sábado, 31 de agosto de 2013

El misionero del rugby: tras la muerte de su amigo halló la fe y ahora es un referente en su deporte

 
Pierrick Günther es una de esas personas que llama la atención aunque no lo pretenda. Su 1,90 metros de estatura y sus 106 kilogramos de fibra y músculo ayudan mucho en ello. Sin embargo, el que está llamado a ser la gran estrella del rugby francés es una persona discreta pero que se ha convertido en el misionero de este deporte.
 
La muerte de su mejor amigo 
 
A sus 23 años, el jugador del Toulon es un ferviente católico que tiene admirados a sus compañeros.  Pero su profunda fe no es algo que venga con él desde niño. Más bien al contrario. Proviene de una familia desestructurada y estuvo a caballo durante años entre la casa de su padre y de su madre. Pero fue otro acontecimiento el que llevó a la fe a este enorme joven.

Su mejor amigo, Nans, que además jugaba al rugby con él falleció en un accidente de tráfico en 2009. Esta tragedia supuso un golpe enorme para él pero también el viaje espiritual que finalmente cambió su vida. Cuenta Pierrick lo duro que se le hizo el funeral de su amigo. Los padres acudieron a él y le dijeron que se parecía mucho a su hijo. Estaban completamente destrozados. Esto dejó al joven Pierrick completamente conmocionado.

La paz hallada en la Iglesia
 
Esta angustia le empujó sin saber por qué al interior de una iglesia. Una vez dentro experimentó una paz que antes no conocía. “Entonces me sentí muy bien, muy tranquilo”. Desde entonces acude al menos dos veces por semana a la iglesia a rezar. Allí ora por su amigo y pone velas a la Virgen para que interceda por él.
 
Su vida dio un giro radical. Pese a la fama que conlleva este deporte pues en Francia está a la altura del fútbol, él ha seguido siendo el joven tranquilo y discreto, estando muy alejado de los escándalos y de las fiestas nocturnas.

Antes de los partidos, la Biblia 
 
Gunther, lleva a la Virgen tatuada en su brazoDe hecho, sus compañeros se quedan atónitos con sus rutinas antes de los partidos. En el autobús que lleva al equipo al estadio mientras sus compañeros escuchan música o bromean él se sumerge en la lectura de la Biblia. “A menudo, leo pasajes del libro del Apocalipsis, esto me pone en condiciones para el partido”, afirma el que denominan el “petit Chabal”, en honor al gran jugador Sebastian Chabal.
 
Pero ya en el vestuario antes del partido se va a un rincón para no molestar y allí vuelve a la lectura de la Biblia y a sus oraciones. Acude en ese momento a lo que le ha dado la paz en su vida. Sus compañeros pasaron de la extrañeza a la alegría al ver a su compañero así. Muchos no se habían ni percatado al principio de que en un rincón leía la Biblia.

Sus tatuajes religiosos 
Sin embargo, si el carácter de Pierrick Gunther es tranquilo y discreto no lo es así su cuerpo. Aparte de su musculatura sus compañeros pueden observar una especie de catequesis en el cuerpo de su compañero. Tras su conversión se ha tatuado varios aspectos religiosos.
 
En su espalda aparece una inscripción dedicada a la Santísima Trinidad. En latín pone “In nomine Patris, Filii y Sancti Spiritu” (En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo). En un brazo lleva unas alas de ángel con una Cruz y en el derecho una gran Virgen María.
 
Su fe ha quedado reflejada en su vida y también en su cuerpo pero sobre todo está siendo una luz entre sus compañeros y el mundo del rugby, donde su apostolado está teniendo muchos frutos. Es llamado el misionero del rugby.

sábado, 24 de agosto de 2013

Elías y Henoc... ¿donde están?

