sábado, 27 de diciembre de 2014

Conozca primero su Fe Católica - 2014-12-24 - Y el Verbo se hizo carne






Uno de los más grandes misterios es el de la Encarnación de Dios, bellamente descrito por San juan en el inicio de su Evangelio. El Padre Pedro comparte con nosotros una reflexión sobre este pasaje del prólogo del cuarto Evangelio: "Y el verbo se hizo carne".

domingo, 21 de diciembre de 2014

¿El sacerdote debe ser un sanador? Sí, sin duda. «Los Doce fueron enviados a curar», dice la Biblia


¿Puede un sacerdote desentenderse de la atención a enfermos y la oración dedicada a ellos? Puede, si algún compañero le suple. Pero no es propio del sacerdocio huir de su vocación sanadora. El tema se analiza en el completo libro Pastoral de la salud. Guía espiritual y práctica del escritor Fernando Poyatos, veterano de muchos años como laico que atiende y visita enfermos. Copiamos lo que dice sobre la función sanadora del sacerdote.

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A sus primeros sacerdotes, los apóstoles, Jesús los mandó muy claramente, «a proclamar el reino de Dios y a curar» (Lc 9,2), es decir, rezando por que se curen en cuerpo, mente o espíritu, en toda su persona, y dejando su resultado en manos de Dios.

Benedicto XVI nos ha recordado en su libro de 2007, Jesús de Nazaret, que «los Doce fueron enviados “para curar toda clase de enfermedades y dolencias”» (Mt 10,1), y la Congregación para la Doctrina de la Fe enseña que la sanación acompañó siempre la proclamación del Evangelio porque están «orgánicamente unidas».

Prueba de que la Iglesia nos alienta en este ministerio es el volumen Oración por sanación, publicado en 2005 en el Vaticano, fruto de un coloquio internacional donde hubo 1 arzobispo, 5 obispos, 8 sacerdotes, 1 diácono y médico, 1 monja y 5 laicos .




Así, pues, los sacerdotes, por su ordenación, tienen la doble misión de anunciar el reino de Dios y, como parte de él, ser canal de sanación física, emocional o espiritual.

Que citen a sus asambleas las recomendaciones de Jesús y la del apóstol Santiago: «¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los sacerdotes de la Iglesia, que oren sobre él» (Sant 5,14) y les animen a una oración personal más intensa y habitual y a recurrir a ellos cuando estén enfermos o agobiados, con fe expectante y pensando que el sacerdote es un mero instrumentos de Dios al servicio de sus criaturas.

El gesto de imponer las manos

Qué hermoso es que un sacerdote anime a sus fieles a recurrir a él cuando estén enfermos para que les imponga las manos y ore por ellos, como hace en la Reconciliación, uno de los sacramentos de sanación.

Porque algunos, por su fe y obediencia integral al Evangelio, ejercen un poderoso ministerio de evangelización y sanación, como hacía el canadiense Emiliano Tardif (en proceso de beatificación), a quien conocí hace muchos años; pero ninguno debe pensar que eso no es para él, pues, por su consagración, está igualmente dotado para servir a su comunidad de forma que se refleje en la vida de la parroquia.



Y, como dice el internacionalmente conocido sacerdote estadounidense Robert DeGrandis, los sacerdotes «deben ver el ministerio de sanación sacramental como parte de la vocación sacerdotal» .

Por supuesto que este ministerio le exigirá al pastor más tiempo de disponibilidad; pero eso será a su vez un testimonio muy necesario hoy día en nuestra Iglesia, tan acribillada de críticas, a veces justificadas.

Por tanto, cada sacerdote necesita equiparse plenamente, para lo cual es muy alentador el libro del padre Cantalamessa Ungidos por el Espíritu Santo, que es el texto de un retiro que dio en 1992 a 1.700 sacerdotes y 70 obispos, cuyo énfasis estuvo precisamente en la función del Espíritu Santo en la vida del sacerdote.

