sábado, 24 de septiembre de 2011

El cardenal Piacenza: las mujeres sacerdote, el celibato y el poder de Roma

Entrevista con el Prefecto de la Congregación para el Clero

Por Antonio Gaspari

ROMA, lunes 19 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).-

El cardenal Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero, raramente interviene en el debate público. Rehuye, de hecho, toda demagogia y presencialismo y es conocido como hombre de incansable y silencioso trabajo y como eficaz observador de todos los fenómenos que afectan a la cultura contemporánea.
Extraordinariamente nos ha concedido esta entrevista sobre temas “candentes”, en un clima de cordialidad, mostrando esa creatividad pastoral que siempre aparece en un auténtico y fiel Pastor de la Iglesia.
- Eminencia, con sorprendente periodicidad, desde hace varias décadas, vuelven a aparecer en el debate público algunas cuestiones eclesiales, siempre las mismas. ¿A qué se debe este fenómeno?
Cardenal Piacenza: Siempre en la historia de la Iglesia ha habido movimientos “centrífugos” que tienden a “normalizar” la excepcionalidad del Evento de Cristo y de su Cuerpo viviente en la historia, que es la Iglesia. Una “Iglesia normalizada” perdería toda su fuerza profética, no diría nada más al hombre y al mundo y, de hecho, traicionaría a Su Señor.
La gran diferencia de la época contemporánea es doctrinal y mediática. Doctrinalmente se pretende justificar el pecado, no confiando en la misericordia, sino dejándose llevar por una peligrosa autonomía que tiene el sabor del ateísmo práctico; desde el punto de vista mediático, en las últimas décadas, las fisiológicas “fuerzas centrífugas” reciben la atención y la inoportuna amplificación de los medios de comunicación que viven, en cierta manera, de contrastes.
- Se debe considerar la ordenación sacerdotal de las mujeres una “cuestión doctrinal”?
Cardenal Piacenza: Ciertamente, como todos saben, la cuestión ya fue afrontada por Pablo VI y el Beato Juan Pablo II y éste, con la Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis de 1994, cerró definitivamente la cuestión.
De hecho afirmó: “Con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos, declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.Algunos, justificando lo injustificable, han hablado de una “definitividad relativa” de la doctrina hasta ese momento, pero francamente esta tesis es tan inusual que carece de cualquier fundamento.
- Entonces ¿no hay sitio para las mujeres en la Iglesia?
Cardenal Piacenza: Todo lo contrario, las mujeres tienen un papel importantísimo en el Cuerpo eclesial y podrían tener otro más evidente todavía. La Iglesia fue fundada por Cristo y no podemos determinar, nosotros los hombres, su perfil, por tanto la constitución jerárquica está ligada al Sacerdocio ministerial que está reservado a los hombres. Pero, absolutamente nada, impide valorar el genio femenino en papeles que no está ligados estrechamente en el ejercicio del orden sagrado. ¿Quién impediría, por ejemplo, que una gran economista fuera la jefa de la Administración de la Sede Apostólica? ¿o que una periodista competente se convirtiera en la portavoz de la Sala Stampa Vaticana?
Los ejemplos pueden multiplicarse en todos los desempeños no vinculados con el orden sagrado. ¡Hay infinidad de tareas en las que el genio femenino podría realizar una gran contribución! Otra cosa es concebir el servicio como un poder y pretender, como hace el mundo, las “cotas” de tal poder. Considero, además, que el menosprecio del gran misterio de la maternidad, que se está realizando en esta cultura dominante, tenga un papel muy importante en la desorientación general que existe con respecto a la mujer. La ideología del beneficio ha reducido e instrumentalizado a las mujeres, no reconociendo la contribución más grande que estas, indiscutiblemente, pueden dar a la sociedad y al mundo.
