sábado, 7 de noviembre de 2020

Los 13 obstáculos de la relación de pareja

 El texto explica los diferentes obstáculos que sufren las parejas y se deben hacer frente en el matrimonio



Por: Felipe Aquino | Fuente: http://es.aleteia.org/



Los 13 obstáculos de la relación de pareja

Identifica cuáles de estos forman parte de tu matrimonio, y aprende a superarlos

Son muchos los obstáculos en la vida cotidiana del amor conyugal, y que rompen la unidad de la pareja. Analizamos estas dificultades, recordando que la belleza del matrimonio está justamente en el hecho de conseguir hacer vencer el amor sobre las diferencias personales de cada uno. El amor, cuando vence, suma las divergencias y genera la complementariedad armoniosa.

¿Cuáles son estos problemas?

1. Mentira

Por pequeña que sea, genera desconfianza hacia el otro, y la falta de confianza, es lógico, genera los celos, y éstos las peleas. Por esto, la pareja no puede permitir la mentira en medio de ella. Tiene las patas cortas.

2. Moda

A todos les gusta ir a la moda. Sin embargo, no tiene sentido que la esposa quiera seguir una moda que su esposo desaprueba, y viceversa. La primera persona a la que tengo que agradar con mi manera de vestir, hablar, etc es aquella con la que estoy casado.

3. Comparaciones

Es común el pésimo hábito que algunos matrimonios de compararse con otros matrimonios. La esposa, muchas veces, quiere que su marido sea como el marido de la vecina, que compre una casa como la de la vecina, un auto como el de la amiga, etc. Al marido, a su vez, le gustaría que su esposa se vistiera como la vecina, que fuese culta como la esposa de su amigo, etc.

4. Parientes

La sangre habla muy fuerte dentro de nosotros. A nadie le gusta oír hablar mal de sus padres y de sus hermanos. Esto vale también, y mucho, para el matrimonio. Jamás el marido debe hablar mal de los suegros y cuñados a la esposa, y viceversa. No ofendas a los parientes del otro, porque estás ofendiendo indirectamente a tu pareja.

5. Resentimiento

Cuando se quita la costra de una herida, vuelve a sangrar y a doler. Esto es lo que algunos cónyuges hacen mutuamente. Muchas veces, en un momento de desencuentro, los recuerdos y las ofensas antiguas son vueltos a sacar adrede, reavivando agravios y sufrimientos adormecidos.

6. Falta de respeto

¡Qué doloroso es presenciar a un marido ofendiendo a su esposa con gritos, malas palabras. ofensas e incluso agresiones físicas!… ¡Qué triste es una esposa ofendiendo al marido!… ¡Un día se juraron amor eterno a los pies del altar! Fíjate, me caso con la persona que escogí entre todas las que conozco, para construir una vida juntos. ¿Cómo ahora la ofendo y le falto el respeto?

Voy a dar una receta para que los maridos sean tratados como reyes por sus esposas: ¡traten a sus esposas como reinas!

7. Peleas

El matrimonio muchas veces no se comprende porque no asume algunas cosas con claridad y objetividad. Alguien ya dijo que “lo que es asumido no es caro”. Muchas discusiones surgen porque las cosas no están bien definidas.

8. Dinero

El matrimonio pelea más cuando sobra dinero que cuando falta. Cuando sobra dinero, el matrimonio no se pone de acuerdo sobre la forma de gastarlo. A veces el marido quiere cambiar el auto, pero la esposa quiere cambiar los muebles… y así siempre. Si no hay madurez en el matrimonio, el dinero puede dividirlo de muchas maneras. Todo el dinero del matrimonio, independientemente de quien gana, debe ser colocado en común, ambos opinando y decidiendo sobre su uso.

9. Educación de los hijos

Lo esencial es que el matrimonio sea unánime en la educación, esto es, ambos deben actuar de la misma forma, sin contradecirle en lo que dice y hace con los hijos. Para ello es preciso que el casado sea unido y dialogue mucho, de modo que se encuentre la forma común de llevar a los hijos.

10. Temperamento

Se habla mucho del fracaso de una pareja por “incompatibilidad de caracteres”. En la mayoría, los cónyuges tienen temperamentos diferentes, y es exactamente la armonización de esa diferencia, forjada por el amor vivido cada día, lo que hace bella la vida juntos. No hay temperamento fuerte o difícil que no pueda ser forjado en el fuego del verdadero amor.

