Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
Pregunta:
Parece
ser que una de las principales diferencias entre católicos y
protestantes, está en el hecho de que los primeros creen en el poder de
las obras para alcanzar la salvación, mientras que los segundos no creen
que el hombre, pecador por naturaleza, pueda hacer obras con valor
salvífico, siendo la Sangre derramada por Jesús la única que puede
salvarle, y ello de forma gratuita, aceptando por la sola fe que Él es
su Salvador. Parece una opinión bastante coherente, pues se podría ver
en la actitud católica una minusvaloración del valor salvador del
Sacrificio de Jesús. La Iglesia católica pide una colaboración activa en
la salvación, hace co-redentora a María y mediadores a los Santos… ¿No
es suficiente la Sangre del Hijo de Dios por sí sola para reconciliarnos
con el Padre?
Respuesta:
La
doctrina católica sostiene –como doctrina revelada– que no basta la fe
para la salvación, ya que sólo por la caridad la fe tiene la perfección
de unirnos a Cristo y ser vida del alma, siendo meritoria de vida
eterna. El Concilio de Trento expresamente enseña que “la fe, si no se
le añade la esperanza y la caridad, ni une perfectamente con Cristo, ni
hace miembro vivo de su Cuerpo. Por cuya razón se dice, con toda verdad,
que la fe sin las obras está muerta (St 2,17ss) y ociosa” [1]. Y
expresamente condenó el concepto de “sola fe”, tal como lo entendió el
luteranismo primitivo: “Si alguno dijere que el impío se justifica por
la sola fe, de modo que entienda no requerirse nada más con que coopere a
conseguir la gracia de la justificación y que por parte alguna es
necesario que se prepare y disponga por el movimiento de su voluntad,
sea anatema”[2].
Esta
doctrina está expresamente enseñada en la Sagrada Escritura, pues si
bien es cierto que hay muchos textos –especialmente paulinos– que hablan
de un papel fundamental de la fe en la justificación[3], también es
claro que hay muchos otros textos, tanto del mismo Pablo como de otros
autores inspirados, que hablan de la ineficacia de la fe sin las obras, y
en particular sin la caridad: la fe sin obras es muerta (St 2,17); el
que no tiene caridad –se entiende que está hablando de quien tiene fe–
permanece en la muerte (1Jn 3,14); si tuviere tanta fe que trasladase
los montes, si no tengo caridad, no soy nada (1Co 13,2); en Cristo ni
vale la circuncisión ni vale el prepucio, sino la fe, que actúa por la
caridad (Gal 5,6; cf. 4,15).
Por
tanto, es necesario armonizar las afirmaciones en que se atribuyen los
efectos salvíficos a la fe, con aquéllos en que los mismos efectos son,
no sólo atribuidos a la caridad, sino que se niega que puedan ser
alcanzados por la fe sin la caridad y las obras de la caridad (pues al
hablar de caridad se sobreentienden sus obras, como queda patente por
las palabras del Señor en el Evangelio de San Juan (cf. Jn 15,10): el
que me ama guardará mis palabras [= mandamientos]). Mala práctica
exegética es negar los textos que crean dificultad, tanto por una parte
(negando el papel clave que juega la fe en la justificación y la
doctrina paulina de la exclusión de las obras de la Ley; sea negando el
papel de las obras de la caridad). De aquí que haya que afirmar que los
textos en que se habla de la fe, deben ser entendidos de la fe
“perfeccionada” por la caridad (porque mientras los textos referidos a
la fe salvífica, si fuesen entendidos de la fe al margen de la caridad,
quedarían en oposición a los textos que hablan de la necesidad de la
caridad para salvarse, por el contrario, entendidos de la fe
perfeccionada por la caridad, se entienden tanto unos como otros).