La Iglesia, además, no es un Gobierno político en el que es justo reivindicar una representación adecuada. La Iglesia es otra cosa, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y, en ella, cada uno es miembro según lo que ha establecido Cristo. Por otra parte la Iglesia no es una cuestión de roles masculinos o femeninos sino de papeles que implican, por voluntad divina, la ordenación o no. Todo lo que puede hacer un fiel laico lo puede hacer una fiel laica. Lo importante es tener la preparación específica y la idoneidad, el ser hombre o mujer no tiene importancia.
- ¿Pero puede existir una participación real en la vida de la Iglesia sin atribuciones de poder efectivo y de responsabilidad?
Cardenal Piacenza: ¿Quién ha dicho que la participación en la Iglesia es una cuestión de poder? Si fuese así se cometería el gran error de concebir a la misma Iglesia no como es, divino-humana, sino simplemente como una de las muchas asociaciones humanas, quizás la más grande y noble, por su historia; y debería “administrarse” repartiéndose el poder.
¡Nada más lejos de la realidad! La jerarquía de la Iglesia, además de ser de directa institución divina, se debe entender siempre como un servicio a la comunión. Sólo un error, derivado históricamente de la experiencia de las dictaduras, podría concebir la Jerarquía eclesiástica como el ejercicio de un “poder absoluto”. ¡Qué se lo pregunten a quien está llamado a colaborar con la responsabilidad personal del Papa por la Iglesia Universal! Son tales y tantas las mediaciones, consultas, expresiones de colegialidad real que prácticamente ningún acto de gobierno es el fruto de una voluntad única, sino siempre el resultado de un largo camino, en escucha del Espíritu Santo y de la preciosa contribución de muchos.
Antes que nadie de los obispos y de las Conferencias Episcopales del mundo. La Colegialidad no es un concepto socio-político sino que deriva de la común eucaristía, del affectus que nace del alimentarse del único Pan y del vivir de la única fe; del estar unidos a Cristo: Camino, Verdad y Vida; y ¡Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre!
- ¿No es demasiado el poder que ostenta Roma?
Cardenal Piacenza: Decir “Roma” significa simplemente decir “catolicidad” y “colegialidad”. Roma es la ciudad que la providencia ha elegido como lugar del Martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo y lo que la comunión con esta Iglesia ha significado siempre en la historia: comunión con la Iglesia universal, unidad, misión y certeza doctrinal. Roma está al servicio de todas las Iglesias, ama a todas las Iglesias y, no pocas veces, protege a las Iglesias que están en dificultades por los poderes del mundo y por gobiernos que no siempre son plenamente respetuosos con el imprescindible derecho humano y natural que es la libertad religiosa.
La Iglesia debe ser considerada a partir de la Constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, incluida obviamente la Nota previa al Documento. Allí está descrita la Iglesia de los orígenes, la Iglesia de los Padres, la Iglesia de todos los siglos, que es nuestra Iglesia de hoy, sin discontinuidad; que es la Iglesia de Cristo. Roma está llamada a presidir en la Caridad y en la Verdad, únicas fuentes reales de la auténtica Paz cristiana. La unidad de la Iglesia no es el compromiso con el mundo y su mentalidad, sino, el resultado, dado por Cristo, de nuestra fidelidad a la verdad y de la caridad que seremos capaces de vivir.
Me parece indicativo, a este respecto, el hecho de que hoy sólo la Iglesia, como nadie, defiende al hombre y su razón, su capacidad de conocer la realidad y entrar en relación con esto, en resumen, al hombre en su integralidad. Roma está al pleno servicio de la Iglesia de Dios que está en el mundo y que es “una ventana abierta” al mundo. Ventana que da voz a todos los que no la tienen, que llama a todos a una continua conversión y por esto contribuye, a menudo en el silencio y con sufrimiento, pagando por su parte, a veces en impopularidad, a la construcción de un mundo mejor, a la civilización del amor.
