martes, 29 de junio de 2010

Fiesta de San Pedro y San Pablo

Cerramos esta última semana de junio con la solemnidad de San Pedro y San Pablo. Uno de los himnos de la Liturgia de las Horas hace una hermosa semblanza de ambos:



Pedro, roca; Pablo, espada.
Pedro, la red en las manos;
Pablo, tajante palabra.
Pedro, llaves; Pablo, andanzas.

Y un trotar por los caminos
Con cansancio en las pisadas.


¿No os llama la atención el hecho de que la liturgia celebre en un mismo día a estos dos apóstoles tan distintos? Tenemos elementos históricos suficientes para saber que entendieron y vivieron el seguimiento de Jesús con estilos diversos. Y, sin embargo, los recordamos juntos. ¿Qué significa esto? Cada uno de nosotros estamos llamados a buscar alguna respuesta. A mí me parece que con esta fiesta se nos invita a no separar dos formas de vivir el evangelio y de construir la iglesia. Pedro representa la referencia permanente a Cristo, como roca, la necesaria unidad de todas las comunidades de seguidores. Pablo simboliza la fuerza centrífuga, la esencial apertura de la iglesia más allá de sí misma, en una continua fidelidad al Espíritu que la empuja. Pero uno y otro han experimentado en carne propia que la gracia ha vencido a la ley. Uno y otro saben que Jesús no es patrimonio de los judíos circuncisos sino un tesoro para toda la humanidad. Uno y otro saben que la obediencia y la libertad son dos caras de la misma moneda. Y uno y otro han rubricado con su martirio la fidelidad a un amor que ha transformado sus vidas de principio a fin. Dos estilos, sí, pero también una misma pasión, y un mismo Cristo en el centro de sus corazones.


Cuando pienso en Pedro no pienso sólo en el Obispo de Roma.

Cuando pienso en Pablo no me limito a imaginar un propagador de la fe. Todos somos herederos de Pedro y de Pablo. Circula en todos nosotros sangre petrina y sangre paulina.

En el supermercado de opiniones sobre Jesús, todos nosotros somos invitados a hacer nuestra la confesión de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

En la encrucijada de tentaciones, cada uno de nosotros somos invitados a hacer nuestra la confesión de Pablo: "He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe".

Os deseo a todos un feliz final de mes y -para aquellos que las comenzáis- unas felices vacaciones.

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)

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lunes, 21 de junio de 2010

La Santa Sede insiste: libre acceso a los medicamentos


Todo hombre tiene derecho a la salud por encima de intereses


GINEBRA, lunes 21 de junio de 2010 (ZENIT.org).-

La Santa Sede pide a la comunidad internacional que permita un acceso general a medicamentos e instrumentos diagnósticos a quien los necesite, especialmente en el caso del HIV/Sida, como consecuencia del reconocimiento de la dignidad humana de toda persona.

Así lo afirmó monseñor Silvano Maria Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante la Oficina de la ONU en Ginebra, el pasado 8 de junio, en la 14ª Sesión Ordinaria del Consejo de los , Derechos del Hombre.

En nombre de la Santa Sede, el prelado insistió en la “necesidad de una acción eficaz para garantizar el acceso universal a los medicamentos e instrumentos diagnósticos para todos".

El artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por lo demás, incluye el derecho a la asistencia médica y sanitaria en el contexto más amplio de “gozar de un adecuado estándar de vida”, recordó.

El prelado señaló el compromiso de la Iglesia en el sector sanitario en todo el mundo, "a través de las Iglesias locales, las instituciones religiosas y las iniciativas privadas., que actúan por propia responsabilidad y en el respeto del derecho de cada país".

Entre las estructuras atendidas por la Iglesia, enumeró 5.378 hospitales, 18.088 dispensarios y clínicas, 521 leproserías y 15.448 casas para ancianos, enfermos crónicos o discapacitados.

Las informaciones que llegan desde estas estructuras, subrayó el arzobispo, muestran por desgracia que “los derechos descritos en los instrumentos internacionales (...) están muy lejos de ser realizados".

Uno de los mayores obstáculos, subrayó, es precisamente “la falta de acceso a medicamentos e instrumentos diagnósticos que puedan ser suministrados y utilizados en países de renta y nivel tecnológico bajos".

Las llamadas “enfermedades de la pobreza", por lo demás, representan aún el 50% de las presentes en los países en vías de desarrollo, con una tasa casi diez veces más alta respecto a la de los países desarrollados.

