RV).- Nuestro Director General, el P. Federico Lombardi, dedica al
tráfico de seres humanos su editorial para el semanario Octava Dies del
Centro Televisivo Vaticano.
(Audio) Tráfico
de seres humanos. Entre los dramas de nuestro mundo es uno de los más
horribles. ¿Cómo se puede llegar a tanta degradación moral hasta el
punto de considerar a las demás personas como puros objetos a las que
explotar, reducirlas a la esclavitud y abusar sistemáticamente de ellas
para recaudar dinero? Es un misterio. No sólo toda sombra de respeto por
la dignidad del otro desaparece, sino también toda mínima huella de
sensibilidad humana.
Dicen que por volumen de
negocios, sólo el tráfico de armas supera el de los seres humanos. Y las
nuevas tecnologías de comunicación son ampliamente usadas para
favorecerlo a nivel internacional.
Por esto ha
hecho bien el Consejo Pontificio Justicia y Paz a hospedar un encuentro
en el que la Conferencia Episcopal Inglesa ha discutido con un público
más amplio de organizaciones eclesiales su experiencia de empeño contra
esta plaga terrible, en colaboración con las instituciones públicas de
policía y lucha contra el crimen, bien representadas también ellas.
El
testimonio de una joven arrastrada con el engaño a la prostitución ha
turbado a muchos de los presentes y ha confirmado –como en el caso de
los abusos contra menores– que el empeño concreto de quien quiere
verdaderamente luchar contra las raíces del mal debe partir de la
participación personal, profunda, en el sufrimiento de las víctimas.
Precisamente en el encontrar las vías de una relación personal que
reconozca y haga revivir la presencia y la dignidad del alma en los
cuerpos violentados está la contribución de los creyentes, una
contribución de la que también las fuerzas de policía sienten la
absoluta necesidad para que su lucha logre, al fin, el resultado de la
liberación y del renacimiento de las víctimas a nueva vida. Las
religiosas están, necesariamente, en primera fila en este empeño, porque
son mujeres y más libres de asumirse los riesgos altísimos de este
servicio. La Iglesia debe poner a disposición su experiencia en
humanidad y curación espiritual y su presencia internacional para
colaborar con quien combate las batallas más difíciles contra el mal en
el mundo.
(Traducción de María Fernanda Bernasconi – RV).
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