Las historias que podemos leer en la Biblia, son siempre fascinantes…, y la meditación de los misterios que muchas veces, ellas encierran, nos llevan a trabajar mentalmente para adivinar, que es lo que pudo pasar. Y siempre en el trasfondo de todo lo que ocurrió, uno ve inevitablemente la mano de Dios, que todo lo realiza o permite que se realice, para el bien de la totalidad de criaturas humanas por el creadas y amadas hasta límites imposibles de sospechar y sobre todo de agradecer por nosotros.  Seamos conscientes y tengamos en cuenta que Dios nos ama a cada uno de nosotros individual y personalmente, mucho más de lo que nosotros podemos llegar a amarnos a nosotros mismos. Si hay algo de lo que todos nosotros estemos seguros, es que todos nos vamos a morir, que aquí abajo nadie se va a quedar para simiente de rábano. Aunque cualquiera que viniese de otro mundo y nos viese, llegaría a la conclusión de que dado el apego que tenemos a este mundo, de que ninguno pensamos morirnos, y es que atesoramos de tal manera que parece que queremos llegar a ser el más rico del cementerio.           
            En esta glosa me quiero referir a dos figuras bíblicas, una de ellas es el profeta Elías, al que se puede considerar el más grande de los profetas después de Moisés, y antes del nacimiento de San Juan Bautista, es esta la del profeta Elías, una figura muy querida por mi parte, porque la lectura de sus andanzas bíblicas, siempre me ha llevado a la consideración de la grandeza de Dios. La otra figura bíblica, es Enoc o Henoc, al cual se refiere el Génesis diciéndonos: “17 Caín se unió a su mujer, y ella concibió y dio a luz a Henoc. Caín fue el fundador de una ciudad, a la que puso el nombre de su hijo Henoc. 18 A Henoc le nació Irad. Irad fue padre de Mejuíael; Mejuíael fue padre de Metusael, y Metusael  fue padre de Lamec”. (Gn 4,17-18). En el siguiente capítulo del Génesis se nos sigue hablando de Henoc, y se nos dice: “21 Henoc tenía sesenta y cinco años cuando fue padre de Matusalén.22 Henoc siguió los caminos de Dios. Después que nació Matusalén, Henoc vivió trescientos años y tuvo hijos e hijas. 23 Henoc vivió en total trescientos sesenta y cinco años. 24 Siguió siempre los caminos de Dios, y luego desapareció porque Dios se lo llevó”. (Gn 5,21-24).
            Ambos personajes bíblicos, a pesar de la cantidad de años que median, entre la existencia de uno y la del otro, ambos tiene una cosa en común, y es que ninguno de los dos, de acuerdo con lo que se nos dice en la Biblia, aún no ha muerto. En el caso de Henoc, ya hemos visto que se nos dice: “….y luego desapareció porque Dios se lo llevó”. (Gn 5,24).  Pero aún es más claro en N.T. ya que en la Carta a los hebreos, podemos leer: “5 Por la fe, Henoc fue llevado al cielo sin pasar por la muerte. Nadie pudo encontrarlo porque Dios se lo llevó, y de él atestigua la Escritura que antes de ser llevado fue agradable a Dios”. (Heb 11,5).
            El profeta Elías, fue el primer eremita del Monte Carmelo. La orden de los carmelitas le veneran como su fundador  como el fundador de la orden. Santiago en su epístola dice de él: “17 Elías era un hombre como nosotros, y sin embargo, cuando oró con insistencia para que no lloviera, no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses”. (Sant 5,17).  Cualquiera de sus vicisitudes merece más de una glosa, pero su abandono de este mundo, es lo que nos interesa aquí, y este nos lo cuenta el segundo Libro de los reyes, donde podemos leer: “Esto pasó cuando Yahvéh arrebató a Elías en el torbellino al cielo. Elías y Eliseo partieron de Guilgal. (…) Tomó Elías su manto, lo enrolló y golpeó las aguas, que se dividieron de un lado y de otro, y pasaron ambos a pie enjuto. Cuando hubieron pasado, dijo Elías a Eliseo: Pídeme lo que quieras que haga por ti antes de ser arrebatado de tu lado. Dijo Eliseo: Que tenga dos partes de tu espíritu. Le dijo: Pides una cosa difícil; si alcanzas a verme cuando sea llevado de tu lado, lo tendrás; si no, no lo tendrás. Iban caminando mientras hablaban, cuando un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ellos; y Elías  subió al cielo en el torbellino. Eliseo le veía y clamaba: ¡Padre mío, padre mío! ¡Carro y caballos de Israel! ¡Auriga suyo! Y no le vio más. Asió sus vestidos y los desgarró en dos. Tomó el manto que se le había caído a Elías y se volvió, parándose en la orilla del Jordán. Tomó el manto de Elías y golpeó las aguas diciendo: ¿Dónde está Yahvéh, el Dios de Elías? Golpeó las aguas, que se dividieron de un lado y de otro, y pasó Eliseo”. (2R 2,1-14), El río que cruzaron y en medio del cual Elias subió al cielo es el Jordán.
