sábado, 29 de agosto de 2009

Cardenal Bertone: Benedicto XVI no da "marcha atrás" en el Vaticano II


Responde a rumores circulados en la prensa


CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 27 agosto 2009 (ZENIT.org).-

El colaborador más cercano de Benedicto XVI ha desmentido los rumores promovidos por medios de comunicación que aseguran su intención de dar "marcha atrás" en el camino de aplicación del Concilio Vaticano II.

El cardenal Tarcisio Bertone S.D.B., secretario de Estado, en una entrevista concedida a la edición italiana de "L'Osservatore Romano" del 28 de agosto, aclara debates surgidos por revelaciones de supuestos documentos, desmentidos por la Santa Sede, interpretados como una vuelta atrás por parte del Papa, sobre todo en materia litúrgica.

"Para comprender las intenciones y la acción de gobierno de Benedicto XVI es necesario remontarse a su historia personal --una experiencia variada que le ha permitido pasar por la Iglesia conciliar como auténtico protagonista-- y, una vez elegido Papa, al discurso de inauguración del pontificado, al que dirigió a la Curia Romana el 22 de diciembre de 2005 y a los actos precisos que ha querido y firmado (en ocasiones pacientemente explicados)", comienza diciendo el purpurado.

"Las demás elucubraciones y rumores sobre presuntos documentos de marcha atrás son pura invención, según un cliché presentado continuamente con obstinación".

El cardenal cita "algunas instancias del Concilio Vaticano II que el Papa ha promovido constantemente con inteligencia y profundidad de pensamiento".

En particular, "la relación más comprensiva instaurada con las Iglesias ortodoxas y orientales, el diálogo con el judaísmo y con el islam, con una recíproca atracción, que han suscitado respuestas y profundizaciones como nunca antes se habían registrado, purificando la memoria y abriéndose a las riquezas del otro".

"Y, además, me agrada subrayar la relación directa y fraterna, así como paterna, con todos los miembros del colegio episcopal en las visitas ad limina y en las demás numerosas ocasiones de contacto".

"Hay que recordar la práctica que ha emprendido de intervenciones libres en las asamblea de los Sínodos de los Obispos con respuestas puntuales y reflexiones del mismo pontífice".

"No olvidemos tampoco el contacto directo instaurado con los superiores de los dicasterios de la Curia Romana con los que ha restablecido periódicos encuentros de audiencia".

La reforma, una cuestión de corazón

Por lo que se refiere a la "reforma de la Iglesia" el cardenal considera "que es sobre todo una cuestión de interioridad y santidad".

Por este motivo, asegura, el Papa se concentra en recordar "la fuente de la Palabra de Dios, la ley evangélica y el corazón de la vida de la Iglesia: Jesús, el Señor conocido, amado, adorado e imitado".

Por este motivo está preparado en estos momentos el segundo volumen de su libro "Jesús de Nazaret".

Por lo que se refiere a las intervenciones del Papa sobre la Curia Romana, el cardenal explica que, en lo que lleva de pontificado, Benedicto XVI "ha realizado setenta nombramientos de superiores de los diferentes dicasterios" vaticanos, sin contar a obispos y nuncios en el mundo.

En este sentido, anuncia para muy pronto "nombramientos importantes" en los que estarán representadas "las nuevas Iglesias: África ya ha ofrecido y ofrecerá excelentes candidatos", afirma.

El purpurado advierte ante el error de atribuir al Papa todos los problemas que experimenta la Iglesia en el mundo y todas las declaraciones de sus representantes.

"Una correcta información exige que se atribuya a cada quien ('unicuique suum') la propria responsabilidad por los hechos y las palabras, sobre todo cuando éstos contradicen abiertamente las enseñanzas y los ejemplos del Papa", recuerda a los periodistas.

sábado, 22 de agosto de 2009

Antiguo subsecretario de la ONU analiza "Caritas in veritate"


Giandomenico Picco


CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 22 de agosto de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el análisis de la "Caritas in veritate" presentado en las páginas de "L'Osservatorio Romano", diario de la Santa Sede, por Giandomenico Picco, antiguo subsecretario general de las Naciones Unidas.


