domingo, 31 de diciembre de 2017

Fiesta de la Sagrada Familia 2017





“La Sagrada Familia de Nazaret, modelo para todas las familias”

Sagrada Familia de Nazaret: enséñanos el recogimiento, la interioridad; danos la disposición de escuchar las buenas inspiraciones y las palabras de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad del trabajo de reparación, del estudio, de la vida interior personal, de la oración, que sólo Dios ve en lo secreto; enséñanos lo que es la familia, su comunión de amor, su belleza simple y austera, su carácter sagrado e inviolable. Amén.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Día 24 Solemnidad de la Natividad del Señor. Medianoche





Recordamos ahora el mayor acontecimiento jamás sucedido en el mundo: Dios, que no es del mundo viene al mundo, se hace uno de los nuestros. Hoy recordamos con toda la solemnidad posible, que no estamos solos en esta vida, que Dios está con nosotros; que los afanes e inquietudes de los hombres no son ya algo solamente humano, porque Dios se ha hecho hombre y permanece en el mundo precisamente por esos afanes. Resalta enseguida ante nuestros ojos, como ante los de aquellos pastores de Belén, que el Mesías, Dios encarnado, se confía a unas manos humanas, al calor y al cuidado de unas criaturas: a su cariño, a su prudencia, a sus posibilidades... Lo vemos, Niño de verdad, con la debilidad propia de los niños, necesitado de todo como ellos, dejándose cuidar, alimentar, protejer: confiando. Dios confía en el hombre. Es Dios y hombre perfecto. Porque es Dios que se nos entrega, que se pone al alcance de nuestro cuidado, de nuestra protección, de nuestro amor como los demás hombres. Y, siendo hombre, su indigencia de niño reclama nuestro desvelo, porque es indigencia humana de Dios. Posiblemente nacieron otros niños en aquellos días en la comarca de Belén. Sólo por Jesús, sin embargo, se movilizaron los pastores hasta el Portal y los ángeles prorrumpieron en alabanzas a Dios. ¿Qué haremos tú y yo por ese Dios que se nos ha hecho tan Niño? No queramos consentir que pueda sentirse defraudado de confiar en nosotros. Tendremos que mimarlo, querremos que sea el centro exclusivo de nuestra atención, la razón de nuestra vida. Haremos lo que sea preciso por no perderlo. Organizaremos las cosas para que cada día esté más a gusto entre nosotros, en cada uno de nosotros. Y si Él confía..., ¿no confiaremos tú y yo? Es buena ocasión el día de Navidad para preguntarnos, al contemplar a Jesús, quizá dormido en los brazos de su Madre, si procuramos confiar así en las personas, particularmente en los que nos quieren: en los que nos ayudan, en los que cuidan de nuestras cosas o nos prestan algún servicio. No vaya a ser que, demasiado a menudo, estemos como prevenidos, pensando que tal vez lo harán mal, y nos salga la crítica, el reproche..., casi antes de que haya materialmente tiempo para dar motivo. No dejemos pasar este día de gracia, sin elevar el corazón a Dios en favor de aquellos con quienes convivimos en casa, en el trabajo, en el descanso... Es con ellos precisamente con quienes en ocasiones tenemos diferencias. Nos ayudará a valorarlos, considerar que, de entrada, no hay razón para pensar que harán lo que les corresponde y nos afecta con poco interés o peor de lo que deben. Nuestro concepto positivo de los demás, alentado en la oración por ellos, nos llevará a tener en mucho y alegrarnos por tanto bien como recibimos de ellos; y a estimular o corregir, en su caso, con sentido optimista, lo que deba ser mejor en la conducta de otros. Es razonable que, al igual que nosotros, también ellos deban superar sus imperfecciones. Esos defectos, sin embargo, en ningún caso podrán justificar rencor por nuestra parte. Serán, más bien, ocasión de comprensión, oración y ayuda leal.

Nochebuena. Nos metimos en Belén

¿Qué hacer con esta luz de Cristo que recibimos en esta Nochebuena, en esta Noche venturosa, en esta Noche llena de claridad?

Por: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net




Cristo nos sólo es Pan, ni sólo es Palabra encarnada. Es también Luz. En toda la liturgia hoy resplandece la Luz de Dios. Belén es la casa del Pan, que nos alimenta y es Palabra Encarnada que nos habla, Palabra vivificadora, regeneradora, santificadora… a quienes están atentos receptivos. Y hoy en esta Nochebuena queremos comentar una riqueza más del misterio de Belén: es Luz ¿No decimos: dio a luz?

