sábado, 31 de octubre de 2009

Todos los santos: “¡Al Cielo, al Cielo, al Cielo quiero ir!”



Meditación del padre Pedro García, misionero claretiano


ROMA, viernes 30 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que ha escrito el padre Pedro García, misionero claretiano, conocido evangelizador en América Central, sobre la solemnidad de Todos los santos, que la Iglesia celebra este domingo, 1 de noviembre.

* * *

Una canción inocente -¡y tan inocente, como que era una canción para niños del catecismo!- decía con tonada también muy simple: ¡Al Cielo, al Cielo, al Cielo quiero ir!... Y lo repetía: ¡Al Cielo, al Cielo, al Cielo quiero ir!... Pero ahora se me ocurre preguntar: ¿y no habrá más profundidad de la que imaginamos en un canto que nos gustaba de niños y que ahora ya no entonaríamos por nada?...

Porque la realidad de la Persona humana es ésta: busca la felicidad; una felicidad plena; la felicidad de un amor que le sacie todas las aspiraciones del corazón; una felicidad sobre todo que no acabe nunca; y, por lo mismo, una felicidad que no tenga en perspectiva el final traído por una muerte inexorable...

Esta es la realidad nuestra. La de todo hombre y de toda mujer. La del anciano y la del niño. La de todos sin excepción.

Y, a ver, ¿cuándo y dónde se da esa felicidad en el mundo? Nunca y en ninguna parte. Pues aunque se tenga de momento todo lo que se ha deseado, siempre subsistirá la certeza de que todo ha de acabar un día. Entonces, la vida se convierte necesariamente en un fracaso.

Pero esto no lo podemos decir. Porque sería insinuar una blasfemia contra Dios, que nos habría hecho expresamente para ese fracaso tan cierto, tan seguro, tan destructor.

Por eso acudimos a la fe. Y la fe nos dice todo lo contrario acerca de esa experiencia humana. La fe nos asegura que estamos hechos para una felicidad total, plena, inacabable. Una felicidad, sin embargo, que no es de este mundo sino de otro que esperamos. Felicidad que en el lenguaje cristiano la llamamos Cielo.

Si esto es verdad, ¿cantan o no cantan bien los niños? ¿tenemos para reír o tenemos para meditar con esas palabras y esas notas infantiles?...

Ya se ve a dónde vamos con esta consideración en la Fiesta de Todos los Santos que celebramos hoy. Este día se centra en esa palabra que encierra nuestra esperanza, el Cielo, donde se encuentran ya tantos hermanos nuestros y hacia donde tienden irresistiblemente nuestras almas. Una fiesta hermosa de verdad, llena de dulce nostalgia y que nos estimula a seguir con coraje por el camino de la vida.

Por una parte, es una celebración en honor de todos nuestros hermanos en la fe que ya triunfaron y están en la gloria de Dios para siempre. Cada uno de ellos se merecería una fiesta suya, una fiesta especial. Pero ante esa imposibilidad de millones y millones de fiestas en el apretado calendario de trescientos sesenta y cinco días al año, la Iglesia los engloba a todos en una sola festividad, que es toda para todos los Santos y Santas, y para cada uno en particular como si nadie más estuviera en el Cielo.

Les felicitamos a todos y a cada uno. Le damos gracias a Dios por la gloria de cada uno en particular. Y pedimos a cada uno de ellos que interceda por nosotros, hasta que estemos todos juntos en la misma felicidad que ellos ya disfrutan y que nadie les puede arrebatar. Por otra parte, esta fiesta la celebramos por nosotros mismos como fiesta de nuestra

esperanza.

La esperanza no confunde, nos dice el apóstol San Pablo. Quien camina por la vida

suspirando por el Cielo, es una persona que no se equivoca nunca. Es la imagen más opuesta al pobre que no sabe de dónde viene ni a dónde va.

Ocurrió en la persecución contra la Iglesia en Vietnam, de la antigua Indochina, donde corrió tanta sangre cristiana. Un niño -inteligente, bien instruido en la doctrina- se encuentra ante el mandarín, y le pide con resolución:

- Mandarín, dame un sablazo en el cuello para poder ir a mi patria.

