sábado, 29 de abril de 2017

«Nadie es irrecuperable»


Varios recuperandos en un centro gestionado por APAC en Brasil, donde las celdas no tienen llave. Foto: Antonello Veneri y Marina Lorusso 
 
Desde hace cuatro décadas, la Asociación para la Protección y Asistencia a los Condenados (APAC) está revolucionando el sistema penitenciario brasileño con sus cárceles sin violencia, sin policías y sin armas, donde la prioridad es la recuperación física, psicológica, social y espiritual de los internos, a quienes se les llama por su nombre y se les corresponsabiliza de la gestión de los centros. Algunos responsables de APAC han visitado España con motivo de la exposición Del amor nadie huye, que ha recalado en la última edición de EncuentroMadrid de la mano de la ONG Cesal y el Ayuntamiento madrileño
Después de largas estancias en cárceles comunes donde el hacinamiento, la violencia y el trato inhumano son moneda corriente, muchos condenados llegan devastados a los centros gestionados por APAC (Asociación para la Protección y Asistencia a los Condenados). Allí se topan con una realidad diferente: paredes pintadas de color blanco y azul celeste, orden y limpieza, buena comida y, sobre todo, trato humano: se les llama por su nombre y se les propone un itinerario para recuperar su dignidad sepultada bajo un mar de humillaciones.
«Aquí entra el hombre, el delito queda fuera», dice un letrero escrito sobre la entrada de cada uno de los centros gestionados por cualquiera de las 50 APAC que ya existen en Brasil. Desde el momento en que franqueen esa puerta, los recién llegados no verán guardias. Serán funcionarios, voluntarios y otros reos quienes que se responsabilicen de ellos. Ya no se les llamará presos, sino recuperandos.

Walter y el juez escéptico

APAC nació en los 70 de la actividad pastoral que un grupo de cristianos encabezado por el abogado Mario Ottoboni desarrollaba en las cárceles. De hecho, en un primer momento, las siglas correspondían a la denominación Amando al Prójimo, Amarás a Cristo. La obra sigue nutriéndose de una profunda conciencia religiosa, como se percibe en todo momento en las palabras de Valdeci Antonio Ferreira, laico misionero comboniano que dirige la FBAC, federación que agrupa a todas los centros APAC.
«Por muy malos que sean los crímenes de quienes llegan, aunque sean hediondos, por muy alto que sea su grado de destrucción, dentro de todo ser humano hay un espacio, aunque sea muy pequeño, donde la oscuridad, las tinieblas y la fuerza del diablo no pueden llegar y desde ese espacio de luz empieza el rescate del ser humano. Por eso el lema de la fraternidad es: Nadie es irrecuperable», afirma Ferreira.
Nadie es irrecuperable. Esta frase, como todas las que decoran las paredes de los centros de APAC, nació de una historia concreta, en este caso la de Walter, un preso que creaba graves problemas por todas las cárceles por las que pasaba. Con fama de fiera incontrolable, este interno violento fue enviado a un centro de APAC por un juez que no confiaba en la eficacia del método. Walter pasó las primeras semanas bastante tranquilo ante el escepticismo del magistrado, que llamaba cada pocos días para comprobar si el condenado había vuelto a hacer alguna de las suyas. Pasado un tiempo, el responsable del centro entró en la enfermería y frotándose los ojos contempló un milagro: Walter estaba lavando las heridas de un pederasta que había llegado malherido tras recibir una brutal paliza en una cárcel ordinaria.
Lejos de querer dulcificar la realidad, Ferreira reconoce en conversación con Alfa y Omega que el éxito del amor no es automático, y depende de la libertad de cada persona. «Muchas veces invertimos esfuerzo y tiempo en un recuperando, sale y vuelve a caer en la droga o en la delincuencia. Da la impresión de que nuestro amor ha fracasado. Pero el amor nunca fracasa, lo que pasa es que muchas veces nuestro amor no es lo suficientemente grande para llegar a los espacios oscuros, de tinieblas, de algunas personas. Entonces hay que pedir a Dios que desde lo alto nos envíe su espíritu de luz, para que al día siguiente de este fracaso empecemos de nuevo». Y remata esta reflexión con un argumento inapelable: «Podría estar toda la tarde dando testimonio de los fracasos, pero prefiero gastar este tiempo dando testimonio del éxito del amor».

