Multitud de poetas medievales cantaron con
cincelados versos a la Madre Misericordiosa o de la misericordia. Pocas
advocaciones habrán sido más celebradas, ya que polarizó la atención y
súplica de los fieles deseosos de alcanzar por medio de la Virgen, el
perdón divino.
Por: Padre Andrés Molina Prieto | Fuente: http://www.mariologia.org
Deseo ocuparme y éste, y en otros posibles artículos de la imagen evangélica de la Virgen en los nuevos Prefacios marianos. Comienzo con un bellísimo formulario,
tomado de la colección "Misas de la Virgen María". Es el n1 39, llamado
Reina y Madre de misericordia. Los dos se ensamblan armónicamente en la
devoción popular hacia la Madre de Dios, como los dos rasgos
característicos que mejor configuran la semblanza de nuestra Señora. En el sencillo y breve análisis del Prefacio aparecen las razones doctrinales que justifican el doble título o advocación.
1. Riqueza de los títulos bíblicos y eucológicos
El
título o advocación de "Reina de misericordia" al que hacen referencia
la antífona de entrada y la Colecta alternativa, celebra conjuntamente
la bondad, la generosidad, la dignidad de la Virgen que, elevada al
cielo, cumple con su misión de rogar incesantemente a su Hijo por la
salvación de los hombres. He aquí el saludo inicial: Salve, Reina de
misericordia, Madre gloriosa de Cristo, consuelo de los penitentes y
esperanza de los pecadores. En cuanto a la segunda Colecta, que se
ofrece opcionalmente, su texto resulta bien elocuente: "Dios
misericordioso escucha las plegarias de tus hijos que, inclinados por el
peso de sus culpas, se convierten a ti e invocan tu clemencia. Movido
por ella enviaste a tu Hijo al mundo como Salvador y nos diste a la
Virgen Santa María como Reina de misericordia".
En
cuanto al mencionado título, recogido en la Colecta primera, Oración
sobre las Ofrendas y en el Prefacio, conviene aportar algún dato
histórico aclaratorio. Quien atribuyó por primera vez este título a la
Virgen fue -según parece- san Odón, abad benedictino de Cluny y fundador
del monasterio homónimo, fallecido el año 942. El título cuadraba con
entera razón a Santa María, porque dio a luz para nosotros a Jesucristo,
misericordia visible del invisible Dios misericordioso, y porque es
Madre espiritual de los fieles, llena de gracia y misericordia.
San
Lorenzo de Brindis, capuchino y doctor de la Iglesia (1559-1619),
hombre de amplia y profunda sabiduría bíblico-teológica, indaga con
unción las razones de este título llamado a María "Madre
misericordiosísima, Madre clementísima, Madre tiernísima y amantísima".
El formulario de esta Misa mariana gira sobre dos goznes de sólida base
doctrinal: Ella es Profetisa que ensalza la misericordia de Dios, y a
esta idea central alude el pasaje evangélico de la Visitación con el
cántico de Magnificat (Lc 1,39-55). Fue en esta ocasión cuando la Virgen
alabó por dos veces a Dios misericordioso: su misericordia llega a sus
fieles / de generación en generación (...)./ Auxilia a Israel su siervo /
acordándose de la misericordia. Por este motivo, los fieles desean
proclamar continuamente la misericordia de Dios para con la
bienaventurada Virgen María, como reza la Poscomunión.
El
segundo gozne está constituido por la afirmación principal del
Prefacio: La Virgen es la Mujer que ha experimentado la misericordia de
Dios de un modo único y privilegiado. Comentaremos enseguida esta
iluminadora enseñanza que nos hace celebrar con desbordante gozo el
título consolador de María, Madre de Misericordia, que desde el comienzo
del segundo milenio, pasó a la piedad popular y a la Liturgia. Multitud
de poetas medievales cantaron con cincelados versos a la Madre
Misericordiosa o de la misericordia. Pocas advocaciones habrán sido más
celebradas, ya que polarizó la atención y súplica de los fieles deseosos
de alcanzar por medio de la Virgen, el perdón divino.