11. Falta de delicadeza y reproches

La falta de delicadeza y atención es uno de los puntos tristes en la relación de muchas parejas. Un trato frío y distante revela falta de amor y de unión. Es fundamental que cada uno incentive al otro a ser mejor y haga cumplidos a tiempo.

Es preciso apreciar el esfuerzo que uno hace para agradar al otro. ¡Cuantas mujeres se quejan de que el marido no nota y no elogia su nuevo peinado, o su vestido nuevo, etc.!

Peor aún que la falta de atención es el reproche. Muchas veces, uno menosprecia y humilla al otro con críticas pesadas. Lo peor de todo es que esos reproches, no raramente, son hechas en presencia de otras personas.

Es necesario cambiar las actitudes de reprobación por palabras de aprobación e incentivo. La desaprobación y la crítica ácida son peores que la agresión física. Muchos tienen el hábito de notar sólo lo que el otro tiene de negativo, en lugar de enaltecer y agradecer a Dios por lo que el otro tiene de bueno. Nunca critiques a tu esposa, sin antes recordar una de sus cualidades. Recuerda: las personas reaccionan mejor al elogio que al reproche.

Dos frases de oro en el matrimonio son: “Perdóname” y “Te quiero”. Si supiéramos pedir perdón y perdonar, seríamos felices. Además, es preciso también expresar en palabras el amor al otro. ¡Y qué difícil es para muchos! Especialmente para los maridos.

12. Apariencia física

Una de las razones que enfrían la relación de pareja es el descuido de la propia apariencia. A ningún marido le gusta llegar a casa y encontrar a su esposa desaliñada, mal vestida, etc. La mala apariencia complica la relación. Hay mujeres que cuidan bien la casa, los niños, pero se olvidan de sí mismas; viven desarregladas. También está el cónyuge que no busca complacer a su esposa cuidando su propia presentación.

13. Reclamación y autocompasión

Muchas personas son exageradamente hoscas, reclaman de todo y a todos, nunca están satisfechas con la vida. En verdad, el problema está dentro de ellas y no fuera. Son llenas de autocompasión, autoestima, que se consideran víctimas de todo. En el matrimonio, esto es una tragedia. Nadie soporta vivir con una persona desagradable, siempre protestando. Este comportamiento agría cualquier relación e impide el crecimiento del matrimonio.

sábado, 10 de octubre de 2020

Así nacieron las golondrinas

 A partir de la muerte del Creador amado, la golondrina, peregrina alada, en un supremo homenaje de amor y ternura...

 Por: Cuento popular | Fuente: salvadmereina.co.cr



Hace unos dos mil años, en una mañana clara y apacible, el sol difundía sus rayos benévolos sobre la región de Nazaret, en Galilea.

Algunos niños jugaban en un campo a la vera del camino que lleva a Jerusalén. En medio de la alegre y animada reunión se destacaba la figura atractiva y luminosa de un Niño Divino: Jesús, el hijo de José el carpintero y de María, el Salvador predicho por Zacarías, el Esperado desde hacía cuatro mil años por los patriarcas y profetas de Israel.

Ahí estaba, jugando también con los compañeros entre risas y exclamaciones de inocente y límpida felicidad. Estaban haciendo pequeños pajaritos con la arcilla del camino.

Los creativos dedos infantiles moldeaban a su gusto la cola, las alas, el pico y los ojos de las avecitas imaginadas. Los pájaros de barro parecían volar mientras se secaban, de alas abiertas, con el viento cálido del verano. Era sábado.

Un austero anciano de cabeza cubierta y ropa gastada pasó por el camino que lleva a Jerusalén, y al depararse con la ruidosa asamblea que seguía despreocupadamente sus “trabajos”, gritó con voz dura:

–¡Niños, hoy no se permite hacer obras manuales!

El estupor se asomó en los rostros cándidos de los “escultores”… Sin esperar respuesta, el rígido adepto a la ley mosaica, lleno de acidez, levantó amenazante un tosco bastón y se acercó para convertir en añicos las gráciles figuras.

Entonces Jesús, el hijo de María, se incorporó y batió palmas sobre las aves de barro.

¡Oh, milagro conmovedor!

Las figuras cobraron vida y color, elevaron un vuelo ágil y presuroso y se perdieron de vista en el azul del firmamento.