En él el padre Raniero exhorta a sus compañeros de sacerdocio a recibir el “bautismo en el Espíritu” —aspecto integrante de la iniciación cristiana en la Iglesia primitiva, como se ha investigado exhaustivamente —y explica que el sacramento del Bautismo es en muchos casos lo que se llama un “sacramento ligado” o “impedido”, a causa de una fe débil; y, por propia experiencia, reconoce que esa efusión o bautismo no sacramental «es una gracia que cambia la vida» (p. 142), como cambió la suya, y como, a través de los años, he podido verificar en muchísimos sacerdotes y en algunos obispos de distintos países .

Por eso, el cardenal Leo Suenens, figura clave en el Vaticano II, decía que «el bautismo en el Espíritu Santo [...] se tiene que convertir en una gracia para toda la Iglesia, o la recuperación de una gracia para toda la Iglesia» , lo que ratificaba otro cardenal, Yves Congar, al decir: «Una cosa es cierta: es una realidad que cambia la vida de las personas». Debemos aludir a esto aquí porque es indudable que esa “efusión del Espíritu”, como también se llama, nos equipa a sacerdotes y laicos para un poderoso ministerio de pastoral y, como dice el padre Cantalamessa en ese libro, «impulsa a la santidad» (p. 143) y, por tanto, «tenemos que pensarlo bien antes de llegar a la conclusión de que esto no es para nosotros [...] o que podemos prescindir de ello» (p. 144).




El papel de los parroquianos

A todos los fieles de una parroquia se les debe recordar de vez en cuando:
– que no son miembros de la comunidad parroquial únicamente para recibir en las celebraciones y en los sacramentos, sino también para dar, y que una forma de dar es precisamente orar por sus propios enfermos y por los de la parroquia en general;

– que, como bautizados, todos pertenecemos a ese «sacerdocio real», llamados «de las tinieblas a su admirable luz» (1 Pe 2,9) y a quienes Jesús ha mandado interceder por los enfermos igual que lo hacía Él;

– que esa intercesión debe ser parte de su oración personal de cada día y una de las funciones de cualquiera de los grupos parroquiales de oración, a quienes el equipo de pastoral de enfermos debe proporcionar los nombres y circunstancias de las personas por las que deben interceder.

La Misa, fuente de sanación
 

Hay que orar por sanación sobre todo en la Santa Misa. No olvidemos (y el sacerdote podría indicarlo ocasionalmente) que la Iglesia primitiva consideraba la Eucaristía como el sacramento ordinario de sanación, puesto que nuestro Señor Jesucristo se hace uno con nosotros de modo que podemos decir, como Pablo a los gálatas: «Es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20), y que Él dijo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él» (Jn 6,56).

Después de todo, la Misa contiene todos los elementos del ministerio de sanación:

-la presencia real de Jesús,
-la oración,
-la alabanza
-y el perdón.

Efectivamente, y aparte de los dos sagrados momentos en que adoramos a Jesús cuando el sacerdote nos muestra su Cuerpo y luego su Sangre (¡y qué importante es, como testimonio, cómo haga las dos ostensiones!), y cuando los recibimos en la Comunión, la liturgia de la Santa Misa nos ofrece los siguientes oportunidades de pedir la sanación física, emocional o espiritual.

En el rito penitencial, que, como dice el padre DeGrandis, «es la clave para la sanación a través de la Misa porque es aquí donde nos abrimos para recibir el perdón del Señor y, aún más importante, para alcanzar el perdón de unos por otros y de nosotros mismos» .

– En la alabanza del Gloria, en la que, como dice el mismo, debemos abrir «nuestros corazones al Espíritu Santo [...] la alabanza en la Misa es poderosísima [...]. Mucha gente puede recibir sanación en la Misa dominical al participar activamente cantando cánticos y diciendo las oraciones, como el Gloria [...]. Como sacerdotes, necesitamos decir las oraciones claramente y con entusiasmo, sabiendo que el Señor está tocando a los presentes» .

