domingo, 5 de octubre de 2008

Un gran cura


Alejo Fernández Pérez

Domingos 20 y 27 de julio de 2008, 12 de la mañana. Estamos pasando unos días calurosos junto al río Guadiana. Vamos a la misa de un pueblecito cercano: La Garrovilla. El sacerdote nos sorprende: Alto, fuerte, grueso, de imponente vozarrón y apariencia física. Enseguida comprobamos que además de un cura grande es un gran cura.

Nos sorprende la proximidad y apertura con que se dirige a los fieles. Su voz, armoniosa y modulada se oye desde todos los rincones sin necesidad de altavoces. La doctrina es comunicada en forma de charla intercalando alguna que otra historieta. Canta de forma más que notable y hace vibrar e intervenir a unos fieles entregados.

¿Quién es este cura? Pregunto en voz baja. Es Don Valeriano Dominguez, contestan. Don Valeriano al llegar al Padrenuestro se dirige a un joven de los primeros bancos. Poco más o menos ordena "Juanito saca las manos de los bolsillos y extiende las manos boca arribas. Los pobres piden a los hombres extendiendo una sola mano, nosotros pedimos a Dios Padre con las dos pues recibimos mucho más" Juanito sonriendo extiende sus manos y brazos con energía y la multitud le imita con decisión y presteza. Sonreímos todos. Se suplica y se ruega al Señor como lo hacen los niños pequeños con sus padres: ¡exigiendo! Estoy seguro que el Padre celestial también sonrió.

Allí había comunidad. Un pueblo enfervorizado actuaba y rezaba al unísono durante la misa, con lo que se reforzaba y vibraba bajo la batuta del Pastor. Los cantos apagados y cansinos, las oraciones y respuestas inaudibles estaban ausentes.

Un parroquiano me comenta: "Don Valeriano y yo somos bastante amigos. Puedo decirle que es un hombre muy sencillo, normal pero que se transforma y se convierte en otro hombre en cuanto sube al altar".

No se si es muy inteligente o no, pero cuando nos habla, la palabra de Dios nos llega a todos, diga lo que diga y como la diga. Dios puede hacerse entender hasta sin palabras. "Las ovejas oyen mi voz, dice Cristo, y no las ovejas entienden mi voz".

Lo único, AMOR

Don Valeriano es un buen cura, un verdadero regalo del Señor. Pero los hombres excepcionales, profesionalmente hablando, sean profesores, ministros, abogados, funcionarios, agricultores o de cualquier otra profesión son muy escasos, quizá no más de un 3 %. Don Valeriano es, pues, una excepción y nosotros en nuestra vida particular tenemos que tratar y trabajar con las personas que tenemos: buenas, regulares o malas. Todos tenemos la misma responsabilidad: elevar a los demás y para ello, por ejemplo, los profesores deberán tirar de los alumnos, pero los alumnos cuando es necesario deben empujar a los profesores. Cuando hay que decir algo, se dice, bien o mal, pero se dice y sobre todo se dice sin romper ni deteriorar la indispensable unidad y armonía del grupo.

El Señor nos ha hecho como somos y no seré yo quien le discuta. No nos necesita para nada, pero nos exige que colaboremos con Él en la obra de la creación, ayudando a mejorar lo mejorable. Con nuestra mente finita es inútil que intentemos entender al ser infinito que es Yahvé. El Señor viene en nuestro auxilio: "Venid a mi todos los que estáis cansados y fatigados que yo os aliviaré…" El Señor, nuestro Padre, sabe de qué barro estamos hechos y lo único que nos exige es AMOR. Después, hagamos lo mejor que sepamos y podamos nuestros trabajos y descansemos en paz. Los Valerianos, los grandes hombres y los santos son regalitos que de vez en cuando nos hace el Señor para que iluminen nuestros caminos. ¡Gracias, Señor! Y en estos tiempos de crisis y persecuciones aumenta, por favor, un poquito el número de tus mejores.

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