El Mandarín no entiende nada.

- ¿A tu patria? ¿Dónde está tu patria? ¿Qué no eres de Indochina, o qué?...

- Mi patria está en el Cielo.

- Oye, niño, ¿dónde están tus padres?

- Están en el Cielo, porque murieron por su fe. Yo quiero irme con ellos. Dame un

sablazo.

Este muchachito caminaba por la vida con la misma precisión y seguridad que un gran Obispo y Doctor de la Iglesia como era San Basilio, que contestó al ser interrogado sobre su ciudadanía:

- Soy de aquellas inmensas alturas de la grandiosa patria mía.

Cuando suspiramos con vehemencia por aquella felicidad que Dios nos promete, glorificamos al mismo Dios, porque ponemos en ejercicio esa esperanza que, junto con la fe y el amor, nos infundió con la gracia en el Bautismo.

Al soñar en el Cielo, reconocemos que sólo Dios puede llenar todas las aspiraciones de nuestro corazón. Todo lo que no es Dios y no lleva a Dios se resuelve al fin en un fracaso -¡y ése sí que es fracaso de verdad!-, mientras que el tender siempre a Dios hasta poseerlo en su propia felicidad es la realización plena de la persona. No se tiene miedo a nada y se camina con seguridad en todos los pasos de la vida.

Nunca como en esta fiesta nos damos cuenta de la verdad que entraña la frase más repetida del gran san Agustín, que le dice a Dios:

- Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está siempre inquieto, y en continua zozobra, hasta que descanse en ti.

No solamente los niños -los primeros candidatos al Reino de los Cielos-, sino también nosotros los mayores, ¡al Cielo, al Cielo, al Cielo queremos ir!...

sábado, 24 de octubre de 2009

Hay padres que son "tóxicos" para sus hijos


Richard Friedman
The New York Times

NUEVA YORK.; Uno se puede divorciar de un cónyuge abusivo y terminar una relación con un amante que lo maltrata, pero ¿se puede hacer si el origen de la aflicción son los propios padres?

Es cierto que ningún padre es perfecto y quejarse de los errores de los progenitores, sean o no reales, es prácticamente un pasatiempo que mantiene debidamente ocupados a los terapeutas.

Pero así como hay padres bastante buenos que, misteriosamente, producen un hijo problemático, hay personas aceptables que tienen la desgracia de tener padres verdaderamente "tóxicos".

Recientemente, una encantadora mujer de unos 60 años, con depresión, concurrió al consultorio para pedir consejo sobre cómo tratar a su anciana madre. "Ella ha sido siempre extremadamente abusiva conmigo y con mis hermanos ?dijo?. Una vez, para mi cumpleaños me dejó un mensaje deseándome que me enfermara. ¿Puede creerlo?" Durante años, la paciente trató de tener una relación con su madre, pero los encuentros eran siempre dolorosos y desconcertantes. Su madre siguió siendo duramente crítica y degradante.

No estaba claro si ésta estaba mentalmente enferma o si, simplemente, era malvada, o ambas cosas al mismo tiempo, pero sin dudas la paciente hacía rato que había decidido que la única manera de manejar la situación era evitarla a toda costa.

Ahora que su progenitora se acercaba a la muerte, ella quería realizar un último esfuerzo de reconciliación. "Siento que debería intentarlo -dijo-, pero sé que ella será malísima."

¿Debía visitarla y quizá perdonarla, o protegerse a sí misma y vivir con sentimiento de culpa, si bien injustificado? Una dura decisión y ciertamente no era yo quién debía tomarla. Pero me hizo reflexionar sobre cómo debemos los terapeutas tratar a los pacientes adultos que tienen padres "tóxicos".

El tema tiene poca o ninguna presencia en los libros de texto o en la literatura psiquiátrica, lo que quizá refleje la noción común y equivocada de que los adultos, contrariamente a los niños y los ancianos, no son vulnerables al abuso emocional.