La historia de Roberto

Uno de esos testimonios donde brilla el triunfo del amor es el que ofrece Roberto Carvalho. Apenas tenía 20 años cuando fue sentenciado a una larga condena de cárcel. Le encerraron junto a 40 presos en una celda que solo tenía capacidad para diez. Allí conoció todo lo peor que uno puede imaginar: asesinatos, droga, malos tratos… Durante siete años fue tratado como un animal. Después fue trasladado a un centro de APAC.
«Fui allí arrastrando toda esa carga negativa. Llegué mal físicamente, fatal espiritualmente, sin esperanza de vida. Mi intención era fugarme porque no quería cambiar, pero Dios fue trabajando mi corazón a través de los voluntarios y de los encuentros que se hacían. Entonces participé en un gran encuentro llamado Jornada de liberación con Cristo. Eran cuatro días de retiro espiritual y en ese momento Dios me habló muy claramente y me mostró lo que había sido mi vida», recuerda Carvalho en la entrevista.
Fue entonces cuando tomó conciencia de todo el mal que había hecho a muchas personas. «A la que más daño había hecho era precisamente a la que más amaba, a mi madre», confiesa. Deseó volver al pasado, borrar todo ese mal y escribir otra historia distinta, pero se dio cuenta de que ya no era posible. Sin embargo, decidió ponerse en marcha. «Comencé a colaborar en las tareas, a trabajar y a estudiar. Pero yo no podía irme a casa, tenía que cumplir condena. Así que estuve siete años más. ¡Ni un día menos!» Tras cumplir con la justicia pudo salir, trabajar y formar una familia. Ahora es padre de tres hijos. Ha ocupado varios puestos en el ámbito de APAC hasta llegar a ser gerente de la federación que agrupa a todas las asociaciones.
Ferreira lo mira con profundo afecto: «Roberto es un ejemplo de alguien que llegó totalmente destruido, desfigurado, pero que por gracia de Dios ha encontrado la luz. Para mí es una alegría muy grande poder tenerle en España hablando de lo que Dios ha hecho en su vida».

La vida en los centros

En los centros de reintegración social gestionados por APAC rigen normas que se cumplen de manera estricta. No hay un ambiente opresivo, pero los recuperandos nunca están ociosos sino que trabajan, estudian, dialogan, según un horario riguroso. En todos estos años nunca se han registrado motines o disturbios, a diferencia de lo que sucede en las prisiones normales.
Luiz Carlos Rezende, juez de vigilancia penitenciaria, ofrece una de las claves de este clima de respeto a la autoridad: «El recuperando que va a un centro APAC sabe que va a una cárcel. Aunque no parezca una cárcel, es una cárcel. Existen normas de disciplina muy claras y los que entran tienen que firmar un documento de aceptación. En caso contrario, los jueces no mandarían a un preso a los centros de APAC».
Además existe un órgano formado por los recuperandos, llamado Consejo de Sinceridad y Solidaridad, que cada seis meses cambia para que no se formen grupos de poder. «Los miembros de ese consejo evalúan constantemente todos los trabajos y méritos que va cumpliendo cada preso», precisa el magistrado, quien añade: «Los recuperandos comparten las tareas y las responsabilidades».
Ignacio Santa María