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El Estado - nación moderno, que nació con el tratado de Westfalia en 1648 y quedó plasmado por las revoluciones americana y francesa, ha tenido siempre un arma secreta: el concepto de identidad en singular. El historiador estadounidense Arthur Schlesinger decía que nuestro intelecto no está estructurado para imaginar las múltiples posibilidades del futuro. En realidad era difícil imaginar la globalización tal como se ha desarrollado en los últimos decenios: ha cambiado el concepto de vecino, entendido como quien puede ejercer un impacto positivo o negativo en la vida de cada uno. En efecto, hoy las acciones de quien vive en otros continentes pueden influir en nuestra cotidianidad, mientras que cuando era niño mi concepto de vecino eran la Carintia austríaca, la Eslovenia entonces yugoslava y el Véneto.

La Caritas in veritate subraya que la globalización "nos hace más cercanos, pero no más hermanos" (n. 19). En mi recorrido entre pueblos con guerra y terrorismo, el concepto de comunicación y diálogo, de convivencia e incluso amistad -independientemente de la diversidad de las culturas- parecía y era realizable; pero tengo que admitir que el concepto de fraternidad no figuraba entre los objetivos de ninguna negociación, oficial o no oficial. Lo explica poco después la propia encíclica: la razón es capaz de establecer "una convivencia", pero no "la fraternidad" (ib.).

En los ojos -la única parte del rostro que podía ver- del libanés enmascarado que, de noche, me había encapuchado y llevado por las calles de Beirut, buscaba algo humano que nos uniera. En aquella ocasión me habría sido útil tener en la mente otras palabras de la encíclica, muy queridas para el Papa Benedicto: que "la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano" (n. 56).
En la Caritas in veritate he encontrado semillas de una visión del futuro orden internacional que son propias también de mi modo de leer la realidad y de mi historia personal multicultural de hijo de zonas colindantes y operario de la mediación entre gentes en conflicto. La referencia a los límites del Estado en el mundo globalizado (cf. n. 24), y más aún la afirmación de que "no es necesario que el Estado tenga las mismas características en todos los sitios" (n. 41), abren las puertas a una visión que me atrevería a llamar postwestfaliana del Estado - nación.

En el sistema que veo emerger, cada actor es más fuerte y al mismo tiempo más débil que hace una treintena de años, como efecto de interrelaciones e interdependencias inimaginables en el pasado. La posibilidad de que cada proyecto nacional tenga una duración de vida diferente de otros y que luego se disipe es plausible: para algunos Estados - nación tal proyecto podría estar próximo a la conclusión.

El Papa alude a una autoridad política mundial que no existe todavía, pero también al papel de los individuos y de los grupos no gubernativos, no elegidos, como actores de la sociedad internacional que está emergiendo. ¿Son, quizá, alusiones a la germinación de los primeros elementos de democracia directa en una sociedad mundial en la que también el individuo tiene en sus manos más instrumentos que nunca para comunicar su propia voluntad y sus opiniones más allá de los sistemas de representatividad indirecta?

La encíclica sostiene el concepto de "responsabilidad de proteger" (n. 67) a los ciudadanos de cualquier país de genocidio, crímenes de guerra, limpiezas étnicas y crímenes contra la humanidad, aunque los respectivos Estados no sean capaces de hacerlo: esta es la nueva frontera del derecho internacional, que va mucho más allá de Westfalia. Todavía más importante en las alusiones al futuro orden del mundo es la llamada a liberarnos de aquellas ideologías "que con frecuencia simplifican de manera artificiosa la realidad" (n. 22). Una esperanza que encuentra hoy, en varias partes del mundo, una fuerte resistencia debida quizá al miedo que ha provocado de hecho en muchos la nueva complejidad de un mundo globalizado.