Muy a menudo tendemos a salvar las relaciones, incluso aquellas que podrían ser dañinas para nosotros. Sin embargo, es importante evaluar si mantener una relación así es realmente sano y deseable.

Igualmente, asumir que los padres están predispuestos a amar a sus hijos de manera incondicional no siempre es exacto. Recuerdo a un paciente de alrededor de 25 años que me consultó por depresión y muy baja autoestima.

No llevó mucho tiempo saber la razón. Hacía poco que había confesado a sus padres, devotos creyentes, que era homosexual. Ellos lo repudiaron. Peor aún, más tarde, en una cena familiar, el padre le dijo que hubiera sido mejor que hubiera muerto él en lugar de su hermano más joven que había fallecido en un accidente automovilístico varios años antes.

A pesar de sentirse herido y enojado, el joven todavía esperaba ser aceptado y me solicitó un encuentro con su madre y su padre. La sesión no salió bien. Los padres insistieron en que su "estilo de vida" era un grave pecado. Cuando intenté explicar que el consenso científico era que él no tenía más opción respecto a su orientación sexual que la que tenía con el color de sus ojos, permanecieron impasibles. Simplemente no podían aceptarlo tal cual era.

Me convencí de que eran una amenaza psicológica y que tenía que hacer algo que nunca había considerado antes en un tratamiento.

En la sesión siguiente, sugerí que para su bienestar psicológico debía considerar, por el momento, evitar la relación con sus padres. Sentí que era una medida drástica, como amputar un miembro gangrenado para salvar la vida de un paciente. El joven no podría escapar de todos los sentimientos y pensamientos negativos que había internalizado gracias a sus padres. Lo menos que podía hacer era protegerlo del daño psicológico. Pero era más fácil decir que hacer. Aceptó mi sugerencia con triste resignación y, a pesar de que hizo algunos esfuerzos para contactarlos, nunca le respondieron.

Por supuesto, incluso los padres más abusivos pueden, a veces, ser afectuosos y, por eso, romper un vínculo debería ser una decisión excepcional. La doctora Judith Lewis Herman, experta en trauma y profesora de psiquiatría clínica de la Escuela de Medicina de Harvard, afirmó que ella trataba de autorizar a sus pacientes a tomar una decisión para protegerse a sí mismos sin brindarles un consejo directo.

"A veces, le decimos al paciente: «Realmente, lo admiro por su lealtad hacia sus padres, incluso a expensas de no protegerse a sí mismo del daño»", manifestó.

La esperanza es que los pacientes lleguen a ver el costo psicológico de una relación dañina y que actúen en consecuencia. Finalmente, el paciente logró una recuperación, a pesar de que la ausencia de sus padres en su vida nunca abandonó sus pensamientos.

No nos asombra. Las investigaciones sobre vínculos tempranos, tanto en humanos como en primates, muestra que estamos muy ligados a los lazos afectivos, incluso a aquellos que no son buenos para nosotros.

También sabemos que, a pesar de que un trauma infantil prolongado puede ser "tóxico" para el cerebro, los adultos conservan la habilidad de renovar sus cerebros con nuevas experiencias, incluidas la terapia y la medicación psicotrópica.

Por ejemplo, el estrés prolongado puede matar células en el hipocampo, área cerebral importante para la memoria. La buena noticia es que los adultos pueden desarrollar neuronas nuevas en esta área en el curso del desarrollo normal. También los antidepresivos alientan el desarrollo de nuevas células en el hipocampo.

No es exagerado entonces decir que tener padres "tóxicos" puede ser dañino para el cerebro de un niño, ni que hablar para sus sentimientos. Pero ese daño no necesariamente tiene que quedar escrito como en una piedra. No podemos borrar la historia con la terapia, pero podemos ayudar a reparar el cerebro y la mente al quitar o reducir el estrés. A veces, aunque suene drástico, eso significa alejarse de un padre "tóxico".