domingo, 16 de abril de 2017

Domingo de Pascua 2017





En distintos momentos advierte Jesús que aceptar su doctrina reclama la virtud de la fe por parte de sus discípulos. Lo recuerda de modo especial a sus Apóstoles; a aquellos que escogió para que, siguiéndole más de cerca todos los días, vivieran para difundir su doctrina. Serían responsables de esa tarea, de modo especial, a partir de su Ascensión a los cielos, a partir del momento en que ya no le vería la gente, ni ellos contarían con su presencia física, ni con sus palabras, ni con la fuerza persuasiva de sus milagros. Metidos de lleno en la Pascua –tiempo de alegría porque consideramos la vida gloriosa a la que Dios nos ha destinado–, meditamos en la virtud de la fe, le decimos al Señor como los Apóstoles: auméntanos la fe: concédenos un convencimiento firme, inmutable de tu presencia entre nosotros y, por ello, de tu victoria, por el auxilio que nos has prometido. Que nos apoyemos en tu palabra, Señor, ya que son las tuyas palabras de vida eterna. Así lo declaró Pedro, cabeza de los Apóstoles, cuando bastantes dudaron y se alejaron: ¿A quién iremos? –afirmó, en cambio, el Príncipe de los Apóstoles– Tú tienes palabras de vida eterna. A poco de haber convivido con Jesús, todos comprendían que merecía un asentimiento de fe. Si tuvierais fe... Creed..., les animaba el Señor. Era necesario, sin embargo, afirmar su enseñanza expresamente, recordarla y establecerla como criterio básico de comportamiento. Era fundamental tener muy claro que si podían estar seguros, al declarar su doctrina infalible e inefable, era por ser doctrina de Jesucristo: el Hijo de Dios encarnado. Todos fueron testigos de los mismos milagros y escucharon las mismas palabras, con idéntica autoridad, con el mismo afán de entrega por todos; y, sin embargo, solamente Pedro es capaz de confesar expresamente la fe que Jesús merece: ¿A quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna, delara el Apostol y Jesús confirma. Y lo que es de Dios, es para siempre: el Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán, nos aseguró. Queremos tener un convencimiento como el que espera Jesús, como ese que echa de menos en los dos Apóstoles que hoy nos presenta san Lucas, desencantados –con motivo, podríamos pensar– porque habían sido testigos de lo que consideraban el fracaso de Cristo: en quien confiaban, había sido finalmente derrotado. Jesús había muerto, como uno más, a pesar de sus muchos milagros anteriores, a pesar de que tantas veces había escapado incólume de unos y de otros, a pesar de aquella majestad que le era connatural y que había admirado a todos. Con su muerte, sin embargo, todo lo anterior quedaba en entredicho y el desencanto bloqueaba a los suyos y hacía felices a sus adversarios. Pero hoy, por el contrario, se nos presenta Jesús glorioso y vivo como nunca. Con una vida definitivamente inmortal. Esa vida humana y para la eternidad, a la que nos llama reclamando nuestra fe: nuestro asentimiento incondicionado interior y exteriormente; es decir, también con nuestra conducta, con obras que manifiesten nuestra adhesión y confianza en Dios. Son las obras y la conducta de aquellos dos, una vez convencidos de la resurrección. A pesar de la hora y del desánimo de un rato antes, vuelven a Jerusalén porque es preciso hacer justicia al Señor y a su doctrina. No hay tiempo que perder. En un momento, han recobrado el ánimo; y la presencia de los otros Apóstoles reunidos, que también sabían ya por la aparición a Pedro de Jesús resucitado, se lo confirma. Con los Doce está María, la madre de Jesús y Madre nuestra, que persevera en oración junto a los discípulos de su Hijo. Ella, que recibió la alabanza de su prima Isabel: bienaventurada tú que has creído..., nos conducirá, si se lo pedimos, a una fe inconmovible para vivir de las verdades que nos ha manifestado Cristo; las únicas que conducen a la intimidad de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo: la vida a la que nos llama Nuestro Padre Dios en Cristo.

viernes, 14 de abril de 2017

Vía Crucis narrado por JESÚS 2017





Este Vía Crusis es narrado por JESÚS; dejando una breve reflexión en cada una de las estaciones (EL TEXTO ES FICCIÓN)

sábado, 8 de abril de 2017

¿Quieres evangelizar en Internet en la próxima Pascua?

