¿Por que Cristo le dio énfasis en estos tiempos a una doctrina, La Divina Misericordia, que ha sido parte del patrimonio de la Fe desde el principio, así como pedir una nueva expresión devocional y litúrgica de ella? En las revelaciones de Sor Faustina Jesús responde esta pregunta, conectándola a otra doctrina, a la que también se le da poca importancia, esta es la de la Segunda Venida. En los Evangelios el Señor nos muestra como su primera venida fue en humildad, como un Servidor, para liberar al mundo del pecado. Sin embargo, Él promete regresar en gloria a juzgar al mundo en el amor, como claramente lo dice en su discurso del Reino en los capítulos 13 y 25 de Mateo. Entre estas dos venidas tenemos el final de los tiempos o la era de la Iglesia, en la que la Iglesia ministra le reconciliación hasta el gran y terrible Día del Señor, el día de la Justicia Divina. Todo católico debe estar familiarizado con las enseñanzas de la Iglesia con respecto a este tema, contenido en los párrafos 668 y 679 del Catecismo de la Iglesia Católica. Solo en el contexto de una revelación pública como es enseñado por el Magisterio podemos situar las palabras de la revelación privada dada a Sor Faustina.
"Prepararás al mundo para Mí última venida." (Diario 429)
"Habla al mundo de mi Misericordia….Es señal de los últimos tiempos después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo que recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia." (Diario 848)
"Habla a las almas de esta gran misericordia Mía, porque está cercano el día terrible, el día de Mi justicia." (Diario 965)
"Estoy prolongándoles el tiempo de la misericordia, pero ay de ellos si no reconocen este tiempo de Mi visita." (Diario 1160)
Antes del Día de la justicia envío el día de la misericordia". (Diario 1588)
"Quien no quiera pasar por la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia". (Diario 1146)
Además de estas palabras de Nuestro Señor la hermana Faustina nos da las palabras de la Madre de Misericordia, la Santísima Virgen María.
"Tu debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su segunda venida. Él vendrá, no como una Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo. Oh que terrible es ese día. Establecido está ya es el día de la justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante este día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia." (Diario 635)
Está claro, que, como en el mensaje de Fátima, la urgencia aquí es la urgencia del Evangelio, "arrepiéntanse y crean". El tiempo exacto es del Señor. Sin embargo, es también claro que hemos alcanzado una etapa crítica de los últimos tiempos que comenzaron con el nacimiento de la Iglesia. Por esto el Papa Juan Pablo II se refirió a "una función especial" asignada a él por Dios "en la presente situación del hombre, la Iglesia y del mundo" en la consagración de 1981 del Santuario del Amor Misericordioso en Collevalenza, Italia. En su encíclica sobre el Padre, él nos urge a "implorar la Misericordia de Dios para la humanidad en estos tiempos de la historia…para suplicar por ella en estos tiempos difíciles y críticos de la historia de la Iglesia y del mundo mientras nos acercamos al final del segundo milenio." (Encíclica Rico en Misericordia 15)
Domingo de Resurrección. ¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!
Juan 20, 1-9
El día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy de mañana cuando aún era de noche, y vio que la piedra del sepulcro estaba movida. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.
Reflexión
“¡Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación!”. Con estas palabras inicia el maravilloso pregón pascual que el diácono canta, emocionado, la noche solemne de la Vigilia de la resurrección de Cristo. Y todos los hijos de la Iglesia, diseminados por el mundo, explotan en júbilo incontenible para celebrar el triunfo de su Redentor. ¡Por fin ha llegado la victoria tan anhelada!
En una de las últimas escenas de la película de la Pasión de Cristo, de Mel Gibson, tras la muerte de Jesús en el Calvario, aparece allá abajo, en el abismo, la figura que en todo el film personifica al demonio, con gritos estentóreos, los ojos desencajados de rabia y con todo el cuerpo crispado por el odio y la desesperación. ¡Ha sido definitivamente vencido por la muerte de Cristo! En este sentido es verdad –como proclamaba Nietzsche— “que Dios ha muerto”. Pero ha entregado libre y voluntariamente su vida para redimirnos, y con su muerte nos ha abierto las puertas de una vida nueva y eterna.