Richard A. Friedman es profesor de psiquiatría del Weill Cornell Medical College

Traducción: María Elena Rey

sábado, 17 de octubre de 2009

Monseñor Migliore: el miedo al “boom demográfico” era infundado


El observador vaticano ante la ONU pide que se garantice el bien de los niños


NUEVA YORK, viernes, 16 octubre 2009 (ZENIT.org).-

Garantizar el bienestar de los niños es “fundamental para asegurar que las generaciones futuras puedan saber rechazar la pobreza y la mortalidad infantil como vestigios históricos más que como una realidad cotidiana”. Lo dijo el observador vaticano ante la ONU, monseñor Migliore, ante la Asamblea General de la ONU en Nueva York.

El arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante la ONU, intervino sobre este tema en la 64 sesión de la Asamblea General de este organismo, en la conmemoración del 15 aniversario de la conferencia internacional sobre Población y Desarrollo (ICPD), celebrada en El Cairo en 1994.

La renovación de los esfuerzos para responder a la salud integral y a las necesidades sociales de la comunidad, observó, implica “tener en cuenta las necesidades sociales, culturales y espirituales de todos”, sobre todo de los más vulnerables.

Cuando los estados se reunieron en El Cairo en 1994, reconoció monseñor Migliore, muchos de ellos “tenían la impresión de que se verificaría una explosión demográfica que habría obstaculizado la posibilidad de lograr un adecuado desarrollo económico global”.

Quince años después se ha constatado que esta percepción era “infundada”.

En muchos países desarrollado el crecimiento de la población “ha disminuído hasta el punto de que algunos legisladores nacionales está ahora impulsando un aumento de las tasas de natalidad para asegurar un crecimiento económico continuado”.

Numerosos países pobres, por su parte, han experimentado un crecimiento “con tasas anteriormente no alcanzadas”, y el mayor desafío al desarrollo “no es la explosión de la población sino la irresponsable gestión económica a nivel mundial y local”.

“El ingenio humano y la capacidad de las personas de colaborar –añadió el prelado--, han demostrado además que los hombres son ‘el mayor recurso mundial’”.

La conferencia internacional sobre Población y Desarrollo, constató el observador permanente, “ha subrayado la necesidad de que los estados promuevan y refuercen a la familia como elemento fundamental para producir un mayor desarrollo social y económico”.

“La presencia cada vez mayor de las mujeres en el mercado de trabajo ha causado nuevos desafíos para la familia y las mujeres, tanto en el sector laboral como en casa”, añadió.

“La explotación sexual y económica, el tráfico de mujeres y jóvenes y las prácticas discriminatorias en el mercado laboral han desafiado a los gobiernos a promover y aplicar políticas para poner fin a estas injusticias y a sostener a la familia en sus responsabilidades”.

En su intervención, el prelado habló también de las políticas demográficas, recordando que deben tener en cuenta las necesidades de los migrantes como parte de la “responsabilidad global de poner a la persona humana en el centro de todas las políticas de desarrollo”.

Demasiado a menudo, subrayó, las migraciones son consideradas “una consecuencia involuntaria de la globalización” y los estereotipos negativos sobre los migrantes son usados para “promover políticas que tienen un efecto deshumanizador”.

Por esto, el arzobispo exhortó a reconocer “los beneficios compartidos de las migraciones”, subrayando el hecho de que los migrantes “a menudo proporcionan competencias necesarias a los países de destino, asegurando al mismo tiempo un precioso apoyo a sus países de origen”.

Del mismo modo, pidió “afrontar las razones que están en la base de las migraciones y aprobar políticas que defiendan del tráfico a los migrantes”.

Según el arzobispo Migliore, el llamamiento de la ICPD a una enseñanza de calidad “sigue siendo el medio más eficaz para promover un desarrollo económico, social y político sostenible”.

“Es superfluo decir que el acceso a la enseñanza para mujeres y niños a todos los niveles está en el centro del refuerzo de las mujeres en la sociedad y de la promoción de la igualdad entre los sexos”, añadió.