- Este papel de Roma ¿no obstaculiza la unidad y el ecumenismo?
Cardenal Piacenza: Ni siquiera lo que se presupone. El ecumenismo es una prioridad en la vida de la Iglesia y una exigencia absoluta que proviene de la misma oración del Señor: “Ut unum sint”, que se convierte para todo cristiano en un “mandamiento de la unidad”. En la oración sincera y en el espíritu de continua conversión interior, en la fidelidad a la propia identidad y en la común tensión de la perfecta caridad dada por Dios, es necesario comprometerse con convicción para que no haya contratiempos en el camino del movimiento ecuménico.
El mundo necesita nuestra unidad; y por tanto es urgente continuar comprometiéndonos en el diálogo de la fe con todos los hermanos cristianos, para que Cristo sea la levadura de nuestra sociedad. Y también es urgente comprometerse con los no cristianos, es decir en el diálogo intercultural para contribuir unidos a edificar un mundo mejor, colaborando en las obras de bien y para que una sociedad nueva y más humana sea posible. Roma, también en esta tarea, tiene un papel de propulsión único. No hay tiempo para dividirnos, el tiempo y las energías deben ser empleadas en unirnos.
- En esta Iglesia ¿Quienes son y qué papel tienen los sacerdotes de hoy?
Cardenal Piacenza: ¡No son ni asistentes sociales ni funcionarios de Dios! La crisis de identidad es mayormente aguda en los contextos más secularizados, en los que parece que no hay sitio para Dios. Los sacerdotes, sin embargo, son los de siempre; son los de siempre; ¡son lo que cristo ha querido que sean! La identidad sacerdotal es cristocéntrica y por tanto eucarística.
Cristocéntrica porque, como ha recordado tantas veces el Santo Padre, en el sacerdocio ministerial, “Cristo nos atrae dentro de Sí”, implicándose con nosotros e implicándonos en su misma Existencia. Tal atracción “real” sucede sacramentalmente, por tanto de manera objetiva e insuperable, en la Eucaristía de la que los sacerdotes son ministros, es decir siervos e instrumentos eficaces.
- ¿Es tan insuperable la ley sobre el celibato? ¿Verdaderamente no se puede cambiar?
Cardenal Piacenza: ¡No se trata de una simple ley! La ley es consecuencia de una muy alta realidad que se toma sólo en la relación vital con Cristo. Jesús dice: “quien pueda entender que entienda”. El sagrado celibato no se supera nunca, es siempre nuevo, en el sentido de que a través de esto, la vida del sacerdotes se “renueva”, porque se da siempre, en una fidelidad que tiene en Dios, su propia raíz y en el florecer de la libertad humana, el propio fruto.
El verdadero drama está en la incapacidad contemporánea de realizar las elecciones definitivas, en la dramática reducción de la libertad humana que se ha convertido en algo tan frágil que no persigue el bien ni siquiera cuando se reconoce y se intuye como posibilidad para la propia existencia. El celibato no es el problema, ni pueden constituir, las infidelidades y la debilidad de tales sacerdotes, un criterio de juicio.
Por lo demás las estadísticas nos dicen que más del 40% de los matrimonios fracasan. Entre los sacerdotes estamos en menos del 2%, por tanto la solución no está, para nada, en la opcionalidad del sagrado celibato. ¿No será, quizás, que se deba dejar de interpretar la libertad como “ausencia de vínculos” y de definitividad, e iniciar a redescubrir que en la definitividad del don al otro y a Dios consiste la verdadera realización y felicidad humana?
- ¿Y las vocaciones? ¿No aumentarían si se aboliera el celibato?
