La Acedia es una tristeza por el bien, por los bienes
últimos, es tristeza por el bien de Dios. Es una incapacidad de alegrarse con
Dios y en Dios. Nuestra cultura está impregnada de Acedia.
Autor: P. Horacio Bojorge | Fuente: EWTN
Este capítulo quiero dedicarlo a esta acedia demoniaca, ya no respecto de Dios
mismo -a quien considera malo este demonio, este ángel caído-, ni a sus obras de
revelación y de amor, sino a sus obras de creación.
La acedia del demonio
no solamente lo pone como un antagonista de Dios, sino que ese antagonismo del
demonio -de Satanás- contra Dios se desboca -puesto que no puede desbocarse con
el creador ni tocarlo- en las obras del creador, en la naturaleza, en las cosas,
pero particularmente en aquellas que son imagen y semejanza creada de Dios, es
decir en el ser humano. Por eso la acedia demoníaca se ceba en las criaturas
humanas.
No existe una criatura mejor para que se desboque contra ella el
odio demoníaco como esta criatura que es imagen y semejanza de Dios, que ha sido
creada para conocer y para amar a Dios, y para conocerse y amarse entre
ellas.
La acedia demoníaca se ceba contra el matrimonio, contra el varón,
contra la mujer, contra la diferencia entre ambos que pertenece al designio
divino porque los creó macho y hembra -varón y mujer- y contra la institución
familiar, porque ella estaba destinada a llenar la Tierra y someterla, la acedia
demoníaca se va a desfogar -principalmente- contra la institución
familiar.
En este tiempo que estamos viviendo asistimos a una embestida
contra la familia, ya desde hace muchos años Chesterton (aquel famoso autor
católico inglés) decía que el divorcio apuntaba a la destrucción de la familia
porque el Estado -de aquellos tiempos- deseaba tener delante de sí individuos
solos, sin una ayuda familiar, y que la familia era una institución que protegía
a los individuos, que destruyendo a la familia los individuos quedarían solos
ante el Estado y que así este podría disponer de ellos sin cortapisas, sin
ningún límite. Esta intuición de Chesterton se ha ido confirmando a lo largo del
tiempo que ha pasado.
Poco antes de finalizar el segundo milenio
cristiano, en la década del 90, Juan Pablo II -volviendo de una clínica- decía
que volvía al Vaticano para oponerse con toda sus fuerzas a un plan que estaba
en curso para destruir a la familia, se refería a la conferencia de El Cairo y a
la conferencia de Pekín, donde se gestaron los planes que actualmente se están
ejecutando -a través de los gobiernos del mundo- y que hieren las bases y las
raíces de la familia.
El Papa previó, como tantos otros católicos
profetas en este asunto -como Chesterton, C. S. Lewis y Juan Pablo II- vieron
venir esta embestida (contra la familia) de los poderes de este mundo, del
príncipe de este mundo, que son fruto de la acedia del demonio que se desboca
contra la obra de Dios, ya que no puede tocarlo a Él mismo, toca su imagen y
semejanza, al varón y la mujer, a su descendencia, a la humanidad.
Esta
acedia contra la familia es una acedia contra el amor, porque la familia es el
hogar del amor, es el hogar del amor de los esposos, es el hogar de los padres a
los hijos, es el hogar de los hijos a sus padres y de toda esa rica red de
relaciones familiares, de tíos, de cuñadas, de sobrinos, de abuelos, de
generaciones hacia atrás y también de la esperanza hacia el futuro, de este amor
a la vida que se debe dar. Y todo eso concebido religiosamente, como en la
mayoría de las culturas del mundo que han tenido una consideración bastante
religiosa de la familia, sobre toda en las culturas más primitivas, en muchas
otras -en cambio- esa familia comenzó ya a destruirse por los pecados -que son
consecuencia del pecado original-.
