Uno de los mayores triunfos del demonio ha sido hacer creer a muchos hombres que no existe
Por: Luis Rojas | Fuente: Catholic.net
Parece
que hablar del demonio es cosa del pasado. Suena a novela medieval, con
brujos, calderos, pócimas y cuevas oscuras. Sin embargo, vemos en el
mundo claramente la acción del demonio que se refleja en cosas
terriblemente malas, espirituales algunas y muchas otras físicas.
Tal vez uno de los mayores triunfos del demonio ha sido hacer creer a
muchos hombres que no existe: de esta manera le dejan el camino libre
para su acción al no estar atentos para detenerlo.
El Catecismo de la Iglesia Católica, hablando del pecado original nos
recuerda que detrás de la elección desobediente de nuestros primeros
padres se halla la serpiente, una voz seductora, opuesta a Dios que, por
envidia, los hace caer en la muerte.
La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven simbolizado en la
serpiente a un ángel caído, llamado Satán o diablo. La Iglesia enseña
que primero fue un ángel bueno, creado por Dios con una naturaleza
buena, pero que se hizo malo por la elección libre de rechazar radical e
irrevocablemente a Dios y su Reino.
Su pecado no se puede perdonar, ya que al ser un ser espiritual, sus
decisiones son irrevocables. "No hay arrepentimiento para ellos después
de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la
muerte". [San Juan Damasceno]
Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a
nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn 3,5). El diablo es
"pecador desde el principio" (I Jn 3,8), "padre de la mentira". (Jn
8,44)
La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquél a quien Jesús
llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó
apartarlo de la misión recibida del Padre. "El Hijo de Dios se manifestó
para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en
consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha
inducido al hombre a desobedecer a Dios.
El demonio ronda por todo el mundo como un animal herido, tratando de
usar todo su poder angelical que recibió de Dios cuando todavía no se
había alejado de Él para sembrar la mentira. Es hábil e inteligente,
pues conoce bien a los hombres. Sabe atraerles hacia el mal, pues es la
única satisfacción que encuentra en la eterna derrota de su lucha contra
Dios. Ese es el demonio. Satanás. El padre de la mentira. El tentador.
Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una
criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero sólo
criatura: puede tentarnos, invitarnos, seducirnos, pero no puede
obligarnos a actuar de determinada manera. Su poder no es comparable con
el poder infinito de Dios.
El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero
"nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de
los que le aman". (Rm 8,28)
Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en
Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños –de naturaleza
espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física– en cada hombre
y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia
que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo.
Para profundizar: Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 391.395
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