            Tenemos, pues que conforme nos dice la Biblia, ni Henoc ni Elías han muerte. Entonces ¿dónde se encuentran? Santo Tomás de Aquino se ocupa de este problema, pero ante de entrar a conocer la opinión de Santo Tomás, conviene que recordemos  a San Pablo que nos habla del tercer cielo: “…si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre, en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”. (2Co 12,2). Y es que en la Biblia se nos mencionan la existencia de clases de cielos: El primer cielo es el cielo atmosférico están las nubes y se genera  la lluvia, (Gn 7,11). El segundo cielo es el espacio situado encima del primer cielo y es el lugar donde su ubican los planetas y las estrellas, (Sal 8,3). Y el tercer Cielo está por encima de los dos anteriores, donde está situado el trono de Dios, (Sal 11,4). Desde luego que Dios como Espíritu puro, ni necesita,  ni vive en un espacio material, se encuentra en todas partes y en el alma de las personas que viven en su gracia. Pero el hombre, por el dominio que tiene su cuerpo sobre  su alma, siempre aparece en su mente una visión antropológica de todo lo que se refiere a Dios.
            Volviendo a Santo Tomás de Aquino, según él, Henoc y Elías, se encuentran preservados en el cielo atmosférico (que se identifica con el paraíso terrenal), pero no en el cielo empíreo (el Cielo propiamente entendido). (Suma Teológica III, q. 49, a. 5). Santo Tomás, con los Santos padres de la Iglesia, nos dice que Enoc y Elías están esperando fuera en el espacio exterior y que volverán al final de los tiempos para la batalla con el anticristo. En cuanto a la muerte de ambos, no es pensable que vayan a morir por ahora, pero si nos atenemos a la Carta a los hebreos, está nos dice: “Y así como está establecido para los hombres que mueran una vez, y después de esto el juicio”, (Heb 9,27). Ellos morirán, pero resucitarán, si nos atenemos al Apocalipsis que nos dice, que en los últimos tiempos sucederá que: “7… cuando hayan acabado de dar testimonio, la Bestia que surge del Abismo les hará la guerra, los vencerá y los matará.8 Sus cadáveres yacerán en la plaza de la gran Ciudad –llamada simbólicamente Sodoma y también Egipto– allí mismo donde el Señor fue crucificado. 9 Estarán expuestos durante tres días y medio, a la vista de gente de todos los pueblos, familias, lenguas y naciones, y no se permitirá enterrarlos. 10 Los habitantes de la tierra se alegrarán y harán fiesta, y se intercambiarán regalos, porque estos dos profetas los habían atormentado». 11 Pero después de estos tres días y medio, un soplo de vida de Dios entró en ellos y los hizo poner de pie, y un gran temor se apoderó de los espectadores.12 Entonces escucharon una voz potente que les decía desde el cielo: «Suban aquí». Y ellos subieron al cielo en la nube, a la vista de sus enemigos”. (Ap 11,7-12).
Las historias que podemos leer en la Biblia, son siempre fascinantes…, y la meditación de los misterios que muchas veces, ellas encierran, nos llevan a trabajar mentalmente para adivinar, que es lo que pudo pasar. Y siempre en el trasfondo de todo lo que ocurrió, uno ve inevitablemente la mano de Dios, que todo lo realiza o permite que se realice, para el bien de la totalidad de criaturas humanas por el creadas y amadas hasta límites imposibles de sospechar y sobre todo de agradecer por nosotros.  Seamos conscientes y tengamos en cuenta que Dios nos ama a cada uno de nosotros individual y personalmente, mucho más de lo que nosotros podemos llegar a amarnos a nosotros mismos. Si hay algo de lo que todos nosotros estemos seguros, es que todos nos vamos a morir, que aquí abajo nadie se va a quedar para simiente de rábano. Aunque cualquiera que viniese de otro mundo y nos viese, llegaría a la conclusión de que dado el apego que tenemos a este mundo, de que ninguno pensamos morirnos, y es que atesoramos de tal manera que parece que queremos llegar a ser el más rico del cementerio.           
            En esta glosa me quiero referir a dos figuras bíblicas, una de ellas es el profeta Elías, al que se puede considerar el más grande de los profetas después de Moisés, y antes del nacimiento de San Juan Bautista, es esta la del profeta Elías, una figura muy querida por mi parte, porque la lectura de sus andanzas bíblicas, siempre me ha llevado a la consideración de la grandeza de Dios. La otra figura bíblica, es Enoc o Henoc, al cual se refiere el Génesis diciéndonos: “17 Caín se unió a su mujer, y ella concibió y dio a luz a Henoc. Caín fue el fundador de una ciudad, a la que puso el nombre de su hijo Henoc. 18 A Henoc le nació Irad. Irad fue padre de Mejuíael; Mejuíael fue padre de Metusael, y Metusael  fue padre de Lamec”. (Gn 4,17-18). En el siguiente capítulo del Génesis se nos sigue hablando de Henoc, y se nos dice: “21 Henoc tenía sesenta y cinco años cuando fue padre de Matusalén.22 Henoc siguió los caminos de Dios. Después que nació Matusalén, Henoc vivió trescientos años y tuvo hijos e hijas. 23 Henoc vivió en total trescientos sesenta y cinco años. 24 Siguió siempre los caminos de Dios, y luego desapareció porque Dios se lo llevó”. (Gn 5,21-24).
