EL PENSAMIENTO DE LA IGLESIA CATOLICA SOBRE TEMAS RELACIONADOS CON LA PERSONA HUMANA, LA FAMILIA, LA SOCIEDAD, EL ESTADO Y LA COMUNIDAD INTERNACIONAL.
sábado, 21 de julio de 2012
El demonio de la acedia (4 / 13)
La Acedia es una tristeza por el bien, por los bienes últimos, es tristeza por el bien de Dios. Es una incapacidad de alegrarse con Dios y en Dios. Nuestra cultura está impregnada de Acedia.
Autor: P. Horacio Bojorge | Fuente: EWTN
Estimados amigos, iniciamos un nuevo capítulo de nuestra serie sobre el demonio de la acedia, y en este programa quisiera tratar acerca del origen histórico de la acedia, cuando comienza este demonio de la acedia a manifestarse y a trabajar, porque ese origen de la acedia nos puede iluminar acerca de cómo después a seguido trabajando a lo largo de todo el tiempo, contemporáneamente con la obra y el designio divino a través de la historia, desde los comienzos, y seguirá hasta su fin.
Me refiero a la aparición de la serpiente en el relato del pecado original. Leemos en el libro de la Sabiduría, uno de los libros de la Sagrada Escritura, que por envidia -por acedia del diablo- entró la muerte en el mundo, por acedia del diablo entró la muerte en la humanidad, y esta muerte reina sobre aquellos que le pertenecen, en cambio sobre los que han sido salvados por Nuestro Señor Jesucristo del poderío del demonio de la acedia, aquellos que conocemos el bien, que conocemos al Padre, se nos abre la puerta de la VIDA ETERNA.
Quiero con ustedes comenzar entonces remontarnos en nuestra memoria al relato del libro del Génesis, del comienzo del libro del Génesis. Pero antes quisiera mirar de un solo vistazo -como nos enseña hacerlo el Catecismo de la Iglesia Católica- la Sagrada Escritura -que nos trae la revelación de Dios acerca del sentido de su obra creadora desde el principio al fin-.
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que la Sagrada Escritura comienza con un festín de bodas, fiesta de bodas, y termina al final del libro del Apocalipsis con otra fiesta de boda que se prepara. La primera fiesta de bodas es la de Adán y Eva, a quienes Dios les hace -como regalo de bodas- el regalo de toda la creación, les entrega todas las cosas para que las gobierne y para que sean sobre la Tierra ministros de la Providencia Divina en el gobierno de las criaturas, tanto de las criaturas que no son libros como de las que sí lo son (los seres humanos). Sabemos que los ángeles, que son criaturas libres, son colaboradores de Dios en el gobierno de la creación, pues bien, a querido también asociar al ser humano -al varón y a la mujer- a ese gobierno divino sobre las cosas, nos ha dado todas las cosas para que las gobernemos, ese es el designio divino del comienzo.
Y al fin de las Sagradas Escrituras, hablándonos ya del fin de los tiempos, se nos presenta a la novia que, con el Espíritu Santo, llama al novio que viene: “¡ven Señor Jesús!”. El Espíritu y la novia dicen ven, y el Señor responde: “Sí, vengo, vengo pronto”. Ese novio es el Verbo eterno hecho hombre, que viene a las bodas finales del tiempo con la Iglesia, es el triunfo del Amor.
Desde el comienzo al fin de esta historia hay amor, amor esponsal, amor de Dios con la criatura, amor del varón y la mujer, imagen y semejanza creada del amor divino, no hay cosa sobre la creación que en algún momento no haya reflejado para los hombres algo de la divinidad. Dice el historiador de las religiones, Mircea Eliade, que el bosque tiene algo de sagrado, la peña, la fuente, el sol, el río, todo lo que parece poderoso y glorioso en algún momento ha reflejado para el hombre algo de lo que es el creador de todas las cosas, ha sentido como un estremecimiento de la divinidad en las criaturas que ve y que alcanza a admirar por su poderío, por su consistencia, su solides, por su capacidad fecundadora, no sólo las de la Tierra, sino que levantando los ojos al cielo ha podido vislumbrar en la inmensidad del universo -en las criaturas celestes- las epifanías de Dios. También en la tormenta, en el rayo, ha visto manifestaciones huránicas de Dios, del poder divino. En el mar, en las olas, en los monstruos marinos... en la fecundidad de la naturaleza, en todas las cosas ha visto la manifestación de Dios.