Es muy sugerente el modo como Franco Zeffirelli presenta la escena de la resurrección en su película “Jesús de Nazaret”. Los apóstoles Pedro y Juan vienen corriendo al sepulcro, muy de madrugada, y no encuentran el cuerpo del Señor. Luego llegan también dos miembros del Sanedrín para cerciorarse de los hechos, y sólo hallan los lienzos y el sudario, y el sepulcro vacío. Y comenta fríamente uno de ellos: “¡Éste es el inicio!”.
Sí. El verdadero inicio del cristianismo y de la Iglesia. De aquí arrancará la propagación de la fe al mundo entero. Porque la Vida ha vuelto a la vida. Cristo resucitado es la clave de todas nuestras certezas. Como diría Pablo más tarde: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados… Pero no. Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen” (I Cor 15, 14.17.20). En Él toda nuestra vida adquiere un nuevo sentido, un nuevo rumbo, una nueva dimensión: la eterna.
Y, sin embargo, no siempre resulta fácil creer en Cristo resucitado, aunque nos parezca una paradoja. Una de las cosas que más me llaman la atención de los pasajes evangélicos de la Pascua es, precisamente, la gran resistencia de todos los discípulos para creer en la resurrección de su Señor. Nadie da crédito a lo que ven sus ojos: ni las mujeres, ni María Magdalena, ni los apóstoles –a pesar de que se les aparece en diversas ocasiones después de resucitar de entre los muertos—, ni Tomás, ni los discípulos de Emaús. Y nuestro Señor tendrá que echarles en cara su incredulidad y dureza de corazón. El único que parece abrirse a la fe es el apóstol Juan, tal como nos lo narra el Evangelio de hoy.
Pedro y Juan han acudido presurosos al sepulcro, muy de mañana, cuando las mujeres han venido a anunciarles, despavoridas, que no han hallado el cuerpo del Señor. Piensan que alguien lo ha robado y les horroriza la idea. Los discípulos vienen entonces al monumento, y no encuentran nada. Todo como lo han dicho las mujeres. Pero Juan, el predilecto, ya ha comenzado a entrar en el misterio: ve las vendas en el suelo y el sudario enrollado aparte. Y comenta: “Vio y creyó”. Y confiesa ingenuamente su falta de fe y de comprensión de las palabras anunciadas por el Señor: “Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él debía de resucitar de entre los muertos”.
¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.
Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia.
Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos “aparece” constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor.
Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente a una transformación interior de nuestro ser a la luz de Cristo resucitado. “El mensaje redentor de Pascua –como nos dice un autor espiritual contemporáneo— no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior –por medio de los sacramentos— sin embargo, se realiza de manera positiva, con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la presencia del Señor resucitado”.
En efecto, san Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto, que recoge la segunda lectura de este domingo de Pascua: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria” (Col 3, 1-4). ¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!
Autor: P . Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 10 abril 2009 (ZENIT.org).-
El Vía Crucis que Benedicto XVI presidió en la noche del Viernes Santo en el Coliseo de Roma se convirtió en una plegaria y un momento de cercanía con las comunidades cristianas perseguidas en el mundo.
Portavoz de los miedos y sufrimientos de los discípulos de Cristo ha sido el autor de las meditaciones, monseñor Thomas Menamparampil, SDB, arzobispo de Guwahati, en la India país en el que en el el pasado otoño los cristianos han sufrido una sangrienta persecución a manos de fundamentalistas hindúes.
En la undécima estación, "Jesús promete su Reino al buen ladrón", el arzobispo indio explica que "optar por Cristo siempre es un misterio. ¿Por qué se hace una opción definitiva por Cristo, a pesar de la perspectiva de las dificultades o de la muerte? ¿Por qué florecen los cristianos en los lugares de persecución?".
En la meditación, el prelado salesiano responde: "No lo sabremos nunca. Pero sucede continuamente. Si una persona que ha abandonado la fe encuentra el auténtico rostro de Cristo, quedará conmocionada por lo que ve realmente y podría rendirse, como Tomás: '¡Señor mío y Dios mío!'".
"Es un privilegio desvelar el rostro de Cristo a las personas. Es una alegría aún más grande descubrirlo o redescubrirlo", reconoce el arzobispo.
En su meditación conclusiva, el Santo Padre reflexionó sobre la fecundidad del sufrimiento ofrecido a Jesús.
"También en nuestro tiempo, cuántas personas, en el silencio de su existencia cotidiana, unen sus padecimientos a los del Crucificado y se convierten en apóstoles de una auténtica renovación espiritual y social. ¿Qué sería del hombre sin Cristo?", se preguntó el Santo Padre.
