Por: Fernando de Navascués | Fuente: www.somosrc.mx
No
seré yo quien reinterprete el Evangelio, y le dé la vuelta a lo que
verdaderamente Cristo quiso decir cuando dijo lo que dijo… Pero aquella
frase suya en la casa de Simón, el leproso, de que: “pobres tendréis
siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre” (Mt 26, 11) no
quiere decir, ni por asomo, que debamos acostumbrarnos a tener pobres a
nuestro alrededor.
Que
los pobres vayan a estar ahí, no quiere decir que debamos
desentendernos de ellos. Todo lo contrario, siempre los tendremos para
dedicarnos a ellos y, a la vez, recordarnos lo mucho que Dios nos ha
dado, quizá inmerecidamente, y que existe una “hipoteca social de los
bienes”, como afirmaba san Juan Pablo II.
Esto
sale a colación por la apertura de la 40ª conferencia de la
Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación, la FAO, que tuvo lugar el pasado 3 de julio. Para la
ocasión, el Papa Francisco ha escrito un discurso en el que ha dejado
unas perlas que muestran su compromiso real con los más desfavorecidos, y
en el que agita la conciencia social adormecida o muerta de muchos
otros.
Eliminar el hambre
Pero
antes de hablar de sus palabras, recordemos que en 2012, el secretario
general de la ONU, Ban Ki-Moon, señalaba el camino para conseguir un
“hambre cero”. Una ruta que debe comprometer a todos, y que se basa en
cinco pilares fundamentales:
Que el 100% de las personas puedan acceder a los alimentos adecuados durante todo el año.
Acabar con el retraso del crecimiento en niños menores de 2 años.
Que todos los sistemas alimentarios sean sostenibles.
Duplicar la productividad e ingresos de los pequeños agricultores.
Reducir el desperdicio de comida y las pérdidas que se dan después de las cosechas.
El hambre y el egoísmo humano
Con
ese fondo, en su discurso de apertura de la reunión de la FAO, el Papa
Francisco atribuyó el hambre en el mundo a “la falta de una cultura de
la solidaridad”, a “la inercia de muchos” y al “egoísmo de unos pocos”.
El
hambre no se va con intenciones “sino que es necesario reconocer que
todos tienen derecho” a los alimentos. El hambre y la malnutrición “no
son solamente fenómenos naturales o estructurales de determinadas áreas
geográficas, sino que son el resultado de una más compleja condición de
subdesarrollo, causada por la inercia de muchos o por el egoísmo de unos
pocos”.
Las
guerras, el terrorismo y los desplazamientos forzados de personas no
son “fruto de la fatalidad”, sino más bien “consecuencia de decisiones
concretas”.
Igualmente
criticó la cada vez más escasa ayuda a los países pobres, a pesar de
los “reiterados llamamientos de crisis cada vez más destructores” que
suceden en el mundo.
Llamados a la acción
Además,
el Papa insistió en “el deber que tiene toda la familia humana de
ayudar de forma concreta a los necesitados”. “Solo un esfuerzo de
auténtica solidaridad será capaz de eliminar el número de personas
malnutridas y privadas de lo necesario para vivir”.
Y
es aquí donde entramos nosotros. En el esfuerzo real, en el compromiso
personal y apostólico, y en el cambio de mirada: que allí donde vemos a
los pobres que siempre estarán entre nosotros, podamos ver personas
reales, con nombre y apellido, y a los que mi acción directa puede
ayudarles a salir de su hambre, de su desnutrición, de su falta de
oportunidades por no haber recibido una alimentación adecuada…
Sabemos de qué hablamos. No dejemos solo al Papa.
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