I. ¿Dónde se aprecia más la luz?
Es la oscuridad, Isaías nos ayudará en esta primera reflexión de Cristo Luz: “El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una luz grande, habitaban tierras de sombras, y una luz les brillos”

¿Es que acaso parte de la humanidad no caminaba en tinieblas, y a palpas porque todavía no se ha encontrado con Cristo Luz? Tinieblas y sombras son el pecado, la corrupción, la mentira, la malversación de fondos. Tinieblas y sombras son las guerras, la violencia, el terrorismo, los crímenes, que suceden al mundo. Tinieblas y sombras son la opresión, el yugo y el bastón con que todavía a 21 siglos de la Venida de Cristo, son azotados algunos hermanos nuestros. La misma ciudad de Belén en este año 2005 está vestida de luto y sin posada por las fuerzas oscuras de la violencia.

¿Esta parte de la humanidad ciega podrá ver la luz-de Cristo, en esta Nochebuena, o seguirá tropezando, hiriéndose, cayendo en medio de tierras de sombras? “A esta humanidad una luz le brilló”

¿Es que acaso nuestra misma Patria no camina en estos momentos por sombras inciertas, inseguras… conducida por gente no iluminada por Cristo-luz de los pueblos y de los corazones?

Y porque no vemos nos quitan el botón de nuestra fe y de nuestros valores morales y cristianos…

Necesitamos ver. Y Cristo en esta Nochebuena se nos presenta como Luz que ilumina nuestro camino hacia el Padre, hacia la eternidad. Cristo luz ilumina nuestra conciencia para que pueda siempre percibir y distinguir el bien del mal.

¿Dónde se aprecia más la luz? En la oscuridad. Por eso Cristo hoy se aprecia mucho más.

II. ¿Qué se necesita para ver esta Luz?
Abrir los ojos. Por más luz que haya, si yo cierro los ojos, no veo.

Abrir los ojos significa limpiarlos, pues, tal vez las lagañas o el llevar una vida disipada nos impide ver esa luz.

San Pablo en su Carta a Tito, que hemos leído nos pone en peligro de todo aquello que nos impide ver a Cristo Luz, todo aquello que nos cierra los ojos del alma para ver esa Luz que emana de Belén: dejarse levar por los deseos y apetencias mundanas, y por una vida sin religión, es decir, sin referencia a Dios y a la moral. ¡Cuántas leyes emanan nuestros gobiernos sin referencias a Dios! ¡Cuantas cosas estamos tentados a hacer, que no llevan esa referencia a Dios, que no goza de esa luz de Dios: odio, malquerencia, violencias, impurezas, envidias, ambiciones, egoísmos, juergas y fiestas mundanas y peligrosas para la fe y la moras!

Y Pablo nos da el colirio para curar nuestros ojos y así ver esa luz de Cristo que brota de Belén: sobriedad de vida, honradez, piedad, como la vida de esos pastores sencillos.

“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande”. Abramos los ojos para ver esa luz. El solo mirar esa luz ya nos va purificando

III. ¿Qué hacer con esta luz de Cristo que recibimos en esta Nochebuena, en esta Noche venturosa, en esta Noche llena de claridad?
Nos contesta San Lucas en su Evangelio:

Los ángeles llenaron de luz a los pastores, los envolvieron en esa claridad. Y los pastores, felices, contentos, después de que fueron corriendo a Belén, y se dejaron iluminar con esa Luz de Cristo… salieron corriendo a comunicar a todos esa luz, a llevar esa claridad, el calor de ese Cristo-Luz.

Los corazones de estos pastores estaban caldeados, entusiastas por el contagio de esta luz. Cristo-luz en esta Noche Buena nos pide a todos nosotros llevar esa Su Luz por todos los rincones.
- A nuestros hogares, para que con esa luz de Cristo podamos compartir esa Pan que también hoy recibimos.
-Entre nuestros amigos y vecinos, para que esa luz de Cristo disipe las sombras de la desesperanza e inseguridad.

- Entre quienes sabemos que están necesitados de esa Luz de Cristo.
No nos quedemos con ese Pan, repartámoslo.
No nos quedemos con esa Palabra, comuniquémosla.
No nos quedemos con esa Luz, llevémosla por todas partes.
¡Este es el misterio de la Navidad!

¡A todos ustedes les deseamos una Feliz Noche Buena y Feliz Navidad! Que brille en sus familias la luz de Cristo.


 

sábado, 16 de diciembre de 2017

10 hábitos que harán que tu oración sea poderosa

La oración es nuestra fortaleza en todo momento y en todo lugar

Por: Fr. Ed Broom | Fuente: Fatherbroom.com // PildorasDeFe.net




La oración es la clave para la salvación. Uno de nuestros grandes Santos de la Iglesia, el famoso San Agustín de Hipona dijo algo muy impresionante sobre la oración:
"El que ora bien, vive bien; el que vive bien, muere bien; y el que muere bien, está completamente bien".
San Alfonso reitera el mismo principio:
"El que ora mucho será salvado; el que no ora será condenado; el que ora poco pone en riesgo su salvación eterna".
El mismo santo afirmó que no hay ni personas fuertes ni personas débiles en el mundo, sino aquellos que saben cómo orar y aquellos que no. En otras palabras, la oración es nuestra fortaleza en todo momento y en todo lugar.