El portavoz de la Santa Sede, al concluir la cumbre del G20 de Londres, considera que para salir de la crisis económica la comunidad internacional debe dar confianza a los pobres.
Asi lo ha explicado el padre Federico Lombardi S.I., director de la Oficina de Información de la Santa Sede, en el editorial del semanario "Octava Dies" producido por el Centro Televisivo Vaticano, que lleva por título "Construir sobre la confianza".
Con esta expresión, el sacerdote recuerda la exhortación de Benedicto XVI al G20, a coordinar con urgencia medidas para superar la crisis actual, con el anhelo de que nunca más se vuelva a repetir, teniendo en cuenta en especial a los más pobres y a los que no tienen voz.
"La activa confianza en el hombre, sobre todo la confianza en los hombres y en las mujeres más pobres, será la prueba de que verdaderamente se quiere salir de la crisis, sin exclusiones, y de que se quiere evitar decididamente que se repitan situaciones semejantes a las que hoy nos toca vivir", explica el padre Lombardi, citando la misivia enviada por el Papa al primer ministro inglés Gordon Brown.
El portavoz vaticano constata que "a su regreso de África, Benedicto XVI sigue llevando en sus ojos y en su corazón los problemas dramáticos y la pobreza de este continente, pero también la voluntad de vivir, y la esperanza de rescatarse que tienen sus habitantes, a la vez que advierte a los ricos que no deben y no pueden construir el futuro sin tener en cuenta a los pobres".
"Pero el punto crucial es el de encontrar el fundamento desde el cual volver a comenzar a edificar un orden mundial justo, solidario y estable". "El único fundamento verdadero y sólido es la confianza en el hombre", sigue diciendo el sacerdote citando al Papa.
"No una confianza ciega en las finanzas --aclara--, en el comercio o en los sistemas de producción, privada de sólidas referencias éticas, sino una economía que lleva justo ‘dentro' de sí misma la conciencia de la dignidad de todas las personas humanas y de su responsabilidad de servir a su desarrollo integral".
"Todos queremos salir de la crisis actual, pero sería ilusorio pensar que se puede salir dejando al margen a quien sufre más y que hoy tiene una voz más débil y que, sin embargo, puede ofrecer muchísimo por el futuro de la familia humana. Luchar para eliminar la pobreza extrema y así liberar la verdadera riqueza del mundo: las criaturas de Dios, hechas a su imagen. Ésta es la prioridad más digna de ser perseguida por quien guía hoy el futuro de nuestro mundo", concluye el portavoz.
Entrevista con monseñor Enrique Eguía, obispo auxiliar de Buenos Aires y secretario de la Conferencia Episcopal Argentina
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 12 de marzo de 2009 (ZENIT.org).-
En un país con 2.500 cultos, la Iglesia católica en Argentina afronta nuevos desafíos, que están analizando sus obispos durante la visita "ad limina apostolorum" que realizan a la Santa Sede desde el pasado 7 de marzo.
Durante estos días han visitado diferentes dicasterios vaticanos donde han expuesto los esquemas de trabajo de sus diferentes diócesis y lo han enmarcado en el contexto de la Iglesia universal.
Argentina, un país con un 90 por ciento de población católica, tiene 70 diócesis con realidades y desafíos muy diversos. Mañana viernes y el sábado los obispos tendrán un encuentro con el Papa Benedicto XVI en el Aula Clementina del Vaticano.
ZENIT habló con monseñor Enrique Eguía, secretario de la Conferencia Episcopal Argentina y obispo auxiliar de Buenos Aires, a cerca de esta visita, los frutos que puede traer para el país y los principales desafíos pastorales en Argentina.
--A dos días de que culmine esta con el primer grupo de obispos argentinos, ¿cómo cree que ha sido esta experiencia?
--Monseñor Enrique Eguía: Los obispos están contentos. Hemos logrado cumplir con las actividades que no sólo son las institucionales o visitas a dicasterios sino que lo hemos visto como un camino de fe. Hemos tenido celebraciones en las basílicas mayores. Tuvimos la oportunidad de ir todos juntos a Asís. Todo eso le ha dado a la visita un marco espiritual y de fe muy grande. La gran expectativa es el encuentro que vamos a tener con el Papa mañana y el sábado.
--¿Cuáles cree que pueden ser los frutos de esta visita para la actividad pastoral en Argentina?