Cardenal Piacenza: ¡No! Las confesiones cristianas, donde no existiendo el sacerdocio ordenado no existe la doctrina y la disciplina del celibato, se encuentran en un estado de profunda crisis con respecto a las “vocaciones” de guía de la comunidad. De la misma manera que hay crisis del sacramento del matrimonio uno e indisoluble.
La crisis, de la que, en realidad, se está saliendo lentamente, está ligada, fundamentalmente, con la crisis de la fe en Occidente. A lo que hay que comprometerse es a hacer crecer la fe. Este es el punto. En los mismos ambientes está en crisis la santificación de la fiesta, está en crisis la confesión, está en crisis el matrimonio etc... La secularización y la consiguiente pérdida del sentido de lo sagrado, de la fe y de su práctica, han determinado y determinan también una importante disminución del número de los candidatos al sacerdocio.
A estas razones teológicas y eclesiales, se añaden algunas de carácter sociológico: la primera de todas ha sido la notable disminución de la natalidad, con la consiguiente disminución de los jóvenes y de las jóvenes vocaciones, También esto es un factor que no se puede ignorar. Todo está relacionado. Quizás se colocan premisas y después no se quieren aceptar las consecuencias pero estas son inevitables.
El primer e irrenunciable remedio de la disminución de las vocaciones, lo sugirió el mismo Jesús: “Rezad, por tanto, al dueño de la mies, para que mande obreros a su mies” (Mt 9,38). Este es el realismo de la pastoral de las vocaciones. La oración por las vocaciones, una intensa, universal, dilatada red de oración y de Adoración Eucarística que implique a todo el mundo, es la verdadera y única respuesta posible a la crisis de la respuesta a las vocaciones. Allí donde tal comportamiento orante se vive de forma establecida, se puede afirmar que se lleva a cabo una recuperación real.
Es fundamental, además atender la identidad y la especificidad en la vida eclesial, de sacerdotes, religiosos -estos en la peculiaridad de los carismas fundacionales de los mismos Institutos de pertenencia- y fieles laicos, para que cada uno pueda, de verdad y en libertad, comprender y acoger la vocación que Dios ha pensado para él. Pero cada uno debe ser uno mismo y cada día debe comprometerse siempre en convertirse en lo que es.
- Eminencia, en este momento histórico, si debiese decir una palabra para resumir la situación general ¿qué diría?
Cardenal Piacenza: Nuestro programa no puede ser influenciado por querer estar por encima a toda costa, de querernos sentir aplaudidos por la opinión pública: nosotros debemos sólo servir por amor y con amor a nuestro Dios en nuestro prójimo, quienquiera que sea , conscientes de que el Salvador es sólo Jesús. Nosotros debemos dejarlo pasar, dejarlo hablar, dejarlo actuar a través de nuestras pobres personas y de nuestro compromiso cotidiano. Nosotros debemos poner el “nuestro” pero también el “suyo”. Nosotros, ante las situaciones aparentemente más desastrosas, no debemos asustarnos. El Señor, en la barca de Pedro, parece que dormía, ¡parece! Debemos actuar con energía, como si todo dependiese de nosotros pero con la paz de quien sabe que todo depende del Señor.
Por tanto debemos recordar que ¡el nombre del amor, en el tiempo es “fidelidad”! El creyente sabe que Él es el Camino, la Verdad y la Vida y no es “un” camino, “una” verdad, “una”vida”. Por tanto, la valentía de la verdad a costa de recibir insultos y desprecio es la clave de la misión en nuestra sociedad; es este coraje el que se une con el amor, con la caridad pastoral, que debe ser recuperado y que hace fascinante hoy más que nunca la vocación cristiana. Quería citar el programa que sintéticamente formuló en Stuttgart el Consejo de la Iglesia Evangélica en 1945: “Anunciar con más valentía, rezar con más confianza, creer con más alegría, amar con más pasión”.
[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

