A partir de la muerte del Creador amado, la golondrina, peregrina alada, en un supremo homenaje de amor y ternura...
Por: Cuento popular | Fuente: salvadmereina.co.cr
Hace unos dos mil años, en una mañana clara y apacible, el sol difundía sus rayos benévolos sobre la región de Nazaret, en Galilea.
Algunos niños jugaban en un campo a la vera del camino que lleva a Jerusalén. En medio de la alegre y animada reunión se destacaba la figura atractiva y luminosa de un Niño Divino: Jesús, el hijo de José el carpintero y de María, el Salvador predicho por Zacarías, el Esperado desde hacía cuatro mil años por los patriarcas y profetas de Israel.
Ahí estaba, jugando también con los compañeros entre risas y exclamaciones de inocente y límpida felicidad. Estaban haciendo pequeños pajaritos con la arcilla del camino.
Los creativos dedos infantiles moldeaban a su gusto la cola, las alas, el pico y los ojos de las avecitas imaginadas. Los pájaros de barro parecían volar mientras se secaban, de alas abiertas, con el viento cálido del verano. Era sábado.
Un
austero anciano de cabeza cubierta y ropa gastada pasó por el camino
que lleva a Jerusalén, y al depararse con la ruidosa asamblea que seguía
despreocupadamente sus “trabajos”, gritó con voz dura:
–¡Niños, hoy no se permite hacer obras manuales!
El estupor se asomó en los rostros cándidos de los “escultores”… Sin esperar respuesta, el rígido adepto a la ley mosaica, lleno de acidez, levantó amenazante un tosco bastón y se acercó para convertir en añicos las gráciles figuras.
Entonces Jesús, el hijo de María, se incorporó y batió palmas sobre las aves de barro.
¡Oh, milagro conmovedor!
Las figuras cobraron vida y color, elevaron un vuelo ágil y presuroso y se perdieron de vista en el azul del firmamento.
Después de aquel día feliz, todas las golondrinas –que de ellas contamos la historia–, fieles al recuerdo de su encantador origen, protegidas y bendecidas por Jesús, fabrican sus nidos de arcilla bajo el tejado de las casas.
Son símbolo de bendición y prosperidad en los lugares que habitan.
* * *
Cuando Jesús exangüe subió hasta lo alto del Calvario en el trágico día de Viernes Santo, y mientras pavorosas tinieblas tomaban cuenta del universo, las humildes y agradecidas golondrinas, formando una bandada reverente y compasiva, llegaron para arrancar con sus piquitos delicados las espinas que teñían de sangre la frente adorable y sagrada del Maestro, el arrebatador Niño del camino de Nazaret que hacía casi treinta años atrás, en un impulso sublime y divino, las había creado…
Y a partir de la muerte de Jesús, el Creador amado, la golondrina, peregrina alada, en un supremo homenaje de amor y ternura, luce con noble y distinguida ufanía su oscuro manto de luto.