Por: María Teresa González Maciel | Fuente: Catholic.net
Un padre no es sólo quien da la vida; eso sería demasiado fácil. Un padre es el que da el amor (Denis Lord).
Todos los papás son inolvidables. Algunos, porque no tuvieron el valor de asumir su responsabilidad y no le dieron su apellido al hijo; es decir, su presencia, responsabilidad, amor.
Otros, porque, estando presentes, causaron un gran dolor en los hijos, dejándoles heridas profundas que logran superar con muchas dificultades, después de un proceso largo y doloroso.
Unos más, porque dieron a sus hijos todo lo que ellos no tuvieron, buscaron complacerlos en sus gustos y no les pusieron límites; pero éstos no pudieron seguir un camino hacia la madurez y se convirtieron en un problema para sus seres queridos y para la Sociedad.
Algunos más (¿acaso pocos?) son esos padres presentes y con el deseo de forjar a sus hijos en el Amor a Dios, en el Orden, el Bien, la Verdad. Y, a pesar de no tener siempre las herramientas de preparación académica, lograron imprimir en sus hijos esa certeza de ser amados, aceptados, valorados, y desde esta certeza, ellos pueden amar, aceptar y valorar a las demás personas.
Paradigmas
¿Este tipo de padres comete errores? Sí, por ser imperfectos, pero van por la vida procurando de forma consciente y con gran voluntad ser cada día mejores.
El único Padre Perfecto es Dios y, no obstante ser perfecto y el mejor de los Padres, es olvidado. Y no es que los que olvidan a Dios duden de su existencia, sino que se olvidan de que Él es Padre.
Aquellos papás que ven a Dios como inolvidable y escuchan su Palabra, buscan poner en práctica esta sentencia de Jesús, “Sed perfectos como mi Padre Celestial es perfecto”. Tales padres no sienten este mandato como carga, sino como una liberación que los llena de gozo, de paz, pese a momentos de prueba y dificultad.
Jesús, con su vida, nos muestra el rostro del Padre, que es bondad, amor, misericordia, comprensión, ternura, sabiduría, justicia, perfección… Al Padre, que es la Verdad misma, es decir, no miente, es inmutable; no cambia su afecto, con todo y el irregular comportamiento del hijo; no se mueve por caprichos o estados de ánimo, sino que exhorta a vivir los límites, dando normas para regir nuestra vida en felicidad y plenitud.
Algunos puntos a considerar para ser un padre inolvidable:
Amor incondicional, que logre despertar la grandeza escondida en el interior del hijo.
Amor que sabe escuchar las razones de las rabietas e indisciplinas de los hijos; que sabe descubrir la tristeza o el dolor que se encuentran detrás del enojo. Ayuda a que su hijo sea consciente para salir de los sentimientos que lo tienen atrapado y le permitan vivir con alegría y plenitud.
Ejercita virtudes, facilitando que el hijo las practique de forma natural. Así, lo respalda en su crecimiento armónico y de madurez. Este padre, cuando comete errores, como ser humano perfectible, sabe reconocer y pedir perdón.
No pone etiquetas ante una conducta inadecuada, sino que señala la acción negativa, separándola de la persona. No dice: “eres desordenado”, sino: “en esta ocasión, te faltó orden en tu cuarto”.
Conoce a su hijo. Cada hijo es diferente. Observa su personalidad, su temperamento.
Atento siempre a comprender al hijo en sus necesidades, en sus cambios físicos y psicológicos, en las diferentes etapas de su vida que va pasando. Descubre las fortalezas, dificultades, inquietudes, motivaciones de cada hijo. A mayor conocimiento y comprensión, se le facilita la formación de sus hijos.
Sabe escuchar y validar. Permite que su hijo exprese sus emociones, inquietudes, frustraciones. Lo ayuda a que procese y resuelva sus sentimientos positivos y negativos, y que los exprese adecuadamente, sin afectar a los demás. Esto permite que el hijo se sienta digno, importante, valioso para ser escuchado, comprendido, aceptado, amado.
Conocer la importancia de agradecer y de valorar cada día las cosas buenas que nos son dadas. Pone énfasis en lo que se tiene, más que en lo que hace falta.
Sabe acercar a sus hijos al dolor y necesidades de los demás, reconociendo que la otra persona posee el mismo valor y dignidad que él; construye lazos, en lugar de muros.
Reconoce la necesidad de conectarse con su Creador y se arrodilla para agradecer, alabar y descubrir la grandeza y nobleza que hay dentro de sí mismo. Ve con más claridad las cosas que lo ennoblecen y lo llevan a ser mejor persona.