Para el prelado, afrontando el papel del ICPD sobre salud materna se han realizado, “demasiado a menudo” intentos de “promover una noción de salud sexual y reproductiva que va en detrimento de la vida humana no nacida y de la necesidad de las mujeres y de los hombres en la sociedad”.

“Sugerir que la salud reproductiva incluye un derecho al aborto viola explícitamente el lenguaje de la ICPD, desafía los estándares legales y morales en las comunidades locales y divide los esfuerzos para afrontar las necesidades reales de madres y niños”, concluyó.

Por Roberta Sciamplicotti, traducido del italiano por Nieves San Martín

sábado, 10 de octubre de 2009

Obispo de Libia: Europa no es cristiana con los clandestinos


Explica monseñor Giovanni Innocenzo Martinelli, O.F.M.


CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 9 de octubre, de 2009 (ZENIT.org).-

Un obispo que participa en el Sínodo de los Obispos de África ha denunciado que Europa no trata de manera cristiana a los inmigrantes, en particular los clandestinos, que llegan la otra orilla de sus costas.

Monseñor Giovanni Innocenzo Martinelli, O.F.M., vicario apostólico de Trípoli, ha ilustrado el drama de tantos hombres y mujeres que llegan a Libia huyendo de la guerra y la miseria de muchos países africanos, buscando a toda costa atravesar el mar para alcanzar las costas del viejo continente.

En la pausa para la comida de la jornada de este viernes, monseñor Martinelli ha explicado a los informadores, entre los que se encontraba ZENIT, que su Iglesia se compone de extranjeros: "muchos son trabajadores procedentes de Asia, en su mayoría filipinos, empleados en multinacionales. Junto a ellos, otros son africanos de diferentes estados, sobre todo subsaharianos".

La mayoría de estos últimos ven en Libia el puente hacia las costas italianas.

En el país hay entre 5 mil y 10 mil eritreos, no se cuenta con datos precisos, que "no pueden volver a su tierra, pues sus aldeas están arrasadas por la guerra, y están determinados a quedarse o a atravesar el mar, aunque les cueste la vida".

En medio del debate que se da en estos momentos en Europa sobre la inmigración clandestina, el prelado reconoce que "no es un fenómeno positivo", ahora bien, "la manera en que se comporta Europa con las personas afectadas por este fenómeno no es civil ni cristiano: son hermanos nuestros".

Quienes son expulsados de las costas italianas y del Mediterráneo, son encerrados en centros líbicos de inmigrantes o en las cárceles, en el caso en que se les acuse de haber hecho algo contra la ley.

Los representantes de la Iglesia católica en Liba, que en el Sínodo ha sido felicitada por el cardenal Renato Raffaele Martino, presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, por el compromiso en la acogida de migrantes, visita constantemente esos centros y las prisiones.

Además de monseñor Martinelli, en Trípoli, hay seis sacerdotes y unas treinta religiosas que trabajan en los centros sociales; un sacerdote presta su ministerio en el Sáhara desde hace más de 20 años y otro obispo desempeña su ministerio en Bengasi, monseñor Sylvester Carmel Magro, O.F.M.

"Las autoridades líbicas no nos niegan los permisos y los responsables de los centros nos piden ayuda cuando tienen necesidad de medicinas. Los directores de las prisiones también demuestran sensibilidad humanitaria y no cierran los ojos ante las situaciones de necesidad", reconoce.

"Liba hace lo que puede con los inmigrantes; al menos, les da de comer y no nos impide visitarles. Se trata de un problema que supera sus fuerzas", pero eso pide a Europa que ayude a su país a afrontar la emergencia: "¡No basta expulsar a las personas!".

"Europa debería ayudar a estas personas en sus países de origen, por ejemplo, en Nigeria o el Congo, prestando atención a la manera en que se distribuyen las ayudas".