Fundamentalismos de orígenes diversos están presentes, por desgracia, en varios países y con ellos la arrogancia de la ignorancia esparce aún las semillas del enfrentamiento y del conflicto. El número de las variables que deben tener en cuenta los gestores del mundo ha aumentado en los últimos veinte años y la tentación de refugiarse en teorías simplistas se alimenta de sentimientos ancestrales. A esto la encíclica responde: "La esperanza sostiene a la razón y le da fuerza para orientar la voluntad" (n. 34). De aquí nace la necesidad de generar esperanza.
Benedicto XVI auspicia también una reforma del sistema de las Naciones Unidas y de las estructuras económicas y financieras internacionales. Espero que esto no se realice sólo a nivel numérico: un Consejo de seguridad muy ampliado, por ejemplo, sería una reforma modesta y podría incluso reducir su eficacia. Lo que convendría reformar debería ser más bien el método de trabajo de los distintos órganos de las Naciones Unidas.

"La unidad de la familia humana no anula de por sí a las personas, los pueblos o las culturas, sino que los hace más transparentes los unos con los otros, más unidos en su legítima diversidad" (n. 53), afirma la Caritas in veritate, sobreentendiendo tal vez un modo de leer la identidad de manera diversa. La globalización está minando lentamente lo que Amartya Sen llama "la ilusión de la identidad obligada" (choiceless identity), el arma secreta del Estado - nación. El surgimiento de la identidad múltiple, en mi opinión, no sólo cambiará el sistema internacional, sino también el propio Estado - nación y hará más realizable el concepto de familia humana. Entonces, quizá, tendremos líderes que sabrán ser tales incluso sin necesidad de un enemigo.

domingo, 16 de agosto de 2009

Cardenal Bertone: "Caritas in veritate" se dirige a creyentes y no creyentes


header_original_modPues se basa en la ley natural

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 28 julio 2009 (ZENIT.org).-

"Caritas in veritate" se dirige a creyentes y no creyentes pues se fundamenta en la ley natural, explicó el colaborador más cercano de Benedicto XVI al presentar este martes la nueva encíclica ante el Senado de la República Italiana.

El cardenal Tarcisio Bertone S.D.B., secretario de Estado, quien el miércoles pasado había trabajado en esta presentación con el Papa en Les Combes, explicó que el pontífice ha logrado este objetivo al unir íntimamente los dos términos del título: "caritas" y "veritas", el amor y la verdad.

"El Santo Padre nos permite comprender que estas dos realidades fundamentales no son extrínsecas al hombre o impuestas en nombre de una visión ideológica, sino que están profundamente arraigadas en la persona humana", aseguró el purpurado.

Por eso, indicó, "esta realidad no sólo es testimoniada por la Revelación bíblica, sino que puede ser comprendida por todo hombre de buena voluntad que utiliza rectamente su razón al reflexionar sobre sí mismo".

Es decir, según explicó, las propuestas que el Papa hace en su encíclica se basan en la ley natural, che, según el número 1954 del Catecismo de la Iglesia Católica, "expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira".

En este sentido el purpurado puso en íntima relación la nueva encíclica con el documento recientemente publicado (por el momento en francés e italiano) por la Comisión Teológica Internacional con el título "En busca de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural".

Este texto, que había sido comenzado bajo el impulso del cardenal Joseph Ratzinger, cuando era presidente de la Comisión Teológica, documenta lo que Benedicto XVI explicó en su discurso del 18 de abril de 2008 ante la asamblea general de la ONU.

Los derechos humanos, dijo en esa ocasión, "encuentran su fundamento en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones".

"Arrancar los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos", añadió el pontífice en su discurso al "palacio de cristal" en Nueva York.

Según ha explicado en el Senado italiano el cardenal Bertone, el nuevo documento de la Comisión Teológica Internacional "ilustra precisamente cómo la verdad y el amor son exigencias esenciales de todo hombre, profundamente arraigadas en su ser".

"En su busca del bien moral, la persona humana se pone a la escucha de lo que es y toma conciencia de las inclinaciones fundamentales de su naturaleza, que mueven al hombre hacia bienes necesarios para su realización moral", aclaró.

El hombre, añadió, está hecho por tanto para conocer "la verdad en toda su amplitud, es decir, no se limita a adquirir conocimientos técnicos para dominar la realidad material, sino que se abre hasta encontrar al Trascendente, y vivir plenamente la dimensión interpersonal del amor, principio no sólo de las micro-relaciones --relaciones de amistad, de familia, de grupo-- sino también las macro-relaciones --relaciones sociales, económicas, políticas--".