¿Quieres evangelizar en Internet en la próxima Pascua? Una iniciativa audiovisual te lo pone fácil



La revista Alfa y Omega, que edita la archidiócesis de Madrid y se difunde los jueves junto con el diario ABC, ha lanzado la iniciativa Jesús está vivo ¡Cuéntalo!, para ayudar a evangelizar a través de Internet y dar testimonio de Jesucristo a través de las redes sociales.

La iniciativa consiste en grabar un vídeo testimonial de 2 o 3 minutos máximo, en horizontal, y contar todo lo que Él ha hecho y hace por ti. Después, editarán cada video y se enviará al protagonista para que lo pueda difundir con facilidad entre sus contactos, vía Whatsapp, Facebook, Twitter o por email.

"Jesús está vivo, resucitado, y se ha quedado en la tierra junto a nosotros –en la Eucaristía, en los hermanos, en la oración– para que tengamos una vida nueva y feliz", afirma Alfa y Omega al presentar el proyecto: "¿Quién es Jesús para ti? ¿Has experimentado su amor, su misericordia, su perdón? ¿Jesús te ayuda a ser feliz? ¿Ha cambiado tu vida? ¡Cuéntalo! Tanto si te ha salvado de una vida de pecado, como si experimentas su amor y su alegría cada día en tu vida… ¡cuéntalo!".

En la grabación, se invita a la sinceridad: "Sé concreto, abre un poco tu corazón y habla de Jesús".

El vídeo debe enviarse a:

jesusestavivo@alfayomega.es

Alfa y Omega lo editará y lo publicará en su web, y enviará el enlace al autor por si quiere compartir su testimonio con amigos o familia, en Facebook o en sus grupos de WhatsApp.

"Rompe el hielo. Muestra a los demás tu fe, habla de Dios que mueve tu vida. Si quieres que todo el mundo sepa lo que Dios ha hecho por ti… ¡cuéntalo!", concluye la presentación de la iniciativa.

sábado, 1 de abril de 2017

¿Te irritan las personas tóxicas? Deja la lupa y toma el espejo

Centro Nagual Madrid-CC




Vivir con alegría la debilidad de los que me rodean lo cambia todo, pero ¿cómo lograrlo?

Me cuesta a veces entender que desde mi carencia y desde mi pecado pueda construir una obra de arte. No lo hago yo solo. Él lo hace conmigo. Él en mí.
Y mi herida es el espacio abierto, la gruta en la que yace mi cuerpo muerto, y de donde brota la vida.  

No niego mi herida. No la oculto. También me cuesta creer que las carencias y debilidades de los que tengo más cerca me complementen y enriquezcan.

¿Cómo puede ser eso posible? Si vivo clamando al cielo por los defectos ajenos. Criticando, juzgando. Y reclamando a Dios por las injusticias que sufro a causa de la debilidad de los hombres… Cuando experimento con dolor la carencia del que me ama, de aquel a quien yo amo, sufro.
Y no sólo experimento el dolor, también me entristece la carencia de lo que no recibo. Me duele esa fragilidad humana que entorpece mis pasos y no me deja ser mejor. ¿Cómo se puede hacer para que la debilidad de los demás sea un bien en mi vida? Es un milagro.

Pero vivir con alegría la debilidad de los que me rodean me hace cambiar. Amarlos débiles, quererlos frágiles. Abajarme a esa lucha que ellos sostienen contra su propio pecado. En ese gesto hondo de amor yo aprendo tolerancia, paciencia y alegría. Al final me enriquezco, cambio yo y aprendo a amar. Y al amarlos, cambian ellos.

¡Qué difícil me parece vivir con paz las heridas de los otros! Tal vez necesito cambiar mi mirada que brota de mi corazón herido, duro, rígido. Una nueva visión del mundo, del corazón humano.  

Necesito un corazón más paciente, más transigente, más libre, más blando.
Sé que una cosa es mi firme propósito de amar bien, de liberar a quien amo de su culpa, de sostenerlo cuando se reconoce frágil ante mí. Pero muchas veces compruebo mi propia herida. Veo que de mi interior brotan sombras oscuras. No acabo de conocerme. Y me confronto con sentimientos que no quiero.