Después de aquel día feliz, todas las golondrinas –que de ellas contamos la historia–, fieles al recuerdo de su encantador origen, protegidas y bendecidas por Jesús, fabrican sus nidos de arcilla bajo el tejado de las casas.

Son símbolo de bendición y prosperidad en los lugares que habitan.

* * *

Cuando Jesús exangüe subió hasta lo alto del Calvario en el trágico día de Viernes Santo, y mientras pavorosas tinieblas tomaban cuenta del universo, las humildes y agradecidas golondrinas, formando una bandada reverente y compasiva, llegaron para arrancar con sus piquitos delicados las espinas que teñían de sangre la frente adorable y sagrada del Maestro, el arrebatador Niño del camino de Nazaret que hacía casi treinta años atrás, en un impulso sublime y divino, las había creado…

Y a partir de la muerte de Jesús, el Creador amado, la golondrina, peregrina alada, en un supremo homenaje de amor y ternura, luce con noble y distinguida ufanía su oscuro manto de luto.

 

sábado, 26 de septiembre de 2020

Ser buena persona

 

¿Es mejor ser buena persona que creer en una religión?



Por: P.Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net



La frase aparece en muchos lugares, con variantes más o menos parecidas: es mejor ser buena persona que creer en una religión.

La frase muestra su complejidad cuando se la compara con frases parecidas que podrían ser elaboradas a su lado. Aquí algunas de ellas:

Es mejor ser buena persona que amar a la propia patria. Es mejor ser buena persona que tener un determinado carné de identidad. Es mejor ser buena persona que votar por izquierdas / por derechas. Es mejor ser buena persona que tener títulos universitarios. Es mejor ser buena persona que conocer lenguas. Es mejor ser buena persona que pensar autónomamente.

Cada una de esas posibilidades (y se podrían añadir muchas más) parecen contraponer el ser buena persona con algún modo de pensar o alguna característica propia de la gente.

En realidad, contraponer ser buena persona con la religión, o con propuestas políticas genéricas, o con el mayor (o menor) amor a la propia patria, resulta problemático.

¿Por qué? Porque parecería que la búsqueda de la bondad pudiera dejar de lado muchas otras cosas cuando en realidad es compatible con esas cosas, y en no pocos casos necesita a algunas de ellas.

Así, un hombre auténticamente religioso, que busca la verdad sobre Dios y sobre el modo de relacionarnos con Él, no solo sería buena persona, sino que incluso trabajaría en serio por mejorar en su vida personal y comunitaria.

Por lo mismo, no es correcto contraponer el ser buena persona con alcanzar otras calificaciones que son compatibles con la vida ética. Lo que sí resulta no solo correcto, sino también necesario, es analizar qué actividades y modos de pensar dañan la bondad de la gente, y cuáles la promueven y la conservan

sábado, 19 de septiembre de 2020

¿La Biblia considera impuro a algún alimento?

 

Lo que entra por la boca no hace impura a la persona (Mt 15, 11)



Por: Monseñor Jorge De los Santos | Fuente: elpueblocatolico.com



La prohibición de consumir ciertos alimentos es algo habitual en la inmensa mayoría de las sectas. La dieta de las sectas no viene provocada por razones higiénicas o culturales, como es el caso del judaísmo o del islam, sino que es consecuencia directa de una política de sus dirigentes, encaminada a conseguir que el adepto adquiera una identidad claramente diferenciada. A ello se debe que haya prescripciones dietéticas en los mormones, los adventistas, los testigos de Jehová y en prácticamente todas las sectas orientalistas. Pocas cosas sirven mejor para marcar distancias que la diferencia en la dieta o en la manera de vestir.

El Antiguo Testamento no prohíbe a los no judíos ningún alimento: El Antiguo Testamento establece una diferencia evidente entre los hijos de Israel y el resto de la humanidad. Ciertamente, los primeros se hallan sometidos (a partir de Moisés) a una dieta que se ha denominado convencionalmente levítica, en la que no sólo entra en juego la prohibición de ciertos alimentos, sino también de ciertas formas de sacrificarlos y cocinarles.

Ahora bien, para el no-judío, o sea, el no adepto no existía ninguna obligatoriedad de guardar esas normas dietéticas. Como dice Dt 14,21, incluso podían comer animales que no habían sido sacrificados ritualmente y que, por tanto, resultaban impuros por estar sin desangrar.