2. El nucleo doctrinal del prefacio
Las
tres "estrofas" de esta pieza admirable nos revelan las excelencias
sobrenaturales de Nuestra Señora. Después del párrafo introductorio
común a todos los Prefacios, escuchamos como una triple cadencia las
exclamaciones gozosas de la Iglesia que celebra los divinos misterios:
Ella es Reina clemente, / que, habiendo experimentado tu misericordia /
de un modo único y privilegiado, / acoge a todos los que en ella se
refugian, / y los escucha cuando la invocan. / Ella es la Madre de la
misericordia, / atenta siempre a los ruegos de sus hijos, / para
impetrar indulgencia, / y obtenerles el perdón de los pecados. / Ella es
la dispensadora del amor divino, / la que ruega incesantemente por
nosotros / para que su gracia enriquezca nuestra pobreza / y su poder
fortalezca nuestra debilidad.
Hasta
aquí lo que podemos denominar el núcleo central que canta a la
bienaventurada Virgen María, Reina de piedad y Madre de misericordia
tanto en sentido objetivo como subjetivo. Si Ella es la Madre de
Jesucristo, la misericordia encarnada del Padre, María es la Madre de la
misericordia. Y si Dios quiso enriquecerla con la poderosa intercesión
haciéndola "Mediadora ante el Mediador", según la bella expresión de san
Bernardo, Ella es Madre misericordiosa. El eje diamantino del Prefacio
que cruza y vertebra todo el conjunto reside en las palabras clave de la
segunda estrofa: María ha experimentado la misericordia del Señor.
Consciente de ello prorrumpe ante Isabel en su éxtasis de amor
agradecido: "Mi alma proclama la grandeza del Señor. Se alegra mi
espíritu en Dios mi Salvador". El nuevo Prefacio se hace eco de las
enseñanzas de Juan Pablo II en su encíclica "Dives in misericordia"
(30-XI-1980) a la que pertenece este denso pasaje:
"María
es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina.
Sabe su precio y sabe cuán alto es. En este sentido la llamamos también
Madre de la Misericordia. En cada uno de estos títulos se encierra un
profundo significado teológico, porque expresan la preparación
particular de su alma, de toda su personalidad, descubriendo a través de
los complicados acontecimientos de Israel, y de todo hombre, y de la
humanidad entera después, aquella misericordia de la que por todas las
generaciones, nos hacemos partícipes, según el eterno designio de la
Santísima Trinidad. Los susodichos títulos que atribuimos a la Madre de
Dios nos hablan de Ella, por encima de todo, como Madre del Crucificado y
del Resucitado".
"Sin
duda María, y por María, experimentamos la misericordia divina, porque
en virtud del tacto singular de su corazón materno y de su
extraordinaria sensibilidad compasiva, posee una esencial actitud para
llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor
misericordioso de parte de una Madre".
Añade
como sugestiva apostilla el Pontífice: "Este es uno de los misterios
más grandes y vivificantes del cristianismo, tan íntimamente vinculado
con el misterio de la Encarnación" (DM, 9). Todas estas ideas
pontificias han sido incorporadas de manera sintética al texto del
Prefacio que venimos comentando. Ciertamente la importancia teológica y
doctrinal de sus contenidos deriva de las Fuentes Reveladas y de la
Sagrada Liturgia donde se verifica el aforismo "Lex orandi, lex
credendi": Se ora como se cree, y se cree como se ora. Pero la enseñanza
autoritativa de la Iglesia ilumina y enriquece con perfiles muy
acusados, el dato revelado.
3. Cristianos misericordiosos en el tercer milenio
En
la llamada Oración sobre las Ofrendas la Iglesia dice: "Al venerar a la
Virgen María Madre de Misericordia, concédenos ser misericordiosos con
nuestros hermanos". Esta petición desea corresponder al mandato de
Cristo en el Sermón del Monte: Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso (Mt 6,36). Quizá lo que más necesita la Iglesia, cuando
ha inaugurado ya el tercer milenio y el nuevo siglo XXI, sea de
cristianos misericordiosos que lleven a cabo el programa sobre las
virtudes evangélicas, propuesto por san Pablo a los fieles de Colosas:
Revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre,
magnanimidad (Col 3.12).
