Varios recuperandos en un centro gestionado por APAC en Brasil, donde las celdas no tienen llave. Foto: Antonello Veneri y Marina Lorusso
Desde hace cuatro décadas, la Asociación para la Protección y
Asistencia a los Condenados (APAC) está revolucionando el sistema
penitenciario brasileño con sus cárceles sin violencia, sin policías y
sin armas, donde la prioridad es la recuperación física, psicológica,
social y espiritual de los internos, a quienes se les llama por su
nombre y se les corresponsabiliza de la gestión de los centros. Algunos
responsables de APAC han visitado España con motivo de la exposición Del amor nadie huye, que ha recalado en la última edición de EncuentroMadrid de la mano de la ONG Cesal y el Ayuntamiento madrileño
Después de largas estancias en cárceles comunes donde el
hacinamiento, la violencia y el trato inhumano son moneda corriente,
muchos condenados llegan devastados a los centros gestionados por APAC
(Asociación para la Protección y Asistencia a los Condenados). Allí se
topan con una realidad diferente: paredes pintadas de color blanco y
azul celeste, orden y limpieza, buena comida y, sobre todo, trato
humano: se les llama por su nombre y se les propone un itinerario para
recuperar su dignidad sepultada bajo un mar de humillaciones.«Aquí entra el hombre, el delito queda fuera», dice un letrero escrito sobre la entrada de cada uno de los centros gestionados por cualquiera de las 50 APAC que ya existen en Brasil. Desde el momento en que franqueen esa puerta, los recién llegados no verán guardias. Serán funcionarios, voluntarios y otros reos quienes que se responsabilicen de ellos. Ya no se les llamará presos, sino recuperandos.
Walter y el juez escéptico
APAC nació en los 70 de la actividad pastoral que un grupo de cristianos encabezado por el abogado Mario Ottoboni desarrollaba en las cárceles. De hecho, en un primer momento, las siglas correspondían a la denominación Amando al Prójimo, Amarás a Cristo. La obra sigue nutriéndose de una profunda conciencia religiosa, como se percibe en todo momento en las palabras de Valdeci Antonio Ferreira, laico misionero comboniano que dirige la FBAC, federación que agrupa a todas los centros APAC.
«Por muy malos que sean los crímenes de quienes llegan, aunque sean hediondos, por muy alto que sea su grado de destrucción, dentro de todo ser humano hay un espacio, aunque sea muy pequeño, donde la oscuridad, las tinieblas y la fuerza del diablo no pueden llegar y desde ese espacio de luz empieza el rescate del ser humano. Por eso el lema de la fraternidad es: Nadie es irrecuperable», afirma Ferreira.
Nadie es irrecuperable. Esta frase, como todas las que decoran las paredes de los centros de APAC, nació de una historia concreta, en este caso la de Walter, un preso que creaba graves problemas por todas las cárceles por las que pasaba. Con fama de fiera incontrolable, este interno violento fue enviado a un centro de APAC por un juez que no confiaba en la eficacia del método. Walter pasó las primeras semanas bastante tranquilo ante el escepticismo del magistrado, que llamaba cada pocos días para comprobar si el condenado había vuelto a hacer alguna de las suyas. Pasado un tiempo, el responsable del centro entró en la enfermería y frotándose los ojos contempló un milagro: Walter estaba lavando las heridas de un pederasta que había llegado malherido tras recibir una brutal paliza en una cárcel ordinaria.
Lejos de querer dulcificar la realidad, Ferreira reconoce en conversación con Alfa y Omega que el éxito del amor no es automático, y depende de la libertad de cada persona. «Muchas veces invertimos esfuerzo y tiempo en un recuperando, sale y vuelve a caer en la droga o en la delincuencia. Da la impresión de que nuestro amor ha fracasado. Pero el amor nunca fracasa, lo que pasa es que muchas veces nuestro amor no es lo suficientemente grande para llegar a los espacios oscuros, de tinieblas, de algunas personas. Entonces hay que pedir a Dios que desde lo alto nos envíe su espíritu de luz, para que al día siguiente de este fracaso empecemos de nuevo». Y remata esta reflexión con un argumento inapelable: «Podría estar toda la tarde dando testimonio de los fracasos, pero prefiero gastar este tiempo dando testimonio del éxito del amor».
La historia de Roberto
Uno de esos testimonios donde brilla el triunfo del amor es el que ofrece Roberto Carvalho. Apenas tenía 20 años cuando fue sentenciado a una larga condena de cárcel. Le encerraron junto a 40 presos en una celda que solo tenía capacidad para diez. Allí conoció todo lo peor que uno puede imaginar: asesinatos, droga, malos tratos… Durante siete años fue tratado como un animal. Después fue trasladado a un centro de APAC.
«Fui allí arrastrando toda esa carga negativa. Llegué mal físicamente, fatal espiritualmente, sin esperanza de vida. Mi intención era fugarme porque no quería cambiar, pero Dios fue trabajando mi corazón a través de los voluntarios y de los encuentros que se hacían. Entonces participé en un gran encuentro llamado Jornada de liberación con Cristo. Eran cuatro días de retiro espiritual y en ese momento Dios me habló muy claramente y me mostró lo que había sido mi vida», recuerda Carvalho en la entrevista.
Fue entonces cuando tomó conciencia de todo el mal que había hecho a muchas personas. «A la que más daño había hecho era precisamente a la que más amaba, a mi madre», confiesa. Deseó volver al pasado, borrar todo ese mal y escribir otra historia distinta, pero se dio cuenta de que ya no era posible. Sin embargo, decidió ponerse en marcha. «Comencé a colaborar en las tareas, a trabajar y a estudiar. Pero yo no podía irme a casa, tenía que cumplir condena. Así que estuve siete años más. ¡Ni un día menos!» Tras cumplir con la justicia pudo salir, trabajar y formar una familia. Ahora es padre de tres hijos. Ha ocupado varios puestos en el ámbito de APAC hasta llegar a ser gerente de la federación que agrupa a todas las asociaciones.
Ferreira lo mira con profundo afecto: «Roberto es un ejemplo de alguien que llegó totalmente destruido, desfigurado, pero que por gracia de Dios ha encontrado la luz. Para mí es una alegría muy grande poder tenerle en España hablando de lo que Dios ha hecho en su vida».
La vida en los centros
En los centros de reintegración social gestionados por APAC rigen normas que se cumplen de manera estricta. No hay un ambiente opresivo, pero los recuperandos nunca están ociosos sino que trabajan, estudian, dialogan, según un horario riguroso. En todos estos años nunca se han registrado motines o disturbios, a diferencia de lo que sucede en las prisiones normales.
Luiz Carlos Rezende, juez de vigilancia penitenciaria, ofrece una de las claves de este clima de respeto a la autoridad: «El recuperando que va a un centro APAC sabe que va a una cárcel. Aunque no parezca una cárcel, es una cárcel. Existen normas de disciplina muy claras y los que entran tienen que firmar un documento de aceptación. En caso contrario, los jueces no mandarían a un preso a los centros de APAC».
Además existe un órgano formado por los recuperandos, llamado Consejo de Sinceridad y Solidaridad, que cada seis meses cambia para que no se formen grupos de poder. «Los miembros de ese consejo evalúan constantemente todos los trabajos y méritos que va cumpliendo cada preso», precisa el magistrado, quien añade: «Los recuperandos comparten las tareas y las responsabilidades».
Ignacio Santa María