Jesús declaró puros todos los alimentos: Pablo nos ha transmitido la clara convicción de la Iglesia primitiva de que Cristo había nacido bajo la ley y la había cumplido para rescatarnos de la misma: “Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Gal 4,4-5).

Por lo tanto, el que Jesús cumpliera con las leyes dietéticas de la ley de Moisés está fuera de discusión; como también lo está el que ciertamente fue circuncidado y el que celebró las fiestas judías. Ahora bien, lo que sí es evidente es que Jesús se preocupó de marcar los senderos por los que discurrirá con posterioridad la Iglesia apostólica; y entre ellos se hallaba el de la emancipación de la ley de Moisés, que no tenía sentido teológico tras su venida.

 Que esto incluía abolir las distinciones entre alimentos puros e impuros se desprende de los mismos evangelios: “Luego llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchadme bien todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, cuando entra en él, pueda convertirlo en impuro. Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre. 

El que tenga oídos para oír que oiga». Y luego, tras retirarse de la gente, cuando entró en casa le preguntaron sus discípulos sobre la parábola. Él les dijo: «¿Tampoco vosotros lo entendéis? ¿No comprendéis que todo lo que entra en el hombre desde fuera no puede hacerle impuro, porque no penetra en su corazón, sino en el vientre y va a dar en el retrete?» Así declaraba puros todos los alimentos. Y añadía: Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre” (Mc 7,14-20).

Los apóstoles enseñaron que los cristianos podían tomar todos los alimentos: “Al día siguiente, mientras iban de camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la terraza para hacer oración. Le dio hambre y sintió deseos de comer algo. 

Mientras se lo preparaban le sobrevino un éxtasis y vio los cielos abiertos y una cosa que se asemejaba a un gran lienzo que descendía hasta la tierra, atada por sus cuatro extremos. En su interior había todo tipo de animales de cuatro patas, reptiles de la tierra y aves del cielo. Y una voz le dijo: «Levántate, Pedro, mata y come». 

Pedro respondió: «De ninguna manera, Señor; jamás he comido nada profano e impuro». La voz le dijo por segunda vez: «Lo que Dios ha purificado no lo llames profano». Aquello se repitió por tres veces e inmediatamente la cosa fue elevada hacia el cielo” (Hech 10,9-16).

La abstinencia y el ayuno, por otra parte, son sanas costumbres bíblicas practicadas en el Antiguo y Nuevo Testamento que seguimos los católicos a ejemplo de Jesús y los Apóstoles – durante la Cuaresma y a lo largo del año.

 



sábado, 12 de septiembre de 2020

Computadoras, programas y finalidades

 Los fines están en la mente y en el corazón de quien programa y de quien usa la computadora.



Por: P.Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net



Una computadora hará miles de operaciones con rapidez y perfección. El programador lo sabe. Pero la computadora no se da cuenta.

¿Por qué? Porque darse cuenta de que uno actúa bien es posible cuando se alcanza un concepto sumamente rico: el de finalidad.

El fin es aquello por lo cual hacemos algo.

 Una misma operación puede tener varios fines según los deseos y los pensamientos de quien la realiza.

Así, comer tiene un fin espontáneo en el recuperar fuerzas, pero también puede servir para descansar, para disfrutar, para convivir con otros.

La computadora recibe instrucciones, "aprende" incluso caminos nuevos para realizarlas. Pero no sabe cuáles son las finalidades del programador ni del programa.

El mismo programa puede tener la potencialidad de mover un sofisticado aparato para curar a un enfermo o para montar las piezas de un cohete cargado con varias bombas atómicas.

Los fines están en la mente y en el corazón de quien programa y de quien usa la computadora

El aparato electrónico no puede protestar si es usado para un delito, ni alegrarse si ayuda a caminar a un niño inválido.

Desde luego, gracias a la precisión de la computadora el ser humano puede alcanzar metas que antes parecían imposibles. Pero el bien o el mal que esas metas posean no dependen del instrumento electrónico, sino de nosotros.

Las discusiones sobre la así llamada inteligencia artificial no pueden dejar de lado esta peculiaridad humana: la de prefijarse fines, y la de juzgarlos según las ideas del bien y del mal, de la justicia y de la injusticia, de la verdad y de la mentira.