En la oración de los fieles, sabiendo que intercedemos como «sacerdocio real» que somos (1 Pe 2,9) y procurando, según la gravedad, mencionar los nombres si nadie tiene inconveniente. Detalles tan importantes como estos son los que contribuyen a crear comunidad y solidaridad y a sentir que se pertenece a una parroquia donde “te tienen en cuenta”.

En el rito de la paz, puesto que, al deseárnosla mutuamente, lo hacemos, dice el padre DeGrandis, «al hombre entero: cuerpo, mente y espíritu [...], es decir, por un estado de tranquilidad general» .

– Y hagamos hincapié en las dos oraciones previas a la Comunión: la del mismo sacerdote, pidiendo que le “aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable”, y la de los fieles, quienes deben reconocer muy conscientemente: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.



Hoy son muchos los sacerdotes que en sus retiros y publicaciones nos hablan de la Santa Misa como una fuente de sanación que nos dejó el Señor Jesús .

Educar a los fieles en la intercesión
 

Además, esta labor de sensibilización debe incluir también el proporcionarles algunas charlas sobre la intercesión , identificando sus principales instrumentos, aparte de la Misa, por ejemplo, la Hora Santa ante Jesús Intercesor (mucho más eficaz que ir visitando todos los santos e imágenes o encendiendo velas). Para ello daría fuerza a la parroquia la intercesión comunitaria a cargo de un grupo parroquial de intercesión que se reúna periódicamente.

También contribuye al espíritu de comunidad parroquial el tener lo que se llama cadena de oración para casos puntuales (cuyos miembros, no muchos, se comunican, por orden, cada necesidad).

Puede ser parte del mismo grupo de intercesión o incluir alguna otra persona de la parroquia, y debe explicarse a los fieles lo que es y lo que no es propio de una cadena .

Esos voluntarios rezarán enseguida por esa intención (ej., la coronilla de la Divina Misericordia) en casos urgentes, o la incluirán en su oración personal o de grupo. ¡Cuántas gracias se reciben así!

Una tercera forma de intercesión parroquial puede ser una lista de oración, que incluye casos y situaciones más prolongados por cuyas intenciones interceden los miembros del grupo en sus reuniones y en su oración personal.


 Fernando Poyatos/ReL

sábado, 13 de diciembre de 2014

¿Refutaron los grandes filósofos ateos a Dios? No

Un cristiano dijo, hace algunas décadas, que la muerte de un niño es más terrible que toda la biblioteca del ateísmo. Eso es así porque la muerte de un niño es algo verdaderamente sobrecogedor, pero también porque el trabajo intelectual del ateísmo en su esfuerzo por negar a Dios no ha sido especialmente brillante.

El Dios de los ateos (Ed. Stella Maris), libro reciente de Carlos A.Marmelada (buen divulgador científico, Premio Arnau de Vilanova de Filosofía y experto en evolución) se centra en esta tesis: los grandes filósofos de la modernidad no han refutado a Dios, aunque muchas personas parecen partir de la idea de que sí lo hicieron.

La mitad de ellos no lo han hecho porque no reflexionan sobre el Dios de las religiones monoteístas, sino sobre la divinidad hegeliana (del filósofo alemán Hegel, que murió en 1831) que no se le parece en casi nada.

La otra mitad, porque han considerado que el tema lo resolvieron sus predecesores (se remiten sobre todo a Hegel o Feuerbach) y reconocen que en vez de reflexionar filosóficamente sobre el Dios cristiano se limitan apasionadamente a rechazarlo porque han sentenciado que les molesta.

Los filósofos clásicos que se estudian
El libro repasa el tema de Dios en los distintos filósofos clásicos y modernos que suelen figurar en los planes de estudio de bachillerato, un repaso perfectamente legible y recomendable para alumnos (aplicados) de ese nivel y para cualquiera que quiera asomarse a ello. Descartes, Spinoza, Hume, Kant, Marx, Nietzsche, Sartre, Camus y Popper son los principales autores que analiza Marmelada, junto con otros referentes como Bakunin o Heidegger.



