Por: P. John Bartunek, L.C. | Fuente: www.la-oracion.com
La frase «conversación con Dios» describe muy bien la oración cristiana. Cristo ha revelado que Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente interesado- en nuestras vidas,
nuestra amistad, nuestra cercanía.
Para los cristianos, entonces, la
oración, como lo explicó el Papa Benedicto XVI cuando visitó Yonkers,
Nueva York en el 2007, es una expresión de nuestra «relación personal
con Dios». Y esa relación, continuó diciendo el Santo Padre, «es lo que
más importa».
Parámetros de la fe
Cuando oramos, Dios nos habla. Antes que
nada, necesitamos recordar que nuestra relación con Dios se basa en la
fe. Esta virtud nos da acceso a un conocimiento que va mas allá de lo
que podemos percibir con nuestros sentidos. Por la fe, por ejemplo, sabemos que Cristo está realmente presente en la Eucaristía,
a pesar de que nuestros sentidos sólo perciban las especies del pan y
del vino. Cada vez que un cristiano ora, la oración tiene lugar dentro
de este ámbito de la fe.
Cuando me dirijo a Dios en la oración
vocal, sé que me está escuchando, aunque no sienta su presencia con mis
sentidos o mis emociones. Cuando lo alabo, le pregunto cosas, lo adoro,
le doy gracias, le pido perdón...en todas estas expresiones de oración,
por la fe (no necesariamente por mis sentidos o mis sentimientos) sé que
Dios está escuchando, se interesa y se preocupa. Si tratamos de
entender la oración cristiana fuera de esta atmósfera de fe, no vamos a
llegar a ninguna parte.
Teniendo esto en mente, echemos un vistazo a las tres formas en que Dios nos habla en la oración.
El don del consuelo.
En primer lugar, Dios puede hablarnos cuando nos otorga lo que los escritores espirituales llaman consuelo. A
través de él, toca el alma y le permite ser consolada y fortalecida con
la sensación de percibir su amor, su presencia, su bondad, su poder y
su belleza.
Este consuelo puede fluir directamente del
significado de las palabras de una oración vocal. Por ejemplo, cuando
rezo la famosa oración del beato Cardenal Newman «Guíame, luz amable»,
Dios puede aumentar mi esperanza y mi confianza, simplemente porque el
significado de las palabras, nutren y revitalizan mi conciencia del
poder y la bondad de Dios.
El consuelo también puede fluir desde la
reflexión y la meditación en la que nos involucramos cuando hacemos
oración mental. Al leer y reflexionar lentamente, la parábola del hijo
pródigo, por ejemplo, puedo sentir que mi alma se conforta con la imagen
del padre abrazando al hermano menor arrepentido. Esa imagen del amor
de Dios viene a mi mente y me da una renovada conciencia de la
misericordia y la bondad de Dios. ¡Dios es tan misericordioso!, me digo a
mí mismo y siento la calidez de su misericordia en mi corazón. Esa
imagen y esas ideas son mías en tanto surgen en mi mente, pero son de
Dios en la medida que surgieron en respuesta a mi reflexión de la
revelación de Dios, dentro de una atmósfera de fe.
O, en otra ocasión, puedo meditar el mismo
pasaje bíblico y ser trasladado a una profunda experiencia de dolor por
mis propios pecados: en la rebelión ingrata del hijo pródigo, veo una
imagen de mis propios pecados y rebeliones y siento repulsión por esto.
Una vez más, la idea de la fealdad del pecado, y el dolor por mis
pecados personales son mis propias ideas y sentimientos, pero son una
respuesta a la acción de Dios en mi mente en la medida en que Él va
guiando mi ojo mental para que perciba ciertos aspectos de su verdad
mientras lo escucho hablar a través de su Palabra revelada en la Biblia.
En cualquiera de estos casos, mi alma
vuelve a ser tocada y por tanto nutrida y consolada por la verdad de
quién es Dios para mí y quién soy yo para Él –es verdad que Dios le
habla a mi alma. Pero la distinción entre el hablar de Dios y mis
propias ideas no es tan clara como a veces nos gustaría que fuera. Él
realmente habla a través de las ideas que me llegan a medida que, en la
oración, yo vuelco mi atención hacia Él; habla dentro de mí a través de
las palabras que surgen en mi corazón cuando contemplo su Palabra.