"Precisamente la 'veritas' y la 'caritas' nos indican las exigencias de la ley natural que Benedicto XVI presenta como criterio fundamental de la reflexión de orden moral sobre la actual realidad socio-económica", explicó su colaborador.

Por eso, señaló el cardenal, "la propuesta de la encíclica no es ni de carácter ideológico ni se reserva para quien comparte la fe en la Revelación divina, sino que se fundamenta en realidades antropológicas fundamentales, como son precisamente la verdad y la caridad".


sábado, 8 de agosto de 2009

Pronunciar un gran "sí"




Una pregunta a quemarropa

Era un día cualquiera, un poco plomizo y pesado, al final del trabajo de la mañana. Casi había metido la llave en la puerta de casa, cuando un desconocido –un hombre de mediana edad– me interpeló:

— ¿Me permite una pregunta?

— Por supuesto.

(Pasaba bastante gente e intenté concentrarme, mientras pedía luces para acertar).

— ¿Qué pasa cuando el cielo se nubla, y no se ve nada en el horizonte? ¿Es que Dios ya no existe?

Le expliqué algo que cualquiera que haya viajado en avión ha podido comprobar: por encima de la tormenta, sigue luciendo el sol y las nubes se quedan abajo, como una alfombra. Y lo que decía C.S. Lewis: el dolor es la sombra de Dios en la creación.

Le aconsejé acudir a la oración y seguir poniendo los medios humanos, con la seguridad de que Dios siempre sigue ahí.

Y, tras unos instantes, resumió:

— Entonces, ¿quiere usted decir que hay que confiar?

Le dije que así lo pensaba, porque si no hubiera luz no existirían las sombras.



El gran endiosamiento humano


En varias ocasiones he recordado ese suceso y a su protagonista. Una de esas veces fue hace dos años, en octubre de 2006, al leer el discurso que Benedicto XVI dirigió a la asamblea eclesial italiana, reunida en Verona. Les dijo que la resurrección de Jesucristo fue "como una explosión de luz, una explosión de amor que rompió las cadenas del pecado y de la muerte". Así inauguró una nueva vida y un mundo nuevo que penetra el nuestro, para transformarlo y atraerlo hacia Dios. Es lo que acontece a través de la Iglesia, a la que nos incorporamos por el bautismo. Ahí mi "yo" queda insertado en la vida de Cristo. Con una expresión que el Papa ha usado en diversas ocasiones, el yo de cada uno, sin perder su personalidad, se transforma en el "nosotros" de la fe, portador de la alegría y la esperanza para el mundo.

Después el Papa volvía la mirada a nuestra situación actual, que vive las consecuencias de la Ilustración (el laicismo y el individualismo, el relativismo y el utilitarismo). En este ambiente los cristianos no podemos encerrarnos, sino que hemos de abrirnos con confianza, iluminando y vivificando con la fe tantas energías que pueden contribuir al crecimiento cultural y moral de la sociedad. Hemos de llevar a cabo esa tarea por medio del testimonio concreto de la fe en la vida diaria –señalaba Benedicto XVI–, sin perder de vista la relación entre la propuesta del Evangelio y las preocupaciones y aspiraciones más íntimas de las personas. Y enumeraba: la vida afectiva y la familia, el trabajo y la fiesta, la educación y la cultura, las situaciones de pobreza y de enfermedad, los deberes y las responsabilidades de la vida social y política.

Y así llegaba a la expresión que da título a estas líneas. Si los cristianos damos el testimonio de nuestra fe en la vida diaria, si unimos el Evangelio con las aspiraciones de la gente, se manifestará sobre todo "el gran 'sí' que en Jesucristo Dios dijo al hombre y a su vida, al amor humano, a nuestra libertad y a nuestra inteligencia". Se mostrará que la fe trae la alegría al mundo, que el cristianismo está abierto a todo lo justo, verdadero y puro de la existencia y de las culturas, como decía San Pablo. Por tanto, también al progreso científico y tecnológico actual, a los derechos humanos, la libertad religiosa y la democracia.