Marmelada tiene claro que hoy en día, tanto entre los filósofos maduros como entre el joven “de a pie”, más que ateísmo militante lo que hay es indiferentismo.

Los ateos ya no se esfuerzan en dar argumentos de la no existencia de Dios, pues creen que esa tarea ya la concluyeron los grandes pensadores ateos”, algo que piensan que sucedió entre 1850 y 1950.

Contra el "dios" de Hegel, no el de Cristo
Marmelada considera que casi todos estos autores se vieron marcados por Hegel, o directamente se remitieron a él. El existencialista Sartre, muy influyente en los años 60 y 70 y en la revolución sexual del 68, escribe su voluminoso libro El ser y la nada para mostrar que Dios no puede existir, porque es una idea contradictoria, entendiendo a Dios como un ser que es la nada.

Pero ¿en qué parroquia, sinagoga o madrasa se enseña que Dios sea “un ser que es la nada”? En ninguna. Ese “dios que es la nada” es el de la filosofía de Hegel.



Mucho antes de Sartre, el filósofo anarquista ruso Bakunin (muerto en 1876) también concebía a “dios” como el ser más vacío, “la nada, abstracción muerta, el vacío absoluto”. Está hablando del “dios” hegeliano, y consideraba a Hegel “el mayor genio que ha existido después de Aristóteles y Platón”.

Marx y las clases de ateísmo científico en la URSS
El hombre más influyente en la historia de la expansión del ateísmo en el mundo, Karl Marx, no dedicó ningún esfuerzo a demostrar que Dios no existe. Lo daba por supuesto.

“El comunismo empieza en seguida con el ateísmo”, escribió. El ateísmo era para él una postura de salida que consideraba ya probada y demostrada y que por lo tanto ya no le interesaba tratar ni debatir. Marx pedía al hombre dedicarse a su aplicación práctica: la revolución y la construcción del comunismo.

Marmelada no lo detalla, pero el desinterés de Marx por el ateísmo filosófico lo sufrieron durante la Guerra Fría una tercera parte de la humanidad que estuvo sometida a regímenes comunistas. En ciertos niveles escolares en la URSS y Europa del Este, se debía estudiar la asignatura “Ateísmo Científico”. Las clases tenían que rellenarse con citas de Engels que reciclaban a Feuerbach, porque Marx casi no escribió del asunto, al considerarlo ya despachado. Cuando Engels ya no daba más de sí, la clase se limitaba a citar congresos y documentos del Partido local y sus organizaciones satélite.

La tesis de fondo del ateismo marxista siempre era la de Feuerbach: la idea de Dios impide que el hombre se ponga en el centro. Se deduce que quitando a Dios, el hombre desarrollará su capacidad, que consiste en hacer la revolución, implantar el comunismo y llegar al famoso “futuro luminoso” (que en la vida real nunca llegó).



En inglés "Communist Party" puede significar "Partido Comunista" o "fiesta comunista"; Marx -siguiendo a Feuerbach- da por supuesto que para potenciar al hombre (y cambiar la sociedad) hay que rechazar a Dios

El "dios" vacío de Spinoza y la paradoja de Kant
Otros autores que filosofaron sobre Dios acudieron a los textos de Baruch Spinoza, judío sefardí nacido en Holanda en 1632, sin fe, que escribió mucho sobre “dios”, pero que presentaba un “dios” panteísta, nunca personal, sin voluntad, sin entendimiento, apenas una fuerza u orden eterno.