            Ambos personajes bíblicos, a pesar de la cantidad de años que median, entre la existencia de uno y la del otro, ambos tiene una cosa en común, y es que ninguno de los dos, de acuerdo con lo que se nos dice en la Biblia, aún no ha muerto. En el caso de Henoc, ya hemos visto que se nos dice: “….y luego desapareció porque Dios se lo llevó”. (Gn 5,24).  Pero aún es más claro en N.T. ya que en la Carta a los hebreos, podemos leer: “5 Por la fe, Henoc fue llevado al cielo sin pasar por la muerte. Nadie pudo encontrarlo porque Dios se lo llevó, y de él atestigua la Escritura que antes de ser llevado fue agradable a Dios”. (Heb 11,5).
            El profeta Elías, fue el primer eremita del Monte Carmelo. La orden de los carmelitas le veneran como su fundador  como el fundador de la orden. Santiago en su epístola dice de él: “17 Elías era un hombre como nosotros, y sin embargo, cuando oró con insistencia para que no lloviera, no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses”. (Sant 5,17).  Cualquiera de sus vicisitudes merece más de una glosa, pero su abandono de este mundo, es lo que nos interesa aquí, y este nos lo cuenta el segundo Libro de los reyes, donde podemos leer: “Esto pasó cuando Yahvéh arrebató a Elías en el torbellino al cielo. Elías y Eliseo partieron de Guilgal. (…) Tomó Elías su manto, lo enrolló y golpeó las aguas, que se dividieron de un lado y de otro, y pasaron ambos a pie enjuto. Cuando hubieron pasado, dijo Elías a Eliseo: Pídeme lo que quieras que haga por ti antes de ser arrebatado de tu lado. Dijo Eliseo: Que tenga dos partes de tu espíritu. Le dijo: Pides una cosa difícil; si alcanzas a verme cuando sea llevado de tu lado, lo tendrás; si no, no lo tendrás. Iban caminando mientras hablaban, cuando un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ellos; y Elías  subió al cielo en el torbellino. Eliseo le veía y clamaba: ¡Padre mío, padre mío! ¡Carro y caballos de Israel! ¡Auriga suyo! Y no le vio más. Asió sus vestidos y los desgarró en dos. Tomó el manto que se le había caído a Elías y se volvió, parándose en la orilla del Jordán. Tomó el manto de Elías y golpeó las aguas diciendo: ¿Dónde está Yahvéh, el Dios de Elías? Golpeó las aguas, que se dividieron de un lado y de otro, y pasó Eliseo”. (2R 2,1-14), El río que cruzaron y en medio del cual Elias subió al cielo es el Jordán.
            Tenemos, pues que conforme nos dice la Biblia, ni Henoc ni Elías han muerte. Entonces ¿dónde se encuentran? Santo Tomás de Aquino se ocupa de este problema, pero ante de entrar a conocer la opinión de Santo Tomás, conviene que recordemos  a San Pablo que nos habla del tercer cielo: “…si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre, en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”. (2Co 12,2). Y es que en la Biblia se nos mencionan la existencia de clases de cielos: El primer cielo es el cielo atmosférico están las nubes y se genera  la lluvia, (Gn 7,11). El segundo cielo es el espacio situado encima del primer cielo y es el lugar donde su ubican los planetas y las estrellas, (Sal 8,3). Y el tercer Cielo está por encima de los dos anteriores, donde está situado el trono de Dios, (Sal 11,4). Desde luego que Dios como Espíritu puro, ni necesita,  ni vive en un espacio material, se encuentra en todas partes y en el alma de las personas que viven en su gracia. Pero el hombre, por el dominio que tiene su cuerpo sobre  su alma, siempre aparece en su mente una visión antropológica de todo lo que se refiere a Dios.
            Volviendo a Santo Tomás de Aquino, según él, Henoc y Elías, se encuentran preservados en el cielo atmosférico (que se identifica con el paraíso terrenal), pero no en el cielo empíreo (el Cielo propiamente entendido). (Suma Teológica III, q. 49, a. 5). Santo Tomás, con los Santos padres de la Iglesia, nos dice que Enoc y Elías están esperando fuera en el espacio exterior y que volverán al final de los tiempos para la batalla con el anticristo. En cuanto a la muerte de ambos, no es pensable que vayan a morir por ahora, pero si nos atenemos a la Carta a los hebreos, está nos dice: “Y así como está establecido para los hombres que mueran una vez, y después de esto el juicio”, (Heb 9,27). Ellos morirán, pero resucitarán, si nos atenemos al Apocalipsis que nos dice, que en los últimos tiempos sucederá que: “7… cuando hayan acabado de dar testimonio, la Bestia que surge del Abismo les hará la guerra, los vencerá y los matará.8 Sus cadáveres yacerán en la plaza de la gran Ciudad –llamada simbólicamente Sodoma y también Egipto– allí mismo donde el Señor fue crucificado. 9 Estarán expuestos durante tres días y medio, a la vista de gente de todos los pueblos, familias, lenguas y naciones, y no se permitirá enterrarlos. 10 Los habitantes de la tierra se alegrarán y harán fiesta, y se intercambiarán regalos, porque estos dos profetas los habían atormentado». 11 Pero después de estos tres días y medio, un soplo de vida de Dios entró en ellos y los hizo poner de pie, y un gran temor se apoderó de los espectadores.12 Entonces escucharon una voz potente que les decía desde el cielo: «Suban aquí». Y ellos subieron al cielo en la nube, a la vista de sus enemigos”. (Ap 11,7-12).