Por eso, más allá de la ficción de quienes imaginan que un día las computadoras podrían ser más honestas que nosotros, necesitamos preguntarnos si los programas que elaboramos sirven para mejorar la vida humana, y si sabemos usarlos según criterios de justicia que resultan imprescindibles para convivir éticamente.

sábado, 29 de agosto de 2020

Teología para Milennials: «¿Pro-vida y pro-mujer?»

 En caso de violación, el aborto no «des-viola» a la mujer.


Fuente: Zenit.org



El padre Mario Arroyo Martínez ofrece hoy, en su artículo de “Teología para Millennials”, respuestas a una serie de dudas que pueden plantearse en torno al aborto, a la defensa de la vida, que no se contradice con la de la mujer.

En concreto, reflexiona sobre la cuestión del falso dilema de permitir abortar o no en los casos de violación y de la legalización de esta práctica como un asunto de “salud pública”, para evitar los abortos clandestinos.

El sacerdote mexicano aporta luces para resolver esas dudas y propone “ensalzar la maravilla de poder traer un ser humano al mundo, reconocer y premiar la maternidad, independientemente de las circunstancias; o dando ayudas cuando la maternidad se viva en un contexto difícil, como el embarazo adolescente”.

***

Cristina estudia Derecho, es pro-vida, quiere defender a los niños no nacidos. Al mismo tiempo está preocupada y comprometida activamente en la causa de la mujer. Podrían parecer causas excluyentes, pero en realidad el binomio pro-vida y pro-mujer es más frecuente de lo que se cree.

Ella tiene unas dudas que resulta oportuno compartir, especialmente ahora, cuando la batalla del aborto adquiere un mayor protagonismo social y político, pues aquellos empeñados en legitimar el “derecho” a matar a los niños en el vientre de su madre, como requisito indispensable para reconocer la “dignidad de la mujer”, son inasequibles al desaliento.

¿No resulta inmoral obligar a continuar el embarazo fruto de una violación? Se trata de una falacia de falso dilema: “o aborto o pierdo la dignidad”. La violación es un hecho monstruoso, lamentable, doloroso, pero no se remedia con el aborto. El aborto no “des-viola” a la mujer.

Al trauma de la violación se une el del aborto. Una realidad mala no se resuelve con otra realidad mala, pues el mal se multiplica. Al mismo tiempo, supone la grave injusticia de que un tercero pague por el abuso de otra persona, y lo pague con la pena capital, con su vida. Porque el embrión -todo hay que decirlo- está vivo y es de la especie humana, y esto es biología, no religión. Así, en vez de castigar al violador, se condena a muerte a un inocente en gestación que no ha hecho nada.

Es una falacia de falso dilema porque no es la única opción. Es verdad que para la madre gestante supone un sacrificio continuar el embarazo, una grave incomodidad. Pero la alternativa tampoco es aceptable, pues se trata de privar de la vida a un tercero. La madre gestante puede recibir todo el apoyo psicológico, médico y humano del caso, y entregar después su hijo en adopción si lo desea.

Así, salva la vida de un inocente y brinda a unos padres que no pueden tener hijos la posibilidad de criar uno, con el consuelo añadido de haberlo librado de una muerte segura.  Si fuera real esta alternativa, es decir, que resulte inmoral continuar un embarazo fruto de una violación, significaría que en algunos casos es “moral” matar a un ser humano inocente. ¿Qué moralidad sería esa?

La segunda duda de Cristina es: “Los abortos clandestinos ponen en riesgo la vida de la mujer, y por eso deben ser regulados. Es un asunto de salud pública”. Es un argumento más difícil de rebatir, porque se trata de un problema real y el peligro es la muerte. Podría ser análogo a aceptar la prostitución como algo indeseable pero inevitable.

Aceptar esa argumentación sería equivalente a legalizar los carteles de drogas. “La violencia causada por el narcotráfico está causando muchísimas muertes. Es un problema real, de seguridad pública. Para evitarlas, debemos legalizar los carteles”. Nótese que las muertes violentas por narcotráfico sí se pueden contar con precisión –a diferencia de los abortos clandestinos que causan la muerte de la madre gestante- y son con absoluta seguridad muchísimo más numerosas. Sólo en México murieron violentamente 35,588 personas en 2019.

Legalizar el aborto equivale a legalizar los carteles de droga, ya que lo que lo justifica es evitar las muertes violentas, y no se encuentra otro camino para hacerlo, con la diferencia de que son muchísimas más las muertes causadas por el narcotráfico que las de los abortos clandestinos.