Si Feuerbach predicó en el siglo XIX que al disminuir Dios crece y se beneficia el hombre, en parte es porque Spinoza lo apuntó antes. Y el sefardí fue uno de los pocos filósofos admirados por Nietzsche

Marmelada considera que otro autor influyente en el indiferentismo del hombre moderno hacia Dios es Kant. Es paradójico porque una de las razones de Kant para escribir “Crítica de la razón pura” en 1781 era “cortar las mismas raíces del materialismo, del fatalismo, del ateísmo, de la incredulidad librepensadora, del fanatismo y la superstición”.

Pero fracasó en esa vía y en cambio convenció al mundo de que el hombre no puede conseguir conocimientos objetivos válidos, haciendo a muchos desconfiar de la metafísica, y por lo tanto, de Dios como idea racional.

Nietzsche: son sus gustos, no su intelecto
Nietzsche, que murió en 1900, ha inflamado la pasión e imaginación filosófica de miles de jóvenes durante más de un siglo, predicándoles contra Dios. Pero sin dar argumentaciones racionales contra su existencia.

Niega a Dios porque no le gusta, y así lo declara. “Es nuestro gusto quien se pronuncia contra el cristianismo, no son ya nuestros argumentos”, tronaba en La gaya ciencia.

Ya en sus escritos juveniles declaraba: “Mi corazón altivo no soporta que los dioses lleven el cetro”.



Un meme de propaganda atea actual usando a Nietzsche, que al contrario que Marx aún mantiene atractivo sobre muchos jóvenes occidentales de sensibilidad poética y es muy estudiado en la universidad

Nietzsche no niega a Dios como resultado de haber usado su genio e inteligencia en reflexionar racionalmente sobre el tema durante largos años de maduración, sino como rebeldía juvenil, adolescente. No es el razonar, sino su “corazón altivo” quien le mueve contra Dios. Por otra parte, también él cuando se anima a dedicar algún esfuerzo a filosofar sobre “dios” no piensa en el Dios teísta sino en el hegeliano, definido como “lo más vacío”.

Si Sartre de niño hubiera conocido un cristiano de verdad...
También Sartre niega a Dios sin haber reflexionado filosóficamente sobre el Dios cristiano. Como para Marx y Nietzsche, necesita negar a Dios, o declararlo irrelevante, porque ese es su punto de partida para proclamar la “libertad” para el hombre.

En la práctica Sartre es hoy mucho más influyente que el fracasado Marx. Ha triunfado su negación de la moral, su relativismo…

Declaraba que lo coherente con el ateísmo no era proponer una moral laica (como declaran con la boca muchos socialistas hoy en el debate social) sino la amoralidad (que es lo que viven en la práctica las masas indiferentes a Dios) y el “consecuencialismo ético”. En sus palabras: “Todos los medios son buenos cuando son eficaces”.



Una web "secularista" usa este meme de Sartre como propaganda contra Dios...

Sartre siempre se declaró ateo. ¿Qué llevó a Sartre a su desprecio de Dios? No fue una profunda reflexión filosófica, sino su experiencia infantil y adolescente.

Él rezaba de niño sus oraciones todos los días, “en camisón, de rodillas en la cama, con las manos juntas”, porque lo pedía su madre, que era católica pero no supo transmitirle la fe.

“En el Dios al uso que me enseñaron no encontré al que esperaba mi alma: necesitaba un Creador y me dieron un gran Patrón”, escribiría sobre su infancia.

Además, su abuela luterana era mundana e indiferente y su abuelo luterano dedicaba mucho tiempo y esfuerzo a criticar con cinismo a los católicos, la Virgen, Lourdes, Bernadette, la devoción popular…

Me vi conducido a la incredulidad no por el conflicto de los dogmas, sino por la indiferencia de mis abuelos”, escribiría.

Sartre quizá habría sido un buen cristiano si de adolescente hubiera encontrado ejemplos de cristianos coherentes. De hecho, en Las Palabras, no critica a los cristianos por fanáticos sino por tibios.