  Juan del Carmelo

sábado, 17 de agosto de 2013

Sor María Jesús de Ágreda, la Dama Azul de los indios que evangelizó Nuevo México en bilocación

En 1622, una expedición de 26 franciscanos dirigida por fray Alonso de Benavides se adentró en el territorio de Nuevo México para llevar el Evangelio a apaches, navajos, comanches, xumanas... Esperaban encontrar la hostilidad que ya le había costado la vida a otros religiosos, y sin embargo se vieron recibidos "con grandes demostraciones de devoción y alegría, y hallaron a los indios tan bien catequizados que, sin otra instrucción, pudieron bautizarlos", cuenta fray José Jiménez Samaniego, general de la orden años después de los hechos.

Ya estaban evangelizados

 
Habían sido enseñados por una misteriosa Dama Azul (alusión a su hábito), quien siguió haciéndolo durante años y a quien, con el tiempo, los frailes terminaron identificando como Sor María Jesús de Ágreda (1602-1665), ya bien conocida en España por su santidad de vida y sus penitencias, éxtasis y levitaciones. Dos años antes había profesado en el convento de Ágreda (Soria), del que en 1627 fue nombrada priora.

Cuando, en la iglesita de Isleta, los frailes mostraron a los indios diversos retratos de monjas, todos sin excepción señalaron espontáneamente a Sor María como "la mujer joven y hermosa vestida de azul que les había hablado de Dios".