--Monseñor Enrique Eguía: Primero una comunicación y acercamiento y conocimiento en los distintos organismos del Vaticano para que desde allí se conozca la vida y la actividad de la misión en Argentina, teniendo en cuenta que esta visita está precedida por los informes que hace cada diócesis --entre 50 y 200 páginas--. Esto permite un acercamiento muy fraterno para darnos a conocer y también entre nosotros poder saber con quién contamos para nuestra tarea evangelizadora.
--Sabemos que la constitución argentina abre cada vez más la puerta a leyes que permiten la manipulación en contra de la vida. ¿De qué manera a Iglesia en su país ayuda a difundir la mentalidad pro vida?
--Monseñor Enrique Eguía: Efectivamente nuestro país no escapa de esa tendencia mundial. Nosotros participamos y tenemos el 25 de marzo la jornada internacional de la vida. En eso hay muchas tareas y un trabajo pastoral muy grande y también va unido en el deseo de defender la vida en toda su concepción. Entendemos que se trata también de provocar una vida digna. Por eso la defensa de la vida la unimos con el trabajo de Cáritas y el trabajo social. Defenderla a lo largo de todos los puntos. También apunta a la tarea social y a la tarea que hace Cáritas, una institución muy bien considerada a través de la caridad organizada que permite ayudar a que todos tengan una vida digna. Defender la vida para nosotros implica a veces roces, pero nos obliga a presentar la posibilidad de la Iglesia difunda su mensaje evangelizador desde el momento de su concepción.
--Ya que menciona a Cáritas, ¿cómo organiza esa institución la pastoral caritativa para responder a las necesidades concretas que hay en Argentina?
--Monseñor Enrique Eguía: En Argentina cada parroquia tiene organizada su Cáritas como institución fundamental de la Iglesia. Se ha venido trabajando con el lema "Cáritas somos todos", sin entender que el rostro de la Iglesia es la caridad. El mayor voluntariado de la Iglesia en Argentina está en torno a las tareas solidarias. Cada parroquia tiene una organización específica para la solidaridad. La creatividad y la gran cantidad de tareas que se hace en todo el país a nivel social y de caridad es muy grande y muy variada. Y después ha ido creciendo, animado por la invitación de Benedicto XVI, del que Cáritas no es sólo una ONG, es fundamentalmente el lugar donde el pobre se encuentra con el rostro de la Iglesia. Entonces hay grandes esfuerzos y una vinculación muy grande para también transmitir y regalar la fe a aquellos hermanos nuestros que vienen por necesidades humanas y materiales. Hay una linda combinación entre el crecimiento de la fe a través de la caridad y eso está como objetivo. El poder dejar bien en claro que Cáritas no es una institución más sino una institución del encuentro con Cristo en la caridad.
--¿Cuáles cree que son las principales características de la fe del pueblo argentino?
--Monseñor Enrique Eguía: Como en toda Latinoamérica, en nuestro país, se da el proceso de la religiosidad popular. Esto realmente es un don de Dios, hay una cultura naturalmente religiosa. Nosotros lo que decimos siempre es que la tarea evangelizadora es la de sostener la fe y acrecentarla. Hay un reto muy grande en Argentina que consiste en acrecentar y ayudar a crecer esa fe, que está en el corazón de nuestros pueblos. Por eso el gran desafió no es tanto presentar la fe a los no creyentes sino hacer crecer y madurar la fe de los creyentes para que se viva más plenamente. Es un don de Dios el poder trabajar a partir de grandes muchedumbres en torno a los santuarios. En Argentina hay muchos santuarios que congregan multitudes de gente en modo periódico. Esto permite una tarea pastoral permanente, porque la Iglesia lo que ofrece en cada experiencia de santuario es una cantidad de sacerdotes que acompañan esta experiencia confesando y celebrando misa. Es una maravilla ver cómo más de un millón de personas van en peregrinación al Luján una vez al año. A lo largo del camino tienen algún sacerdote para confesarse y crecer en la fe.
--A casi tres años de haberse realizado la V conferencia general del episcopado latinoamericano y del Caribe en Aparecida, ¿cuál cree que han sido los frutos de este evento para la evangelización en su país?