Es decir, no ha podido la acedia enceguecer al hombre de tal manera que, cualquiera de las criaturas en cualquier momento no le pudiera dar un vislumbre del poder divino. Por eso San Pablo se admirado de que los hombres, habiendo conocido las criaturas, no llegaran a conocer al creador a través de ellas. Por esa ceguera, por esa acedia, de no ver a Dios a través de sus criaturas y sus creaciones el Señor entenebreció -llenó de tinieblas- sus corazones y los entregó a pasiones viles y bajas, porque pudieron conocer a Dios y no lo conocieron.
Si hay algo que podemos decir que es Dios, Dios es amor. El amor que experimentamos las criaturas, aún las criaturas caídas después del pecado original, en aquellos momentos en que la naturaleza, no destruida por pecado sino herida, deja traslucir el designio divino primero de nuestra imagen y semejanza divina: Dios es amor. El amor creado es lo que mejor lo refleja a pesar de cualquier herida del pecado original que pueda tener.
El demonio de la acedia es contrario al amor, es tristeza por el amor, es miedo al amor, es indiferencia ante el amor, es oposición al amor. El demonio de la tristeza, nos dice Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio de San Juan, es homicida desde el principio, odia en el hombre la capacidad de amar, que es lo que le asemeja a Dios, y por lo tanto quiere destruirlo, no quiere que haya hombres sobre la Tierra. Comprendemos así la frase bíblica del libro de la Sabiduría: por envidia, por acedia del diablo, entro la muerte en el mundo. Por el odio, por la tristeza del demonio, que no quiere una imagen viviente de Dios -ya que no puede destruir al Dios mismo- quiere destruir su imagen, no quiere que haya hombres sobre la Tierra. Él es homicida desde el principio.
Y si no puede destruir al ser humano, portador de esta naturaleza amorosa y destinada al amor, al menos quiere corromper su capacidad de amar. Por eso si vamos al relato del origen, encontraremos la explicación -en ese drama pequeño del origen- de cómo surgió -históricamente- esa impugnación demoníaca, ese ataque demoníaco a la criatura para destruir su imagen y semejanza.
Recordemos la historia del Génesis, se nos presenta como una obertura, en el capítulo primero de esta gran obra, y después como un pequeño drama en tres actos.
La obertura nos resume la preparación del gran banquete de bodas de Adán y Eva, en que Dios en una semana prepara el banquete. Primero prepara todo el ambiente, la sala donde se va a representar que es el universo entero, la separación del día y de la noche, de la luz y las tinieblas, la separación de las aguas de arriba y de abajo, la separación del mar y de la tierra, la creación de los alimentos sobre la tierra -con los vegetales y los árboles frutales- que serán los alimentos del banquete; después va creando los animales, que son los que participarán del banquete... y por último crea a Adán y Eva, a su imagen y semejanza, seres capaces de amar, y les entrega como regalo la creación entera para que la gobiernen, gobiernen sobre los animales, gobiernen sobre las plantas, se alimenten de todos esos frutos, y sean fecundos, se multipliquen y llenen la Tierra. Bendice el Señor a Adán y Eva, bendice al ser humano, al varón y a la mujer, y a su designio divino sobre la Tierra.
Y esto que en la obertura se plantea así, como una historia concentrada y sintetizada, se nos plantea después en esos tres actos de un pequeño drama teatral, se nos presenta la creación del varón y la mujer en el primer acto, y ya en el segundo acto entra en escena el adversario -el demonio de la acedia- entristeciéndose por el bien que Dios a creado, por el bien de Adán y Eva, y tratando de destruir la obra divina, lográndolo en ese segundo acto, de modo que en el tercer acto tenemos las consecuencias de esa caída de los primeros padres. Podríamos decir que el resto de la Sagrada Escritura, hasta el Apocalipsis, es la continuación de este drama a través de la historia, la continuación hasta el triunfo de Dios al fin de los tiempos, el triunfo del amor de Dios, el triunfo del amor del Verbo encarnado por el que fueron creadas todas las cosas -también Adán y Eva-, con el triunfo de ese amor para una humanidad -que es la Iglesia- que le ha sido fiel a lo largo historia, que ha sido conducida por el amor, contra la cual nada pudo ni la muerte ni el demonio de la acedia, el demonio de la tristeza por el bien.
