Por: Mauricio Montoya | Fuente: Catholic-link.com
Actualmente se conocen diversos casos de abuso
a menores cometidos por personas mayores, familiares, vecinos, amigos… y
también, tristemente, por sacerdotes o ministros consagrados. Este es
un hecho que se lamenta a nivel mundial ya que como seres humanos
buscamos proteger a aquellos más indefensos, más aún dentro de la
Iglesia.
Innumerables
reportajes han sido lanzados a nivel mundial, incluso películas se han
hecho sobre este tema. Y la Iglesia, los católicos no solo nos llenamos
de dolor sino también de mucha vergüenza.
Es
sabido que este tipo de temas genera una tormenta (Mateo 8, 23-27),
para la barca que es la Iglesia, tormenta que sacude aun a aquellos que
se dicen no creyentes, pues hasta los no creyentes esperan de alguna
manera que la Iglesia obre el bien. Para los que pertenecemos a ella,
las explicaciones, las oraciones, las reflexiones quedan cortas, nos es
muy difícil de afrontar, el mundo literalmente se nos vuelve encima. En
estos momentos de dificultad, ¿qué nos queda? Creo que muy a pesar del
dolor es necesario servirnos de este tipo de acontecimientos, para reflexionar claramente sobre nuestra fe y labor pastoral.
«Cuando entró Jesús en la barca, sus discípulos le siguieron. Y de pronto se desató una gran tormenta en el mar, de modo que las olas cubrían la barca; pero Jesús estaba dormido. Y llegándose a Él, le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! Y Él les dijo: ¿Por qué estáis amedrentados, hombres de poca fe? Entonces se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Quién es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?» (Mt 8, 23-27).
1.Permitirnos el dolor
Es necesario pensar en el dolor. No
podemos ignorar que estos hechos causan dolor en toda la Iglesia, pero
principalmente en la persona que, como víctima, es directamente
afectada, sea la persona abusada, o el acusado injustamente. Al igual
está el dolor que siente (o que debería sentir) quien ha cometido el
abuso, dolor de haber traicionado su vida y vocación, dolor de haber
ofendido a Dios y dañado a un hermano. Y no podemos olvidar el dolor que
sufre la Iglesia como madre y maestra. Y el dolor que todos como
Iglesia sentimos. Cuando uno peca, el pecado no es algo que se queda en
cada quien (más aún uno de tal magnitud) el pecado de uno
ineludiblemente afecta a todos, hasta en esto vivimos en comunidad.
2. Una Iglesia humana
Como
hemos dicho al inicio, estos casos de abuso, no ocurren solamente por
parte de miembros de la Iglesia. Son numerosos los casos de abuso
perpetrado por familiares, amigos y demás; pero sí es particular que,
aun para aquellos que no se declaran creyentes, sea más doloroso, e incluso escandaloso, cuando estos casos ocurren dentro de la Iglesia.
La palabra sigue valiendo y de las personas que el libertad han dejado
todo para seguir a Cristo se espera el bien. Un pecado como este es
dolorosísimo.
Hay
que recordar que la Santa Madre Iglesia está llamada en todos sus
miembros, clérigos y laicos, a caminar hacia la santidad. Si bien el
Señor llama a cada uno a vivir una vocación particular, no nos llama por
lo nobles y santos que somos, sino que nos llama sabiendo quien es cada
persona (1 Cor 1,27), nos llama a la conversión y a caminar hacia Él
por medio de esa vocación.
3. Mantener la fe
«Él
les dijo: ¿Por qué estáis amedrentados, hombres de poca fe? Entonces se
levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma»
(Mt 8, 26).
¿Mantener
la fe? Sí, es en momentos como este en los que la fe es probada y lo
único que queremos hacer es reclamarle a Dios. Es un momento en el que
debemos interrogarnos sobre nuestro discipulado: ¿seguimos a las
personas o seguimos a Jesús? La decepción puede ser tan grande que
podemos terminar abandonándolo todo. La fe debe estar siempre
puesta en Jesús, es Él quien calma la tormenta y trae la paz. El
consuelo solo lo podremos encontrar en Él.
4. La opción es el perdón y la justicia
Perdonar
y hacer un proceso de reconciliación, se presenta como un camino largo y
difícil. Creo que sin la ayuda de Dios es casi imposible, sobre todo
cuando la víctima es alguien cercano e indefenso. El perdón es un camino
de renuncia a nosotros mismos y de exaltación del amor al prójimo. Solo podremos lograrlo mientras permanezcamos unidos a Cristo. Es
una muestra firme de la fe que se tiene en Jesús, aquel que fue capaz
de enseñarnos que es más grande el perdón que el pecado, la misericordia
que la condena (Jn 8,1-11 / Lc 15, 11-32).
La
justicia es algo que ayuda mucho en el proceso del perdón. Saber que
Dios no olvida y que existen los medios para sancionar a aquel que hace
daño. No debemos tener temor a la justicia y a dejarla en manos de
aquellos que tienen la autoridad para aplicarla.
5. La tormenta sacude la vocación
Si
bien es cierto que estos acontecimientos hacen que surjan dudas
respecto a nuestro discipulado, a nuestro servicio apostólico en la
Iglesia, a nuestro camino vocacional como cristianos. Es necesario
recurrir a Cristo para que Él nos muestre que su llamado es más fuerte que la tormenta.
La vocación que pasa por la prueba es aquella que se hace más fuerte y
radical, es aquella que se hace preguntas y al responderlas se enriquece
y fortalece de tal manera que sus raíces se afirman con mayor fuerza.
Creería
que este es un momento preciso para dar una respuesta más radical al
llamado que Dios hace en nuestras vidas, que interesante sería trabajar
en nuestros apostolados juveniles, por ejemplo, el tema del proyecto de
vida frente a los obstáculos que se pueden aparecer en el camino y como
estos deben ayudarnos a seguir adelante y no estancarnos.
6. Jesús calma la tormenta y protege la barca
Finalmente,
es importante que no olvidemos que la Iglesia como barca que navega en
el mundo, siempre lleva dentro de sí a Jesús, y que al igual que en el
Evangelio, es Él quien calma las tormentas que arrecian. Aquellas
tormentas que sacuden la fe y generan interrogantes solo pueden ser
apaciguadas por la mano del Señor que actúa cuando le llamamos por medio
de la oración.
Como
apostolado podemos servirnos de estos acontecimientos para generar en
los grupos parroquiales, comunidades y demás espacios de encuentro,
momentos de reflexión crítica, reflexiones que partiendo de la fe, la
Palabra de Dios y la oración, nos ayuden a crecer en nuestro camino de
discernimiento y vocación a la santidad.
«El
reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites, lejos de
alejarnos de nuestro Señor nos permite volver a Jesús sabiendo que «Él
siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad
y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la
propuesta cristiana nunca envejece… Cada vez que intentamos volver a la
fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos
caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más
elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo
actual». Qué bien nos hace a todos dejar que Jesús nos renueve el
corazón» (Papa Francisco).
Si
alguna vez te es difícil enfrentarte a personas que atacan tu fe por
estos temas que afectan a nuestra Iglesia, te recomendamos escuchar esta
conferencia que te podría dar algunas luces.
Este artículo fue publicado originalmente por nuestros aliados y amigos: |
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