Una bilocación investigada a fondo

 
El caso es que la monja, que allí nació y murió, jamás salió de su pueblo ni del claustro en el que había entrado a los dieciséis años cuando ella y toda su familia se constituyeron en congregación franciscana por directa petición divina a la madre de familia.

Ante la patente sobrenaturalidad de la bilocación, pues, el padre Benavides informó a sus superiores en México y el rey Felipe IV, y en 1630 se trasladó a España para conocer a la religiosa y conminarla bajo juramento a decir la verdad. Ella le confirmó que, efectivamente, era llevada por ángeles a países para ella desconocidos a predicar a Jesucristo entre paganos e idólatras y explicarles cómo llegar hasta los sacerdotes que pudiesen bautizarles. Todo ello, sin desatender su vida y obligaciones conventuales, en uno de los casos de bilocación más asombrosos en la historia de las experiencias místicas.

Pero la bilocación de Sor María Jesús de Ágreda, que le concedió Dios precisamente para evangelizar, no la usó solamente en el Nuevo Mundo. En 1626 convirtió a un mahometano encarcelado en Pamplona a quien predicó en su celda rogándole se bautizase. Cuando el musulmán llegó a Ágreda, trasladado por su señor, pidió el primer sacramento y explicó que una misteriosa monja le había introducido en los misterios de la fe. Para comprobar la veracidad de la historia llegó a hacerse, ante notario, una "rueda de monjas", y tres -entre ellas Sor María Jesús- descubrieron su rostro para que señalase a su visitadora, lo cual hizo sin dudarlo en cuanto la vio.

La Inquisición le abrió un proceso en Logroño en 1635 que en diferentes fases duró quince años y se saldó declarándola inocente.

Consejera de Felipe IV

 
Luego comenzó su largo periodo de relación epistolar con Felipe IV. En 1643, el monarca (a quien la crisis política de 1640 en Portugal y Cataluña había dejado sin su apoyo y valido de la primera parte del reinado, el conde-duque de Olivares), se hallaba dubitativo ante la orientación que imprimir al reino. Visitó a sor María Jesús de Ágreda en el convento.

"Me siento viejo y de poco provecho", le confió, y tras unas horas de trato le rogó que continuaran sus conversaciones por carta. La monja se convirtió en consejera no sólo espiritual, sino también política, del monarca. Aportaba a muchas de las cuestiones que éste sometía a su consideración un gran espíritu de prudencia y sentido común.

Se considera, por ejemplo, que su consejo de buscar la paz en el interior y en el exterior animó al rey a respetar la identidad política de Aragón para resolver el conflicto catalán, y a firmar la Paz de Westfalia en 1648 y la Paz de los Pirineos en 1659 para concluir con la sangría de las guerras europeas.

La Virgen María, mística ciudad de Dios

 
Y era, además, una gran escritora. Acaba de publicarse una edición asequible de una obra que ha conocido ya 173 ediciones en diez idiomas y figura entre las más importantes piezas de la literatura mística española ("poema teológico", lo han llamado)... o de la literatura española, a secas. La Mística ciudad de Dios (Gaudete) de Sor María Jesús de Ágreda, que se publicó póstumamente y fue popularísima durante siglos, llevaba un tiempo ausente de las estanterías y merecía el impulso que le han ofrecido sus editores, convencidos de que "el contenido de esta obra cumbre de la literatura cristiana es injustamente desconocido hoy por el pueblo de Dios".


 En particular, señala el director de Gaudete, José Antonio Ullate Fabo, por su estilo, "equilibrado psicológicamente y rigurosamente teológico", y porque, "lejos de melifluos y empalagosos ensimismamientos sentimentales", la lectura de esta religiosa, cuyo proceso de beatificación se abrió a los pocos años de su muerte, "produce serenidad por la firmeza teológica de la priora concepcionista, por su sentido común y su intimidad con Dios y con la Virgen Santísima".