Nutriendo los dones del Espíritu Santo.
En segundo lugar, Dios puede respondernos
en la oración incrementando los dones del Espíritu Santo en nuestra
alma: sabiduría, ciencia, entendimiento, piedad, temor de Dios,
fortaleza y consejo. Cada uno de estos dones nutre nuestros músculos espirituales,
por así decirlo, y juntos, desarrollan nuestras facultades espirituales
haciendo más fácil descubrir, apreciar y querer la voluntad de Dios en
nuestra vida, y llevarla a cabo. En pocas palabras, los dones mejoran
nuestra capacidad para creer, esperar y amar a Dios y a nuestro prójimo.
Entonces, cuando estoy dirigiéndome a Dios en la oración vocal o
tratando de conocerlo más profundamente a través de la oración mental, o
adorándolo a través de la oración litúrgica, la gracia de Dios toca mi
alma, nutriéndola mediante el aumento de la potencia de estos dones del
Espíritu Santo.
Dado que estos dones son espirituales y no
materiales, y que la gracia de Dios es espiritual, no siempre sentiré
que Dios me nutre. Puedo pasar 15 minutos leyendo y reflexionando sobre
la parábola del Buen Pastor sin tener ideas o sentimientos consoladores;
mi oración se siente seca. Pero eso no quiere decir que la gracia de
Dios no esté nutriendo mi alma y que no se estén fortaleciendo dentro de
mí los dones del Espíritu Santo.
Cuando tomo vitaminas (o me alimento con
brócoli) no siento que mis músculos estén creciendo, pero sé que esas
vitaminas están permitiendo el crecimiento. De igual manera, cuando
rezamos, sabemos que estamos entrando en contacto con la gracia de Dios,
con un Dios que nos ama y nos está haciendo santos. Cuando no
experimento el consuelo, puedo estar seguro que, como quiera, Dios está
trabajando en mi alma, fortaleciéndola con sus dones por medio de las
vitaminas espirituales que mi alma toma cada vez que, lleno de fe, entro
en contacto con Él. Pero esto lo sé sólo por la fe porque Dios, al
nutrirnos espiritualmente, no siempre envía consuelos sensibles. Es por
esto que el crecimiento espiritual depende de manera tan significativa
de nuestra perseverancia en la oración, independientemente de si
sentimos o no los consuelos.
Inspiraciones directas.
En tercer lugar, Dios puede hablar a
nuestra alma a través de palabras, ideas o inspiraciones que reconocemos
claramente como venidas de Él. Personalmente, tengo un vívido recuerdo de la primera vez que el pensamiento del sacerdocio me vino a la mente.
Ni siquiera era católico y nadie me había dicho que debería ser
sacerdote. Y, sin embargo, a raíz de una poderosa experiencia
espiritual, el pensamiento simplemente apareció en mi mente,
completamente formado con claridad convincente. Yo sabía, sin lugar a
duda, que la idea había venido directamente de Dios y que Él me hablaba
dándome una inspiración.
La mayoría de nosotros, aunque sean pocas
veces, hemos tenido algunas experiencias como ésta, cuando sabíamos que
Dios nos estaba diciendo algo específico, aun cuando sólo escucháramos
las palabras en nuestro corazón y no con nuestros oídos físicos. Dios
puede hablarnos de esta manera incluso cuando no estemos en oración,
pero una vida de oración madura hará nuestras almas más sensibles a
estas inspiraciones directas y creará más espacio para que, si así lo
desea, Dios nos hable directamente más seguido.
Jesús nos aseguró que cualquier
esfuerzo que hagamos por orar traerá la gracia a nuestras almas, ya sea
que lo sintamos o no: « Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y
se os abrirá .» (Mateo 7, 7-8). Pero al mismo tiempo, tenemos
siempre que recordar que debemos vivir toda nuestra vida, incluyendo
nuestra vida de oración, a la luz de nuestra fe, y no sólo de acuerdo
con lo que percibimos o sentimos. Tal como san Pablo dijo de manera tan
poderosa: «Caminamos en la fe, no en la visión...» (2 Corintios 5,7).
Cortesía de nuestro saliados y amigos: La Oración
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