Cada año, además, más de 100 millones de personas caen en la pobreza porque tienen que pagar la asistencia sanitaria. En los países pobres, de hecho, los pacientes pagan entre el 50% y el 90% de las medicinas esenciales, a las que no tienen acceso casi 2.000 millones de personas.

Niños

"Un grupo particularmente privado del acceso a los medicamentos es el de los niños”, denunció monseñor Tomasi. "Muchas medicinas necesarias no se han desarrollado en formulaciones o dosis apropiadas para uso pediátrico".

"Por esto, las familias y los agentes sanitarios se ven obligados a menudo a embarcarse en un 'juego de adivinanzas' sobre cómo dividir mejor las píldoras para adultos, para usarlas con los niños”.

Esto, advirtió el prelado, puede provocar “la trágica pérdida de vidas o enfermedades crónicas prolongadas entre estos niños necesitados”.

Un ejemplo de esta situación lo representa el hecho de que, de los 2,1 millones de niños que se calcula afectados HIV, sólo el 38% había recibido medicamentos antiretrovirales a final de 2008.

Monseñor Tomasi se dijo “muy consciente” de las “complejidades en los aspectos de propiedad intelectual relativos a la cuestión del acceso a los medicamentos”, y reconoció los “serios esfuerzos” emprendidos para implementar la Estrategia Global sobre Salud Pública, Innovación y Propriedad Intelectual, instituida en 2008 por la 61ª Asamblea Mundial de la Sanidad.

A pesar de esto, reconoció, “la comunidad internacional no ha conseguido aún alcanzar el objetivo de proporcionar un acceso justo a los medicamentos, ni indicar la necesidad de una ulterior reflexión y acción al respecto".

Por esto, el representante de la Santa Sede exhortó a multiplicar los esfuerzos, convencido de que “cada ser humano debe recibir cuidados, como elemento esencial de la búsqueda del máximo desarrollo humano posible".

"Esta perspectiva ética – concluyó – se basa en la dignidad de la persona humana y en los derechos y deberes fundamentales conectados a ella”.

viernes, 11 de junio de 2010

Día 11 Viernes. El Sagrado Corazón de Jesús



De corazón de piedra a corazón de carne

Dejaré que Jesús me extirpe ese corazón duro, de piedra, para darme un corazón de carne, revestido de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia.


Golpes de la vida, traiciones, engaños, o simplemente el paso del tiempo, endurecen corazones, apagan entusiasmos, destruyen alegrías.

A veces por culpa de otros, muchas otras veces por nuestra propia culpa, hemos dejado que el corazón empiece a secarse. Entonces nos hacemos insensibles a las penas del amigo, a las necesidades de familiares, a los problemas de quienes viven cerca o lejos, a los sufrimientos de Jesús en el Calvario.

Caemos en esa dureza que nos lleva a juzgar, a condenar, a mirar con desprecio. Desconfiamos de los demás. Incluso al mirar al cielo, parece que tenemos para Dios más reproches que alabanzas.

Es entonces cuando necesitamos acercarnos al Corazón de Cristo. Un Corazón lleno de amor al Padre y a los hombres. Un Corazón que vino no por los justos, sino por los pecadores. Un Corazón que siente pena profunda al ver a tantos hombres y mujeres perdidos, abandonados, solos, como ovejas que deambulan sin pastor (cf. Mt 9,36).

Ese Corazón me enseñará a ver el mundo con ojos distintos. Quitará de mis ojos escamas de avaricia, y pondrá el brillo de la mirada luminosa de un niño que confía plenamente en su Padre. Quitará de mis arterias rencores que envenenan, y pondrá una sangre limpia y dispuesta a servir a los hermanos. Quitará de mi inteligencia cálculos retorcidos y egoístas, y me dará fuerzas para pensar en grande, con una mente como la del mismo Cristo.

Ese Corazón me invitará a ser manso y humilde (cf. Mt 11,29). Manso ante quienes, tal vez con intenciones buenas (sólo Dios sabe lo que hay dentro de cada uno) me hacen daño, me insultan, me desprecian. Manso ante quienes son vengativos y llenos de odios hacia los demás o hacia mí. Manso ante quienes provocan con violencia y pueden ser vencidos con el bálsamo del perdón y de la acogida benévola.