A ella precisamente (Vida de la Virgen María), desde la Inmaculada Concepción hasta la Encarnación del Verbo -quince años, afirma la religiosa siguiendo la tradición clásica-, está consagrado el primero de los siete libritos que componen la Mística ciudad de Dios. Todos, escritos en un espíritu de reverencia al Altísimo, doctrina de la cual -como le transmitió la Madre de Dios- "el mundo está muy necesitado de esta doctrina, porque no sabe ni tiene debida reverencia al Señor omnipotente; y por esta ignorancia, la audacia de los mortales provoca a la rectitud de Su justicia para afligirlos y oprimirlos y están poseídos de su olvido y oscurecidos con sus tinieblas, sin saber busca el remedio ni atinar con la luz; y esto les viene por faltarles el temor y reverencia que debían temer".
El cuerpo incorrupto de Sor María Jesús de Ágreda se conserva en la iglesia de las concepcionistas de la localidad soriana.


Carmelo López-Arias / ReL


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sábado, 10 de agosto de 2013

El padre Pepe di Paola, el cura villero en el que Francisco piensa al pedir salir a las periferias

"Conocer en detalle la forma en la que el padre Pepe vivió y vive su sacerdocio ayuda a entender lo que el Papa Francisco está pidiendo a la Iglesia", afirma la periodista argentina Silvina Premat, autora de una biografía dedicada al padre José Di Paola, más conocido como "Pepe, el cura villero". 

La periodista de "La Nación" entrevistó dos veces al cardenal Bergoglio acerca del padre Pepe, de su trabajo en las villas pobres de Argentina... y unas semanas después el Papa Benedicto XVI renunciaba y la Iglesia elegía al Papa Francisco.

"Hermano Sol, hermana Luna"... ¡una vocación!
 
Lo franciscano está en el origen del cura villero. Una película que muchos consideran ñoña o adolescente, "Hermano Sol, hermana Luna", de Zefirelli, sobre la juventud de San Francisco y Santa Clara, fue el origen de su vocación sacerdotal.

"Aprendió el servicio y la caridad de sus padres y abuelas; se fascinó con la posibilidad de ser un misionero entregado a los más necesitados cuando tenía quince años y vio el film “Hermano sol, hermana luna”, de Zefirelli, sobre la vida de San Francisco de Asís; dudó entre su vocación al sacerdocio y su deseo de formar una familia y por eso, después de siete años de ser sacerdote, pidió licencia, se puso de novio y trabajó y a los pocos meses volvió a ejercer el ministerio", explica su biógrafa. Premat asegura que volvió al ministerio "porque se dio cuenta que nunca había dejado de ser sacerdote".

Fervor, celo y alegría

La periodista destaca de él características compartidas con muchos otros hombres entregados a Dios: "su fervor sacerdotal, su celo por la “casa” del Señor y la alegría, evidentemente fruto de una relación íntima con el Misterio".

Ella puede poner al padre Di Paola en su contexto porque ya en 2010 escribió “Curas Villeros” sobre la presencia de la Iglesia en las villas de emergencia de Buenos Aires.



"Para ese libro entrevisté a una veintena de sacerdotes de ocho villas de emergencia porteñas y quedé fascinada con todo lo que se vivía en la parroquia Virgen de Caacupé, en la villa 21, de la que Di Paola era párroco desde 1997. Más allá de la gran cantidad de obras que él había generado me provocó curiosidad conocer el método con el que logró trasmitir la fe a miles de niños, jóvenes y adultos y hacer que recobren su dignidad personas que parecían derrotadas por el abandono, la miseria y la violencia. A fines de 2010, cuando él optó por dejar la villa que consideraba su lugar en el mundo por las nuevas amenazas que había recibido, yo me decidí y comencé a investigar sobre su vida".

El método: seguir la realidad, no ideologías
 
Ella describe así ese método, al comentarlo en una entrevista publicada en LaStampa.it: "La obediencia y docilidad a la realidad y no a sus ideas o gustos; la valoración de lo mejor que cada persona pueda tener y la invitación a poner esa capacidad/habilidad o gusto al serivicio de los otros".

Pone un ejemplo de como intentar ayudar a una persona concreta llevaba a la creación de una institución. Encontró "durmiendo en la vereda de la iglesia a tres borrachines (hombres alcoholicos) una noche de frío y tormenta. Ese día y los sucesivos el padre Pepe permitió que los hombres durmieran dentro del templo. Después, rezando de rodillas frente al Sagrario preguntó al Señor qué hacer con esos hombres, dónde derivarlos o dónde alojarlos... A partir de allí se fue configurando el Hogar Casa Virgen de Itatí, dentro de la Villa 21, una de las numerosas obras del padre Pepe que hoy siguen en pie".

