Por: Redacción | Fuente: Rado María Argentina
En
distintas situaciones de la vida, sufrimos ofensas, decepciones,
tristezas o dolor provocados por otras personas.
Esas sensaciones suelen
ser difíciles de sobrellevar y aceptar. En ocasiones nos encerramos en
ellas, y en otras, renunciamos al orgullo y buscamos la paz.
Ante
esto, surge la pregunta si perdonar es lo mismo que olvidar. El padre
Sebastián García, de la Congregación Sagrado Corazón de Jesús en Capital
Federal, dialogó con Radio María y reflexionó al respecto.
El Padre Sebastián indicó lo siguiente:
Hay tres dimensiones a considerar.
- La primera es que perdonar no es igual a olvidar.
- La segunda es tratar de no responder de la misma manera con el mal que me causaron.
- La tercera, es mirar la historia y dar gracias por las ofensas que sufrí, porque esconden un sentido redentor.
El desafío al que nos invita Jesús es el de vivir reconciliados. En primer lugar, perdonar significa renunciar a la venganza. Es no devolver al mal que me han causado con otro mal mayor.
Que
una persona perdone de corazón no significa que vaya a olvidar el daño
causado. Cuando vemos situaciones de personas que nos han herido o
lastimado, es muy difícil olvidar, pero la no capacidad de olvido no
hace imposible el perdón, sino al contrario. Con esa herida en el
corazón y en el alma, puedo ofrecer una primera instancia de perdón
Ante el recuerdo doloroso, está la opción de perdonar
Muchas
veces no nos vamos a olvidar del mal que nos causaron o que causamos,
pero podemos perdonar, que es la capacidad de recrear un vínculo y
renunciar a pagar el mal con el mal.
Desde
la mirada creyente, esas situaciones en que me han ofendido o lastimado
son ocasión y posibilidad de nueva vida. Yo le puedo dar gracias a Dios
por las heridas de mi vida, por esta posibilidad de nueva vida, de ver
desde una nueva perspectiva.
Si
uno lee el Evangelio, ve que Jesús sufre las opresiones y las carga en
su propia cruz. Si uno lo ve fríamente, perdonar no sirve. Pero si lo
ves de una perspectiva de fe, perdonar es el acto en el que más nos
asemejamos a Dios.
Nos
hacemos más seres humanos y cristianos en la medida en que más
perdonamos. A veces tenemos que perdonarnos a nosotros mismos, porque
Dios perdona todo.
¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado?
El Padre Ignacio Larrañaga nos dejó una meditación sobre el perdón que vale la pena dejar como aporte en este espacio:
Pocas veces somos ofendidos; muchas veces nos sentimos ofendidos.
Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento adverso contra el hermano.
¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado?
El
que es odiado vive feliz, generalmente, en su mundo. El que cultiva el
rencor se parece a aquel que agarra una brasa ardiente o al que atiza
una llama. Pareciera que la llama quemara al enemigo; pero no, se quema
uno mismo.
El resentimiento solo destruye al resentido.
El
amor propio es ciego y suicida: prefiere la satisfacción de la venganza
al alivio del perdón. Pero es locura odiar: es como almacenar veneno en
las entrañas.
El rencoroso vive en una eterna agonía.
No
hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio
que se siente al perdonar, así como no hay fatiga mas desagradable que
la que produce el rencor. Vale la pena perdonar, así como no hay fatiga
más desagradable que la que produce el rencor. Vale la pena perdonar,
aunque sea solo por interés, porque no hay terapia mas liberadora que el
perdón.
No
es necesario pedir perdón o perdonar con palabras. Muchas veces basta
un saludo, una mirada benevolente, una aproximación, una conversación.
Son los mejores signos de perdón.
A
veces sucede esto: la gente perdona y siente el perdón; pero después de
un tiempo, renace la aversión. No asustarse. Una herida profunda
necesita muchas curaciones. Vuelve a perdonar una y otra vez hasta que la herida quede curada por completo. (Padre Ignacio Larrañaga)
Publicado originalmente en Radio María Argentina
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