Dios emprendió la sanación de la
familia en el Antiguo Testamento con la santificación de la familia, Dios en el
Antiguo Testamento se hace miembro del pueblo elegido y bendice a los patriarcas
con hijos y tierras para criarlos, es decir con la familia, santifica la
familia, de este modo comienza la redención de la familia, que sin embargo aún
sigue siendo atacada -por obra demoníaca- dentro del pueblo santo de Dios, de
modo que esa familia se ve amenazada por muchos peligros, por los matrimonios
mixtos que Moisés y los profetas tratan de limitar, del cual Sansón es un
ejemplo muy claro, Sansón se casa con una mujer filistea, y esta mujer lleva a
este juez del pueblo de Dios a la ruina, traicionándolo, esta es una historia
bíblica que pone en guardia a los israelitas contra los matrimonios mixtos, que
pueden hacer del varón -del pueblo elegido- víctima de una visión distinta de la
vida, por eso los primeros patriarcas deseaban que sus hijos se casaran con
mujeres del pueblo de Dios, de su tribu, del mismo clan o de otros clanes. Así
por ejemplo en el libro de Tobías, Tobías -el hijo de Tobit- va a buscar mujer
en la familia amplia de su pueblo y encuentra a Sara con la que se casa. Es la
santidad de la familia.
El libro de Tobías es precisamente -dentro de la
Sagrada Escritura- el libro que nos habla de la familia santa, de cómo debe ser
santa la familia, de cómo el vínculo entre los esposos no debe estar sometido a
la lujuria, Tobías y Sara antes de convivir, después de casados, pasan tres días
en oración, y se unen no por lujuria ni por el apetito de la carne, sino por el
amor a la descendencia, el amor a los hijos. Es un amor que gobierna el amor
esponsal y que lo pone al servicio de un amor más grande, de la descendencia, de
la multiplicación del pueblo de Dios sobre la Tierra, el matrimonio tiene
entonces una misión santa en el pueblo de Dios, ha recibido una misión de
santidad sobre la Tierra, de engendrar a los hijos de un pueblo, de un pueblo al
que ha elegido Dios -los descendientes de Abrahán y Isaac, Jacob- para bendecir
a todas las naciones, porque las naciones celebraban esta visión rebelada por
Dios acerca de la familia, tenían atisbos de la sacralidad de la vida, que se
expresaban de una u otra manera en las distintas culturas, pero no tenían el
pleno conocimiento de la santidad.
Y esta santidad en el Antiguo
Testamento se eleva por que Dios mismo se hace como pariente del clan, es -como
dice la Sagrada Escritura- el pariente de Abrahán, el pariente de Isaac, el
pariente de Jacob, es miembro del clan. Dios entra en la historia del pueblo de
Israel como un miembro más en ese pueblo, y por eso recibe el título de Goel,
Goel era el pariente piadoso que se encargaba de cuidar y vigilar a sus
parientes, de vengar la sangre si alguno era asesinado -persiguiendo al
asesino-, de liberar a los esclavos -si caía alguno en la esclavitud-, de
asegurar la tierra para que no saliera de las manos de la familia, o si alguno
moría sin descendencia de tomar a la viuda y engendrar aquella descendencia que
llevaría el nombre del muerto.
El ejemplo típico de ese pariente piadoso
es Booz, en el libro de Ruth, Booz que significa “en Él al poder”, él es
poderoso -porque es un hombre pudiente- pero su poder se pone al servicio de la
piedad familiar, de la religiosa piedad familiar, hay una visión religiosa de la
familia. Y Booz, Ruth, Noemí -que tienen una vida dolorosa- son sin embargo los
antepasados del Mesías, los antepasados de David y por lo tanto de Nuestro Señor
Jesucristo, Dios bendice la piedad y el amor familiar porque están puestos al
servicio de la transmisión de esta misión santificadora del pueblo y de la
humanidad.
Por eso el Evangelio según San Mateo comienza con la
genealogía, las distintas generaciones que van preparando el nacimiento de
Nuestro Señor Jesucristo, de la Virgen María y de San José el descendiente de
David.
