miércoles, 31 de diciembre de 2008

Año nuevo, vida vieja





Fuente: GAMA - Virtudes y valores
Autor: Fernando Pascual, LC



Para algunos el inicio de un nuevo año, de un nuevo número que caracterice el final de todas las fechas y documentos, puede significar que todo empieza, que se hizo “borrón y cuenta nueva”.

En realidad, no existe tal borrón. Iniciamos el nuevo año con las deudas pendientes, con la gripe crónica, con los problemas familiares, con la psicología que nos oprime... Una serie de parámetros permanecen ahí, impertérritos, y nos recuerdan, con nuestro nombre y apellido inmutables, que algo (o mucho) continúa, que recogemos el pasado y con él iniciamos la navegación incierta, y normalmente llena de esperanzas, del año nuevo.

En momentos especiales como estos, conviene no tirarlo todo por la ventana. Pero tampoco es oportuno sentirnos atrapados por el pasado, condicionados por lo que ha ocurrido. Mucha literatura psicológica nos ha ido “condicionando” hasta el punto de creer que muchos de nuestros actos, incluso aquellos que creíamos más libres, más creativos, no serían sino consecuencia de la acción que el “inconsciente” sigue ejerciendo sobre nosotros, como un dueño y señor misterioso y tremendo de nuestro destino, por más que no nos demos cuenta de su poderío.

Esta tentación del determinismo psicológico es mucho más vieja de lo que creemos. Basta con leer algunas tragedias griegas, escritas hace más de 2400 años, para comprender que también otros pueblos y culturas han creído en fuerzas ciegas que guían fatalmente los destinos humanos. El caso paradigmático de Edipo, destinado a matar a su padre para casarse con su madre, podría hacernos pensar que incluso quien desea huir de las cadenas de la “predestinación”, no puede sino caer en ellas. No es extraño que el padre del psicoanálisis, Freud, haya usado nombres de personajes griegos, como el del mismo Edipo o el de Electra, para ilustrar sus doctrinas psicoanalíticas.

Frente a los que creen tener un folio en blanco cada año, y a los que creen que ya está todo escrito y fijado en nuestra psicología (o en el horóscopo, que viene a ser lo mismo), hemos de contraponer una visión más serena y equilibrada del ser humano, una visión que deje su lugar a la historia sin negarle su puesto a la fantasía y creatividad.

El pasado, sí, nos condiciona, pero no nos esclaviza. Como decía Viktor Frankl, un agudo crítico de Freud, los determinismos y condicionamientos no sólo no eliminan la libertad, sino que son como la gravedad que nos permite caminar (libremente) por la vida. Una visión realista debe hacernos comprender que hay que asumir con responsabilidad lo que somos y tenemos, las carencias y las cualidades, los fracasos y los éxitos anteriores, los cariños y los rencores, para, desde ahí, sin cerrar los ojos, preguntarnos con sencillez: ¿a dónde quiero llegar en este año que empieza? ¿Qué deberes he heredado del pasado? ¿Qué expectativas me rodean y orientan mis respuestas para el futuro?

Un año nuevo inicia en pañales. Lo cogemos con el temor de quien toma entre sus manos a un recién nacido. Pero lo cogemos desde las canas, las arrugas y las cicatrices que nos han dejado los muchos o pocos años que hemos transcurrido en este planeta. Quizá cuando empiece el próximo año nuevo, y volvamos los ojos a lo que fue el anterior, podamos respirar, con orgullo, al ver que algo ha mejorado, que el amor ha crecido, que la justicia ha sido más completa, que los rencores han empezado a ceder el paso a la generosidad del perdón. Quizá, Dios no lo quiera, tengamos que ocultar el rostro ante un año perdido por cobardías y perezas que ahogaron nuestros mejores propósitos.

Cuando el calendario tiene números bajos en el mes de enero (el mes primero, el mes más tierno), podemos trazar planes atrevidos, hacer propuestas de superación y de conquista. Lo haremos desde lo que somos y tenemos, para ir más lejos: para crecer en la virtud y las riquezas del espíritu, para hacer un poco más felices a quienes viven a nuestro lado.



miércoles, 24 de diciembre de 2008

Y Dios se hizo historia


Hay muchas maneras de acercarse a lo que los cristianos celebramos en la Navidad. Se me ocurre que una de ellas, quizá secundaria, pero sugestiva, es considerar que Dios se hizo hombre, se encarnó, para poder contarnos su historia. No digo que éste sea el motivo más importante para que naciera Jesucristo. Dios, nos enseñan los teólogos, se hizo hombre para salvarnos, para que nuestra inmensa miseria, nuestros odios, las guerras, la barbarie permanente, las injusticias, la destrucción, la muerte, el sufrimiento y la degradación abismal en la que el hombre se pierde cuando rechaza a Dios, no fueran el horizonte último de los hombres. Pero eso no es incompatible con que también Dios quisiera tener algo que contarnos.