Esa boda gozosa del cordero, al fin de los tiempos, es el triunfo del amor, Dios triunfa. A pesar que toda la oposición que el demonio triste de la acedia le pueda hacer a lo largo de la historia, Dios siempre triunfa, el bien es mayor que el mal y triunfa sobre el mal. Si nosotros en nuestra vida cristiana, que como hemos dicho en alguno de estos capítulos de la acedia es una lucha, también vimos en ese capítulo que se nos promete una victoria sobre el espíritu de la acedia, “no temáis, yo he vencido al mundo” nos dice Nuestro Señor Jesucristo.
Vamos ahora a detenernos un poquito en esos tres actos del drama de la creación, del designio divino sobre el hombre y la mujer, como los crea, y después como el demonio trata de pervertir la obra de Dios, intentando de que fracase esa obra, tratando de que el hombre no cumpla con el designio que tiene Dios sobre el varón, y tratando que la mujer tampoco cumpla con el designio que Dios tiene sobre ella.
¿Cuál es el designio que tiene Dios sobre el hombre y la mujer?, vemos en el primer acto de este drama, que es una especie de obra teológica en forma dramática, en forma de narración, también en forma simbólica, como se expresa la Escritura, en un lenguaje que pueden entender los niños pero que no es infantil, que no es menospreciable como algo que el catequista puede contarle a los niños pero que no tiene nada que decirle a los grandes, no de ninguna manera, es una revelación divina plena de sabiduría, que no es sólo para los orígenes de la humanidad, sino que nos ilumina a lo largo de toda la historia.
Nuestro Señor Jesucristo, en el Evangelio, se ha referido varias veces al principio, a ese principio de la creación del que él fue autor con el Padre, el Verbo eterno por el que fueron creadas todas las cosas y sin el cual nada fue hecho, él que ha sido testigo del principio nos dice que al inicio no había desamor entre el varón y la mujer, eso surgió después, y que si Moisés había permitido el divorcio y el líbelo de repudio para la mujer, era porque había una dureza del corazón en el hombre, el corazón del hombre se había endurecido, él no hace alusión explícita al pecado original pero se está refiriendo a él.
Nuestro Señor Jesucristo, por lo tanto, nos habla de que en ese principio está el designio divino sobre el amor del varón y la mujer.
Dios crea primero -llamémoslo así- al Adán masculino. En el comienzo, en la obertura, nos dice los creo macho y hembra, todavía no dice barón y mujer, (la diferencia de los sexos, que será también, lo digo de paso, uno de aquellos aspectos que el demonio de la acedia quiere borrar, oponiéndose a la obra del creador, destruir la diferencia entre los sexos, es una obra del creador que tiene un designio muy sabio. Nosotros somos testigos, en nuestro tiempo, de cómo se quiere abolir la diferencia entre el barón y la mujer, y podemos entonces -iluminados por esta sabiduría bíblica- comprender que lo que hay detrás es mucho más que el empeño de algunos actores humanos acerca del hombre y la mujer, y de la humanidad, hay mucho más, hay un designio demoníaco de abolir la obra de Dios, de la creación de Dios, en nuestros tiempos, a la altura de estos tiempos, aboliendo la diferencia entre el barón y la mujer), el relato de la Escritura dice que no había nada todavía sobre la tierra, la tierra esta vacía, no había árboles ni plantas, era todo desierto, no había llovido sobre la tierra, pero una fuente de agua manaba en medio de la tierra, y con esa fuente tiene Dios tiene la materia prima para amasar el polvo de la tierra con el agua de la fuente el cuerpo del varón, del Adán masculino, y dice que le sopló en la nariz un espíritu de vida y resultó el hombre un ser viviente.