El obispo muestra una compasión particular por las mujeres, "traídas con la promesa de un trabajo bien pagado, obligadas después a la prostitución o a la esclavitud. Otras, sobre todo de Eritrea, han perdido el marido pues se encuentra huido o en prisión, y llegan embarazadas o con hijos pequeños, decididas a encontrar una posibilidad de trabajo"

El prelado explica que centenares de estas mujeres se reúnen el viernes, en la iglesia de Trípoli, para recibir un paquete de comida y ropa para los niños.

El viernes, el día de fiesta en Libia, se celebra también la misa a la que pueden asistir los cristianos.

"Cuando veo a toda esta gente que reza con fervor --confiesa monseñor Martinelli a los periodistas-- siento un escalofrío. Es impresionante su valentía para agarrarse a la fe y encontrar una esperanza".

"Los europeos --concluye Martinelli-- tienen miedo de estas personas desesperadas, pero se trata de un miedo en buena parte injustificado. Si les viéramos como cristianos, descubriríamos con qué intensidad viven su fe. De hecho, no son más que seres humanos en búsqueda de un trabajo para huir de la miseria de su país".

Por Chiara Santomiero

domingo, 4 de octubre de 2009

Libertad construida sobre la verdad


Por Giovanni Maria Vian, director del diario vaticano


CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 3 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el análisis que ha realizado el director de "L'Osservatore Romano", Giovanni Maria Vian, de la visita apostólica de Benedicto XVI a la República Checa, del 26 al 28 de septiembre.



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Una visita no sólo marcada por un evidente éxito; sino que, además, tendrá efectos duraderos. Así resumió el presidente checo Václav Klaus el viaje de Benedicto XVI a su país. Con un importante reconocimiento por parte de un exponente político no católico respecto al Papa y sus palabras, supo mostrar un respeto y una atención realmente admirables, que de algún modo representan la actitud generalizada en la República Checa, también gracias a una amplia cobertura de los medios de comunicación, menos sensibles en otros lugares al significado auténtico del itinerario papal. No hay que olvidar que el viaje del Sucesor de Pedro -después de los tres de Juan Pablo II a esas mismas tierras- ha querido anticipar el vigésimo aniversario del fin del comunismo europeo, que en la entonces Checoslovaquia tomó el nombre de "revolución de terciopelo". Un acontecimiento que, después de los decenios plúmbeos de los regímenes totalitarios ateos, involucró a buena parte de Europa central y oriental, cambiando el rostro del continente.

A la rebelión pacífica que puso fin a una época de opresión, fruto de una resistencia común de católicos y no católicos, siguió una situación nueva, donde el materialismo ateo ha dejado paso al práctico. Y si la dictadura estaba fundada sobre la mentira -según las palabras de Václav Havel citadas por Benedicto XVI-, hoy la libertad necesita ser construida sobre la verdad, a cuya búsqueda están llamados todos sin distinción, y promoviendo el bien común.

Por eso los discursos del Papa insistieron repetidamente en la verdad y por eso se escucharon sus palabras apasionadas y comprometedoras, incluso en un ambiente declaradamente agnóstico como el de la universidad de Praga, donde la intervención del antiguo "profesor, atento al derecho de la libertad académica y a la responsabilidad en el uso auténtico de la razón", fue acogida con un larguísimo aplauso que causó asombro.

Benedicto XVI ha honrado la historia del país y de sus mártires -desde el duque Wenceslao hasta las víctimas del comunismo- y exaltó las tradiciones culturales de las tierras de Bohemia y Moravia, escuchando el Te Deum de Anton Dvorák y escogiendo una bellísima frase atribuida a Kafka para despedirse de la República Checa: "Quien mantiene la capacidad de ver la belleza no envejece nunca".

Y en los discursos fue acertado el uso de las lenguas: desde el checo del Papa (que habló sobre todo en italiano e inglés), hasta el alemán elegido por el estudiante al dirigir al Papa palabras de saludo durante el encuentro con el mundo académico, y el italiano del presidente Klaus en la ceremonia de despedida. Esas decisiones han expresado una voluntad de encuentro y de amistad hoy significativa para todo el continente europeo, llamado precisamente por sus raíces cristianas -occidentales y orientales- a una responsabilidad exigente en el contexto internacional.