La buena sociedad creía en Dios para no hablar de Él. ¡Qué tolerante, qué cómoda era la religión! El cristiano podía faltar a misa y casar a sus hijos por la Iglesia, no estaba obligado a llevar una vida ejemplar ni a morir desesperado. En nuestro medio, en mi familia, la fe no era más que un nombre de ostentación”.

Relata dos incidentes infantiles de poca relevancia... excepto para él, que fueron detonantes para abrazar la impiedad. En una redacción sobre la Pasión en el colegio, le dieron sólo un segundo premio. El niño ya era un escritor ensoberbecido y se decidió vengar en Dios: “en privado dejé de frecuentarle”.

En otra ocasión, jugando con cerillas quemó una alfombrilla. “Dios me vio, sentí su mirada en el interior de mi cabeza y en las manos; estuve dando vueltas por el cuarto de baño. Me puse furioso contra tan grosera indiscreción, blasfemé, murmuré como mi abuelo: Maldito Dios, maldito Dios, maldito Dios. No me volvió a mirar nunca más”.

Marmelada señala que algo parecido escribía Nietzsche sobre Dios: “Él tenía que morir; miraba con unos ojos que lo veían todo, veía las profundidades y la hondura del hombre, toda la encubierta ignominia y fealdad de éste, penetraba arrastrándose hasta mis rincones más sucios. Ese máximo curioso tenía que morir. El hombre no soporta que tal testigo viva”, escribe en Así habló Zaratustra.

Camus y la burguesía tibia
La mediocridad burguesa del cristiano tibio también fue determinante en el caso del otro gran filósofo y escritor existencialista francés, Albert Camus, exponente de un ateísmo indiferentista.

De su infancia escribe su biógrafo Lottman: “en 1924 se era católico o laico y la escuela pública significaba ya una elección. La familia del niño era más supersticiosa que religiosa y nadie iba nunca a misa. Bautizo y últimos sacramentos, eso era todo”.

Hizo la primera comunión y quizá fue una experiencia desagradable porque en una de sus obras semi-biográficas un cura da una injusta bofetada al niño protagonista en el banquete tras la comunión. Casi seguro le pasó lo mismo a Camus.

Marmelada, en El Dios de los Ateos, no comenta su acercamiento a la fe en sus últimos días.

Estos ejemplos dejan claro que los grandes filósofos del ateísmo no llegan a él por una profunda reflexión racional e intelectual, sino por razones personales o adoptando filosofías que otros han establecido antes (bebiendo de Feuerbach, que bebía de Spinoza, o de Hegel, que plantea un dios-nada filosófico, sin relación con el cristiano).



El problema del Mal
El libro de Marmelada pasa entonces a centrarse en el único gran tema filosófico que aún está vivo sobre Dios en el debate actual y el que más esgrime el ateo moderno militante: el problema del mal. ¿Si existe un Dios bueno, como dicen los cristianos, cómo es que hay mal en el mundo? O no es tan bueno como para querer quitarlo, o no es tan poderoso como para poder quitarlo: sería poco bueno o poco poderoso, y por eso no merecería ser llamado Dios.

Marmelada parece que intenta dar una respuesta filosófica ágil a este tema dolorosísimo.

Primero establece, siguiendo a Santo Tomás, que Dios permite y tolera –aunque no busca ni suscita- los males físicos, como el dolor, las catástrofes, etc... “en aras del bien que de ellos se pueda derivar”.

Luego establece como “indudable” que Dios permite que se puedan dar también males morales (la posibilidad de que los hombres hagan cosas malvadas) también por un bien: el de la libertad humana.

Luego señala que Dios no tiene ninguna obligación de crear ningún mundo, y mucho menos un mundo que sea “el mejor de los mundos posibles”, concepto que filosóficamente es complejo porque un ser omnipotente siempre podría hacer un mundo aún mejor.

¿Puede Dios todopoderoso hacer un mundo tan bueno que Dios mismo no pueda hacerlo mejor? Esta pregunta es equivalente a la de si puede Dios hacer un triángulo cuadrado. “No es que no pueda Dios, es que es irrealizable en sí mismo”, dice Marmelada.