Nos gustaría ofrecer diez palabras de ánimo para ayudarnos en la carrera hacia el cielo a través del esfuerzo de crecer en la vida de oración.

1.- Convicción o determinación

No existe una persona exitosa en este mundo en cualquier empresa que no haya sido animado por la firme determinación de alcanzar su meta.
Súper atletas, músicos exitosos, maestros expertos y escritores nunca alcanzaron la perfección solamente por un deseo, sino por la firme y tenaz convicción de alcanzar su meta - ¡pase lo que pase!
Por esa razón, la Doctora de la oración, Santa Teresa de Ávila dijo:
"Debemos tener una firme determinación para nunca dejar de orar".

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Si realmente creemos desde las profundidades de nuestros corazones en los tesoros invaluables que fluyen de la oración, ¡deberíamos fijarnos como meta en esta vida el crecer constantemente en la oración!

2.- El Espíritu Santo como maestro

San Pablo dice que nosotros no sabemos en realidad orar como deberíamos, pero que es el Espíritu Santo que intercede por nosotros como Maestro Interior.
Con María, los Apóstoles pasaron nueve días y noches orando y haciendo ayuno y se vieron empapados del poder que viene de lo alto – el Espíritu Santo.
Antes de iniciar cualquier período de oración formal, ¿por qué no invocar a la Persona del Espíritu Santo para ayudarte en tus debilidades?
Durante el transcurso de tu tiempo de oración, ¿por qué no pedir la presencia del Espíritu Santo para iluminar tu mente y encender tu corazón? Él está más cerca de lo que tú estás consciente. Si estás en estado de gracia, Él habita en tu corazón.

3.- Tiempo, lugar, voluntad y silencio

Como en cualquier arte, nosotros aprendemos con la práctica. ¡Esto también aplica a la oración!
Para aprender a orar debemos tener un tiempo fijo, un buen lugar, voluntad de nuestra parte y silencio. El dicho es tan cierto para los deportes como para la oración:
"La práctica hace la perfección".

4.- Hacer penitencias

Puede suceder que nuestra oración se vuelve insípida, aburrida, sin vida, anémica y estancada por muchas razones. Una posible razón puede ser una vida de sensualidad, indulgencia, glotonería y simplemente vivir más de acuerdo a la carne que al espíritu. Como San Pablo nos recuerda, la carne y el espíritu se oponen mutuamente.
Jesús pasó cuarenta días y cuarenta noches orando y haciendo ayuno. Los apóstoles pasaron nueve días y nueve noches orando y haciendo ayuno.
Uno no puede alcanzar una vida mística seria guiada por el espíritu, si no ha pasado por la vida ascética que implica negarse a sí mismo, mortificación y penitencia.
Un ave necesita dos alas para volar; de igual manera los seguidores de Cristo. Para volar alto en la vida mística las dos alas necesarias son la oración y la penitencia.
Si no tienes experiencia en la vida penitencial, consulta a un buen director espiritual y ¡comienza con pequeños actos de penitencia para acumular la fuerza de voluntad necesaria para los actos más heroicos de penitencia!
Si nunca antes has corrido, ¡comienza con una calle y continúa hasta alcanzar un kilómetro!

5.- Dirección espiritual

Los atletas necesitan entrenadores; los estudiantes necesitan maestros; los maestros necesitan mentores para aprender el arte.
De igual forma, los guerreros de la oración deben tener una forma de guía y esto se llama dirección espiritual.
San Ignacio de Loyola insistió en ver la vida espiritual como un viaje de acompañamiento. Santa Teresa de Ávila tuvo a varios santos dirigiéndola en su largo y doloroso viaje hacia la perfección – San Juan de la Cruz, San Pedro de Alcántara y San Francisco Borgia.
Hay muchos obstáculos en el viaje espiritual, especialmente cuando uno busca una vida de oración más profunda; por esta razón tener un director espiritual con experiencia, que conozca las trampas del demonio, los riesgos que están siempre presentes, y los peligros puede ayudarnos a crecer continuamente en santidad a través de una vida de oración más profunda y auténtica.