Sería atendible si esa fuera la única opción. Pero se podrían hacer campañas justo a la inversa. Por ejemplo, ensalzar la maravilla de poder traer un ser humano al mundo, reconocer y premiar la maternidad, independientemente de las circunstancias; o dando ayudas cuando la maternidad se viva en un contexto difícil, como el embarazo adolescente.

Si se ofrece un reconocimiento merecido –es heroico dar la vida en ese contexto- y el imprescindible apoyo, se reduce drásticamente el número de abortos clandestinos y de muertes maternas. Si se establecen penas severas para los dispensadores de abortos clandestinos –y no para la mujer- como inhabilitación de por vida a los médicos y enfermeras que participen, así como una pena de cárcel análoga a la del homicidio con premeditación, alevosía y ventaja –que eso es el aborto-, se desincentiva su práctica. Aun así, siempre habrá abortos clandestinos y muertes maternas, pero en números muy reducidos, salvándose por contrapartida a un número incontable de bebes, la mitad de ellos niñas.

sábado, 22 de agosto de 2020

Santa María, Reina y Madre de Misericordia

 Multitud de poetas medievales cantaron con cincelados versos a la Madre Misericordiosa o de la misericordia. Pocas advocaciones habrán sido más celebradas, ya que polarizó la atención y súplica de los fieles deseosos de alcanzar por medio de la Virgen, el perdón divino.


Por: Padre Andrés Molina Prieto | Fuente: http://www.mariologia.org



Deseo ocuparme y éste, y en otros posibles artículos de la imagen evangélica de la Virgen en los nuevos Prefacios marianos. Comienzo con un bellísimo formulario, tomado de la colección "Misas de la Virgen María". Es el n1 39, llamado Reina y Madre de misericordia. Los dos se ensamblan armónicamente en la devoción popular hacia la Madre de Dios, como los dos rasgos característicos que mejor configuran la semblanza de nuestra Señora. En el sencillo y breve análisis del Prefacio aparecen las razones doctrinales que justifican el doble título o advocación.

1. Riqueza de los títulos bíblicos y eucológicos 

El título o advocación de "Reina de misericordia" al que hacen referencia la antífona de entrada y la Colecta alternativa, celebra conjuntamente la bondad, la generosidad, la dignidad de la Virgen que, elevada al cielo, cumple con su misión de rogar incesantemente a su Hijo por la salvación de los hombres. He aquí el saludo inicial: Salve, Reina de misericordia, Madre gloriosa de Cristo, consuelo de los penitentes y esperanza de los pecadores. En cuanto a la segunda Colecta, que se ofrece opcionalmente, su texto resulta bien elocuente: "Dios misericordioso escucha las plegarias de tus hijos que, inclinados por el peso de sus culpas, se convierten a ti e invocan tu clemencia. Movido por ella enviaste a tu Hijo al mundo como Salvador y nos diste a la Virgen Santa María como Reina de misericordia".

En cuanto al mencionado título, recogido en la Colecta primera, Oración sobre las Ofrendas y en el Prefacio, conviene aportar algún dato histórico aclaratorio. Quien atribuyó por primera vez este título a la Virgen fue -según parece- san Odón, abad benedictino de Cluny y fundador del monasterio homónimo, fallecido el año 942. El título cuadraba con entera razón a Santa María, porque dio a luz para nosotros a Jesucristo, misericordia visible del invisible Dios misericordioso, y porque es Madre espiritual de los fieles, llena de gracia y misericordia.

San Lorenzo de Brindis, capuchino y doctor de la Iglesia (1559-1619), hombre de amplia y profunda sabiduría bíblico-teológica, indaga con unción las razones de este título llamado a María "Madre misericordiosísima, Madre clementísima, Madre tiernísima y amantísima". El formulario de esta Misa mariana gira sobre dos goznes de sólida base doctrinal: Ella es Profetisa que ensalza la misericordia de Dios, y a esta idea central alude el pasaje evangélico de la Visitación con el cántico de Magnificat (Lc 1,39-55). Fue en esta ocasión cuando la Virgen alabó por dos veces a Dios misericordioso: su misericordia llega a sus fieles / de generación en generación (...)./ Auxilia a Israel su siervo / acordándose de la misericordia. Por este motivo, los fieles desean proclamar continuamente la misericordia de Dios para con la bienaventurada Virgen María, como reza la Poscomunión.