La santidad de la familia de Israel está al servicio de este plan
de salvación de Dios en la humanidad, hay una visión histórica de la familia, la
familia no es una cosa puramente natural que tiene una misión limitada a esta
vida: me caso y tengo hijos para que me mantengan o no los tengo porque así
tengo más comodidad, una visión puramente natural. No, esta familia es santa,
hay una designio de Dios sobre la familia, y cuando esto no se ve hay una acedia
que impide ver el bien, hay una ceguera para el bien.
Esa ceguera se
encuentra, por ejemplo -como habíamos dicho-, nada menos que en un juez, en el
juez Sansón que se casa con Dalila. Sansón quiere decir “pequeño sol” y Dalila
es “la noche”, de modo que esa mujer eclipsa el poder iluminador del varón
israelita, del varón que portador de esta misión divina sobre la Tierra y de su
fuerza puesta al servicio de la victoria sobre los filisteos.
Dios es,
por lo tanto, un miembro del clan en el Antiguo Testamento, y como miembro del
clan, a imitación de Booz se ocupa de sus amigos, les asegura la descendencia,
los salva de Egipto y de la esclavitud, lo saca de la esclavitud, y le asegura
una tierra para alimentar a sus hijos, ¿por qué?, porque Él es el pariente de
Abrahán, Isaac y Jacob y cuida de sus hijos y de su descendencia.
Por
eso, dentro de este pueblo, se cultiva la memoria agradecida de todas las
generaciones pasadas, se cultiva la genealogía.
Una de las consecuencias
de la infiltración de la acedia del mundo pagano en nuestro pueblo cristiano, en
el pueblo católico, ha sido la perdida progresiva de la memoria de los
antepasados, hay falta de agradecimiento a los que fueron, y eso crece en la
medida en que se debilita el catolicismo, la fe del pueblo católico, se debilita
también el amor a los antepasados y también el amor a la descendencia porque se
pierde el deseo de los hijos, ya no se piensa en los hijos sino desde un punto
de vista puramente privatista, egoísta, personal, que no es el de Dios sino que
es el de la acedia, es el de la ceguera para el bien a cuyo servicio está
nuestra vida.
Nuestra vida no es algo que nuestra naturaleza a puesto en
nuestras manos para que la usemos como nos parezca, o de pronto para que la
desperdiciemos o la reventemos como un cohete, como una bengala, la quememos
porque se nos antoja, cuantos se destruyen a si mismo con esta facilidad, como
nuestros jóvenes destruyéndose en la droga, o en los vicios, o simplemente en
una vida disipada y despreocupada precisamente porque les falta esta visión
cristiana de la sacralidad de la vida de la que son portadores, de la sacralidad
de la vida que el Señor tiene destinada para ellos, entonces pierden de vista
(por acedia, por ceguera para el bien, incluso confundiendo a veces el bien con
el mal y el mal con el bien, pensando que el matrimonio va a ser una carga en
vez de ser precisamente el instrumento de una misión reveladora) la misión de
amor para la que el Señor los ha creado.
Pero el Señor no se queda
simplemente siendo un pariente del clan, un miembro de la familia que se
preocupa que ese clan sea fecundo, que vaya de generación en generación
santificando el mundo, santificando a los hombres y siendo causa de bendición
para ellos, sino que cuando envía a Nuestro Señor Jesucristo, se da un paso más
en la santificación de la familia, se crea el sacramento del
matrimonio.
Pero en su providencia divina Dios no se contenga con ser un
miembro más del clan y santificar de esta manera la familia israelita, sino que
quiere algo más, quiere que ese matrimonio, que va a ser el matrimonio de los
discípulos de Cristo sea un sacramento.
¿Qué quiere decir un sacramento?,
un sacramento es un signo eficaz de la gracia divina, un sacramento es una
acción de Cristo que sentado a la derecha del Padre, por medio de algún
ministro, obra una obra de santidad, de santificación.