sábado, 17 de septiembre de 2011

Septiembre mes de la Biblia



La intención es que durante este mes, en todas las comunidades cristianas, se desarrollen algunas actividades que nos permitan acercarnos mejor y con más provecho a la Palabra de Dios.

sábado, 10 de septiembre de 2011

¿Cómo rezar bien mis oraciones?


¿Hay oraciones más poderosas que otras? ¿Dónde reside el poder de una oración? ¿Tiene sentido preguntar si es más poderosa una novena que un rosario?  


Acabo de conversar con un señor que me preguntó si podría recomendarle una oración especialmente poderosa: “Tengo problemas muy serios en mi casa y en el trabajo, necesito la intervención de Dios; recomiéndeme una oración que no falle, la oración más poderosa que usted conozca.”

Pude haberle entregado una selección de las oraciones que hemos recopilado en www.la-oracion.com. Pero ¿hay oraciones más poderosas que otras? ¿Dónde reside el poder de una oración? ¿Tiene sentido preguntar si es más poderosa una novena que un rosario? ¿Tiene valor una oración aunque se haga distraído? ¿Cómo se sabe si se reza “correctamente”?

¿Qué nos enseña la experiencia?

Hay fórmulas u oraciones vocales que a lo largo de los siglos han resultado especialmente “poderosas” para muchos: el Padrenuestro, el Avemaría, la oración de Jesús (Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador), el canto de los salmos, etc.

Quienes han encontrado fruto para el crecimiento en su vida espiritual utilizando estas fórmulas u otras, progresan normalmente en tres momentos:

1. Comienzan a pronunciarlas con los labios o en silencio, dándole un sentido a las palabras mientras están en la presencia de Dios.

2. Luego, dan el paso a decirlas interiormente, hasta que con o sin la fórmula se dirigen a Dios con las actitudes propias de la oración que utilizan (actitud de creatura ante su Creador, de hijo ante su Padre, de pecador rescatado ante su Redentor, de bautizado ante el Espíritu Santo que habita en él, etc.).

3. Un paso más adelante se da cuando esa oración se hace una oración incesante, impregnando completamente toda la persona y toda la vida. Llevan corriendo por sus venas el sentido de las oraciones. El hábito de la presencia de Dios llega a ser para ellos como una segunda naturaleza.

Mientras escribo me sorprendo al recordar cuántas veces he rezado el rosario completamente distraído. Las invocaciones a Jesucristo que rezo todos los días con mi comunidad ¡cuántas veces las he pronunciado con la mente en otra parte! a pesar de que sean bellísimas y de una potente carga teológica y afectiva.

Errores comunes al rezar las oraciones vocales:

1. La mentalidad mágica: Creer que pronunciar las fórmulas produce un resultado automático (como un talismán).

2. El formalismo: Creer que por cumplir con una práctica de piedad, ya se hace oración. La atención se centra en la forma, en “hacerlo correctamente”; se da más importancia a la letra que se pronuncia que al espíritu con que se reza.

3. La rutina: A base de repetir una oración que uno se ha propuesto hacer todos los días, se puede caer en el escollo de hacerla inconscientemente, sin darle sentido.

Tres consejos para superar la rutina

Para superar la rutina a mí me ayuda:

1. Antes de iniciar las oraciones, tomar conciencia de lo que voy a hacer y ante quién estoy. Bastan tres segundos.

2. Llevar a la meditación lo que rezo todos los días (por ejemplo las oraciones de la mañana). Cuando se saborea en la meditación cada una de las palabras y de las frases de las oraciones, rumiándolas con calma en la presencia de Dios, se advierte que al volver a pronunciarlas cobran un mayor significado, salen de lo más profundo de la mente y el corazón; al poner más amor en lo que se dice a Jesucristo, las oraciones “dicen más”.

3. Cuando me doy cuenta de que he pronunciado una oración sin darle sentido a las palabras, sin centrar la mente en lo que digo y sin hacerlo “con todo el corazón, con toda el alma y con todas mis fuerzas” (cf. Mt 22,37 y Mc 12, 33), aplico un recurso que me ha servido mucho: detenerme y repetir la plegaria utilizando mis propias palabras, con toda espontaneidad.

¿Qué es lo que hace que una oración sea poderosa?