También me ayudará a ser humilde. Humilde para no desanimarme ante esas faltas que no llego a expulsar de mi alma. Humilde para no envidiar a quien va “delante” y parece vivir rodeados de triunfos, y para no despreciar a quien tal vez ha caído en un pecado que parece más grande que los míos. Humilde para reconocer que todos los dones vienen de Dios, que por mí mismo no puedo dar un solo paso en el camino de la gracia. Humilde para acudir, las veces que haga falta, al sacramento de la confesión, con lágrimas sinceras y con la confianza del hijo que busca a quien vino no para juzgar, sino para salvar (cf. Jn 12,47).

Entonces será posible el milagro: dejaré que Jesús extirpe de mis entrañas ese corazón duro, de piedra, para darme un corazón de carne (cf. Ez 11,19; 36,26); un corazón revestido “de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col 3,12). Un corazón nuevo, que confía como un niño en el amor constante del Padre, que se deja levantar como oveja rescatada por el Hijo, que se inflama de gratitud y de esperanza en el Espíritu

miércoles, 9 de junio de 2010

Con María en busca del Sagrado Corazón de Jesús


Amar el Corazón de Cristo es tratar de imitarle, en todo, en cada momento, tratar de comprender, cuánto te ama.



María Santísima, el proximo viernes celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, quisiera prepararme bien para ella… pero… ¿Cómo prepararme para aquello que aún no comprendo bien?. Sí, asistiré a misa, dejaré mis peticiones y agradecimientos en el Corazón de tu Hijo. ¿Puedes ayudarme a comprender lo que realmente significa amar el Corazón de Jesús?.

Puedo sentir que me miras desde tu imagen, puedo y quiero leer en tus ojos la respuesta….

- ¿Por qué no se lo preguntas a Jesús mismo?... vamos, atrévete… Él está muy ansioso por hacerte comprender.

- Señora mía... es que… no me atrevo, soy tan pecadora, tengo tanto de que arrepentirme.

- Vengan a mí todos los que estén cansados, que yo los aliviaré…

Y las palabras de tu Hijo resuenan en mi corazón.

- ¿Has comprendido, hija mía? Jesús te espera desde siempre, no debes rendir examen para acercarte a Él, solo ámale, camina hacia Él con toda tu carga y deposítala a sus pies. Él hará el resto.

Siento que somos tres conversando, que Jesús me vuele a repetir…

- “...Aprende de mí, que soy paciente y humilde de corazón...” (Mt. 11,29).

- ¿Ves hija, cómo te va mostrando el camino? Amar el Corazón de Cristo es tratar de imitarle, en todo, en cada momento, tratar de comprender, dentro de lo que puedas, cuánto, cuánto, cuánto te ama.

- Señora…imitarle… sí, pero es que, no sé como se hace eso en mi día a día…

- Pues… paso a paso, en cada decisión que tomes piensa: “¿Le será agradable a Jesús?”. Cuando hables con las personas piensa: “¿Si fuese Jesús quien está escondido tras ese rostro?”. Sobre todo cuando te enojes con alguien o cuando tu orgullo herido reclame a gritos una reparación, piensa: “¿Jesús verá con buenos ojos mi reacción?” Si ya hablaste por tu vanidad herida, medita: “¿Me alcanzarán estos argumentos ante Cristo?”. Hija querida, no hacen falta, para imitar a Cristo, grandes y titánicas obras. No pretendas abrir tú sola las aguas del mar… no, pequeña, sólo trata de actuar en cada momento como Él espera que lo hagas. No por presión, no como un amo severo que se la pasa controlándote para , al menor descuido, volcar su ira sobre ti. Nada más lejos de eso. Míralo como un compañero de viaje que te indica la ruta más segura. Como un maestro que te enseña el camino. Como un padre que no quiere que te lastimes. Cada palabra, cada consejo, nacido del profundo amor de su Sagrado Corazón, es para que tú no te pierdas.

- Voy entendiendo…poco a poco, voy entendiendo.

