Miguel Aranguren
ALBA
Aprender a ser ricos y pobres
Lástima que las dificultades no nos hagan más reflexivos, que de tiempos de pruebas y apreturas no saquemos enseñanzas para el resto de los días. Hablo de la crisis, claro, de esa hucha vacía y esa cola de acreedores a la puerta de casa. Vienen a por la televisión de plasma, a por el sillón que da masajes, a por los altavoces del ipod, a por la bodega que hemos ido fraguando en
Sin duda, hay que aprender a ser ricos de igual forma que hay que aprender a ser pobres. El rico, si quiere que la dicha dure y hasta se multiplique, necesita el recato y la buena administración. El pobre, si no desea ulcerarse de inquina, precisa recordar muchas veces que Zamora no se ganó en una hora y que vale más la dignidad de un trabajo honrado que la fortuna lograda con malas artes. En fin, vanos consejos para una España en la que la sabiduría popular ha trocado por la ostentación, que envidia la suerte del millonario sospechoso y abre la boca –estúpidamente asombrada– ante la eslora de los yates que atracan en el puerto de Palma.
Tal vez en estos momentos de crisis económica, social y moral, sea bueno recordar que los cementerios revientan de ricos a los que la fortuna no les libró de la sentencia inexorable del tiempo y de pobres a los que ese mismo tiempo sí que libró de los padecimientos y
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