6.- Oración y acción

Santa Teresa de Ávila indica que el auténtico crecimiento en la oración se comprueba con el crecimiento en la santidad y esto significa por medio de la práctica de la virtud.
Jesús dijo que por medio de los frutos conoceremos al árbol. De igual manera, una auténtica vida de oración florece en la práctica de virtudes: fe, esperanza, caridad, puridad, amabilidad, servicio, humildad y un constante amor por el prójimo y la salvación de su alma inmortal.
Nuestra Señora es un modelo en todo momento, pero especialmente en la conexión íntima entre la contemplación y la acción. En la Anunciación, admiramos a María absorta en oración; luego en el siguiente misterio (la Visitación) ella sigue la inspiración del Espíritu Santo de servir a su prima en una misión de amor. En verdad podemos llamar a María “Contemplativa en acción”.

7.- El estudio: leer en la oración

Santa Teresa de Ávila no permitía, en el convento de las Carmelitas, mujeres que no pudieran leer. ¿Por qué? La sencilla razón era que ella sabía lo mucho que uno puede aprender sobre diversos temas, pero especialmente sobre la oración a través de una sólida lectura espiritual.
¡Encuentra buena literatura sobre la oración y lee! ¡Cuántas ideas de gran utilidad nacen a través de una buena lectura espiritual!
Una sugerencia: lee Parte Cuatro del Catecismo de la Iglesia Católica. ¡Ésta es una obra maestra espiritual sobre la oración!

8.- Los retiros

Una forma más propicia para realmente profundizar en la oración es destinar algún tiempo para un período prolongado de oración; a esto se le llama un retiro espiritual.
Uno de los estilos de retiros más eficaces son los retiros ignacianos. Puede durar hasta un mes, u ocho días, o incluso un retiro de un fin de semana puede probar ser extremadamente valioso.
Viendo a los Apóstoles sobrecogidos con el trabajo, Jesús les exhortó: "Retírense un tiempo y descansen..." Este descanso que Jesús menciona ha sido interpretado como una llamada a un retiro espiritual.
Mira el calendario para este año y fija un tiempo aparte. ¡Más períodos extendidos de tiempo para oración permitirán una mayor profundización en la oración!

9.- Confesión y oración

A veces, la oración puede resultar extremadamente difícil debido a una consciencia sucia. Jesús dijo:
"Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios". (Mt, 5,8)
Luego de una buena confesión, en la que la Preciosa Sangre de Jesús lava nuestras almas y limpia nuestras consciencias, el ojo interior del alma puede ver y contemplar la cara de Dios con mayor claridad.

10.- Nuestra Señora y la oración

Como hemos mencionado, es de mucha importancia el Espíritu Santo como nuestro Maestro Interior, y de igual manera deberíamos rogar a María que ore por nosotros y con nosotros cada vez que dedicamos tiempo y esfuerzo a la oración. Ella nunca nos fallará.
Como Jesús convirtió el agua en vino en Caná a través de la intercesión de María, así ella puede ayudarnos a convertir nuestra oración insípida y sin sabor en una dulce devoción. ¡María nunca te fallará! ¡Llámala!
Artículo puplicado originalmente en Fatherbroom.com
Adaptado y traducción para PildorasdeFe.net por María Vanegas

viernes, 8 de diciembre de 2017

INMACULADA CONCEPCIÓN 8 de diciembre 2017






La Inmaculada Concepción Cada 8 de diciembre, la Iglesia celebra el dogma de fe que nos revela que, por la gracia de Dios, la Virgen María fue preservada del pecado desde el momento de su concepción, es decir desde el instante en que María comenzó la vida humana. El 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus, el Papa Pío IX proclamó este dogma: "...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..." (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854) María es la "llena de gracia", del griego "kecharitomene" que significa una particular abundancia de gracia, es un estado sobrenatural en el que el alma está unida con el mismo Dios. María como la Mujer esperada en el Protoevangelio (Gn. 3, 15) se mantiene en enemistad con la serpiente porque es llena de gracia. Las devociones a la Inmaculada Virgen María son numerosas, y entre sus devotos destacan santos como San Francisco de Asís y San Agustín. Además la devoción a la Concepción Inmaculada de María fue llevada a toda la Iglesia de Occidente por el Papa Sixto IV, en 1483.

sábado, 2 de diciembre de 2017

¿Se salvan las personas de otras religiones?

Así como Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio único de salvación

Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org 




Pregunta:
¿Se pueden salvar los que no pertenecen a la Iglesia? Respecto de la Salvación, que implica estar en comunión con Dios, que pasa con nuestros hermanos de otras religiones, sectas y demás; como ser musulmanes, judíos, budistas, hinduistas, protestantes, Testigos de Jehová, etc. Si no reconocen a Jesucristo como Dios, ¿podrán estar en comunión con El y compartir la vida eterna? ¿Quien se va a condenar? Esteban
¿Hay salvación fuera de la Iglesia? Elena
Los que no conocen a Dios o nunca les predicaron; ¿se condenan? ¿no hay salvación para ellos? Julián.