- ¿Recuerdas cuando un leproso se le acercó?, suplicándole de rodillas: “Si quieres puedes curarme… a Él se le conmovió el Corazón” (Mc. 1,41). Así pasa contigo. Pero analiza bien este hecho, el leproso “se le acercó” o sea, caminó hacia Jesús, recorrió la distancia que lo separaba de Él, con todo lo que significaba esa decisión. Luego le dijo “si quieres…puedes...” o sea, reconoció que Cristo podía hacer lo que Él le pedía, mas nada le exigía, sólo aceptaba su voluntad. Es entonces cuando a Jesús “se le conmovió el Corazón”. ¿Comprendes, hija?. Conmover el corazón de Cristo no es difícil sólo debes: acercarte a Él, pedirle, confiar y por último, aceptar su voluntad.

- Señora mía, me hablas con tu corazón, le hablas al mío. ¿Quién soy yo para que te dignes explicarme tanto?.

- Eres mi hija ¿Lo has olvidado? Una y mil veces te hablaría hasta que encontraras el camino y la paz.

- “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba, si cree en mí. Pues como dice la Escritura: brotarán de su Corazón ríos de agua viva” (Jn. 7,37-39).

- ¿Escucha tu alma las promesas de mi Hijo?.

Claro que mi alma las escucha. Poco a poco voy comprendiendo que no existe mejor lugar para el alma, que el Corazón de Cristo. Es un sitio lleno de amor, de paz, de profunda serenidad, tiene la calma de todos los atardeceres, el perfume de todas las flores, el canto de todos los pájaros, y el amor más grande, más profundo, más exquisito que hubiera existido jamás.

- Los apóstoles ya habían descubierto el inmenso tesoro del Corazón del Mesías. San Agustín lo notó, por eso dijo: “San Juan, en la Cena, se reclinó en el pecho del Señor para significar así que bebía de su Corazón los más profundos secretos...” Para que entiendas más aún, te contaré lo que es para mí ese Corazón amado… cuyos primeros latidos imaginaba al colocar mi mano temblorosa sobre mi vientre, en aquellos días de Nazaret…, después, en Belén, cuando José puso su pequeño cuerpecito entre mis brazos, sentí ese suave y acompasado latido. A medida que iba creciendo, fui aprendiendo el lenguaje de ese corazón, en cada palabra, en cada gesto, en cada mirada, ERA Y ES un corazón rebosante de amor y misericordia… El día que lo comprendas desde el fondo de tu alma, ya nunca estarás sola.



Me besas la frente y te vas. Lentamente, te mezclas entre la gente… tus palabras quedan en mi alma… esperando…esperando…esperando… sigo orando para que yo sepa ver, poco a poco, cuán bello es el sitio que me tienes reservado en tu SAGRADO CORAZÓN.




NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."

domingo, 6 de junio de 2010

Fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo






Al celebrarlo en jueves, recordamos el jueves santo, día de la institución de la eucaristía. Ambos días tienen un objetivo similar, pero no son un simple duplicado. El Corpus Christi nos proporciona una segunda oportunidad para ponderar el misterio de la eucaristía y considerar sus varios aspectos. Nos invita a manifestar nuestra fe y devoción a este sacramento, que es el "sacramento de piedad, signo de unidad, vinculo de caridad, banquete pascual en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera.1


Historia de la fiesta

Desde los albores del siglo,XII, la fe y la devoción eucarística se inclinaron notablemente hacia la doctrina de la presencia real de Cristo en la eucaristía. Esto se debió, en parte, a una reacción contra las herejías que prevalecían entonces; como la de Berengario, que minimizaba e incluso llegaba a negar tal doctrina. La práctica eucarística de aquel tiempo se caracterizaba por un fuerte deseo por parte de los fieles de ver la hostia y el cáliz en la misa. Esto iba acompañado por una sensación de temor reverencial ante la presencia real y una profunda conciencia de indignidad personal. Ver la hostia, venerar las sagradas especies, constituía una forma de comunión espiritual. La comunión sacramental, que es la mejor forma de participación en la misa, se hizo poco frecuente.

Ese era el clima religioso, un clima de lo más favorable para introducir una nueva fiesta en honor de la eucaristía, considerada especialmente bajo el aspecto de presencia real. La iniciativa no llegó "de arriba", de la jerarquía, sino "de abajo", de un movimiento del Espíritu en la Iglesia. Una monja desconocida, de vida estrictamente claustral, sería la primera en promover la institución de una nueva fiesta eucarística. Era Juliana de Mont Cornillon, de la diócesis de Lieja, en lo que hoy es Bélgica.