Leía el otro día: “Todo hombre se lleva a sí mismo adondequiera que vaya. En todo momento llevamos nuestros aspectos sombríos con nosotros. Participan de todos nuestros actos y a menudo los determinan aun en contra de nuestros propósitos. Deseamos amar a todos los seres humanos.  

Pese a la firme voluntad de querer bien a todos los hombres, nos comportamos con impaciencia, rechazo o agresividad. A menudo nos sorprenden nuestras reacciones, pues nos negamos a reconocer el origen de nuestro comportamiento. Así es que muchas veces no vemos en nosotros lo que otros sí perciben a través de nuestros actos, y es que estamos marcados por nuestros aspectos sombríos”[1].

Quiero hacer el bien, quiero amar bien, acoger con alegría al que cae, perdonar al que me hiere, ser paciente con el que no actúa como yo espero.

Quiero entender que en los defectos de los que me rodean se encuentra el amor de Dios, oculto, escondido. Ese amor que viene a mí a desinstalarme de mis pretensiones. A confrontarme con los pecados de los demás, para que vea en ellos mi propio pecado. A desvelarme mi fragilidad.

Y mostrarme el camino que he de recorrer para que, al querer al que no me sabe querer, aprenda yo a querer como Jesús me quiere. Me hace ver mi debilidad para entregarme sin freno al que no es como yo quiero que sea. Me siento muy frágil. Tropiezo con mi indigencia. Me cuesta ver en las carencias de los demás mi camino de santidad.

¿Qué hago yo por acoger y ayudar al que no se comporta como yo creo que se debería comportar? Surgen mis propias sombras, mi pecado, juzgo y exijo. Me cuesta aceptar la lentitud del que me ama, su torpeza, su incapacidad para demostrarme su amor.

Exijo otras actitudes. Le pido que cambie. Surgen en mí la impaciencia, el rechazo, la agresividad. Sus olvidos y negligencias me duelen. Sus torpezas para vivir la vida a mi lado. No quiero ser un educador que corrige siempre. Pero acabo resaltando con violencia lo que los demás no hacen bien.

Quiero aprender a vivir las carencias de los demás sin juzgarlas. Quiero dejarme educar por sus debilidades. Y así reconocer mi propio pecado.

Decía Damián Karo: “Es momento de plantearnos: dejar la lupa y tomar el espejo. Nos molestan muchas cosas de los demás. Dejemos la lupa que examina a los otros constantemente y tomemos el espejo para ocuparnos de nosotros. Esto, a su vez, nos ayudará a que veamos de mejor modo a los demás. Podríamos pensar que de esa manera nada va a cambiar en el mundo; sin embargo va a cambiar todo en nosotros. Cuando algo de otro nos molesta y afecta tanto, es porque lo que estamos viendo es la devolución de nuestra imagen reflejada.

El espejo me permite mirarme como soy. Y ver mi pecado, mi lado sombrío, mi fragilidad, mi propia muerte. No me entristezco. Me da ánimo para luchar. Dios me quiere como soy.

Decía el padre José Kentenich: “Hoy en día es muchísimo lo que se juega para el hombre, en el hecho de que aprendamos nuevamente a presentarnos ante Dios tal como somos. ¡Fuera con el velo! ¡Fuera con la máscara! Mostrarnos ante el rostro de Dios en total desnudez. En la imagen de Pablo: cuando soy débil, entonces soy fuerte”[2].

Me miro en mi desnudez. En mi fragilidad. Entonces la fragilidad del otro me afecta menos. Porque yo mismo en el espejo veo mi desnudez imperfecta. Y me siento pequeño al lado de lo que sueño y anhelo.

Me desnudo a los ojos de Dios, sin miedo, sin pudor. Dios me quiere así. Débil, inmaduro, torpe, incapaz, voluble, inconstante. Claro que desea que crezca, que ame mejor, que sea más feliz. Pero constatar su amor incondicional por mí, me da fuerzas.

[1] Franz Jalics, Ejercicios de contemplación, 52
[2] J. Kentenich, Textos pedagógicos
 
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