Una negación del hombre

Pero –observaba el Papa– ese "gran sí" de la fe, que es signo e instrumento del gran sí de Cristo, no significa ser ingenuos ante el error, el mal y la injusticia. Al lado de la luz surgen las sombras. Decir que sí a todo lo verdadero y todo lo noble implica saber decir también que "no" a los aspectos de la cultura ambiente que son incompatibles con el Evangelio. Y no por miedo o desconfianza, sino al contrario: precisamente por la confianza en que el Dios de la razón y la sabiduría es el mismo que ama al hombre y pone un límite al mal y a la injusticia. En cierto sentido "se pone contra sí mismo": su amor y su justicia aceptan asumir el enorme desamor y la tremenda injusticia de la Cruz para Jesús, transformando el mayor mal en el mayor bien. Por eso la Cruz "es el 'sí' extremo de Dios al hombre, la expresión suprema de su amor y el manantial de la vida plena y perfecta".

Esta fe que se apoya en el sufrimiento, esta unión entre la verdad y el amor, la comprendieron los primeros cristianos y fue motor de la primera evangelización: "La fuerte unidad que se realizó en la Iglesia de los primeros siglos entre una fe amiga de la inteligencia y una praxis de vida caracterizada por el amor mutuo y por la atención solícita a los pobres y a los que sufrían, hizo posible la primera gran expansión misionera del cristianismo en el mundo helenístico-romano". Ese fue también el impulso principal en los posteriores contextos culturales y situaciones históricas.

Y concluía: "Este sigue siendo el camino real para la evangelización". Ese "testimonio de la caridad" que se apoya en el gran "sí" de la fe, es también el camino tanto para la educación de las personas como para la acción pública y política, que corresponde no a la Iglesia como institución, sino a los cristianos laicos.

En esta perspectiva del "sí" ha venido situándose Benedicto XVI, sobre todo en sus encuentros con los jóvenes, en su viajes a Valencia y Colonia, Estados Unidos y Sidney, por citar algunos más significativos.

En efecto, la luz es antes que las tinieblas, y, por eso, la luz es siempre joven.


sábado, 1 de agosto de 2009

Un laico presenta la "Caritas in veritate"


Por el rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Pedro P. Rosso


SANTIAGO, sábado, 25 julio 2009 (ZENIT.org).-Publicamos la presentación de la encíclcia "Caritas in veritate" expuesta por el rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Pedro P. Rosso, el pasado 23 de julio en el Salón de Honor de la Casa Central de esa Universidad.


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Señor Cardenal,
Señor Presidente de la Conferencia Episcopal,
Señores Obispos,
Señoras y señores:


Agradezco al Comité Permanente la invitación a comentar, desde la perspectiva de un laico, la encíclica Caritas in veritate del Santo Padre Benedicto XVI. Se trata de un documento en el cual el Papa se refiere al desarrollo humano integral y a los diversos aspectos sociales, culturales, económicos y políticos relacionados con esta materia.

Es una encíclica notable por su actualidad y originalidad, que nos ayuda a comprender mejor el mundo en que vivimos y nos invita a reflexionar, desde la fe, sobre nuestra propia actitud hacia la vida y hacia todo lo que afecta a la familia humana. Además, nos ofrece el deleite adicional de ser escrita con la prosa clara, fluida, e incluso poética, propia del Santo Padre.

Los temas tratados son tantos que una simple mención de cada uno de ellos demandaría un tiempo muy superior al que disponemos. Por otra parte, varios son técnicamente complejos y, por lo mismo, especializados, lo que me ha impedido abordarlos con algún grado de profundidad. Ante estas dificultades objetivas, me ha parecido más prudente optar por una presentación enfocada en un análisis general de la nueva encíclica, intentando expresar su esencia y sus alcances pastorales.

En primer término, quisiera dirigirme a los laicos presentes para decirles que Caritas in veritate es una lectura imprescindible. No sólo porque se trata de un documento que enriquece significativamente el corpus de la doctrina social de la Iglesia, sino porque las reseñas de la misma publicadas por los medios de comunicación están muy lejos de reflejar lo que realmente es.

Lo anterior se explica por los elementos de complejidad y variedad temática a los que aludí anteriormente. Pocos medios escritos han intentado abarcar la encíclica en su totalidad, limitándose, la gran mayoría de ellos, a destacar uno o dos aspectos que consideran relevantes y de mayor interés para un público amplio. Como resultado, a través de ellos es muy difícil captar el fondo del mensaje que Benedicto XVI nos entrega en su nueva encíclica.