Respuesta:
Estimados:
La enseñanza de la Iglesia es que ‘fuera de la Iglesia no hay salvación’. Pero debemos entender muy bien esta afirmación para no darle un sentido equívoco.
Podemos resumir la enseñanza de la Iglesia diciendo lo siguiente: ‘Así como Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio universal y único de salvación. Ningún hombre puede pues salvarse sin pertenecer a ella, ya sea con toda realidad, ya sea cuando menos por su dispo­sición profunda’.
La doctrina de la Iglesia debe unificar al mismo tiempo varias verdades, que son:


a) que Dios quiere realmente la salvación de todos los hombres;
b) que la Iglesia es el único sacramento de salvación, y que es necesario pertenecer a ella para poder salvarse;
c) que no hay sin embargo dos Iglesias, universal pero invisi­ble una, y visible pero limitada la otra, sino que en la tierra existe solamente una misma y única Iglesia, a la vez visible e invisible. mística e institucional.
Intentemos explicar este misterio:
1. La Iglesia, único sacramento de la salvación
‘Así como Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio universal y único de salvación. Ningún hombre puede pues salvarse sin pertenecer a ella, ya sea con toda realidad, ya sea cuando menos por su disposición profunda (‘reapse vel voto’)’.
Esta tésis es de fe, según el magisterio ordinario y universal de la Iglesia confirmado por varias declaraciones, solemnes, en particu­lar la del IV concilio de Letrán (1215): ‘existe una sola Iglesia, la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie (nullus omnino) se salva’ (Dz 430). Y la del concilio de Flo­rencia (Dz 714). Véanse asimismo los textos de Inocencio III (Dz 423), de Bonifacio VIII en la bula Unam Sanctam (Dz 468), de Clemente VI (Dz 570 b), de Benedicto XIV (Dz 1473), de Pío IX (Dz 1647, 1677), de León XIII (Dz 1955), de Pío XII en su encíclica Mystici corporis (Dz 2286-2288), del Santo Oficio en su carta de 8 de agosto de 1949 al arzobispo de Boston a propósito del asunto Feeney (Dz 3866-3872). Resumiendo y recogiendo toda esta doctrina tradicional, el concilio Vaticano II reafirma, a su vez, ‘que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. En efecto, sólo Cristo es mediador y camino de salvación. y se hace presente a todos nosotros en su cuerpo que es la Iglesia’ (L. Gent., 14).
La fe de la Iglesia tocante a la necesidad del papel por ella desempeñado, le llega de la Escritura a través de la tradición.
a) El fundamento de la Sagrada Escritura
Una doble serie de afirmaciones jalona todo el Nuevo Testa­mento:
a. Cristo es la única fuente de salvación, el único lugar de encuentro entre Dios y los hombres. Así, bajo formas diversas: Act 4, 11-12; Rom 10, 1-14; Lc 12, 8-10; Jn 14, 1-6, etc.
b. En la comunicación de la salvación a los hombres, Cristo y la Iglesia forman una sola cosa: la negativa a seguir a la Iglesia equivale a una negativa a seguir a Cristo, del mismo modo que rechazar a Cristo equivale a rechazar al Padre (Lc 10, 16: ‘Quien a vosotros escucha, a mi me escucha; y quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia; pero quien me desprecia a mí, desprecia a aquel que me envió'; o también: Jn 3, 5; 13, 20: Mt 18, 17; Mc 16, 16; Gál 1. 8; Tit 3, 10; 2 Jn 10, 11, etc..).
O bien todos estos textos nada quieren decir, o bien significan claramente que, fuera de Cristo y de su Iglesia, no existe salvación posible para el hombre. Así, pues, aun cuando no figure en ellos bajo su formulación explícita, el axioma ‘fuera de la Iglesia, no hay salvación’ se remonta en su sustancia al Evangelio mismo. El concilio Vaticano II lo advierte con exactitud: ‘Al enseñarnos explícitamente la necesidad de la fe y del bautismo (Mc 16, 16; Jn 3, 5), confirmó (Cristo) al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia misma’ (L. Gent., 14).
b) El axioma ‘fuera de la Iglesia no hay salvación’
La fórmula ‘fuera de la Iglesia, no hay salvación’ aparece por primera vez en san Cipriano y en Orígenes en torno al año 250. La encontramos ininterrumpidamente en los padres, tal cual, o con lige­ras variantes, o traducida también en imágenes como la del arca de Noé u otras equivalentes. La encontramos también en los teólogos y en los documentos oficiales del magisterio, los más importantes de los cuales han sido ya indicados antes.