En efecto, los seres humanos nos adentramos en las realidades más profundas a través de los relatos. Así lo demuestran la literatura, el cine y las diversas formas en las que los hombres desde que existimos contamos historias, que no son una estrategia para huir de la realidad, sino la mejor manera de aclararnos con ella, de hacerla comprensible y digerible.

Con su encarnación, Dios en Jesucristo, pasa a tener algo que contarnos sobre sí mismo. Es la historia que sucintamente se recoge en el Credo cristiano y que narran más extensamente los Evangelios. Moisés le había preguntado a Dios cuál era su nombre; la respuesta fue: «Así dirás al pueblo de Israel: Yo-soy me ha enviado». Se trata de la respuesta -Yo soy- menos narrativa que Dios podía haber dado. Con Jesucristo, la revelación de Dios al hombre llega a su cénit. Y se trata ahora de una respuesta completamente narrable: la historia de Jesús de Nazaret.

Lyotard planteó como exigencia de la liberación del hombre -a posmodernidad- la desconfianza e incredulidad frente a los grandes relatos, entre los que situaba al cristianismo. En mi opinión, se trata de una crítica exagerada. Los grandes relatos pueden llegar a ser, quizá, grandes mentiras, pero no lo son necesariamente. Los relatos nos pueden acercar a la realidad, porque lo seres humanos somos profundamente narrativos.

Sin embargo, es importante no confundir la historia de Jesús de Nazaret con un mito. Su relato no es una manifestación más de la tendencia -infantil según algunos- de recurrir a antropomorfismos de divinidades para conjurar el vértigo del misterio. La diferencia entre los mitos y Jesucristo es muy sencilla. Simplemente, Jesucristo no es un mito. Jesús de Nazaret existió realmente y se trata de un personaje real perfectamente documentado, de acuerdo con las exigencias del método histórico. De Jesús de Nazaret tenemos más y mejor información que de la mayoría de los personajes de su tiempo. Su historicidad es indiscutible, aunque ciertamente, la creencia de que se trata de una persona divina es cuestión de fe.

La fe en que el personaje histórico Jesús de Nazaret es Dios y que en él Dios hace propio todo lo humano, nos abre a un nuevo horizonte, al horizonte de la historia humana. No sólo tenemos una historia de Dios a través de Jesús de Nazaret; se trata de una posibilidad más; una posibilidad sobrecogedora, si se sacan todas las consecuencias.

Puesto que 'encarnación' significa que Dios hace suya la realidad humana en su integridad, ¿significa eso que Dios asume también nuestra historia? Es decir, la historia de la humanidad, ¿es también y a través de Jesucristo historia de Dios?

sábado, 20 de diciembre de 2008

Predicador del Papa: “que esta Navidad podamos ser madre de Cristo”


En su tercera y última predicación de Adviento a la Curia Romana


CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 19 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, dedicó hoy su tercera y última predicación de Adviento ante el Papa y la Curia Romana, a reflexionar sobre el significado de la maternidad espiritual de Cristo, este viernes en la capilla "Redemptoris Mater" del palacio apostólico del Vaticano.

El padre Cantalamessa, siguiendo con las dos catequesis anteriores y a propósito del Año Paulino, propuso una reflexión sobre un pasaje del apóstol Pablo, Gálatas 4, que precisamente sirvió a la Iglesia para luchar contra la herejía docetista, que negaba la Encarnación.

Este dogma, junto con la preexistencia del Hijo se encuentra, aunque en estado embrionario, en la enseñanza de san Pablo, explicó el predicador, y para los cristianos tiene gran importancia, ya que "por la fe", como han puesto de manifiesto los Padres de la Iglesia, "cada cristiano puede ser madre de Cristo".

"Cómo uno se convierte concretamente en madre de Jesús, nos lo indica él mismo en el Evangelio: escuchando la Palabra y poniéndola en práctica", explicó.

Sin embargo, el padre Cantalamessa advirtió contra la posibilidad de una "maternidad incompleta", que puede manifestarse de dos formas: "una fe sin obras y unas obras sin fe".

"Nosotros, como decía san Francisco, concebimos a Cristo cuando lo amamos con sincero corazón y con conciencia recta, y lo damos a luz cuando realizamos obras santas que lo manifiestan al mundo", añadió.