Teológicamente,
esta relación perfectiva de la caridad –llamada bíblicamente:
perfección, vínculo, vida o alma– ha sido expresada con el concepto de
“forma”: la caridad es la forma de todas las virtudes[4]. No debe
entenderse en el sentido de forma intrínseca o sustancial, pues la fe y
las demás virtudes tienen su propia especificación intrínseca que les
viene de su objeto, la cual no muda al recibir la caridad sino como
referida a una forma accidental y extrínseca (de orden operativo): en el
sentido de que la caridad mueve e impera los actos de fe
y de las demás virtudes al fin último (Dios), imprimiendo en ellos la
cualidad de actos meritorios; de este modo eleva los actos de la fe al
orden virtuoso y perfecto. En este sentido, la fe recibe de la caridad especificación sobrenatural,
es decir, la orientación al fin último (el bien divino, que es objeto
de la caridad): “la caridad, en cuanto tiene por objeto el último fin,
mueve las otras virtudes a obrar”[5].
En referencia a cuanto decían las objeciones expuestas más arriba, debemos decir que de ninguna manera puede decirse que la Iglesia católica quite valor al sacrificio de Jesús.
Su valor es infinito y una gota de sangre puede salvar el universo,
como cantamos en el Adorote devote (himno atribuido a Santo Tomás). Lo
que enseña la Iglesia, siguiendo al mismo Jesucristo, es que Dios no nos
salvará (nos salva Dios, no nosotros) sin nosotros, es decir, sin que
su sangre se convierta en fruto en nosotros. Y esto se pone de
manifiesto en las obras (que si bien las hace Dios en nosotros, se
hacen, existen). Por eso, Jesucristo al joven rico que quería salvarse
le dice que haga obras: ¿Qué tengo que hacer para salvarme? Cumple los
mandamientos, y le nombra los principales. Eso es lo mismo que enseña la
Iglesia. Las obras son totalmente nuestras y totalmente de Dios que las
hace en nosotros.
Lutero
tergiversó esta doctrina, considerando inútil toda obra humana. Pero no
es eso lo que enseña San Pablo cuando en 1Co 3,9 dice que somos colaboradores
de Dios. Algunos protestantes, para evitar el sentido evidente del
valor de las obras que tiene este texto, traducen “trabajadores de
Dios”, pero no es ése el sentido verdadero de la expresión (¿dónde dejan
estos biblistas el sentido literal cuando se torna comprometedor para
sus doctrinas?). El texto griego dice “sunergoí” (“sunergós”):
colaboradores, “adiutores” como dice la Neo Vulgata; el prefijo griego
“sun” equivale al latino “cum”, con (como puede verse en palabras que
han pasado a nuestra lengua: “síntesis”, “sincrónico”, “sinestesia”,
etc.). Lo reconocen algunas versiones protestantes como la American
Standard Version y la New King James Version, que traducen como
“fellow-workers”, y la Reina-Valera que dice “colaboradores”. También
San Pablo exclama con toda fuerza: De él (Dios) somos hechura, creados
en Cristo Jesús a base de obras buenas, que de antemano dispuso Dios para que nos ejercitemos en ellas
(Ef 2,10). “Epì érgois agathois” son obras, hechos buenos; y dice San
Pablo que Dios ha querido que en ellas “peripatêsômen”: caminemos. No
puede pensarse nada más lejos de una fe desencarnada del obrar. Y por el
mismo motivo, Nuestro Señor nos recuerda que no basta el conocimiento
para la salvación, cuando, tras lavar los pies de sus discípulos y
recordarles la necesidad de “obrar” según su ejemplo (Jn 13,15: para que
así como yo hice con vosotros, vosotros también hagáis: “húmeis
poiête”), añade (Jn 13,17): Si sabéis esto, bienaventurados seréis si lo
hiciérais (“ei tauta oidate, makárioí este eàn poiête autá). No basta
saber; es necesario hacer, obrar (“poieô” en griego).