Por poco que se reflexione, se advertirá claramente que es esen­cial a la Iglesia ser única. En caso contrario, no sería ya la esposa del único Mediador y su cuerpo, el sacramento de la comunión universal entre Dios y los hombres. Cuando la Iglesia afirma esta unicidad como una exigencia de su fe, no reivindica pues celosa­mente unos derechos y unos privilegios cediendo a una tentación de imperialismo espiritual, sino que da testimonio de la misión que ella ha recibido con respecto a la humanidad. Su exclusivismo es sencillamente otro nombre de su fidelidad y de su caridad uni­versal. Admitir una pluralidad de Iglesias equivaldría a no admitir ninguna, a rechazar la noción misma de Iglesia.
2. El sentido y el alcance del axioma ‘fuera de la Iglesia no hay salvación’
¿Cómo, pues, inter­pretar correctamente este axioma? Para responder a la cuestión así planteada, examinaremos bre­vemente lo que a este respecto nos dicen el Nuevo Testamento y la tradición de la Iglesia.
a) El Nuevo Testamento
a. Lo que el Nuevo Testamento condena es, esencialmente, la negación de la verdad, y no la ignorancia pura y simple. Véase, en particular: Jn 3, 19; Mt 22, 8-9; cf. 1 Jn 4, 7.
b. Nunca afirma que sea suficiente invocar a Cristo o afiliarse a su Iglesia para poder salvarse. Hasta dice explí­citamente lo contrario: Mt 13, 41-42; 22, 12-14; 25, 41; 1 Cor 13, 2; Gál 5, 6; Sant 2, 14; Lc 13, 9.
c. No excluye en parte alguna una pertenencia a Cristo y a la Iglesia simplemente latente, pero ya salvífica. Varios indicios, sin ser absolutamente perentorios, orientan incluso en este sentido. Así, por ejemplo, las palabras de Cristo a propósito de Abraham, que ‘ha visto su día’ (Jn 8,56). O aquellas que trans­cribe Mc 9,38-40: ‘quien no está contra nosotros, está con nosotros’, palabras que equilibran que de algún modo el ‘quien no está conmigo, está contra mí’. Véase asimismo: Jn 1, 9; Mt 2, 1; 8, 10; 15, 28; 25, 34s; 1 Jn 4. 7.
b) La Tradición de la Iglesia
Algunos Padres tuvieron una posición muy estricta; como San Fulgencio de Ruspe (siglo VI): ‘No cabe la menor duda de que no sólo todos los paganos, sino también todos los judíos, todos los herejes y cismáticos que mueren fuera de la Iglesia católica, irán al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles’.
Pero otros, sin embargo, matizan más las cosas y admiten la idea de una posible buena fe; así san Agustín, quien, siquiera de un modo disperso, distingue entre lo que un día se llamará el hereje de buena fe o hereje simplemente material, y el hereje formal. ‘Aquel, escribe, que defiende su opinión, aunque sea errónea y perversa, sin animosidad pertinaz, sobre todo cuando dicha opinión no es fruto de su audaz presunción, sino herencia de unos progenitores seducidos y arrastrados por el error; si busca la verdad escrupulosamente, pronto a abrazarla en cuanto la conozca, no debe ser clasificado entre los herejes’ (Epistola 43,1). San Ambrosio se había manifestado más explícitamente aún a propósito del emperador Valentiniano II, asesinado antes de haber recibido el bautismo que tanto deseaba: Ambrosio no puede imaginar que no haya recibido la gracia. Escribe: ‘¿No habrá, pues, recibido la gracia que deseaba, que él había pedido? Evidentemente, si la ha pedido, la ha recibido’ (De obitu Valentiniani, 51; PL 16, 1374; Rouët de Journel, 1328).
A partir de santo Tomás, la distinción entre las diferentes clases de ignorancia se hará clásica: voluntaria e involuntaria, vencible e invencible.
El tema de la necesidad de la Iglesia para la salvación se planteó de nuevo con los grandes descubrimientos. Las discusiones entre teólogos fueron muy enconadas.
Finalizado el siglo XVIII, el ‘liberalismo’ y el indiferentismo religioso provocaron una viva oposición a nuestro axioma. Son conocidas las brutales palabras de Rousseau: ‘Todo el que se atreve a decir que ‘fuera de la Iglesia, no hay salvación’, debe ser expulsado del Estado’ (Contrato social, IV, 8). El moralismo pietista de Kant y ‘la religión de la conciencia’ influyeron en idéntico sentido.
La reacción de la Iglesia ha sido clara y muy significativa. Es doble:
-Por una parte, rechaza categóricamente todo indiferentismo cuyo principio entrañe la negación del misterio de salvación del que es ella servidora. Véase, en este sentido: la encíclica Mirari vos de Gregorio XVI (Dz l613ss), la alocución de Pío IX de 9 de diciem­bre de 1854 (Dz 1646ss), la encíclica Quanto conficiamur moerore (10 de agosto de 1863; Dz 1677) de este mismo papa, el Syllabus (Prop. 16 y 17; Dz 1716-1717), etc. Se mantiene, pues, con firmeza el principio tradicional: ‘Fuera de la Iglesia, no hay salvación’