En 1208, Juliana tuvo su primera visión. Observó la luna llena, en la cual veía una mancha oscura. Recibió entonces la revelación, por parte de Cristo, de que aquella mancha significaba la ausencia en el calendario de una fiesta especial en honor a la eucaristía. Recibió, además, el encargo de promover esa fiesta. Pasaron varios años antes de que la vidente pudiera encontrar a alguien dispuesto a escuchar su propuesta favorablemente. En 1240, Roberto, obispo de Lieja, promulgó un decreto estableciendo la fiesta en su diócesis, para que se celebrara el segundo domingo después de pentecostés. En 1251 el legado papal cardenal Hugues de Saint-Cher inauguró la fiesta en Lieja. En adelante se celebraría el jueves después de la octava de pentecostés.

En 1264, el papa Urbano IV extendió la celebración a toda la Iglesia. Sin embargo, el decreto papal permaneció durante cincuenta años como letra muerta. Sólo cuando el papa Clemente V confirmó el decreto de su predecesor y Juan XXII lo publicó en 1317, la nueva fiesta encontró un lugar seguro en el calendario. No tardó en llegar a ser una de las fiestas más populares en el año litúrgico de la Iglesia.

Al principio no se hacía procesión. La primera noticia que se tiene de esta práctica se remonta al año 1279, en Colonia. Pronto siguieron su ejemplo otras iglesias. La hostia consagrada se llevaba procesionalmente por las calles y los campos, tributando así público homenaje a Cristo presente en el sacramento. Para exhibir la hostia se usaban entonces los relicarios. Más tarde comenzó a elaborarse lo que hoy conocemos con el nombre de custodias.


La procesión


Según el Ritual de la sagrada comunión y del culto a la eucaristía fuera de la misa, "el pueblo cristiano da testimonio de fe y piedad religiosa ante el Santísimo Sacramento con las procesiones en que se lleva la eucaristía por las calles con solemnidad y con cantos" (101).

Desde luego, la procesión es opcional. El tráfico y abarrotamiento de nuestras ciudades y otros muchos núcleos urbanos importantes presentan algunas dificultades. Para asegurar una procesión más ordenada y digna, los pastores pueden transferirla al domingo siguiente y a una hora más tranquila por la tarde. Donde la procesión no es viable, se pueden considerar otros modos para tributar honor públicamente en este día a la presencia eucarística de Cristo. Una prolongada exposición del Santísimo en la iglesia podría, en tal caso, sustituir a la procesión.

Pero donde no hay inconvenientes para que se lleve a cabo con dignidad y reverencia, conviene hacerla. Es la procesión un hermoso acto público de homenaje a Cristo presente en la eucaristía y de acción de gracias a Dios por tan inmenso don. Constituye, además, una viva manifestación de la iglesia local.

Es importante enfatizar la íntima conexión que existe entre la misa y la procesión. El mencionado ritual, en el número 103, afirma: "Conviene que la procesión con el Santísimo Sacramento se celebre a continuación de la misa en la que se consagre la hostia que se ha de trasladar en procesión". No se trata de una mera rúbrica, sino de manifestar que la procesión es una prolongación de la misa y, por consiguiente, no debe considerarse separada. Viene a ser una acción de gracias más amplia. Toda devoción eucarística debe partir de la misa y conducir de nuevo a ella. Nos lo recuerda la instrucción de mayo de 1967 Adoración del misterio eucarístico, n 3 E: "La celebración de la eucaristía en el sacrificio de la misa es verdaderamente el origen y el fin de la adoración que se tributa a la eucaristía fuera de la misa".

La hostia que se lleva en procesión es el pan vivo y dador de vida. Con razón recibe culto público, y su finalidad principal es ser recibida como alimento espiritual para unirnos con Cristo y asociarnos a su sacrificio. La hostia llevada en triunfo con luces e incienso está destinada a ser consumida por uno de los fieles, tal vez por un niño...

Durante la procesión se pueden hacer estaciones o paradas donde se da la bendición eucarística. "Los cantos y oraciones que se tengan se ordenen a que todos manifiesten su fe en Cristo y se entreguen solamente al Señor" (104). "Al final se da la bendición con el santísimo Sacramento en la iglesia en que acaba la procesión, o en otro lugar oportuno; y se reserva el santísimo Sacramento" (108).

VINCENT RYAN
PASCUA. FIESTAS DEL SEÑOR
Ediciones Paulinas. Madrid 1985, pág. 106-117

Constitución sobre liturgia, n 47, citando a san Agustín



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