Por mi parte, cuando supe que el Santo Padre estaba preparando una "encíclica social" quedé algo sorprendido, porque pensaba que habiendo dedicado su primera encíclica a la caridad y la segunda a la esperanza, en su tercera hablaría de la fe, completando así un ciclo de enseñanzas dedicado a las virtudes teologales.

Efectivamente, Caritas in veritate es una encíclica social, pero considero que su mensaje rebasa ampliamente ese ámbito, por cuanto interpela en forma directa a los cristianos respecto a cómo estamos viviendo nuestra fe. El Papa logra este propósito enfrentándonos con el problema del desarrollo y preguntándonos sutilmente ¿qué has hecho por tu hermano? Al mismo tiempo, con convicción y esperanza nos señala que la construcción de un mundo mejor es una tarea que sólo podremos realizar si somos capaces de transmitir el amor y la verdad de Cristo.

La estructura de la encíclica consiste en una introducción, donde Benedicto XVI describe su visión del desarrollo humano, a la que siguen seis capítulos y una conclusión. En el primero de estos capítulos, el Santo Padre evoca la encíclica Populorum progressio del Papa Pablo VI, cuya clave es la reafirmación del Evangelio para la construcción de una sociedad más humana, fundada en la libertad y en la justicia.

A ese respecto, Benedicto XVI enfatiza que: "la fe cristiana se ocupa del desarrollo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder, sino sólo desde Jesucristo". Nos dice el Papa que las principales causas del subdesarrollo no son de índole material. Ellas surgen como una consecuencia de la falta de fraternidad entre las personas y entre los pueblos. El Evangelio de Cristo, en cambio, aporta la dimensión esencial de la fraternidad humana y cristiana, que sí propicia el verdadero desarrollo de todos, sin hacer distingos. Más aún, citando a Gaudium et spes, el Pontífice nos enseña que: "El Evangelio es un elemento fundamental del desarrollo porque, en él, Cristo, «en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre»".

El capítulo siguiente se refiere al desarrollo humano en el tiempo actual. Una de sus ideas centrales es que el beneficio material, como objetivo exclusivo, es la mayor fuerza antagónica al auténtico desarrollo humano. Al respecto, Benedicto XVI afirma que si el bien común no es el fin último buscado por la sociedad, cualquier otro beneficio corre el riesgo incluso de destruir riqueza y de generar pobreza. Enumera, entonces, algunas de las que denomina desviaciones y problemas dramáticos que esto ha causado, incluyendo la actividad financiera preferentemente especulativa, los flujos migratorios provocados y después mal gestionados y la explotación ilimitada de los recursos naturales. Frente a estos problemas el Santo Padre propone una nueva síntesis humanista, inspirada por los valores cristianos.

Con esa finalidad es necesario aprovechar las posibilidades de interacción cultural y social que abren oportunidades de diálogo y encuentro, nos dice el Pontífice, evitando el doble riesgo del eclecticismo cultural o, aún peor, de rebajar la propia cultura y homologar estilos de vida.

El Papa analiza también el escándalo que implica la situación de hambre que afecta a millones de seres humanos y afirma que el respeto por la vida humana -por toda vida humana y por toda la vida- no puede desligarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos. Al respecto declara que: "Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre".

Finalmente, aborda la negación del derecho a la libertad religiosa. En este punto se refiere a las luchas y persecuciones provocadas por el fanatismo religioso y a la promoción de la indiferencia religiosa y del ateísmo práctico que ocurre en muchos países, especialmente aquellos más industrializados, donde el "superdesarrollo" material coexiste con el "subdesarrollo moral".

El tercer capítulo de la encíclica, dedicado a la fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil, comienza enfatizando la experiencia del don frente a una visión de la existencia que antepone la productividad y la utilidad a toda otra consideración. Nos dice Benedicto XVI que: "El desarrollo, si quiere ser auténticamente humano, necesita, en cambio, dar espacio a la gratuidad". Y, en lo que se refiere al mercado y a la lógica mercantil, nos recuerda que debe estar ordenada "a la consecución del bien común", y añade que: "es la responsabilidad, sobre todo, de la comunidad política".

