Por qué arde el Vaticano: por el rayo de Dios o por el humo de Satanás?
Pronunciar el nombre del Anticristo causa escalofríos a muchos creyentes, que prefieren esconder la cabeza como el avestruz; y en cambio, provoca hilaridad en muchos apóstatas que lo consideran un grotesco personaje para un relato de terror.
Pero leamos lo que, a propósito del Anticristo, escribe san Pablo a los Tesalonicenses:
Pronunciar el nombre del Anticristo causa escalofríos a muchos creyentes, que prefieren esconder la cabeza como el avestruz; y en cambio, provoca hilaridad en muchos apóstatas que lo consideran un grotesco personaje para un relato de terror.
Pero leamos lo que, a propósito del Anticristo, escribe san Pablo a los Tesalonicenses:
“Entonces aparecerá el inicuo, a quien el Señor exterminará con el soplo de su boca y destruirá con su venida majestuosa. Aquél, por la acción de Satanás, vendrá con todo poder, y con falsas señales y prodigios, y con todo género de engaños malvados, dirigidos a los que se pierden, puesto que no aceptaron el amor de la verdad para salvarse. Por eso Dios les envía un poder seductor, para que ellos crean en la mentira, de modo que sean condenados todos los que no creyeron en la verdad, sino que pusieron su complacencia en la injusticia”.
No me canso de recomendar un libro publicado a finales del siglo XIX, que nos viene hoy como anillo al dedo: El fin del mundo y los misterios de la vida futura, de Charles Arminjon. “La lectura de esta obra fue una de las mayores gracias de mi vida”, escribió, con razón, Santa Teresa del Niño Jesús.
Permítame el lector que haga un breve inciso para extraer dos reveladores párrafos del profeta Zacarías que
invitan a la reflexión sobre el futuro de la Iglesia y de sus pastores,
recogidos ambos en un pasaje apocalíptico sobre la Jerusalén de los
últimos tiempos:
“Díjome entonces Yahvé: Toma todavía el hato de un pastor necio.
Pues he aquí que yo voy a suscitar en esta tierra un pastor que no hará
caso de la oveja perdida, ni buscará a la extraviada, ni curará a la
herida, ni cargará con la extenuada, sino que comerá la carne de la
cebada, y hasta las uñas les arrancará.
¡Ay del pastor inútil que abandona las ovejas!
¡Ay del pastor inútil que abandona las ovejas!
¡Espada sea sobre su brazo
y sobre su ojo derecho;
que su brazo se seque del todo,
y del todo se oscurezca su ojo!”.
Y bien, ¿qué hará el Anticristo? El profeta Daniel nos dice que se creerá en el derecho de cambiar los tiempos y las leyes; es decir, de abolir las fiestas y el descanso dominical, de trastocar el orden de los meses y su duración, de borrar del calendario los nombres cristianos sustituyéndolos por el símbolo de los más viles animales. Hará desaparecer la cruz y la Santa Misa de todas las iglesias, reemplazándola por sacrificios abominables. Los púlpitos sagrados serán enmudecidos; la enseñanza será laica y obligatoria. Jesucristo será desterrado de los altares y de las cabeceras de los moribundos. En toda la tierra no se tolerará que se adore otro dios que el ungido de Satán.
San Juan nos refiere también un signo extraño y
misterioso que todos -“pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y
esclavos”- estarán obligados a llevar en la mano o en la frente, en
señal de apostasía. Sólo quienes lo luzcan tendrán los mejores sueldos,
deleites sensuales y todo tipo de bienes materiales; pero quienes lo
rehúsen, serán puestos fuera de la ley y perseguidos sin piedad.
Habrá una gran desolación, nos dice Mateo
evangelista, “tal que desde la creación del mundo hasta ese momento no
la ha habido ni la habrá jamás”. Los defensores de Jesucristo sufrirán
la vergüenza pública; se les tratará de insensatos y de perturbadores
del orden público.
San Agustín, basándose en el texto de san Juan,
asegura que todos los infieles, herejes, cismáticos y hombres
depravados de la tierra se aliarán con el Anticristo para perseguir a
los hombres fieles a Dios. Esta persecución, como explica Arminjon, será
la más violenta porque estará “exclusivamente impulsada por el odio a
Dios, donde Dios y su Ungido serán tomados como objetivo directo, cuyo
único fin será el exterminio del reino de Dios, la aniquilación total
del cristianismo y de toda religión positiva”.
“Esta persecución –añade Arminjon-, que señalará los últimos
tiempos, se ejercerá con una seducción en cierto modo irresistible, para inducir al error hasta a los elegidos, si esto fuera posible”.
Santo Tomás afirma que, al igual que Cristo obraba
milagros para confirmar su doctrina, así también el Anticristo hará
falsos milagros para confirmar sus errores. Falsos prodigios que
causarán admiración entre los ignorantes.
“La persecución del Anticristo –concluye Arminjon- será la más
inhumana y la más sangrienta de todas las que jamás ha sufrido el
cristianismo […] Se puede conjeturar que estará relacionada con dos
causas. La primera es el colosal poder y los medios prodigiosos de
fuerza y de destrucción que el Anticristo poseerá, junto con la impiedad
y el furor de los hombres encargados de la ejecución de sus órdenes. La
segunda será la espantosa malicia del demonio, pues dice San Juan que
en aquellos días Dios le dejará salir de la prisión de llamas donde está
encadenado y le dará una licencia absoluta para seducir y saciar su
odio contra el género humano. De ahí se deduce, dice san Cirilo,
que aún habrá multitud de mártires, más gloriosos y más admirables que
los que combatieron antaño contra los leones en los anfiteatros de Roma y
de las Galias”.
Nadie, sino sólo Dios, sabe cuándo llegará ese trágico momento.
Pero, entre tanto, lo único que debería importarnos es perseverar en
Jesucristo y rezar para que otros despistados también lo hagan, y desde
luego no se tomen nada de esto a broma ni se conformen con mirar hacia
otro lado.
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