sábado, 3 de agosto de 2013

¿Cómo sabemos que el autor del Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles es la misma persona?

Más allá de que así lo ha registrado la tradición de manera muy expresiva, de la coherencia de los relatos y hasta de la unidad estilística de ambos, la clave nos la da el propio autor del Evangelio de Lucas y de los Hechos de los Apóstoles, que nos la presenta con toda claridad en la introducción de cada uno de los dos libros que escribe.
 
            Este es el comienzo del Evangelio de Lucas:
 
            “Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc. 1, 1-4).
 
            Dedicado como se ve a un tal Teófilo sobre cuya identidad se ha especulado mucho, sin obtener ninguna conclusión incontestable. La raíz griega del nombre ha hecho pensar en un posible funcionario romano convertido, una prueba más de la rápida superación de fronteras del mensaje cristiano y de su temprana llegada al mundo clásico. Pero la misma razón no permite desechar la hipótesis un judío helenizado como tantos otros (Andrés, Felipe, son apóstoles de Jesús que a juzgar por su nombre provendrían del mismo grupo). Por poder, podría tratarse hasta del amplio conjunto de lectores, significando como significa el nombre, “amigo de Dios”, de Teo=theos=Dios y filos=amigo.
 
            Por cierto, no sólo a modo de curiosidad sino con utilidad para el análisis que realizamos aquí, el de Lucas es el único de los evangelios iniciado con una salutación a su destinatario, lo que una vez más representa un vínculo de unión entre el Evangelio que se le atribuye y el libro de los Hechos. Y es que éste vuelve a tener una dedicatoria, no presentándose como casual que dicha dedicatoria vuelva a estar dirigida al mismo personaje del mismo nombre, quien quiera que sea.
 
            “El primer libro lo dediqué, Teófilo, a todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue levantado a lo alto. A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles pruebas de que vivía, dejándose ver de ellos durante cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios” (Hch. 1, 1-3).
 
            Dedicatoria que, a mayor abundamiento y por si las cosas no estuvieran suficientemente claras, contiene, como se ve, una referencia al primero de los libros escritos, que no es ni puede ser otro que el Evangelio. Y en la que, por cierto, se encuentra otra clave que no debe ser desdeñada tampoco. Y es que Evangelio y Hechos pueden ser (y de facto son) obra del mismo autor, pero contrariamente a lo que acostumbra a afirmarse, no son la misma obra. Una (Hechos) es claramente posterior a la otra (Evangelio), como demuestra la afirmación realizada al inicio de aquélla El primer libro lo dediqué, Teófilo…”. Es más, normalmente, deberían estar separadas por algún añito de diferencia. Lo cual no deja de tener importantes consecuencias, pero eso, amigo lector, es harina de otro costal que desvelaremos algún día... pero no hoy, qua ya hemos pasado un ratito y no es cosa de agotar su paciencia.
 
 
            ©L.A.
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