimonio de la fe que profesan.

Después del evangelio y la homilía, el obispo invita a sus sacerdotes a renovar su compromiso ministerial, prometiendo unión y fidelidad a Cristo, celebrar el santo sacrifico en Su nombre y enseñar a los fieles el camino de la salvación.

Propiamente, el triduo pascual comienza con la misa vespertina de la cena del Señor, donde se conmemora la institución de la Eucaristía. A diferencia de la misa crismal, esta celebración se realiza en las parroquias y en las casas religiosas.

El lavatorio de los pies forma parte de la ceremonia, el Maestro asume la condición de siervo, para eso, para servir, dejando muy en claro a sus discípulos que la humildad es indispensable para ejercer plenamente el ministerio recibido de sus manos. Servir antes que desear ser servido, no es una condición exclusiva para los sacerdotes, es la doctrina que todos los fieles deben llevar a la práctica.

La Eucaristía es el centro de nuestra vida espiritual, sabemos que Jesús está real y verdaderamente presente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad bajo las especies del pan y del vino. Así lo dijo a los apóstoles con las palabras de consagración que ahora repiten los sacerdotes en la Santa Misa, este es mi cuerpo..., esta es mi sangre..., hagan esto en memoria mía.

Por eso, nosotros sabemos que al visitar el sagrario nos disponemos al encuentro personal, frente a frente con el mismo Cristo, que siempre nos espera dispuesto a escuchar nuestras alegrías, penas, planes, propósitos, todo.

Nuestro propósito de este día y para siempre, puede ser el de prepararnos cada día para recibir mejor la Sagrada Eucaristía, asistir con mayor disposición a la Santa Misa para aprender las enseñanzas de Cristo, o tal vez, visitar con más frecuencia el sagrario aunque sea un minuto. Son muchas las devociones eucarísticas, vivirlas y fomentarlas, es la mejor manera de tratar al Señor, de hacer crecer nuestro amor por Él y de llevar a otros hasta su presencia.