-Por otra parte, la condenación implicada en este axio­ma no apunta jamás a las personas mismas. Aun cuando el prin­cipio se formule de un modo absoluto en los textos relativos a las demás sociedades religiosas, abunda sin embargo en precisiones y en crecientes matices cuando se trata de textos referentes a la salvación efectiva de las personas que no están en contacto visible e institucional con la Iglesia. Pío IX es el primero que introduce explícitamente la consideración de la buena fe en su exposición de una doctrina tradicional ‘fuera de la Iglesia, no hay salvacion’ (Singulari quadam, 9 de diciembre de 1854, Dz 1646-1647, véase también Quanto conficiamur, 10 de agosto de 1863, Dz l677). Idéntico espíritu encontramos en León XIII (Satis cognitum) 17 y en Pío X (E Supremi Apostolatus).
El concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium, matiza la aplicación de este principio a las diferentes categorías humanas sobre la base de una distinción mucho más clara de los diversos casos posibles: cristianos no católicos, judíos, musulmanes y adoradores del Dios único, y aquellos, en fin, que ‘buscan todavía en sombras e imágenes al Dios que desconocen’ (L.G., 16).
Ya la encíclica Mystici corporis había preparado este progreso al mencionar explícitamente a ‘quienes por cierto deseo o aspiración inconsciente están ordenados al cuerpo místico’ (Dz 3821 y CEDP, t. I. p. 1057), idea recogida y precisada por la carta del Santo Oficio (8 de agosto de 1949) relativa al asunto Feeney (Dz 3866-3873 [32 ed.]).
c) Conclusión
A la luz de estos últimos documentos, cabe resumir así la tra­dición de la Iglesia:
1º Es de fe que ‘la Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación’ (L. Gent.. 14).
2º ‘No podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, se negasen sin embargo a entrar o a perseverar en ella’ (L.G., 14).
3º En razón del vínculo que une a Cristo con la Iglesia, nadie puede salvarse, es decir, vivir con Cristo, sin estar de un modo u otro en comunión con la Iglesia.
4º En la aplicación de este principio a las diferentes personas, hay que tener en cuenta las circunstancias y posibilidades efectivas de cada uno. ‘Por esto, para que una persona alcance su salvación eterna, no siempre se requiere que esté de hecho incorporada a la Iglesia a título de miembro, pero si debe estar unido a ella siquiera un deseo o aspiración’ (carta del Santo Oficio al arzobispo de Boston, 8 de agosto de 1949. DS 3870).
5º ‘Incluso no siempre es necesario que esta aspiración sea explicita. En caso de ignorancia invencible, una simple aspiración implícita’ (ibid.) o inconsciente puede ser suficiente, si traduce ‘la disposición de una voluntad que quiere conformarse a la de Dios’ (ibid.). O, dicho de otro modo, esa aspiración debe expresar realmente la oposición de la vida de uno, por cuanto no puede tratarse de una especie de salvación de segunda categoría. Ese deseo debe estar asimismo animado por la caridad perfecta, implicando pues un acto de fe sobrenatural.
¿Cómo concebir psicológicamente este deseo implícito? El concilio Vaticano II habla de ‘aquellos que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo la influencia de la gracia, en cumplir con obras su voluntad conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden alcanzar la salvación eterna’. Y con más audacia aún: ‘Incluso a aquellos que sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios, y se esfuerzan, no sin la gracia divina, en llevar una vida recta, tampoco a ellos niega la divina Providencia los auxilios necesarios para la salvación’ (L.G., 16; cf. Gaudium et spes, 22, 5).
En todos estos textos se advierte una insistencia en los dos puntos siguientes:
-Se hace referencia a la orientación global de una vida: ‘hay que esforzarse en cumplir con obras su voluntad'; ‘hay que esfor­zarse en llevar una vida recta’.
-Todo esto no puede llevarse a cabo y tener un efecto ‘sal­vífico’ como no sea bajo la influencia de la gracia. Y sabemos pre­cisamente que, aun cuando algunos hombres puedan dar la impre­sión de que están lejos – o quizá lo estén de hecho – de Dios, él en cambio no está lejos de nadie. ‘puesto que él da a todos la vida, la inspiración y todas las cosas (Act 17, 25-28), y quiere, como Salvador, que todos los hombres se salven (1 Tim 2, 5)’ (L. Gen t., 16).
3. Consecuencia: la mediación universal de la Iglesia y los grados de pertenencia a la Iglesia
a) La mediación universal de la Iglesia
Por ser la iglesia en el mundo el sacramento universal de la salvación, toda gracia llega a través de ella y toda gracia tiende hacia ella.