Ese espíritu de vida que Dios sopla en el Adán masculino, la vida de Dios, lo sabemos es amor. Sopla en este varón un espíritu de amor, por lo tanto la vocación de este muñequito de barro amasado por Dios es el amor, todavía no existe la mujer, no existe ningún otro ser semejante a él para que él lo pueda amar o ser amado por él, eso va a surgir en el relato del primer acto a lo largo de distintos episodios. Luego a este Adán masculino el Señor lo colocó en un Jardín cercado que plantó para él, en un lugar deleitoso en el Edén, en la presencia de Dios. Este ser humano, que ya es imagen y semejanza de Dios, está en este jardín deleitoso, cercado y seguro. Y el Señor hizo brotar en este jardín toda clase de árboles, de alimentos, agradables para la vista, y plantó en medio del jardín el Árbol de la Vida, sabemos que el Árbol de la Vida es el árbol de la vida divina y por lo tanto es el árbol del amor, y ese árbol del amor es también el árbol del conocimiento del bien y del mal, porque son nuestros amores la regla o la pauta de discernimiento que usamos para saber lo que es bueno y malo, lo que destruye nuestros amores es malo, lo que contribuye a amar y ser amado es bueno, decimos que es bueno o malo aquello que ataca a nuestro amor o lo defiende, el avaro dirá que es malo lo que perjudica a su amor que es la ganancia y dirá que es bueno lo que le da dividendos, así cada uno, según su amor juzga lo que es bueno y lo que es malo.
El árbol de la vida de Dios da a conocer aquello que Dios considera bueno, y lo que Dios considera malo, y por supuesto que esto tiene que ver con el amor. El espíritu de la acedia que se entristece con el amor de Dios, el espíritu de tristeza por el amor, que es espíritu de miedo de indiferencia hacia el amor, considera malo al amor y considera bueno el desamor, considera bueno la abolición de la vida del hombre sobre la tierra, el oponerse a la obra de Dios.
Y dice que el Señor puso al varón, al Adán masculino, en el Jardín del Edén, para dos cosas: para que lo cultivase y para que lo vigilase, el cultivo del jardín supone que este hombre tiene la misión de gobernar con su inteligencia el mundo vegetal y usarlo acorde a esa inteligencia. Vamos así viendo que este Adán masculino está siendo destinado por Dios al gobierno de las cosas, es él quien va a dirigir -de acuerdo a la obertura- el gobierno del hombre sobre las criaturas como ministro del gobierno de Dios.
Además Adán debe vigilar el jardín, ustedes se preguntarán ¿vigilarlo de qué?, si es un jardín cercado, si no hay otros habitantes que puedan dañar este Árbol de la Vida, ¿de que tiene que vigilarlo? Dice que el Señor le dio a Adán un mandamiento: “de todos los árboles del jardín puedes comer, pero del Árbol de la Vida, del árbol del amor divino, el árbol del conocimiento del bien y del mal, no comerás, porque cuando comieres de él, morirás sin remedio”.
De todos los árboles del jardín se puede él apoderar, pero el amor de Dios que está representado por el Árbol de la Vida, de ese no se puede apoderar, debe respetar el amor y recibirlo como un don. Y esto vale para el amor divino al comienzo, como al amor divino en todas las edades -mientras existan criaturas amorosas-, no se puede recibir el amor sino en forma de don libre del otro, no puedo yo apoderarme del amor del otro, es el principio de la libertad amorosa, esa libertad de amar, que es la libertad de la gracia, refleja lo más propio del amor divino que es libre, es amor, pero es libre, y desea permanecer libre, y la criatura no puede apoderarse de ese amor porque en ese momento estaría, el mismo dejando de amar verdaderamente, no siendo imagen y semejanza del amor. Es un amor libre que debe respetar la libertad del que lo ama.
Y después dice Dios que es necesario que Adán tenga una ayuda semejante a él, frente a él, una ayuda semejante a él, que pueda como él ama, que sea capas de recibir amor y devolver amor, y crea con este intento primero a los animales a los cuales hace que el hombre les vaya poniendo nombre, es decir que los vaya conociendo en su esencia y nombrándolos, para que se llamen con el nombre que Dios le quiere dar a cada uno. Acá tenemos de nuevo que el Adán masculino está destinado a gobernar, después del paraíso y el mundo vegetal, también al mundo animal. Pero tampoco encuentra el hombre entre los animales una ayuda semejante a él, frente a él, y entonces viene la creación de la mujer.