El sistema económico y financiero, afirma el Papa, debe basarse en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil. Para "civilizar la economía" es preciso arbitrar formas de economía solidaria y tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco.

El Pontífice concluye este análisis con una apreciación positiva del fenómeno de la globalización, aclarando que no puede entenderse sólo como un proceso socioeconómico y que requiere una reorientación cultural, personalista, comunitaria, abierta a la trascendencia y capaz de corregir sus disfunciones. Concretamente, afirmando que la globalización no es a priori ni buena ni mala, nos invita a asumirla como una realidad en la que debemos ser protagonistas y no víctimas, para lo cual es necesario proceder razonablemente, guiándonos por la caridad y la verdad.

En el cuarto capítulo, la encíclica aborda el desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, y el medio ambiente. El Papa inicia su reflexión sobre estos temas tratando la objetividad y fundamentación de los derechos, la correlatividad de los deberes y el crecimiento demográfico.

También se refiere a la sexualidad, reafirmando que no se puede reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico, y llama a los Estados a establecer políticas que promuevan la centralidad de la familia, constituida por un hombre y una mujer, como célula básica de la sociedad.

Más adelante, el Santo Padre aborda el tema de la economía, destacando que ella necesita de una base ética para su correcto funcionamiento: no de cualquier ética, sino de una ética amiga de la persona. En este sentido, agrega que: "la misma centralidad de la persona debe ser el principio guía en las intervenciones para el desarrollo de la cooperación internacional".

Benedicto XVI también se refiere a los problemas energéticos, denunciando que el acaparamiento de los recursos por parte de los Estados y grupos de poder constituye un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres. Añade que: "Las sociedades técnicamente avanzadas pueden y deben disminuir la propia necesidad energética, mientras debe avanzar la investigación sobre energías alternativas".

En el capítulo que sigue, titulado "La colaboración de la familia humana" como aspecto básico destaca el concepto que: "el desarrollo de los pueblos depende sobre todo de ser una sola familia". El Papa se refiere también a la necesidad de que las religiones tengan un espacio en la esfera pública. Advierte, al respecto que, tarde o temprano, la negación de Dios se convertirá en la negación del hombre, en la negación del desarrollo.

Desde estas premisas, Benedicto XVI se adentra en la conocida doctrina del magisterio social de la Iglesia relativa a la subsidiariedad, que define como: "el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo paternalista y la más adecuada para humanizar la globalización".

EL Santo Padre considera urgente que las naciones más prósperas destinen mayores cuotas de su producto interno bruto al desarrollo. Igualmente, solicita garantizar el acceso a la educación y a la formación más completa e integral de la persona como vía insoslayable para el desarrollo y la justicia.

La encíclica también analiza el fenómeno de las migraciones, recordando que: "todo emigrante es una persona humana, que posee derechos que deben ser respetados por todos y en toda situación".

Este capítulo contiene una propuesta para reformar tanto la Organización de las Naciones Unidas como la arquitectura económica y financiera internacional. En este sentido, el Santo Padre declara, sin ambigüedades: "Urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, que goce de poder efectivo".

El sexto y último capítulo, versa sobre "El desarrollo de los pueblos y la técnica" y se inicia con una advertencia de Benedicto XVI sobre la pretensión prometeica que la técnica contiene las llaves del futuro de la humanidad. La ciencia y la técnica han aportado muchos beneficios, afirma el Santo Padre, pero no pueden ser un fin en sí mismas.

El Papa analiza luego el ámbito de la bioética y lo hace afirmando que el campo primario "de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética". Y agrega al respecto que: "La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia". También alude a la investigación con embriones y la clonación, manifestando temor por "una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos". Todas estas realidades, advierte el Papa, son tentaciones idolátricas, que, lejos de garantizar el desarrollo, lo hacen un espejismo y lo pervierten.

Concluye con una reflexión sobre el hecho que: "el absolutismo de la técnica tiende a producir una incapacidad de percibir todo aquello que no se explica con la pura materia". Para ser auténtico -nos dice Benedicto XVI- el desarrollo del hombre y de los pueblos necesita una dimensión espiritual. Para ello, agrega el Papa, se necesitan "unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el desarrollo ese «algo más» que la técnica no puede ofrecer".