a. Toda gracia llega a través de la iglesia: No solamente el camino normal previsto por Cristo para comu­nicar su vida es el canal de los sacramentos, sino que además, siendo como es la Iglesia ‘Jesucristo difundido y comunicado’, según palabras de Bossuet, toda participación en la vida de Cristo será eclesial, aun en el caso de que sus beneficiarios no tengan conciencia de ello, ya que no existen dos especies de una misma vida cristiana, supuestamente distintas en razón de la pertenencia o no pertenencia a la Iglesia. Concreta­mente, dicha mediación se ejerce de dos maneras sobre todo:
-En virtud de los sacramentos, y de la eucaristía en particu­lar. En la economía de la salvación, la misa y la cruz son dos mis­terios inseparables: ‘Sin la cruz, la misa sería una ceremonia va­cía. Pero, sin la misa, la cruz sería una fuente sellada’ (Montcheuil).
-En virtud de las restantes plegarias y sacrificios ofrecidos por la iglesia. La encíclica Mystici corporis insiste varias veces en el papel maternal que la Iglesia desempeña con respecto al conjunto de la humanidad.
b. Toda gracia tiende hacia la Iglesia: Más cierto aún es que toda gracia ordena necesariamente a quien la recibe hacia la Iglesia, para que pertenezca a ella cada vez más y mejor. Cristo, escribía Isaac de Stella, ‘es un esposo humilde y fiel’, todo lo que hace, lo hace pues para su esposa. Esta fide­lidad forma parte de su misterio. ‘Adondequiera que vaya ahora, a la derecha del Padre o al fondo de las almas, sigue siendo siempre el Cristo de su Iglesia y de Pedro, y los primeros momentos de su entrada en no importa qué corazón, las primeras acometidas de su gracia, que no descansa nunca y en parte alguna, serán asi­mismo los primeros pasos de su venida a la Iglesia’ (Mersch).
b) Los grados de pertenencia a la Iglesia
La cuestión de la pertenencia a la Iglesia no es más que una aplicación de todo lo que acaba de decirse. Dos grandes principios deben tomarse aquí en cuenta:
a. ‘Están plenamente incorporados a la sociedad de la iglesia quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan íntegramente su constitución y todos los medios de salvación establecidos en ella. y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige por medio del soberano pontífice y los obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno y comunión ecle­siástica’ (Lumen gentium, 14). El mismo documento añade a continuación:
-esta ‘incorporación’ a la Iglesia no asegura la sal­vación a quien, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia sólo en cuerpo, y no en corazón;
-esta situación sobrenatural de los hijos de la Iglesia ‘debe atribuirse no a sus méritos, sino a una gracia singular de Cristo’.
También añade: ‘los catecúmenos que, movidos por el Espíritu Santo, solicitan con voluntad expresa ser incorporados a la Iglesia, por este mismo deseo ya están vinculados a ella y la madre Iglesia los abraza con amor y solicitud como suyos’ (L.G., 14).
b. Aun sin estar plenamente incorporado a la iglesia, es po­sible, sin embargo, estar unido a ella y, en este sentido, pertenecer a ella de algún modo. El concilio Vaticano II habla explícitamente de un vínculo por el que están unidos a la Iglesia todos aquellos que, aun sin estar plenamente incorporados a ella, pertenecen sin embargo a ella de algún modo (L.G., 15-16; Decreto sobre el ecume­nismo, 3 y 4). Hay, pues, una pertenencia en sentido amplio (en esta última, es preciso establecer una dis­tinción entre aquellos que admiten el Evangelio y ‘se honran con el bello nombre de cristianos’, algunos de los cuales están unidos a la Iglesia por vínculos sacramentales muy fuertes -cf. L.G. 15-, y aquellos otros que, no habiendo recibido todavía el Evangelio, están simplemente ‘ordenados al pueblo de Dios’ -ibid., 16-). Tal es la razón de que, para mejor definir y caracterizar estos diferentes casos, procedan algunos teólogos a enumerar las tres categorías siguientes:
-la incorporación plena (o pertenencia en sentido fuerte), in­corporación que supone las tres condiciones clásicas recogidas por el Concilio (profesión de fe cristiana, vida sacramental, comunión con la jerarquía de la Iglesia);
-una pertenencia en sentido amplio o incompleta, caso de faltar uno o dos de los elementos antes citados;
-un cierto vinculo con la Iglesia, que ni siquiera cabe cali­ficarlo como pertenencia, cuando no se da ninguna de las tres condiciones.
Bibliografía:
-P. Faynel, La Iglesia, Herder, Barcelona 1974, pp. 51-68