Una curación inexplicable acercó a Juan al cristianismo «Hay muchos maestros, pero sólo Jesús ha muerto por los hombres», destaca este joven valenciano. A los 8 años, un lama tocaba a su puerta. A los 15, ya era maestro. A los
Pablo J. Ginés Rodríguez
Periodista Digital
Desde los 8 años
«Sin ser budista, a los siete años, por las noches, ya meditaba y repetía oraciones budistas, sentado en posición del loto», explica Juan, un valenciano de 26 años que acaba de entrar en un seminario levantino.
«Cuando yo tenía 8 años, llegó a casa un lama tibetano. Dijo que yo podía ser la reencarnación de un lama, un maestro ermitaño tibetano del siglo IV llamado Tan-ñon-Gon-Chen-Tulku-Rimpoché. Mis padres, católicos no practicantes, sólo sabían del budismo que no era una religión oscura. Decidieron darme una formación paralela, discreta, sin publicitar mi caso», relata.
Por las mañanas Juan iba a un colegio salesiano. Por las tardes tenía dos tutores, lamas budistas de
«Me formaron para ser lama, es decir, maestro. Mucha meditación, enseñanzas budistas y también artes marciales. Estudié tai-chi, kung-fu y aikido con un sacerdote taoísta. De él aprendí el taoísmo como filosofía, pero no como religión, porque yo era budista», especifica Juan.
A los 15 años le nombraron oficialmente lama. Al ser la reencarnación de un lama sanador, a menudo le llevaban a rezar por personas enfermas.
«Hace unos cinco años, un matrimonio hindú vino con su hija a Barcelona, donde yo vivía entonces. La niña tenía una dolencia que no sabían cómo combatir. Traían todo tipo de informes médicos, psiquiátricos, neurológicos... nada respondía a su caso, que tenía una causa espiritual. Durante 13 horas la traté según el ritual budista sin conseguir nada.
En el seminario
Entonces, la madre habló en español –lengua que no conocía– y dijo: ¡En el nombre de Jesús libera a mi hija! Madre e hija cayeron inconscientes. Al despertar la niña estaba perfectamente, sanada, y la madre no recordaba haber dicho nada. Aquello me impactó».
Juan sólo conocía a Jesús de las clases de los salesianos, un sabio como otros; sus milagros eran sólo cuentos. «Salí a pasear, a reflexionar, con mi túnica azafrán. Un mendigo me llamó, me dio un libro y me dijo: ¡ábrelo!. Era
Unos capuchinos le enseñaron lo básico de la fe. «Me impactó el Dios Padre de Jesús, su amor. Y el testimonio de Jesús en la Pasión, su coraje, su entrega. Hay muchos maestros, pero sólo Jesús ha muerto por nosotros», señala con vehemencia.
Hizo ejercicios espirituales con los jesuitas y fue voluntario con los enfermos del Cottolengo de Barcelona. «Después me hablaron de un seminario que parecía muy serio. Un médico amigo mío, diácono permanente, me preparó una cita con el obispo y así entré. ¿Mi vocación es diocesana o monástica? Aún no lo sé, pero en el silencio y el estudio del seminario pienso descubrirlo».
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