sábado, 18 de enero de 2020

¿Qué pensar y hacer ante la muerte?

¿Morir es simplemente parte de la vida?


Por: Salvador I. Reding Vidaña | Fuente: Catholic.net




Si morir es cambiar de vida, de la terrena a la eterna, vale la pena pensar en ello, no evadirlo de la mente. Digamos primero que fallece un ser querido o cercano, y nos entristecemos. 

Con muy comprensible razón. Somos humanos y esta es la vida que conocemos; estamos acostumbrados a convivir o saber con vida a otras personas de nuestro amor o entorno. Y cuando alguien así fallece, sentimos de cerca el fenómeno de morir, y rezamos por ellas, por sus almas y por los corazones de quienes han perdido a un ser querido. Y eso está bien.


Generalmente no es igual cuando pensamos en que a diario mueren muchas personas lejanas a nosotros, y entre ellas quienes consideramos no deberían morir, es decir que no estaban enfermas graves, por ejemplo. Pero por homicidios, errores médicos o descuidos o por accidentes mueren personas. Y en general, eso nos hace pensar que morir es simplemente parte de la vida, y quizás ni se nos ocurra una oración por ellas. Y esto no está bien.


Si muere alguien de buena voluntad, de esas almas que ama el Señor, juntos a nuestras oraciones está la sensación de que dicha persona ya está mejor, no sufre, ha sido recibida en el cielo. Y en nuestra tristeza de no tenerla ya cerca, tenemos como creyentes un consuelo: ya está con Dios. Y oramos por quienes se quedan o quedamos sin ella, y por más frases pensadas y dichas de que en otra forma, ya no visible, nos acompaña, no resulta por esos tristes momentos de mucho consuelo para nosotros.



Cuando quien sufre alguna grave enfermedad, a veces terrible, o está en situaciones de peligro mortal, muere, nos consuela que ha dejado de sufrir, y que además, ha ido al Señor a recibir su justo premio por las buenas obras que haya hecho en vida, esas que cuentan muy por arriba de las faltas y pecados. La justicia divina está hecha de amor.


Pero hay otras cosas que hacer cuando alguien muere, al detenerse sus signos vitales o está en agonía. Y ambas tienen que ver con la oración. 

Veamos. Alguien acaba de morir, o al menos eso se piensa cuando cae en el llamado paro cardiorrespiratorio. La realidad es que aún no ha muerto, la vida se le está acabando y eventualmente puede volver, como cuando los médicos logran recuperar el latido cardiaco y la respiración. ¿Qué orar entonces? Pues podemos pedir al Señor que le conceda el arrepentimiento de lo pecado, que pidan su gracia y el perdón, justo antes de caer en la muerte cerebral.


Cuando una persona cae en ese paro cardiorrespiratorio, no sabemos si está consciente su mente o no, solamente vemos que “duerme”, que no habla, pero la experiencia médica nos ha mostrado cómo “el muerto” o quien permanece en estado de coma, que no se pueden comunicar, sin embargo pueden tener la posibilidad de pensar, así que bien podemos pedir, como he dicho, que Dios le conceda en don del arrepentimiento final y la petición del perdón, y Él lo escucha.


De hecho, el suicida puede estar en este caso, de que al momento de morir pida a Dios perdón por quitarse el inmenso don de la vida, arrepentido, demasiado tarde para detener su muerte. Pidamos entonces por quienes están en el proceso fatal del suicidio.


Ante un caso de agonía, con mayor razón podemos pedir eso al Señor, que al agonizante le conceda el don del arrepentimiento y la petición del divino perdón. Es lo mejor que puede pasarle a su alma, encomendarse a la misericordia de Dios, para llegar perdonado a su presencia en la otra vida, a ser juzgado por lo que hizo u omitió hacer conforme a los mandatos divinos.


Y algo más: así como oramos por “nuestros” difuntos, debemos orar por los “otros” difuntos o moribundos, sobre todo porque muchos mueren sin que nadie o casi nadie pidan a Dios por su eterno descanso en su presencia. “Que en paz descanse” es una frase muchas veces hueca, de cortesía, pero debemos sentirla y decirla con intención de que el Señor le lleve a su seno y no al castigo eterno que Él mismo nos ha mencionado.


Así como oramos por las almas de los fieles difuntos, pidiendo para ellos la luz perpetua, recemos por los agonizantes, por los que por la razón que sea están a punto de morir o están muriendo. Dios escuchará y les concederá lo que pedimos. Y pensemos también que moriremos, y demos buen, profundo sentido a todas esas oraciones que incluyen una frase como “…y en la hora de nuestra muerte”, del Ave María. Cada alma que ha llegado al cielo en parte al menos por nuestras peticiones por su buena muerte, será un intercesor nuestro, por nosotros y por quienes son nuestros seres amados. Amén.

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