domingo, 21 de diciembre de 2014

¿El sacerdote debe ser un sanador? Sí, sin duda. «Los Doce fueron enviados a curar», dice la Biblia


¿Puede un sacerdote desentenderse de la atención a enfermos y la oración dedicada a ellos? Puede, si algún compañero le suple. Pero no es propio del sacerdocio huir de su vocación sanadora. El tema se analiza en el completo libro Pastoral de la salud. Guía espiritual y práctica del escritor Fernando Poyatos, veterano de muchos años como laico que atiende y visita enfermos. Copiamos lo que dice sobre la función sanadora del sacerdote.

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A sus primeros sacerdotes, los apóstoles, Jesús los mandó muy claramente, «a proclamar el reino de Dios y a curar» (Lc 9,2), es decir, rezando por que se curen en cuerpo, mente o espíritu, en toda su persona, y dejando su resultado en manos de Dios.

Benedicto XVI nos ha recordado en su libro de 2007, Jesús de Nazaret, que «los Doce fueron enviados “para curar toda clase de enfermedades y dolencias”» (Mt 10,1), y la Congregación para la Doctrina de la Fe enseña que la sanación acompañó siempre la proclamación del Evangelio porque están «orgánicamente unidas».

Prueba de que la Iglesia nos alienta en este ministerio es el volumen Oración por sanación, publicado en 2005 en el Vaticano, fruto de un coloquio internacional donde hubo 1 arzobispo, 5 obispos, 8 sacerdotes, 1 diácono y médico, 1 monja y 5 laicos .




Así, pues, los sacerdotes, por su ordenación, tienen la doble misión de anunciar el reino de Dios y, como parte de él, ser canal de sanación física, emocional o espiritual.

Que citen a sus asambleas las recomendaciones de Jesús y la del apóstol Santiago: «¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los sacerdotes de la Iglesia, que oren sobre él» (Sant 5,14) y les animen a una oración personal más intensa y habitual y a recurrir a ellos cuando estén enfermos o agobiados, con fe expectante y pensando que el sacerdote es un mero instrumentos de Dios al servicio de sus criaturas.

El gesto de imponer las manos

Qué hermoso es que un sacerdote anime a sus fieles a recurrir a él cuando estén enfermos para que les imponga las manos y ore por ellos, como hace en la Reconciliación, uno de los sacramentos de sanación.

Porque algunos, por su fe y obediencia integral al Evangelio, ejercen un poderoso ministerio de evangelización y sanación, como hacía el canadiense Emiliano Tardif (en proceso de beatificación), a quien conocí hace muchos años; pero ninguno debe pensar que eso no es para él, pues, por su consagración, está igualmente dotado para servir a su comunidad de forma que se refleje en la vida de la parroquia.



Y, como dice el internacionalmente conocido sacerdote estadounidense Robert DeGrandis, los sacerdotes «deben ver el ministerio de sanación sacramental como parte de la vocación sacerdotal» .

Por supuesto que este ministerio le exigirá al pastor más tiempo de disponibilidad; pero eso será a su vez un testimonio muy necesario hoy día en nuestra Iglesia, tan acribillada de críticas, a veces justificadas.

Por tanto, cada sacerdote necesita equiparse plenamente, para lo cual es muy alentador el libro del padre Cantalamessa Ungidos por el Espíritu Santo, que es el texto de un retiro que dio en 1992 a 1.700 sacerdotes y 70 obispos, cuyo énfasis estuvo precisamente en la función del Espíritu Santo en la vida del sacerdote.

En él el padre Raniero exhorta a sus compañeros de sacerdocio a recibir el “bautismo en el Espíritu” —aspecto integrante de la iniciación cristiana en la Iglesia primitiva, como se ha investigado exhaustivamente —y explica que el sacramento del Bautismo es en muchos casos lo que se llama un “sacramento ligado” o “impedido”, a causa de una fe débil; y, por propia experiencia, reconoce que esa efusión o bautismo no sacramental «es una gracia que cambia la vida» (p. 142), como cambió la suya, y como, a través de los años, he podido verificar en muchísimos sacerdotes y en algunos obispos de distintos países .

Por eso, el cardenal Leo Suenens, figura clave en el Vaticano II, decía que «el bautismo en el Espíritu Santo [...] se tiene que convertir en una gracia para toda la Iglesia, o la recuperación de una gracia para toda la Iglesia» , lo que ratificaba otro cardenal, Yves Congar, al decir: «Una cosa es cierta: es una realidad que cambia la vida de las personas». Debemos aludir a esto aquí porque es indudable que esa “efusión del Espíritu”, como también se llama, nos equipa a sacerdotes y laicos para un poderoso ministerio de pastoral y, como dice el padre Cantalamessa en ese libro, «impulsa a la santidad» (p. 143) y, por tanto, «tenemos que pensarlo bien antes de llegar a la conclusión de que esto no es para nosotros [...] o que podemos prescindir de ello» (p. 144).




