sábado, 5 de enero de 2019

Incómoda entrevista al ateo más famoso: Richard Dawkins




El problema no es la ciencia en sí misma, sino el querer forzarla y sacarla del lugar que le corresponde

Por: Daniel Bonifaz | Fuente: Catholic-link.com




Uno de los elementos apostólicos más interesantes del video es la necesidad que encuentra Dawkins de decir que el origen tiene que ser “explicable”, es decir, someterse a un esquema racional humano. Él cree que esa “inteligencia superior” tiene que ser un ser dentro del cosmos y que pueda entrar en en los parámetros de nuestra razón. Desde esa perspectiva, Dawkins no se está abriendo a la posibilidad de la existencia de un Dios.


Aquí voy a entrar a un tema muy complejo que viene desde el pasado y que ha afectado nuestra cultura de manera muy decisiva. La idea que quiero resaltar es que el problema no es la ciencia en sí misma, sino el querer forzarla y sacarla del lugar que le corresponde.



En la época del Renacimiento, época de grandes conmociones en casi todos los ámbitos de la vida europea, no parece exagerado decir que la revolución de más largo alcance e influencia ha sido la revolución científica o galileana. 


La trascendencia del pensamiento de Galileo va más allá de su teoría del heliocentrismo ya propuesto por Copérnico. El explicar toda la realidad sensible desde una estructura matemática provocó una vuelta del timón que dirigió a la cultura occidental hacia la técnica y el dominio de la naturaleza con todas sus consecuencias favorables y desfavorables.


Existen muchas leyendas negras sobre el caso de Galileo, que por la extensión del texto, no vale la pena abordar aquí, solo me parece interesante destacar que, en ese tiempo, había una cierta maravilla por las ciencias naturales, pero a veces, salida de su foco. 

Existía una afán de querer controlar la realidad sensible. Los hombres utilizaban la ciencia para explicar incluso lo que va más allá de lo físico, lo que no le correspondía, sino a una ciencia divina: la teología. La naturaleza deja de ser un espejo de Dios que invita a su contemplación y pasa a ser un objeto frente a un sujeto; una cosa que el hombre puede dominar para utilizarla en provecho propio. Es decir, se desacraliza la naturaleza (pierde el carácter de sagrado).


En este sentido, al creer que se podía comprender todo el cosmos desde la ciencia, se cambió de rumbo y se creyó que ésta era todopoderosa y que podía manejarse en cualquier ámbito que desafíe lo racional. Y aquí viene el siguiente punto que me parece interesante. 

La creencia, paradójicamente casi religiosa, de que todo debe ser explicado por la ciencia.


 Afirmación que no es para nada científica. ¿Qué evidencia tenemos en la realidad de que todo lo real debe ser medible, verificable y someterse al método científico? Justamente aquí hay una contradicción que Dawkins no ha tomado conciencia. El tiene a la ciencia como una religión o creencia: papel que no le corresponde. 




La ciencia tiene su recta autonomía, pero no podemos pretender que lo explique absolutamente todo como si fuera una dios.

 

Finalmente, quiero mencionar la cita que dijo Dawkins de Bertrand Russell: “Señor, por qué te esfuerzas tanto para esconderte?”. Me parece muy interesante que termine con imágenes de la naturaleza. La naturaleza no se opone a lo divino, es puente hacia Él. Sin embargo, es necesario comprender la relación estrecha y complementaria que ocupa la razón y la fe. 

El hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad, algo que nos satisface únicamente en la medida que queramos hacernos una ilusión. Y la razón sin fe se queda incapaz de ofrecer una luz que nos abra el misterio, estancado en meros cálculos, que explican el ¿cómo? el ¿dónde?, el ¿cuando? pero no explican el ¿por qué? ni el ¿Quien?


Ambas, ciencia y fe, se necesitan mutuamente y son como dos alas que nos llevan al conocimiento de la verdad como decía Juan Pablo II.

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