Todos los contenidos que he descrito, revelan la variedad y vastedad de los temas relativos al desarrollo humano que preocupan al Santo Padre. Sus análisis son sabios y ponderados. Muchas de sus propuestas son nuevas y provocativas. A veces su voz adquiere la fuerza incisiva de una denuncia profética. Pero, tomadas en su conjunto, manifiestan la preocupación y también el dolor de un Padre, del Vicario de Cristo, que tal como lo hizo nuestro Señor, mira al mundo con misericordia. Y lo que observa son personas que caminan como "ovejas sin pastor" (Mc 6, 30-34), por sendas equivocadas, siguiendo falsos profetas. Algunos aplastados por el hambre y la miseria, otros boyantes y alegres, en apariencia, pero en el fondo cansados y agobiados.

Es esta la imagen de Benedicto XVI que veo emerger desde las páginas de esta trascendental encíclica y con él la figura de todos nuestros pastores y de nuestra Iglesia. Un cuerpo místico que busca el bien integral de las personas, de todas ellas, sin distinción de razas y religiones.

Caritas in veritate es el testimonio del Pastor sereno, que anima a la familia humana a sumarse a un proyecto centrado en el bien, la verdad y la justicia y proclama con fuerza la necesidad de una comunión fraterna, basada en la libertad y en la mutua responsabilidad. El Pastor que "se puso a enseñarles con calma" (Mc 6, 30-34), ofreciéndoles el pan y el agua de la Palabra. Reconfortándolos con su esperanza.

Esperanza que está expresada en la idea central que articula y sustenta toda la encíclica. ¿Cuál es esta idea central? El mismo Benedicto XVI, en la audiencia general del día 8 de julio pasado, respondió personalmente esa pregunta diciendo: "La caridad en la verdad es la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad".

Es decir, el Papa nos enseña que para hacer de la humanidad una verdadera familia, cuyas relaciones sean dictadas por la fraternidad, debemos reconsiderar el amor en la verdad como una fuerza social fundamental. Esta afirmación nos conduce a dos contenidos de Caritas in veritate que, por su importancia, he preferido analizar después de aquellos temas más directamente relacionados con la doctrina social. Me refiero a la Introducción y a la Conclusión.

La Introducción se inicia, precisamente, con la frase aludida por Benedicto XVI en la audiencia general. Es la frase que ilumina y otorga su pleno sentido a toda la encíclica: "La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad".

Ella contiene la respuesta de la Iglesia a los problemas del desarrollo: amor en la verdad de Cristo. Una respuesta que depende de cada persona y de su forma de concebir la libertad y vivir su fe. Y, a la vez, una visión del desarrollo y de la globalización que pone en el centro a las personas, como únicas protagonistas del proceso.

De esta manera el Santo Padre nos invita, a cada uno de nosotros, a ser los constructores de un mundo mejor a partir de nuestra propia vida, dejando que, mediante la gracia, podamos ser testigos del amor, el amor en la verdad de Cristo: un "amor recibido y ofrecido...que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo...que desde el Hijo desciende sobre nosotros" (CV nº 5).

El Papa nos enseña que vivir en la plenitud de ese amor implica asumir el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros. Es decir, negarse a sí mismo, para hacer únicamente la voluntad del Padre. Amar, no según nuestras categorías y egoísmos, sino con la gratuidad, entrega e incondicionalidad de Cristo. Sólo en ese proyecto cada cual encontrará su verdad y podrá ser un apóstol de la Verdad. Esa es la base del nuevo humanismo que permitirá al hombre contemporáneo abrir el camino del auténtico desarrollo.

"El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don", nos dice, nos grita, Benedicto XVI.

La tarea que nos propone es radical e inmensa, imposible de realizar sin el auxilio de la gracia. Por eso, en la conclusión de Caritas in veritate, el Santo Padre nos anima a iniciar ese camino, personal y comunitario, recordándonos que: "La conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos sostiene en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo de los pueblos, entre éxitos y fracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades humanas...Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande".

Muchas gracias.