Citando a san Buenaventura, el predicador explicó que "el alma devota de Dios, por gracia del Espíritu Santo y el poder del Altísimo, puede concebir espiritualmente al Verbo bendito y al Hijo Unigénito del Padre, parirlo, ponerle nombre, buscarlo y adorarlo con los Magos y finalmente presentarlo felizmente a Dios Padre en su templo".

La concepción y el dar a luz a Cristo supone, explicó, la conversión y el cambio de vida personal del cristiano.

El amén de María

Por último, propuso una reflexión concreta sobre el "sí" de María, que durante muchos siglos se ha interpretado en la palabra latina fiat.

"Se insiste mucho en el fiat de María, en María como "la Virgen del fiat". Pero María no hablaba latín y por eso no dijo fiat, no dijo siquiera genoito, que es la palabra que encontramos, a este punto, en el texto griego de Lucas porque no hablaba griego".

La palabra precisa que utilizó la Virgen ante el ángel fue "amén", una palabra hebrea con la que "se reconoce lo que se ha dicho como palabra firme, estable, válida y vinculante", y que indica "fe y obediencia conjuntamente; reconoce que lo que Dios dice es cierto y se somete a ello".

"San Pablo dice que Dios ama al que da con alegría, y María dijo a Dios su "sí" con alegría. Pidámosle que nos obtenga la gracia de decir a Dios un "sí" alegre y renovado, y así concebir y dar a luz también nosotros en esta Navidad a su Hijo Jesucristo", concluyó.

Por Inma Álvarez

sábado, 13 de diciembre de 2008

“A san Pablo le ofendería ser considerado el inventor del cristianismo”



El padre Cantalamessa presenta al Apóstol como guía para el Adviento

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 5 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).-

El padre Raniero Cantalamessa , OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia, comenzó este viernes su predicación sobre el Adviento, ante Benedicto XVI y los miembros de la Curia Romana, con una reflexión sobre la relación de san Pablo con Cristo, como modelo para los cristianos.

En esta primera predicación, en la Capilla "Redemptoris Mater", a cuyo contenido ha tenido acceso ZENIT, el predicador reflexiona sobre el acontecimiento del camino de Damasco, que califica como "el que más ha influido en el cristianismo, después de la muerte y la resurrección de Cristo".

Sin embargo, según el padre Cantalamessa, el año paulino "corre el riesgo de de quedarse en Pablo, en su personalidad, su doctrina, sin dar el paso sucesivo de él a Cristo". Esto, añadió, "ha sucedido muchas veces en el pasado, hasta dar lugar a la tesis absurda según la cual Pablo, no Cristo, sería el verdadero fundador del cristianismo".

"Esa tesis es la tergiversación más completa y la ofensa más grave que se pueda hacer al apóstol Pablo. Si volviera a la vida, reaccionaría contra esta tesis con vehemencia", afirma.

El propósito del apóstol en sus escritos, explica, "es el de llevar a los lectores no sólo al conocimiento, sino también al amor y a la pasión por Cristo".

"Como antes de él Juan el Bautista, es un índice que señala hacia uno 'más grande que él', del que no se considera digno siquiera de ser apóstol", añade.

El encuentro personal de Pablo con Cristo en el camino de Damasco supuso para el Apóstol "una identificación": "él ha vivido en sí mismo el misterio pascual de Cristo, en torno al cual gravitará a continuación todo su pensamiento".

Este encuentro, señala el padre Cantalamessa, meditando la carta a los Filpenses, que llama las "confesiones de san Pablo", "ha dividido su vida en dos, ha creado un antes y un después".

"Un encuentro personalísimo (es el único texto donde el Apóstol usa el singular "mio", no "nuestro" Señor) y un encuentro existencial más que mental. Nadie podrá nunca conocer a fondo qué sucedió en aquel breve diálogo: "¡Saulo, Saulo!" "¿Quién eres, Señor?" "Yo soy Jesús". Una "revelación", la define él. Fue una especie de fusión a fuego, un relámpago de luz que aún hoy, habiendo pasado dos mil años, ilumina al mundo".

ZENIT publica este viernes y en próximas ediciones el contenido completo de la predicación del padre Cantalamessa.


domingo, 7 de diciembre de 2008

¿Qué suerte reservamos a Cristo en nuestra vida?



Comentario del padre Raniero Cantalamessa –predicador de la Casa Pontificia– a las lecturas de la liturgia de la Misa del XXVII del tiempo ordinario. Isaías 5,1-7; Filipenses 4,6-9; Mateo 21, 33-43.