No al lenguaje clerical
 
Como periodista, Silvina Premat tiene experiencia de quién vive pensando en la pose y en la imagen. Por eso, reconoce que del padre Di Paola le impacta "la normalidad con la que vive su humanidad y la convicción y naturalidad con la que vive su fe. No se pone en pose".



Y añade: Entre el centenar de personas que entrevisté para su biografía muchos me dijeron lo mismo: ´Cuando no está dando misa, Pepe no parece un sacerdote´" O, dicho de otra forma más exacta: "habla como todos, no tiene un lenguaje clerical".

 En 2011 y 2012 se retiró a una zona rural, en parte por las amenazas insistentes que recibió, pero después volvió a una villa, La Cárcova, a unos 30 km de Buenos Aires. Vive "en una modesta casilla de madera construida hace unos pocos años por religiosos franciscanos que luego se fueron".

Contagiando el ejemplo
 
Además, el padre Pepe ha creado "cantera". "Hay muchos sacerdotes que a su lado se contagiaron de su entrega total y su forma de ser sacerdote las 24 horas del día. En el libro cuento de varios jóvenes que llegaron a la parroquia de Di Paola como voluntarios y hoy son sacerdotes, por ejemplo", señala la periodista.
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http://www.religionenlibertad.com/contactar.asp?idarticulo=30604
 

sábado, 3 de agosto de 2013

¿Cómo sabemos que el autor del Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles es la misma persona?

Más allá de que así lo ha registrado la tradición de manera muy expresiva, de la coherencia de los relatos y hasta de la unidad estilística de ambos, la clave nos la da el propio autor del Evangelio de Lucas y de los Hechos de los Apóstoles, que nos la presenta con toda claridad en la introducción de cada uno de los dos libros que escribe.
 
            Este es el comienzo del Evangelio de Lucas:
 
            “Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc. 1, 1-4).
 
            Dedicado como se ve a un tal Teófilo sobre cuya identidad se ha especulado mucho, sin obtener ninguna conclusión incontestable. La raíz griega del nombre ha hecho pensar en un posible funcionario romano convertido, una prueba más de la rápida superación de fronteras del mensaje cristiano y de su temprana llegada al mundo clásico. Pero la misma razón no permite desechar la hipótesis un judío helenizado como tantos otros (Andrés, Felipe, son apóstoles de Jesús que a juzgar por su nombre provendrían del mismo grupo). Por poder, podría tratarse hasta del amplio conjunto de lectores, significando como significa el nombre, “amigo de Dios”, de Teo=theos=Dios y filos=amigo.
 
            Por cierto, no sólo a modo de curiosidad sino con utilidad para el análisis que realizamos aquí, el de Lucas es el único de los evangelios iniciado con una salutación a su destinatario, lo que una vez más representa un vínculo de unión entre el Evangelio que se le atribuye y el libro de los Hechos. Y es que éste vuelve a tener una dedicatoria, no presentándose como casual que dicha dedicatoria vuelva a estar dirigida al mismo personaje del mismo nombre, quien quiera que sea.
 
            “El primer libro lo dediqué, Teófilo, a todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue levantado a lo alto. A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles pruebas de que vivía, dejándose ver de ellos durante cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios” (Hch. 1, 1-3).
 
            Dedicatoria que, a mayor abundamiento y por si las cosas no estuvieran suficientemente claras, contiene, como se ve, una referencia al primero de los libros escritos, que no es ni puede ser otro que el Evangelio. Y en la que, por cierto, se encuentra otra clave que no debe ser desdeñada tampoco. Y es que Evangelio y Hechos pueden ser (y de facto son) obra del mismo autor, pero contrariamente a lo que acostumbra a afirmarse, no son la misma obra. Una (Hechos) es claramente posterior a la otra (Evangelio), como demuestra la afirmación realizada al inicio de aquélla El primer libro lo dediqué, Teófilo…”. Es más, normalmente, deberían estar separadas por algún añito de diferencia. Lo cual no deja de tener importantes consecuencias, pero eso, amigo lector, es harina de otro costal que desvelaremos algún día... pero no hoy, qua ya hemos pasado un ratito y no es cosa de agotar su paciencia.
 
 
            ©L.A.
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