El Señor toma de su costado una costilla y construye una mujer, ya no la amasa, la construye. Y esta mujer está destinada al varón, viene después, su razón de ser es el varón. El varón va a ser el todo respecto de ella, y ella va a ser la parte respeto del varón, ninguno de los dos estará completo sin el otro, pero de manera diversa, al varón le faltará una parte, a la mujer le faltará la referencia, el todo referencial al que ella pertenece, y sin el cual no se encuentra a si misma. Y por la unión del amor serán los dos uno solo, se restaurará la unidad del todo con parte, y de la parte con el todo. Este es el designio divino de Dios sobre el varón y la mujer.
Segundo acto, viene la serpiente a tratar a destruir este designio divino, y le dice a la mujer que Dios sabe que si comen del fruto del árbol del bien y del mal serán como Él, serán como dioses.
Ese árbol del amor, el árbol de la vida, el árbol del conocimiento del bien y del mal, es la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Y en su momento estaba previsto que nos sería dado el fruto del amor divino, la gracia de Dios, el don del amor divino. Pero lo que le sugiere Satanás y le hace de alguna manera suponer, es que Dios nunca se lo va a dar, y ahí la mentira del demonio, la seducción, el engaño, con lo cual impulsa a Eva a que trate de apoderarse por si misma del fruto -apetecible a la vista, y bueno para comer- del amor divino, y este es el pecado de Eva, querer apoderarse del amor, querer adueñarse de Dios y del amor de Dios, y de esta manera entonces se corrompe el designio de Dios sobre la mujer, que quiere hacerse como Dios, cuando ella en verdad tenía que haber sido ministro del amor divino para el varón, servidora del amor divino para el varón. Dios la creó a ella -dice la sagrada escritura- “la construyó” -como se construye un templo, una ciudad o una casa- un ser habitable, un ser acogedor, capas de recibir al otro en su interior de su corazón, como María que guardaba todas las cosas de su hijo en su corazón, esa capacidad hospitalaria del corazón de la mujer de guardar a los que ama dentro de si misma, no solamente a su niño gestándolo, sino también en su corazón guardarse a los que ama, eso es lo que hace de ella semejante a un edificio, a una casa, a la mansión del amor, a eso estaba destinada.
Logra el demonio engañarla para que la mujer se apodere del amor y ella invita a Adán a que lo coma, y el barón también come.
¿En que consiste el pecado de Adán?, el pecado de Adán consiste en desertar de las misiones divinas, él que tenía que ser el guardián y el vigilante del Árbol de la Vida no lo vigila, él que tenía que ser el guardián y el gobernante de su mujer tampoco lo hace, él tampoco gobierna -de alguna manera- esa serpiente que se presta a servir como vehículo visible del espíritu invisible, y que entra también en esa escena dramática. Él tenía que haber corregido a su esposa, y no la corrige; debía haberse negado a comer, y por complacerla a ella también desobedece.
De modo que el pecado más propio de la mujer es por transgresión, y el pecado más propio del varón es, primero por omisión y luego por también por transgresión.
Este sucumbir bajo el ataque de la acedia va a tener consecuencias para la mujer y para el varón. No me detengo en las consecuencias para la serpiente, que es la primera que es castigada en el tercer acto de este pequeño drama inicial del origen de la humanidad.
Las consecuencias de la acedia son la abolición del varón, la abolición del la mujer. La abolición del varón porque no cumplió los designios divinos a los que estaba destinado y la abolición de la mujer porque tampoco cumplió los designios propios.
Esto es obra de la acedia, y esto tendrá una gran consecuencia en el futuro, el varón tiende a borrarse de sus responsabilidades, y la mujer a veces, obligada por la necesidad, tiene que asumir las responsabilidades que el varón no asume y con eso dejar las suyas propias.
Con esto queda, espero, suficientemente bosquejado este comienzo del mal de la acedia, que trata de abolir la obra divina en sus comienzos.
Preguntas y comentarios al autor de este artículo, P. Horacio Bojorge S.J.
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