ROMA, viernes, 3 octubre de 2008

Se os quitará el Reino de Dios

El contexto inmediato de la parábola de los viñadores homicidas se refiere a la relación entre Dios y el Pueblo de Israel. Es a éste a quien históricamente Dios ha enviado primero a los profetas y después a su mismo Hijo. Pero como todas las parábolas de Jesús, esta es una "historia abierta". En la relación Dios-Israel se traza la relación entre Dios y la humanidad entera.

Jesús retoma y continua el lamento de Dios en Isaías de la primera lectura. Es ahí donde se debe buscar la clave de lectura y el tono de la parábola. ¿Por qué Dios ha "plantado la viña" y cuáles son los frutos que espera y que viene a buscar a su tiempo? Aquí la parábola se aleja de la realidad. Los viñadores humanos no plantan una viña ni le prodigan sus cuidados por amor a la viña, sino por su beneficio. No así Dios. Él crea al hombre, entra en alianza con él, no por su interés, sino para favorecer al hombre, por puro amor. Los frutos que espera del hombre son el amor hacia él y la justicia hacia los oprimidos: todas ellas cosas que sirven al bien del hombre, no al de Dios.

Esta parábola de Jesús es terriblemente actual aplicada a nuestra Europa y, en general, al mundo cristiano. También en este caso hay que decir que Jesús ha sido "echado fuera de la viña", expulsado por una cultura que se proclama post-cristiana, o incluso anti-cristiana. Las palabras de los viñadores resuenan, si no en las palabras, al menos en los hechos de nuestra sociedad secularizada: "¡Matemos al heredero y será nuestra la herencia!"

Ya no se quiere oir hablar más de raíces cristianas de Europa, de patrimonio cristiano, El hombre secularizado quiere ser el heredero, el dueño. Sartre puso en boca de un personaje suyo estas terribles declaraciones: "Ya no hay nada en el cielo, ni Bien, ni Mal, ni persona alguna que pueda darme órdenes. (...) Soy un hombre, y cada hombre debe inventar su propio camino".

Esta que he indicado es una aplicación, por así decirlo, a "largo alcance" de la parábola. Pero casi siempre las parábolas de Cristo tienen también una explicación de corto alcance, o a nivel individual: se aplican a cada persona, no sólo a la humanidad o a la cristiandad en general. Se nos invita a preguntarnos: ¿qué suerte he reservado yo a Cristo en mi vida? ¿Cómo correspondo al incomprensible amor de Dios hacia mí? ¿Acaso no le he expulsado yo también fuera de los muros de mi casa, de mi vida... es decir, le he olvidado, ignorado?

Recuerdo que un día escuchaba esta parábola durante una Misa, mientras era bastante distraído. Llegado al punto en que se oye al dueño de la viña decir para sí: "A mi hijo le rspetarán", tuve un sobresalto. Entendí que aquellas palabras estaban dirigidas personalmente a mí, en aquel momento. Ahora el Padre celeste estaba a punto de mandarme a mí a su Hijo en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre; ¿había comprendido yo la grandeza del momento? ¿Estaba preparado para acogerle con respeto, como el Padre esperaba? Aquellas palabras me sacaron bruscamente de mis pensamientos...

En la parábola de los viñadores homicidas hay un sentido de amargura, de desilusión. ¡Ciertamente no se trata de una historia con final feliz! Pero al leerla en profundidad, habla del amor increíble de Dios por su pueblo y por cada una de sus criaturas. Un amor que al final, incluso a través de los distintos episodios de extravío y retorno, saldrá siempre victorioso y tendrá la última palabra.

Los rechazos de Dios nunca son definitivos, son abandonos pedagógicos. También el rechazo de Israel que resuena veladamente en las palabras de Cristo: "Se os quitará el Reino de Dios y se entregará a un pueblo que rinda sus frutos", pertenece a este género, como el descrito por Isaías en la primera lectura. Hemos visto, por otra parte, que este peligro acecha también sobre la cristiandad, o al menos sobre vastas partes de ella.


San Pablo escribe en la carta a los Romanos: "¿Es que ha rechazado Dios a su pueblo? ¡De ningún modo! ¡Que también yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín! Dios no ha rechazado a su pueblo, en quien de antemano puso sus ojos... ¿Es que han tropezado para quedar caídos? ¡De ningún modo! Sino que su caída ha traído la salvación de los gentiles, para llenarlos de celos. ... Si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo, ¿qué será su readmisión, sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 1ss).

En la semana que apenas ha transcurrido, el 29 de septiembre, los hermanos judíos han celebrado su fiesta más importante, el Fin de Año, llamado por ellos Rosh Ha-shanà. Quisiera aprovechar esta ocasión para hacerles llegar mi augurio de paz y de prosperidad. Con el Apóstol Pablo grito yo también: "Que sea la paz en todo el Israel de Dios".