ROMA, martes, 15 enero 2008 (ZENIT.org).- El médico debe preparar al enfermo incurable para la muerte, evitando cualquier «conjura de silencio» y anunciando siempre que sea posible la «vida que no muere», afirmó el obispo Elio Sgreccia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida, al intervenir en un congreso celebrado en Roma sobre «Depresión y cáncer».
El congreso se celebró el pasado 10 de diciembre en el centro de congresos IFO. En el mismo, la profesora Paola Muti, directora científica del «Istituto Regina Elena» (IRE), de Roma, afirmó que la depresión es un aspecto bastante común en los pacientes oncológicos aunque numerosos estudios demuestran que se minusvalora, no se diagnostica correctamente o no se trata porque algunos de sus síntomas se atribuyen a la patología o a las terapias aplicadas.
Según los datos aportados, cerca del 40% de los enfermos oncológicos sufren de depresión mientras que sólo el 2% recibe el tratamiento adecuado.
Datos alarmantes si se piensa que sólo en 2007 en Italia, por cada cien mil habitantes, se efectuaron cerca de 6.500 nuevas diagnosis de cáncer, y que un total de 1,7 millones sufren esta enfermedad.
En su intervención, monseñor Sgreccia habló de la información al enfermo incurable como comunicación de la verdad no sólo clínica sino existencial.
Esta tarea, según el prelado, se ha hecho más difícil por el rechazo de la verdad de la muerte y de la enfermedad incurable en una «sociedad marcada por la productividad y el bienestar material».
Monseñor Sgreccia afirmó que el propio itinerario vital influye en el enfoque de la muerte: un individuo sano que no logra aceptar, «reconciliarse» con el pensamiento de la muerte puede incluso desarrollar «trastornos de personalidad».
Del mismo modo, precisó, «un médico o un psicólogo que no han realizado este paso interior, no saben tratar con el moribundo porque ponen en acción mecanismos de autodefensa que la mayoría de las veces son fuga, agresividad, o búsqueda de éxito a cualquier precio, algo que lleva al encarnizamiento terapéutico».
Hablando de la necesidad de un correcto enfoque comunicativo por parte de los médicos, Sgreccia alabó el modelo de «apertura individualizada», que se realiza como «una declaración de amistad», que se funda en el derecho a la información del paciente y compromete al médico al acompañamiento del enfermo.
Monseñor Sgreccia se mostró contrario a cualquier «conjura de silencio» que «impide al paciente prepararse para el desprendimiento y la muerte», y animó a evitar toda comunicación drástica, subrayando el deber del médico de «evitar la mentira» y dar siempre «garantía de esperanza y asistencia».
Al mismo tiempo, añadió, pueden darse circunstancias que «por respeto del bien del paciente mismo, pueden inducir a callar la gravedad de la enfermedad, cuando se pueda presumir una fragilidad psíquica en el sujeto tal que lo induzca al suicidio» o «cuando el paciente haya invocado el derecho de no saber».
Es necesario siempre que el médico tenga en cuenta en su estrategia de comunicación la situación emotiva y las diversas fases psicológicas por las que pasa el enfermo, subrayó el prelado. Y añadió que «es necesario que la verdad clínica se articule positivamente con las verdades antropológicas, con el sentido global de la vida».
«El esfuerzo mayor está en presentar esta verdad en sentido salvífico», en construir un itinerario con el paciente durante la enfermedad y en «proponer, donde sea posible, el anuncio de la vida que no muere y la revelación de Cristo muerto y resucitado, presente y operante en cada hombre que sufre».
En este sentido, el prelado subrayó el valor salvífico del sufrimiento y la importancia del acompañamiento del enfermo en la fase terminal de la vida: «El moribundo aporta madurez y valor incluso a quienes están a su lado», «se convierte en un maestro de vida».
Además, añadió, «todos los actos de amor que nos han sido donados los llevamos con nosotros. Nuestra vida espiritual no desaparece sino que florece, se enriquece en la eternidad».
Citando algunos pasajes de la encíclica «Spe salvi», el arzobispo Sgreccia afirmó que «la calidad de la humanidad se determina esencialmente en su relación con el sufrimiento y con el que sufre» y que «una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y que no es capaz de contribuir mediante la compasión a hacer que el sufrimiento sea compartido y soportado incluso interiormente es una sociedad cruel e inhumana».
«Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo», afirma Benedicto XVI en su última encíclica (n. 39).
La «ciencia empírica, con sus medios, queda fuera del acto de morir», que es un «momento que escapa al médico», mientras que «el hombre sabe que muere a través de una consciencia espiritual», indicó Sgreccia.
«El sentido de la agonía es esta apertura a la eternidad --explicó el arzobispo--. La agonía se convierte en «victoria sobre la inmanencia», en aquel instante en el que el presente y la eternidad se tocan, y donde «el tiempo que falta encuentra sentido en esta trascendencia».
Por esto, concluyó monseñor Sgreccia, es necesario el «anuncio de la muerte en clave salvífica y escatológica» sin descuidar el deber de una correcta información, imprescindible desde el punto de vista de la piedad cristiana.
Por Mirko Testa, traducido del italiano por Nieves San Martín
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