El papel de los parroquianos

A todos los fieles de una parroquia se les debe recordar de vez en cuando:
– que no son miembros de la comunidad parroquial únicamente para recibir en las celebraciones y en los sacramentos, sino también para dar, y que una forma de dar es precisamente orar por sus propios enfermos y por los de la parroquia en general;

– que, como bautizados, todos pertenecemos a ese «sacerdocio real», llamados «de las tinieblas a su admirable luz» (1 Pe 2,9) y a quienes Jesús ha mandado interceder por los enfermos igual que lo hacía Él;

– que esa intercesión debe ser parte de su oración personal de cada día y una de las funciones de cualquiera de los grupos parroquiales de oración, a quienes el equipo de pastoral de enfermos debe proporcionar los nombres y circunstancias de las personas por las que deben interceder.

La Misa, fuente de sanación
 

Hay que orar por sanación sobre todo en la Santa Misa. No olvidemos (y el sacerdote podría indicarlo ocasionalmente) que la Iglesia primitiva consideraba la Eucaristía como el sacramento ordinario de sanación, puesto que nuestro Señor Jesucristo se hace uno con nosotros de modo que podemos decir, como Pablo a los gálatas: «Es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20), y que Él dijo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él» (Jn 6,56).

Después de todo, la Misa contiene todos los elementos del ministerio de sanación:

-la presencia real de Jesús,
-la oración,
-la alabanza
-y el perdón.

Efectivamente, y aparte de los dos sagrados momentos en que adoramos a Jesús cuando el sacerdote nos muestra su Cuerpo y luego su Sangre (¡y qué importante es, como testimonio, cómo haga las dos ostensiones!), y cuando los recibimos en la Comunión, la liturgia de la Santa Misa nos ofrece los siguientes oportunidades de pedir la sanación física, emocional o espiritual.

En el rito penitencial, que, como dice el padre DeGrandis, «es la clave para la sanación a través de la Misa porque es aquí donde nos abrimos para recibir el perdón del Señor y, aún más importante, para alcanzar el perdón de unos por otros y de nosotros mismos» .

– En la alabanza del Gloria, en la que, como dice el mismo, debemos abrir «nuestros corazones al Espíritu Santo [...] la alabanza en la Misa es poderosísima [...]. Mucha gente puede recibir sanación en la Misa dominical al participar activamente cantando cánticos y diciendo las oraciones, como el Gloria [...]. Como sacerdotes, necesitamos decir las oraciones claramente y con entusiasmo, sabiendo que el Señor está tocando a los presentes» .

En la oración de los fieles, sabiendo que intercedemos como «sacerdocio real» que somos (1 Pe 2,9) y procurando, según la gravedad, mencionar los nombres si nadie tiene inconveniente. Detalles tan importantes como estos son los que contribuyen a crear comunidad y solidaridad y a sentir que se pertenece a una parroquia donde “te tienen en cuenta”.

En el rito de la paz, puesto que, al deseárnosla mutuamente, lo hacemos, dice el padre DeGrandis, «al hombre entero: cuerpo, mente y espíritu [...], es decir, por un estado de tranquilidad general» .

– Y hagamos hincapié en las dos oraciones previas a la Comunión: la del mismo sacerdote, pidiendo que le “aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable”, y la de los fieles, quienes deben reconocer muy conscientemente: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.



Hoy son muchos los sacerdotes que en sus retiros y publicaciones nos hablan de la Santa Misa como una fuente de sanación que nos dejó el Señor Jesús .

Educar a los fieles en la intercesión
 

Además, esta labor de sensibilización debe incluir también el proporcionarles algunas charlas sobre la intercesión , identificando sus principales instrumentos, aparte de la Misa, por ejemplo, la Hora Santa ante Jesús Intercesor (mucho más eficaz que ir visitando todos los santos e imágenes o encendiendo velas). Para ello daría fuerza a la parroquia la intercesión comunitaria a cargo de un grupo parroquial de intercesión que se reúna periódicamente.

También contribuye al espíritu de comunidad parroquial el tener lo que se llama cadena de oración para casos puntuales (cuyos miembros, no muchos, se comunican, por orden, cada necesidad).

Puede ser parte del mismo grupo de intercesión o incluir alguna otra persona de la parroquia, y debe explicarse a los fieles lo que es y lo que no es propio de una cadena .

Esos voluntarios rezarán enseguida por esa intención (ej., la coronilla de la Divina Misericordia) en casos urgentes, o la incluirán en su oración personal o de grupo. ¡Cuántas gracias se reciben así!

Una tercera forma de intercesión parroquial puede ser una lista de oración, que incluye casos y situaciones más prolongados por cuyas intenciones interceden los miembros del grupo en sus reuniones y en su oración personal.


 Fernando Poyatos/ReL

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