Lo que da valor a una oración es la fe con que se pronuncia. Con palabras o sin palabras, usando fórmulas oficiales de la liturgia y de la piedad cristiana o creando las oraciones personales espontáneamente, lo importante no son las palabras sino el espíritu con que se pronuncian. Allí tenemos el ejemplo de la oración de la cananea, cuando Jesús le dijo: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». Y desde aquel momento quedó curada su hija.” (Mt 15, 28)

Una oración vocal debe brotar del corazón y ser pronunciada ante Dios con fe y atención para que pueda llamarse oración y para que sea poderosa. El poder de la oración no está en pronunciar determinadas palabras con los labios, sino en hacerlo con plena conciencia y dirigiéndose con fe a Dios Nuestro Señor.

La fuerza de una oración viene no del exterior (las palabras), sino del interior (del corazón). Lo esencial está en estar y permanecer ante Dios; lo importante es la elevación espiritual del corazón humilde a Dios.

Una sola palabra, un recuerdo de Jesús o una simple mirada llena de fe, con un sincero sentimiento de adoración, vale más que centenares de rosarios pronunciados sin sentido, como si de un loro se tratara (de aquí el sentido de la foto de arriba). San Pablo decía: “Prefiero decir cinco palabras con mi mente que mil en lengua desconocida.” (1 Co 14,19)

Por lo demás, no somos nosotros los que "logramos" que una oración sea poderosa, es la gracia de Dios.

La oración de Doña Lena

Recientemente escuché una oración de las más sentidas que he oído en mi vida. Como comenté hace unas semanas, estoy construyendo una ermita con sentido de reparación al Sagrado Corazón de Jesús. Al hacer el muro de contención quise poner en él una imagen de la Virgen de Guadalupe, en lugar de dejar el muro vacío. De esa manera, la imagen de la Virgen ayudará a las campesinos a recordarla mientras van por el camino.

La mostré a Doña Lena, una ancianita que fue a saludarme y a llevarme unas tortillas. Cuando vio la imagen de la Virgen de Guadalupe, de alegría tiró la bolsa de plástico que llevaba en la mano y comenzó a dialogar con la Virgen María con una naturalidad y una autenticidad parecidas a las de Juan Diego.

Doña Lena ha alcanzado una familiaridad con María como no había visto antes. Le pregunté sobre su relación con la Virgen y me dijo: “Ella es mi Madre, me conoce mejor que nadie, cuida mi camino, sabe lo que me aprovecha y me conviene, la tengo siempre en la memoria, estoy todo el tiempo en su presencia. Le confío toda mi vida y todas mis cosas. La quiero mucho y le platico por donde quiera que vaya.”

Esta buena mujer no sabe siquiera leer, no sigue fórmulas especiales al elevar su alma a Dios y a la Virgen, pero al escucharla dialogar con María pude ver sin lugar a dudas que estaba llena del Espíritu Santo.(Cf. Ef 5,18) Oraciones así son las más poderosas.

El poder de una oración reside en el espíritu con que sea dicha.

Esta noche me propongo rezar las Completas con particular sentido de adoración y gratitud a Dios.




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Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com


sábado, 3 de septiembre de 2011

SINTESIS DE LOS MOMENTOS QUE TUVO LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD - MADRID 2011




Queridos amigos, el encuentro de Madrid ha sido una estupenda manifestación de fe para España y para el mundo ante todo. Para la multitud de jóvenes, procedentes de todos los rincones de la tierra, ha sido una ocasión especial para reflexionar, dialogar, intercambiarse experiencias positivas y, sobre todo, rezar juntos y renovar el compromiso de arraigar la propia vida en Cristo, Amigo fiel. Estoy seguro de que han vuelto a sus casas y vuelven con el firme propósito de ser levadura en la masa, llevando la esperanza que nace de la fe. Por mi parte sigo acompañándolos con la oración, para que permanezcan fieles a los compromisos asumidos. A la intercesión maternal de María, confío los frutos de esta Jornada.

Benedicto XVI