A
una persona que me preguntaba: “si la salvación ya está dada por Jesús y
en Jesús, ¿por qué tenemos que ‘trabajar’ para conseguirla?”, le
respondí, en su momento, diciendo que si a alguien le comunican que el
gobierno le ha adjudicado una casa pero tiene que ir a retirar el
título, esa persona se daría cuenta de que la casa le pertenecerá desde
el momento en que retire efectivamente el título; antes no puede entrar
en esa casa. Del mismo modo, Jesús ha ganado los méritos para nuestra
salvación, pero cada uno de nosotros debe hacer el trabajo de
“aplicárselos” a sí mismo, mediante la santificación diaria y los
sacramentos (aun así, los católicos sabemos y profesamos que esta misma
aplicación no es sólo obra nuestra, sino al mismo tiempo toda nuestra y
toda de Dios). Jesús murió por todos los hombres, pero el buen ladrón
aceptó a Cristo y el mal ladrón murió blasfemando. Eso quiere decir que
la salvación no es algo automático. Y las consecuencias a las que se
puede llegar por la doctrina de la fe sola, sin obras, escandalizaría a
todo buen protestante. Baste de prueba las palabras de Lutero en carta a
Melanchton el 1 de agosto de 1521[6]: “Si pide gracia, entonces pida
una gracia verdadera y no una falsa; si la gracia existe, entonces debes
cometer un pecado real, no ficticio. Dios no salva falsos pecadores. Sé
un pecador y peca fuertemente, pero cree más y alégrate en Cristo más
fuertemente aún (…) Si estamos aquí [en este mundo] debemos pecar (…)
Ningún pecado nos separará del Cordero, ni siquiera fornicando y
asesinando millares de veces cada día”. El autor protestante De Wette,
quien se dedicó a coleccionar frases célebres de Lutero, decía
(atribuyéndolo a Lutero): “Debes quitar el decálogo de los ojos y del
corazón”[7]
Me
parece, así, muy equilibrado cuanto escribía un convertido: “muchos
protestantes acusan a la Iglesia Católica de enseñar un sistema de
salvación basado en obras humanas, independientemente de la gracia de
Dios. Pero esto no es cierto. La Iglesia enseña la necesidad de las
obras, pero también lo enseñan las Escrituras. La Iglesia rechaza la
noción de que la salvación se puede alcanzar ‘sólo por las obras’. Nada
nos puede salvar, ni la fe ni las obras, sin la gracia de Dios. Las
acciones meritorias que llevamos a cabo son obras inspiradas por la
gracia de Dios”[8].
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En
ésta, como en otras cuestiones, creo que hay una incomprensión de parte
de muchos protestantes respecto de la doctrina católica. Lo que ellos
critican a los católicos, los católicos no lo enseñan de ese modo; es
una mala imagen que no responde a la realidad, y para demostrarlo
podemos invitar a cualquier protestante que nos diga dónde y en qué
documento oficial, aprobado por el magisterio, la Iglesia enseña que
alguien puede justificarse sólo por las obras.
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Bibliografía:
M. Bover, Las epístolas de San Pablo, Balmes, Barcelona 1959;
Idem, Teología de San Pablo, BAC, Madrid 1956;
Ferdinand Prat, La teología de San Pablo, Jus, México 1947 (2 volúmenes);
Settimio Cipriani, Le lettere di Paolo, Cittadella Ed., Assisi 1991.
En
inglés puede encontrarse una importante bibliografía sobre la doctrina
protestante y católica de la justificación en el artículo de Joseph
Pohle, Justification, “The Catholic Encyclopedia”, vol. VIII, Robert
Appleton Company, 1910.
[1] DS 1531.
[2] DS 1559; cf. 1532; 1538; 1465; 1460s.
[3]
Por ejemplo: Le respondieron: Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú
y tu casa (Hch 16,31); el hombre es justificado por la fe, sin las
obras de la ley (Rom 3,28); Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra
justificación (Rom 5,1); otras citas semejantes: Hch 26,18; Rom 10,9; Ef
2,8-9; Gal 2,16; 2,21; 3,1-3. 9-14. 21-25.
[4] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1827; 1844; 2346.
[5] Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, 64,5.
[6] Esta carta puede leerse en la “American Edition Luther’s Works”, vol. 48, pp. 281-282, ed. H. Lehman, Fortress 1963.
[7] Citado por P. F. O’Hare, The Facts about Luther, Rockford 1987, p. 311.
[8] Cf. Tim Staples, op. cit., p. 269-270.
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