El segundo gozne está constituido por la afirmación principal del Prefacio: La Virgen es la Mujer que ha experimentado la misericordia de Dios de un modo único y privilegiado. Comentaremos enseguida esta iluminadora enseñanza que nos hace celebrar con desbordante gozo el título consolador de María, Madre de Misericordia, que desde el comienzo del segundo milenio, pasó a la piedad popular y a la Liturgia. Multitud de poetas medievales cantaron con cincelados versos a la Madre Misericordiosa o de la misericordia. Pocas advocaciones habrán sido más celebradas, ya que polarizó la atención y súplica de los fieles deseosos de alcanzar por medio de la Virgen, el perdón divino.

2. El nucleo doctrinal del prefacio   

Las tres "estrofas" de esta pieza admirable nos revelan las excelencias sobrenaturales de Nuestra Señora. Después del párrafo introductorio común a todos los Prefacios, escuchamos como una triple cadencia las exclamaciones gozosas de la Iglesia que celebra los divinos misterios: Ella es Reina clemente, / que, habiendo experimentado tu misericordia / de un modo único y privilegiado, / acoge a todos los que en ella se refugian, / y los escucha cuando la invocan. / Ella es la Madre de la misericordia, / atenta siempre a los ruegos de sus hijos, / para impetrar indulgencia, / y obtenerles el perdón de los pecados. / Ella es la dispensadora del amor divino, / la que ruega incesantemente por nosotros / para que su gracia enriquezca nuestra pobreza / y su poder fortalezca nuestra debilidad.

Hasta aquí lo que podemos denominar el núcleo central que canta a la bienaventurada Virgen María, Reina de piedad y Madre de misericordia tanto en sentido objetivo como subjetivo. Si Ella es la Madre de Jesucristo, la misericordia encarnada del Padre, María es la Madre de la misericordia. Y si Dios quiso enriquecerla con la poderosa intercesión haciéndola "Mediadora ante el Mediador", según la bella expresión de san Bernardo, Ella es Madre misericordiosa. El eje diamantino del Prefacio que cruza y vertebra todo el conjunto reside en las palabras clave de la segunda estrofa: María ha experimentado la misericordia del Señor. Consciente de ello prorrumpe ante Isabel en su éxtasis de amor agradecido: "Mi alma proclama la grandeza del Señor. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador". El nuevo Prefacio se hace eco de las enseñanzas de Juan Pablo II en su encíclica "Dives in misericordia" (30-XI-1980) a la que pertenece este denso pasaje:

"María es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es. En este sentido la llamamos también Madre de la Misericordia. En cada uno de estos títulos se encierra un profundo significado teológico, porque expresan la preparación particular de su alma, de toda su personalidad, descubriendo a través de los complicados acontecimientos de Israel, y de todo hombre, y de la humanidad entera después, aquella misericordia de la que por todas las generaciones, nos hacemos partícipes, según el eterno designio de la Santísima Trinidad. Los susodichos títulos que atribuimos a la Madre de Dios nos hablan de Ella, por encima de todo, como Madre del Crucificado y del Resucitado".

"Sin duda María, y por María, experimentamos la misericordia divina, porque en virtud del tacto singular de su corazón materno y de su extraordinaria sensibilidad compasiva, posee una esencial actitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una Madre".

Añade como sugestiva apostilla el Pontífice: "Este es uno de los misterios más grandes y vivificantes del cristianismo, tan íntimamente vinculado con el misterio de la Encarnación" (DM, 9). Todas estas ideas pontificias han sido incorporadas de manera sintética al texto del Prefacio que venimos comentando. Ciertamente la importancia teológica y doctrinal de sus contenidos deriva de las Fuentes Reveladas y de la Sagrada Liturgia donde se verifica el aforismo "Lex orandi, lex credendi": Se ora como se cree, y se cree como se ora. Pero la enseñanza autoritativa de la Iglesia ilumina y enriquece con perfiles muy acusados, el dato revelado.