Por eso mediante
el ministro del Bautismo engendra hijos para el Padre; mediante el ministro de
la Confirmación -el Obispo- convierte que esos hijos del Padre sean adultos en
la fe; mediante el sacerdote perdona los pecados o reparte entre el pueblo su
cuerpo y su sangre; mediante el sacerdote también fortalece al enfermo y a aquel
que se acerca a la muerte, al último combate.
El sacramento del
matrimonio es una obra de Cristo, y en esto queridos hermanos -me parece- que ha
cundido dentro del pueblo católico una cierta acedia frente al matrimonio como
sacramento.
En muchos ámbitos del pueblo católico se contrae matrimonio
en la Iglesia más bien por motivaciones humanas, no religiosas, porque no se
advierte que en el sacramento del matrimonio Cristo quiere que los esposos sean
ministros -el uno para el otro- no de un amor puramente natural, sino de su amor
sobrenatural y transformador.
Quiere que el esposo sea ministro del amor
de Cristo para la esposa, de modo que Él quiere traducir su amor a la esposa en
forma de amor de esposo, y hacer del esposo un ministro del amor a la esposa, y
viceversa, quiere traducir su amor al esposo en forma de amor de esposa, de modo
que santifique al esposo a través del ministerio de la esposa.
Esta
visión sagrada y sacralizada del matrimonio, que es la culminación de la obra
santificadora y sacralizadora de Dios para esta unión que Él había destinado
-desde la creación- el uno al otro, que de esta manera se dispusieran los fieles
a entrar en comunión con la Santísima Trinidad ya desde esta vida, su amor no va
a ser solamente santo, como en el Antiguo Testamento (por la presencia de Dios
como miembro de la red de relaciones familiares del pueblo de Dios), sino que
ahora los esposos van a ser levantados a una comunión con el amor divino de la
Santísima Trinidad.
El amor esponsal sacramental cristiano es un amor
que, infundido por el Espíritu Santo, quiere realizarse en el corazón de la
esposa y del esposo de manera sacramental, de manera sagrada, sacralizante.
Cristo quiere ser, maestro, médico, pastor y sacerdote para los esposos y para
cada uno de los esposos, de modo que quiere ser en el esposo el maestro, el
médico, el pastor y el sacerdote para la esposa; y en la esposa quiere ser el
médico, el pastor, el maestro y el sacerdote del esposo.
¿Cuáles son las
funciones de Nuestro Señor Jesucristo?.
• Como maestro nos enseña, sobre
todo nos enseña a conocer al Padre, la primera misión de Nuestro Señor
Jesucristo es darnos a conocer al Padre;
• La segunda es la de la medicina,
la de sanarnos -con el Espíritu Santo- de las consecuencias del pecado original,
de nuestra impureza, santificarnos y unirnos al Señor, sanar nuestras heridas,
las heridas espirituales,, las heridas psicológicas,, toda clase de heridas,
para hacernos sanos con la sanidad y la santidad del Espíritu Santo.
• El
también quiere ser nuestro pastor, ¿y cual es la misión del pastor?, el pastor
alimenta y el Señor Jesucristo nos alimenta con su cuerpo y su sangre. Los
esposos también tienen que alimentar en el otro la vida espiritual, con una
atención pastoral sobre el otro, atendiéndolo, llevándolo, nutriéndolo,
defendiéndolo de los enemigos, y por fin llevándolo a la santidad.
• ¿Y la
santidad qué es?, es unir a Dios, los esposos deben unir al conyugue a Dios
Nuestro Señor, ayudándose a vivir como hijos de Dios, en primer lugar
considerándolo al conyugue como tal. Los primeros esposos cristianos se llamaban
uno al otro “hermanos”, y los paganos que los escuchaban se asombraban de que se
llamaran hermanos y sospechaban de que eran gente incestuosa, ¿por qué?, porque
los primeros cristianos tenían muy clara conciencia de que cada uno de ellos era
hijo de Dios, y que había sido dado por Dios y entregado por Cristo como esposa
o como esposo por un designio divino, que el esposo o la esposa era un don
confiado por Dios a su magisterio, a su medicación, a su pastoreo y a su
santificación.