En
una sociedad cada vez más fría e indiferente, de escasos rasgos de
apertura a los demás, en los que predominan múltiples formas de
egocentrismo insolidario, urge que los discípulos de Jesús den unánime y
constante testimonio de caridad compasiva y comprensiva, es decir, de
fraternidad evangélica hacia todos los demás. El preámbulo de la
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual nos señala el camino:
"Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los
hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren,
son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre
resonancia en sus corazones" (GS, 1).
Esta
es la estampa genuina del cristiano en un nuevo siglo marcado por
increíbles avances técnicos y científicos, pero sellado al mismo tiempo
por vergonzosas lacras, zonas oscuras y humillantes servidumbres. La
Misa de la Virgen María, Reina y Madre de la misericordia, indica la
dirección de nuestros pasos de peregrinos, en la encrucijada incierta
que debe conducir a la civilización del amor. Otros equivocados rumbos
nos llevarían a un túnel sin salida. En la "Vida de María" -quizá la
primera históricamente- escrita por Máximo el Confesor a mediados del
siglo VII, se habla así de la bienaventurada Virgen: "Su misericordia no
era sólo para los parientes y los conocidos, sino también para los
extraños y los enemigos, porque era verdaderamente la Madre de la
Misericordia, la Madre del Misericordioso, la Madre de Aquel que por
nosotros se encarnó y fue Crucificado, para derramar sobre nosotros,
enemigos y rebeldes, su misericordia".
Y
san Andrés de Creta fallecido el año 740, ruega así a María: "Levanta
con la riqueza de tu misericordia mi alma, vuelta mísera por los
pecados, oh Madre de Dios". No olvidemos que la misericordia envuelve a
la Virgen María desde el punto de partida de su ser, total y
completamente. Toda su vida no cesa de recibir la plenitud de la
misericordia de Dios. Si acertamos a comprender cómo María es la mejor
obra de arte de esta misericordia, tendremos -de alguna forma- la llave
para penetrar en todas las misericordias del Padre y poder vivirlas.
Nos
conviene meditar mucho los textos evangélicos marianos de san Lucas.
Comprobaremos entonces que el Fiat (Hágase en mí) y el Magnificat
(proclama mi alma la grandeza del Señor) son la respuesta más perfecta
de María a las misericordias del Padre derramadas sobre Ella. El tema
del Magnificat es fundamentalmente el tema de amor del Padre hacia los
humildes y los pobres. Por ello Dios ha elegido para su designio
salvífico a una doncella pobre y humilde. María es la profetisa de la
misericordia del Padre y su más fiel icono después de Cristo.
San
Bernardo escribe: "María se ha hecho toda para todos y a todos abre el
seno de su misericordia a fin de que todos reciban la gracia que
necesitan: el esclavo, el rescate; el enfermo, la salud; el afligido, el
consuelo; y el pecador, el perdón". La mirada a María "Reina y Madre de
misericordia" nos lleva a lo que Juan Pablo II ha repetido con
insistencia: "María Santísima. Hija predilecta del Padre, se presenta
ante la mirada de los creyentes, como ejemplo de amor, tanto a Dios como
al prójimo".
María
es Reina y Madre de misericordia porque su mediación en favor de todos
los hombres está unida a su maternidad. Este carácter materno de su
mediación siempre subordina a la única mediación de Cristo, y siempre
participada, explica por qué, en cuanto Madre, coopera en la acción
salvífica del Hijo, Redentor del mundo. Y explica también por qué esta
maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar hasta
la consumación perpetua de todos los elegidos (LG, 62). Nuestros poetas
clásicos se hicieron eco de este poder intercesor de María capaz de
alcanzarnos la múltiple e infinita misericordia de Dios.
Oigamos
estos sentidos versos de Cristóbal de Cabrera: Quién podrá tanto
alabarte / según es tu merecer; / Quién sabrá tan bien loarte / que no
le falte saber; / pues que para nos valer / tanto vales / da remedio a
nuestros males. / ¡Oh Madre de Dios y hombre! / ¡Oh concierto de
concordia! / Tú que tienes por renombre / Madre de misericordia; / pues
para quitar discordia / tanto vales, / da remedio a nuestros males.