--Monseñor Enrique Eguía: El camino se va dando poco a poco. Por un lado, se trata de descubrir la importancia de renovar de modo misionero la pastoral ordinaria; trabajar sobre lo cotidiano dándole una fuerte perspectiva misionera. Esto es importante para poder vincular con los planes pastorales diocesanos. Para que Aparecida no sea como algo nuevo que hay que agregar sino el camino ordinario de la Iglesia, desde los misioneros. Hay que pensar en cómo se trabajan los bautismos, la catequesis, la parroquia evangelizadora, y todas las tareas ordinarias pensarlas desde la perspectiva misionera. Eso puede ser la primera vertiente.
La segunda vertiente es la necesidad de tener de nuevo, de manera organizada y programática, misiones concretas, con objetivos y plazos para poder llegar a todos. Hay un doble camino: la renovación de la pastoral ordinaria y la necesidad de tener signos visibles con misiones programadas y con objetivos concretos. Así podemos responder al espíritu de Aparecida que va calando poco a poco. Lo que sí ha sido muy bien recibido es la identidad cristiana como discípulos y misioneros. Sobre esto se está trabajando en las parroquias. La vocación del cristiano es ser discípulo y ser misionero. Hay grandes expectativas y paso a paso se abren estos dos cauces.
--En su país se han reconocido más de 2.500 cultos religiosos diferentes. ¿Cuál cree que es el principal desafío para la Iglesia en medio de este mercado de religiones?
--Monseñor Enrique Eguía: El desafío es permanente. Sobretodo en las zonas más populares. La Iglesia tiene que estar atenta a tener su capillita, una presencia de la comunidad católica. También nos preocupa el fenómeno del paseo que hace la gente que puede estar en la secta y que vuelve a la Iglesia y luego, por ejemplo, se va a una iglesia universal electrónica. Ahora el gran desafío es lograr que la gente tenga una experiencia y que descubra que la plenitud de la fe se vive en la Iglesia católica. Pero mucha gente tiene la concepción de góndola de supermercado que cada día se toma del mismo producto un envase diferente. El gran desafío está ahí.
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 25 de marzo de 2009 (ZENIT.org).-
La visita de Benedicto XVI a Camerún y Angola ha servido para impulsar la fisonomía de un "cristianismo africano", explica el diario de la Santa Sede, "L'Osservatore Romano", en un artículo publicado en su edición en italiano de este jueves.
Al hacer un balance del primer viaje a África de este pontificado, el análisis considera que la undécima peregrinación apostólica internacional de este pontificado ha manifestado "el aprecio del pontífice por las manifestaciones culturales y litúrgicas locales".
Según el artículo, firmado por Mario Ponzi, periodista del diario vaticano, la visita tiene lugar en momentos en los que la Iglesia en África, está intensificando "una atenta obra de enculturación del Evangelio y de integración de la expresividad cultural típica del continente en las celebraciones litúrgicas".
"Durante el viaje, en algunas ocasiones, los africanos han manifestado a Benedicto XVI cómo están progresando en este camino", constata "L'Osservatore Romano".
El momento más importante, en este sentido, ha sido la celebración de la misa en el estadio Amadou Ahidjo, en Yaoundé, para entregar el Instrumentum laboris, documento de trabajo, del próximo sínodo de los obispos africanos, que se celebrará en Roma en octubre.
"Cantos sagrados, ritmados por los instrumentos tradicionales de las tribus africanas, entronización del evangelio en andas de madera, llevadas por jóvenes vestidos con los trajes tradicionales, precedidos y seguidos por grupos de jóvenes que enarbolaban palmas", recuerda, evocando el colorido de la celebración eucarística.
"Pero han sido sobre todo los cantos de un coro de 60 mil personas los que muestran exactamente hasta qué punto los africanos tienen necesidad de seguir siendo ellos mismos para volverse a encontrar en la casa del Padre como en su casa", añade.
Según el diario, "al encontrarse con estos pueblos, resulta aleatorio el concepto de civilización y de cultura con el que habitualmente hacemos referencia al modelo europeo o, al menos, occidental. Cuando el Papa habla de la unicidad de la cultura africana, señala sus raíces en la dimensión espiritual".
"En la visión africana del mundo, desde siempre, lo sagrado ocupa una posición central --añade--. La conciencia del lazo entre el creador y la criatura es profunda".
El Papa, asegura el diario, "ha juzgado con favor las manifestaciones de la cultura africana propuestas durante su viaje".
"Sólo ha recomendado que no se pierda la solemnidad, la integridad y la compostura de la celebración misma", concluye.