Hemos de agradecer a Dios si nos regala un padre así. Y si no se tiene esa suerte, buscar ser ese padre para nuestros hijos, a imitación de nuestro Padre del Cielo.
Todos los papás son inolvidables. Algunos, porque no tuvieron el valor de asumir su responsabilidad y no le dieron su apellido al hijo; es decir, su presencia, responsabilidad, amor.
Otros, porque, estando presentes, causaron un gran dolor en los hijos, dejándoles heridas profundas que logran superar con muchas dificultades, después de un proceso largo y doloroso.
Unos más, porque dieron a sus hijos todo lo que ellos no tuvieron, buscaron complacerlos en sus gustos y no les pusieron límites; pero éstos no pudieron seguir un camino hacia la madurez y se convirtieron en un problema para sus seres queridos y para la Sociedad.
Algunos más (¿acaso pocos?) son esos padres presentes y con el deseo de forjar a sus hijos en el Amor a Dios, en el Orden, el Bien, la Verdad. Y, a pesar de no tener siempre las herramientas de preparación académica, lograron imprimir en sus hijos esa certeza de ser amados, aceptados, valorados, y desde esta certeza, ellos pueden amar, aceptar y valorar a las demás personas.
Paradigmas
¿Este tipo de padres comete errores? Sí, por ser imperfectos, pero van por la vida procurando de forma consciente y con gran voluntad ser cada día mejores.
El único Padre Perfecto es Dios y, no obstante ser perfecto y el mejor de los Padres, es olvidado. Y no es que los que olvidan a Dios duden de su existencia, sino que se olvidan de que Él es Padre.
Aquellos papás que ven a Dios como inolvidable y escuchan su Palabra, buscan poner en práctica esta sentencia de Jesús, “Sed perfectos como mi Padre Celestial es perfecto”. Tales padres no sienten este mandato como carga, sino como una liberación que los llena de gozo, de paz, pese a momentos de prueba y dificultad.
Jesús, con su vida, nos muestra el rostro del Padre, que es bondad, amor, misericordia, comprensión, ternura, sabiduría, justicia, perfección… Al Padre, que es la Verdad misma, es decir, no miente, es inmutable; no cambia su afecto, con todo y el irregular comportamiento del hijo; no se mueve por caprichos o estados de ánimo, sino que exhorta a vivir los límites, dando normas para regir nuestra vida en felicidad y plenitud.
Algunos puntos a considerar para ser un padre inolvidable:
Amor incondicional, que logre despertar la grandeza escondida en el interior del hijo.
Amor que sabe escuchar las razones de las rabietas e indisciplinas de los hijos; que sabe descubrir la tristeza o el dolor que se encuentran detrás del enojo. Ayuda a que su hijo sea consciente para salir de los sentimientos que lo tienen atrapado y le permitan vivir con alegría y plenitud.
Ejercita virtudes, facilitando que el hijo las practique de forma natural. Así, lo respalda en su crecimiento armónico y de madurez. Este padre, cuando comete errores, como ser humano perfectible, sabe reconocer y pedir perdón.
No pone etiquetas ante una conducta inadecuada, sino que señala la acción negativa, separándola de la persona. No dice: “eres desordenado”, sino: “en esta ocasión, te faltó orden en tu cuarto”.
Conoce a su hijo. Cada hijo es diferente. Observa su personalidad, su temperamento.
Atento siempre a comprender al hijo en sus necesidades, en sus cambios físicos y psicológicos, en las diferentes etapas de su vida que va pasando. Descubre las fortalezas, dificultades, inquietudes, motivaciones de cada hijo. A mayor conocimiento y comprensión, se le facilita la formación de sus hijos.
Sabe escuchar y validar. Permite que su hijo exprese sus emociones, inquietudes, frustraciones. Lo ayuda a que procese y resuelva sus sentimientos positivos y negativos, y que los exprese adecuadamente, sin afectar a los demás. Esto permite que el hijo se sienta digno, importante, valioso para ser escuchado, comprendido, aceptado, amado.
Conocer la importancia de agradecer y de valorar cada día las cosas buenas que nos son dadas. Pone énfasis en lo que se tiene, más que en lo que hace falta.
Sabe acercar a sus hijos al dolor y necesidades de los demás, reconociendo que la otra persona posee el mismo valor y dignidad que él; construye lazos, en lugar de muros.
Reconoce la necesidad de conectarse con su Creador y se arrodilla para agradecer, alabar y descubrir la grandeza y nobleza que hay dentro de sí mismo. Ve con más claridad las cosas que lo ennoblecen y lo llevan a ser mejor persona.
Hemos de agradecer a Dios si nos regala un padre así. Y si no se tiene esa suerte, buscar ser ese padre para nuestros hijos, a imitación de nuestro Padre del Cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario