sábado, 25 de febrero de 2017

¿Cuál es el origen de la Cuaresma?

¿Cuál es el origen de la Cuaresma?
© Jennifer Balaska


Desde los tiempos apostólicos, la Iglesia ha observado un periodo de oración, ayuno y limosna, aunque la Cuaresma como hoy la conocemos ha evolucionado a lo largo de los siglos.

scottog 

sábado, 18 de febrero de 2017

Oraciones eficaces de 5 segundos

Para rezar no hace falta mucha palabrería, ¿no?

Oraciones eficaces de 5 segundos
©Pexels 



Me gustan mucho las jaculatorias. Son oraciones breves, que pueden ser dichas varias veces al día.

Fue diciendo frases cortas como muchas personas fueron curadas por Jesús en el Evangelio. Estas son algunas conocidas, pero puedes tener las tuyas propias

1. Jesús, en Tí confío. (Jesús a santa Faustina).

2. Oh María, concebida sin pecado, ruega por nosotros que recurrimos a ti. (Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa – 1830).

3. Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino. (San Dimas, Jn 19).

4. Dios provee, Dios proveerá. Su misericordia no faltará. (Adaptación de las palabras de Abraham a Isaac).

5. Oh Jesús mío, perdónanos. Líbranos de los fuegos del infierno, lleva a todas las almas al cielo y socorre principalmente a las que más te necesitan. (Nuestra Señora en Fátima)

 6. Jesús, María, José. Mi familia vuestra es.

7. Jesús mío, muchas gracias. Madrecita del cielo, muchas gracias. (Maria Milza).

8. Mi Jesús Sacramentado, te doy mi corazón. Perdona mis pecados, bien sabes cuáles son. En este mundo dame la paz y en el otro la salvación.

9. Oh Virgen Santísima, no permitas que yo viva o muera en pecado mortal.

10. Jesús es mío, yo soy de Jesús. Jesús va conmigo y yo voy con Jesús.

11. Señor, haz que mi lengua se suelte como flechas para que yo anuncie tus grandes maravillas (san Antonio de Padua. Rezo antes de iniciar una predicación).

12. Permite que te alabe, oh Virgen Santísima, y dame fuerza contra los enemigos. (beato Duns Scoto).

13. ¡San Miguel, defiéndenos en el combate!

14. Gracias y honor sean dados siempre al Santísimo Sacramento.

15. Mi Buen Jesús, ¡piedad, piedad, piedad! (3x). (Nuestra Señora de Anguera).

16. Jesús, hijo de David, ten piedad de mí que soy un pecador. (Palabras del ciego de Jericó, curado por Jesús, Lc 18,38).

17. Ven Espíritu Santo, ven por medio de la poderosa intercesión del Inmaculado Corazón de María, tu amadísima esposa. (MSM – Padre Stefanno Gobbi).

18. Corazón de Jesús que tanto nos amas, haz que yo te ame cada vez más.

19. Creo, Señor. ¡Auméntame la fe!

20. Jesús, María, les amo. ¡Salven almas!

(Seminarista Gabriel Vila Verde, via Facebook)

sábado, 11 de febrero de 2017

Mons. Rossi Keller: es una ofensa apelar a la misericordia para interpretar Amoris Laetitia contra el Magisterio

Mons. Rossi Keller: es una ofensa apelar a la misericordia para interpretar Amoris Laetitia contra el Magisterio


(InfoCatólica) Mons. Rossi Keller asegura que «debe leerse y comprenderse la exhortación apostólica Amoris Laetitia a la luz del Magisterio precedente, ya que, como sabiamente ha escrito el Santo Padre Francisco, ese es el contexto en que debe ser leída y comprendida».
El prelado advierte que «frente a interpretaciones divergentes con respecto a este tema tan importante, que afecta a la salvación eterna de las personas, creo que es importante exponer con claridad lo que enseña la Iglesia al respecto. No se podrá enseñar una doctrina diferente, so pena de traicionar la Verdad que le fue confiada por nuestro Señor Jesucristo, para que la proclamara por los siglos de los siglos».
Y sentencia:
«Además de oscurecer su misión de anunciar el Evangelio del matrimonio y la familia, la tan cacareada «misericordia», que algunos pretenden imponer en relación con una  flexibilidad doctrinal y pastoral reclamada y practicada ya en algunos lugares para esos casos, sería una verdadera ofensa para el ejército de los santos de la Iglesia que derramaron su sangre en defensa de la doctrina del matrimonio tradicional, un escándalo para tantas parejas que viven la fidelidad conyugal, cargando en muchos casos con la cruz de un matrimonio sacramental difícil, y una falta de respeto a los hombres y mujeres que, por diversas razones, viven en esa situación irregular, ofreciendo por sí mismos y por los suyos la cruz de no poder recibir la sagrada Eucaristía».
Texto completo de la nota pastoral de Mons. Antonio Carlos Rossi Keller (español)

sábado, 4 de febrero de 2017

La belleza de la familia

Nunca, a lo largo de los siglos, ha habido ninguna otra institución natural tan atacada como lo está siendo ahora la familia.


Familia - Pixabay
Familia - Pixabay

Por una obligación personal contraída, hace unos meses tuve que hablar en público de la exhortación apostólica Amoris laetitia. No voy a trasladar aquí el contenido de este documento de la Iglesia porque ese no es el propósito de este artículo, pero su estudio sí que provocó en mí algunas reflexiones que quiero compartir en voz alta.

La primera está en señalar la enorme preocupación de la Iglesia por la familia. Nunca, a lo largo de los siglos, ha habido ninguna otra institución natural tan atacada como lo está siendo ahora la familia, ninguna tan zarandeada y tan herida. Creo que se puede decir, sin miedo a exagerar, que actualmente no tenemos otro problema de mayor hondura.

Y no será que andamos escasos de problemas serios: los derivados de la política y de la economía, las dificultades sociales de todo tipo (el suicidio demográfico, la juventud y su futuro, la inseguridad, la soledad, el paro laboral…).

 Muchos y muy graves, pero ninguno tan preocupante en estos momentos como el cúmulo de dificultades con las que se encuentra la vida familiar. Estamos ante un problema con varias caras, que nos afecta a todos en diversa medida, un problema que a muchos les está suponiendo sufrimientos muy dolorosos, de los cuales una parte se exterioriza abiertamente mientras que otra buena parte queda ahogada en el más callado de los silencios.

Pienso ahora especialmente en los muchachos jóvenes, chicos y chicas, llamados al matrimonio y a la fundación de familias nuevas. ¡Qué complicado lo tienen, qué difícil! Tanto que muchos optan por no casarse porque no se ven a sí mismos como artífices de sus propias familias. Y no porque la convivencia no les resulte deseosa, que es tan apetecible como siempre, pero establecerla a través del matrimonio, no.

Y menos aún si hay que pensar en fundar una familia. ¿Este modo de proceder es egoísmo?, ¿este rechazo al compromiso es culpable? Si lo fuera, ¿los culpables son ellos? Solo Dios sabe. A mí lo que sí me produce es una pena grande porque veo que no sueñan con ser esposos y esposas, padres y madres. Me da pena por ellos porque los sueños son un trampolín imprescindible para llevar la vida adelante con ánimo, y me da pena por la asfixia social que supone la falta de familias nuevas.

Me da pena porque escaseando los niños y los jóvenes, escasea mucha vida. Algo falla cuando resulta más atrayente un currículo cargado de títulos que un hogar cargado de hijos. Algo muy serio debe estar fallando cuando hemos subordinado el proyecto de familia al proyecto de trabajo, en lugar de hacerlo al revés.

Mucho estamos fallando cuando hemos asumido como normal la falta de fecundidad, poniendo el tope al número de hijos en dos, en uno o en ninguno. Algo falla cuando a los jóvenes, a sus padres y a sus maestros les parecen más importantes los proyectos de los hombres que los proyectos de Dios, sin caer en la cuenta, unos y otros, de que cada familia es un proyecto de Dios para sus miembros.

Si del celo que ponemos en su formación académica y profesional, pusiéramos una décima parte en su formación como futuros padres y madres, a algunos nos parecería un éxito. Al decir esto no estoy arremetiendo contra la formación, entre otros motivos porque he dedicado la totalidad de mi vida laboral a formar académicamente a centenares de muchachos, haciendo cuanto he podido para ayudarles a que llegaran tan alto como les fuera posible.

Pero los hechos son tozudos, y es claro que en nuestra sociedad actual necesitamos muchos más esposos y esposas que técnicos y graduados, de la misma manera que nos hacen más falta niños que mascotas. Con un añadido, y es que los graduados, una vez graduados ya no se desgradúan. Nadie en sus cabales rompe un título universitario y tira los trozos a la papelera, aunque el título no lo pueda ejercer, mientras que son muchos los que hacen trizas su matrimonio.

 Redondeando las estadísticas de los últimos años, en España el número de divorcios por año dobla el de matrimonios contraídos.

Nadie dilata voluntariamente durante años y años la consecución de un título o de unas oposiciones y en cambio nuestros jóvenes, en general no se casan; bien porque rehúsan el matrimonio, bien porque los que se casan, cuando lo hacen, ya no son jóvenes. ¿Son culpables de todo esto?

 Pienso que algo de culpa sí les tocará, pero yo me resisto a cargar sobre ellos la responsabilidad de que no sueñen o que tengan sueños de bajos vuelos porque la responsabilidad de los sueños no recae por entero en quien tiene que soñar. Los grandes responsables de los sueños de los niños y de los jóvenes somos los adultos. Padres, sacerdotes, maestros, catequistas, y en general formadores de opinión, somos a quienes nos corresponde animar, promover, alentar, ilusionar, abrir caminos.