Esta visión maravillosa del matrimonio cristiano en
nuestros tiempos está oscurecida por la ignorancia, por la ignorancia del bien,
por la ceguera para este bien tan grande, que si los esposos -con la gracia de
Dios- lo descubren, pueden transforma totalmente su vida conyugal en un
ministerio sacerdotal, en una misión del Padre con respecto a ese esposo y
respecto a esa esposa.
La función medicinal de Nuestro Señor Jesucristo,
ejercida recíprocamente a través de los ministros, hace que estos tengan
misericordia el uno del otro, para lo cual les hace comprender que muchas de las
cosas de las cuales consideran al otro como culpable, no son culpas sino que son
penas y consecuencias del pecado original, por lo tanto en vez de llevar a la
enemistad, al odio por los defectos del otro, lleva a la misericordia por las
penas que el otro sufre y a una compasión de médico que considera las
enfermedades y las llagas del otro como tarea propia a sanar.
Queridos
hermanos, esta visión maravillosa debemos tratar de vivirla y extenderla entre
los fieles, comprender este tesoro que el Señor le ha legado a su Iglesia: el
sacramento del matrimonio.
Pienso que todos los demás sacramentos apuntan
a capacitar al esposo y a la esposa para desempeñar este maravilloso ministerio
recíproco, que después va a ser la fuente para que de este amor religioso haya
una visión también religiosa de los hijos, de los cuñadas, de los suegros, de
esos vínculos que están tan sujetos a enemistades y a conflictos y que
fácilmente nosotros sacrificamos -a veces por menudencias, por pequeñeces-, que
importan estas pequeñeces si concebimos la grandeza de la misión de la que somos
portadores y a la que hemos sido llamados, esta misión santificadora de ser
ministros de Cristo sobre la Tierra, con una misión de ser partes de su cuerpo
místico que luce para santificar, ¡qué misión tan linda, tan grande, tan
bienaventurada, para la familia y para toda la Iglesia!.
De esta manera
el pueblo de Dios se ha de preparar como un pueblo santo, como un pueblo
elegido, un pueblo sacerdotal, un pueblo de Dios para esas bodas eternas de
Cristo con la Iglesia.
El Señor está preparando, a lo largo de este
tiempo a la novia, la está purificando, la está preparando para esas bodas
eternas de las que nos habla el Apocalipsis, y ella debe ser ahora la que espera
la venida del novio y con el Espíritu Santo dice «Ven, ven Señor
Jesús».
Pero sin esta visión religiosa de la sacramentalidad del
matrimonio y la unión esponsal, entonces la familia tampoco se mantiene unida ni
se mantiene sana ni santa.
A veces sucede que, si se pierde de vista que
la esposa tiene una misión para el esposo, ella se dedica más a los hijos que al
esposo, ella descuida al esposo apenas llega el primer hijo, he recibido las
quejas de eso, incluso alguna mamá puede poner a sus hijos contra el esposo,
contra el papá, estas cosas no pasarían si se tuviera una visión religiosa
verdadera, esas cosas pasan porque hay acedia, porque no se conoce el verdadero
bien, entonces el alma se pierde y vagabundea entre bienes secundarios y
egoístas, y eso produce la disolución de la familia, la destrucción de la obra
de Dios.
Volvamos entonces a vivir y a motivar la vivencia cristiana del
matrimonio, lo cual no quiere decir que si algún hijo o alguna hija se siente
llamado a la vocación sacerdotal o a la vocación religiosa eso se convierta en
motivo de tristeza para los padres, eso sería otro tipo de acedia del que no
tenemos ahora tiempo de ocuparnos, pero entristecerse por un bien no sería
coherente con la visión cristiana, sería una tentación demoníaca. Si el Señor ha
elegido a un hijo tuyo para el sacerdocio o una vida religiosa ¡alégrate!, es un
designio de Dios estar al servicio de la santificación y de la santidad de este
cuerpo, de la Iglesia, que se prepara para las bodas con el Esposo.
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