3. Cristianos misericordiosos en el tercer milenio   

En la llamada Oración sobre las Ofrendas la Iglesia dice: "Al venerar a la Virgen María Madre de Misericordia, concédenos ser misericordiosos con nuestros hermanos". Esta petición desea corresponder al mandato de Cristo en el Sermón del Monte: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Mt 6,36). Quizá lo que más necesita la Iglesia, cuando ha inaugurado ya el tercer milenio y el nuevo siglo XXI, sea de cristianos misericordiosos que lleven a cabo el programa sobre las virtudes evangélicas, propuesto por san Pablo a los fieles de Colosas: Revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, magnanimidad (Col 3.12).

En una sociedad cada vez más fría e indiferente, de escasos rasgos de apertura a los demás, en los que predominan múltiples formas de egocentrismo insolidario, urge que los discípulos de Jesús den unánime y constante testimonio de caridad compasiva y comprensiva, es decir, de fraternidad evangélica hacia todos los demás. El preámbulo de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual nos señala el camino: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre resonancia en sus corazones" (GS, 1).

Esta es la estampa genuina del cristiano en un nuevo siglo marcado por increíbles avances técnicos y científicos, pero sellado al mismo tiempo por vergonzosas lacras, zonas oscuras y humillantes servidumbres. La Misa de la Virgen María, Reina y Madre de la misericordia, indica la dirección de nuestros pasos de peregrinos, en la encrucijada incierta que debe conducir a la civilización del amor. Otros equivocados rumbos nos llevarían a un túnel sin salida. En la "Vida de María" -quizá la primera históricamente- escrita por Máximo el Confesor a mediados del siglo VII, se habla así de la bienaventurada Virgen: "Su misericordia no era sólo para los parientes y los conocidos, sino también para los extraños y los enemigos, porque era verdaderamente la Madre de la Misericordia, la Madre del Misericordioso, la Madre de Aquel que por nosotros se encarnó y fue Crucificado, para derramar sobre nosotros, enemigos y rebeldes, su misericordia".

Y san Andrés de Creta fallecido el año 740, ruega así a María: "Levanta con la riqueza de tu misericordia mi alma, vuelta mísera por los pecados, oh Madre de Dios". No olvidemos que la misericordia envuelve a la Virgen María desde el punto de partida de su ser, total y completamente. Toda su vida no cesa de recibir la plenitud de la misericordia de Dios. Si acertamos a comprender cómo María es la mejor obra de arte de esta misericordia, tendremos -de alguna forma- la llave para penetrar en todas las misericordias del Padre y poder vivirlas.

Nos conviene meditar mucho los textos evangélicos marianos de san Lucas. Comprobaremos entonces que el Fiat (Hágase en mí) y el Magnificat (proclama mi alma la grandeza del Señor) son la respuesta más perfecta de María a las misericordias del Padre derramadas sobre Ella. El tema del Magnificat es fundamentalmente el tema de amor del Padre hacia los humildes y los pobres. Por ello Dios ha elegido para su designio salvífico a una doncella pobre y humilde. María es la profetisa de la misericordia del Padre y su más fiel icono después de Cristo.

San Bernardo escribe: "María se ha hecho toda para todos y a todos abre el seno de su misericordia a fin de que todos reciban la gracia que necesitan: el esclavo, el rescate; el enfermo, la salud; el afligido, el consuelo; y el pecador, el perdón". La mirada a María "Reina y Madre de misericordia" nos lleva a lo que Juan Pablo II ha repetido con insistencia: "María Santísima. Hija predilecta del Padre, se presenta ante la mirada de los creyentes, como ejemplo de amor, tanto a Dios como al prójimo".

María es Reina y Madre de misericordia porque su mediación en favor de todos los hombres está unida a su maternidad. Este carácter materno de su mediación siempre subordina a la única mediación de Cristo, y siempre participada, explica por qué, en cuanto Madre, coopera en la acción salvífica del Hijo, Redentor del mundo. Y explica también por qué esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar hasta la consumación perpetua de todos los elegidos (LG, 62). Nuestros poetas clásicos se hicieron eco de este poder intercesor de María capaz de alcanzarnos la múltiple e infinita misericordia de Dios.

Oigamos estos sentidos versos de Cristóbal de Cabrera: Quién podrá tanto alabarte / según es tu merecer; / Quién sabrá tan bien loarte / que no le falte saber; / pues que para nos valer / tanto vales / da remedio a nuestros males. / ¡Oh Madre de Dios y hombre! / ¡Oh concierto de concordia! / Tú que tienes por renombre / Madre de misericordia; / pues para quitar discordia / tanto vales, / da remedio a nuestros males.