Añade que un mundo “perfecto” no sería un mundo, sino que sería otro Dios.

En el mismo momento que el mundo no es Dios, sino una creación, algo con finitud, límites, limitaciones, es evidente que en el mundo hay espacio para el mal.

Anunciar el evangelio a los indiferentes
El libro finaliza con una reflexión sobre la evangelización al hombre de hoy, que no es un filósofo ateo militante equipado de profundos razonamientos contra Dios, sino un indiferente que arrastra heridas y miserias personales como sus abuelos Sartre, Camus o Nietzsche.

Marmelada considera que, con todo, una persona no puede ser indiferente a Dios en todos y cada uno de los días de su vida. Hay momentos en que cada persona se hace la grandes preguntas sobre la vida, la muerte, el bien, el sentido y Dios.

El indiferente también quiere ser feliz y piensa sobre la felicidad. Marmelada, que ha sido docente casi 30 años, sabe que hacer pensar es una forma de llevar hacia Dios y propone algunas preguntas que “despierten” al indiferente que cree no necesitar a Dios.

Por ejemplo:

- ¿Por qué los derechos humanos han de ser universalmente válidos?
- ¿Por qué debería yo respetar la libertad de los demás?
- ¿Por qué es inaceptable que el poder político sea totalitario y use a las personas como cosas sin valor desechables (el caso paradigmático es el holocausto nazi)?
- ¿Cuál es el fundamento de la dignidad humana?

Marmelada considera que estos temas del debate social llevan “inevitablemente” a reflexionar sobre la Trascendencia.

Después plantea que la Nueva Evangelización ha de apostar por “la autenticidad frente a la apariencia”. Sartre y Camus no conocieron cristianos auténticos, sólo una cultura de apariencias burguesas.

Es importante hacer comprender, dice Marmelada, que “los errores del cristiano no son fruto de la doctrina, sino de la falta de fe o de una fortaleza deficiente por parte de algunos de sus miembros”.

Hay que insistir, dice, en que “la doctrina cristiana promueve la tolerancia, el diálogo paciente y el respeto a la libertad personal; otra cosa muy distinta es que haya habido personas concretas que hayan hecho lo contrario pensando que estaban representando el verdadero cristianismo”.

Por otra parte, la sospecha de que el cristianismo es algo que incapacita para una vida plena y libre (sospecha de fondo de Feuerbach, Nietszche, Sartre…) debe ser refutada insistiendo en que “la felicidad eterna ha de ser disfrutada ya en esta vida, por lo que el cristianismo es una doctrina que promueve el goce y la fruición de la existencia terrenal en su máxima expresión, algo que se manifiesta en una alegría sobrenatural sincera”.

Marmelada, al repasar la historia, ve que se han buscado distintos sucedáneos para sustituir a Dios y la religión. Cree que hoy el becerro de oro sustitutivo es el dinero y el poder entre las clases altas y el mero consumismo entre la populares. Pero eso no llena al hombre y las grandes preguntas seguirán ahí.

Como sucede con 60 Preguntas sobre Ciencia y Fe y otros libros de Stella Maris, El Dios de los ateos puede ser leído con provecho por estudiantes (buenos) de instituto y alumnos (no necesariamente aplicados, aunque sí interesados) de universidad, y por supuesto por cualquier persona que quiera reflexionar sobre estos temas.

Su mayor mérito es repasar de forma asequible que las grandes figuras de la filosofía atea entre 1850 y 1950 nunca abordan seriamente el tema de la existencia de Dios desde la razón, sino desde categorías hegelianas o traumas personales, o dan el tema por zanjado por otras figuras previas.

“El hombre actual, el incrédulo indiferentista postmoderno, es hombre y como tal tiene una apertura natural a la trascendencia, por lo que también tiene sed de Dios”, concluye.


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