Y esto no lo estamos haciendo, al menos no lo estamos haciendo en la medida que socialmente necesitamos. No me refiero a la sociedad en general, porque la sociedad en general no es conductora sino conducida. No lo están haciendo los gobernantes, a los cuales les corresponde una carga mayor de culpa, porque han recibido el encargo de trabajar por el bien común y el bien común pasa, necesariamente, por la promoción y el bienestar de la familia.

Pero aún es más grave y mucho más doloroso que no lo estemos haciendo muchos cristianos, los que sí creemos en la familia y decimos defenderla. No la estamos defendiendo ni promocionando porque en buena parte hemos asumido los mismos planteamientos de quienes con sus ideas o su conducta están contribuyendo a su deterioro.

Fuera de una minoría ejemplar y coherente, la gran mayoría de los bautizados, con culpa o sin culpa (eso Dios lo sabe) participamos de un estilo de vida y unas costumbres que son abiertamente contrarias a la doctrina de la Iglesia sobre la familia.

 He aquí algunos ejemplos:

– Aceptación de la convivencia entre personas del mismo sexo igualándolo con el matrimonio.
– No es difícil comprobar que la mayor parte de las parejas de novios que piden el matrimonio católico llevan años de cohabitación prematrimonial.
– La media en el número de hijos de los matrimonios cristianos no difiere sustancialmente de la media en otras formas de convivencia entre hombre y mujer.
– No hay grandes diferencias en los datos sobre rupturas de matrimonios contraídos por la Iglesia y el resto.
– Rechazo de la maternidad y de la ancianidad. Tanto el cuidado de los hijos como el de los ancianos se imponen sobre todo como cargas difíciles de asumir y de las que hay que desprenderse cuanto antes.


Estos males son solo una muestra de un repertorio mucho más extenso con los que las familias se enfrentan, pero yo no quiero dedicarles una sola línea más.

Lo que corresponde ahora es ver qué podemos hacer nosotros, los hombres y mujeres de a pie, los que no tenemos grandes responsabilidades en este campo.

Pienso en tres cosas:

1) Lo primero y más importante es rezar. Rezar mucho no tanto por la familia en general -que también- cuanto por las familias concretas que conocemos, por los matrimonios en riesgo de ruptura y por los hogares en dificultades.

2) En segundo lugar, viene bien llamar a las cosas por su nombre. Una separación o un divorcio no son opciones de vida sino fracasos. En muchos casos no serán fracasos culpables, pero son fracasos.

Al decir esto no se me olvidan las víctimas de estos fracasos y su sufrimiento, víctimas inocentes, especialmente los hijos, pero también la persona que se ha visto burlada y engañada por quien le había prometido compañía, amor y fidelidad. Precisamente el hecho de que haya víctimas que sufren es lo que demuestra que el divorcio o la ruptura no son opciones a las que aspirar sino desgarros dolorosos.

Llamar a las cosas por su nombre exige no frivolizar con algo tan serio como el matrimonio. Y es que desde hace ya décadas hemos frivolizado mucho con el divorcio, y lo seguimos haciendo.

En muchos casos parece como si el hecho de divorciarse no fuera sino un signo de puesta al día, de estar a la última. Estoy convencido de que si por causas que ahora no se me alcanzan, de repente se pusiera de moda el matrimonio indisoluble y fiel, el número de divorcios descendería de forma significativa sin más motivo que estar en la corriente dominante.


3) En tercer lugar debemos actuar. Me refiero a los matrimonios que nos mantenemos unidos pese a los baches que podamos coger y las dificultades que haya que superar. Quienes no podemos influir directamente en las leyes ni disponemos de medios para generar corrientes de opinión puede parecer que no podemos hacer nada.

Pero eso no es cierto. Tenemos una gran responsabilidad, especialmente los matrimonios cristianos, en mostrar la belleza del matrimonio y de la familia.
No se trata de llevar adelante tareas especiales ni grandes trabajos, sino en no apagar la luz que nos ha sido dada. Luego, si hay matrimonios concretos a los que se piden otras responsabilidades, que respondan, pero en principio, todo matrimonio normal está llamado a ser luz para los que les rodean.

A mí me parece que esto suele pasar desapercibido y por eso creo que viene bien recordarlo. Me vienen a la memoria unos versos de Antonio Machado:


El ojo que tú ves no es
ojo porque tú lo veas,
es ojo porque te ve.


Para hablar con rigor, habría que hacer alguna objeción importante a los versos de nuestro poeta, pero para el propósito que aquí se sigue, podemos parafrasearle y decir que la luz que un buen matrimonio desprende no es luz porque lo vean quienes la irradian, sino porque lo ven los demás.

Ojalá haya muchos y ojalá sepamos ayudar a verlo, sobre todo a los jóvenes.


Por: Estanislao Martín Rincón | Fuente: Catholic.net