sábado, 28 de abril de 2018

Trabajar por amor y para gloria de Dios

Estamos llamados a realizar trabajo productivo y de calidad.


Por: Marlene Yanez | Fuente: Catholic.Net




¿Quién puede saber más del trabajo que Dios, considerando que es el primer trabajador sobre la faz de la tierra creando todo lo existente? El libro del Génesis lo relata (Génesis 1, 1:15) y hoy seguimos su ejemplo realizando distintos tipos de labores que constituye “nuestro trabajo”.

“Dios miró todo lo que había hecho y vio que era muy bueno. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el sexto día” (Génesis 1:31). Estamos entonces llamados en nuestra constante lucha por asemejarnos a nuestro Padre, a realizar un trabajo igualmente “bueno”. Implicaría entonces realizar un trabajo productivo, bien elaborado, de calidad, maximizando recursos y aquí podríamos centrarnos en una serie de otras características para expresar en el mundo de hoy, lo que sería un trabajo “bueno”.

Así como José, el Padre adoptivo de Jesús, era carpintero y el mismo Jesús, siendo el Rey de Reyes, aprendió y trabajó en el oficio de su Padre, La Sagrada Escritura es categórica en este punto: “Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3:10). Se reprocha la pereza: “El alma del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada” (Proverbios 13:4). Y por último se ensalza a quienes trabajan y obtienen beneficios: “Cuando comieres el trabajo de tus manos, Bienaventurado serás, y te irá bien” (Salmos 128:2).

En nuestra sociedad, el trabajo es concebido como medio de obtención de una retribución que generalmente es económica, pues mediante ésta podemos satisfacer nuestras múltiples necesidades. Sin embargo, no basta con trabajar para obtener una recompensa material, ya que también se considera un medio de dignificación de la persona. La dignidad no nos lo da el poder, el dinero o la cultura, la dignidad nos la da el trabajo, y nos hace semejantes a Dios.

Un trabajo libre, creativo, participativo y solidario, debería asegurar en tanto que es verdaderamente digno. Que los trabajadores busquen la verdadera libertad en el trabajo, a la luz de lo que ocurre con las llamadas organizaciones esclavistas que oprimen a los más pobres, desvalidos, personas sin educación, mujeres y niños. Creativo que dice relación con la explotación de los potenciales de cada persona considerando sus capacidades y aptitudes que Dios ha puesto en cada uno de nosotros. Un trabajo participativo y solidario en tanto, consiste en ver en el fin del trabajo el rostro del otro: “El trabajo se realiza no sólo para beneficiar al trabajador, sino también a otros: “Seis años sembrarás tus campos y recogerás tus cosechas, pero el séptimo año no cultivarás la tierra. Déjala descansar, para que la gente pobre del pueblo obtenga de ella su alimento, y para que los animales del campo se coman lo que la gente deje. Haz lo mismo con tus viñas y con tus olivares” (Éxodo 23:10-11).


Nuestra sociedad tiene la responsabilidad de generar empleos dignos, con retribuciones justas; que toda persona que pueda y desee trabajar por un salario tenga la opción de hacerlo; sin discriminación de razas, clases ni etnias; con inclusión laboral, con compromiso social empresarial y respetando los derechos de los trabajadores.

El Sumo Pontífice en el congreso en Nápoles declaraba: “Una Sociedad que no ofrezca a las nuevas generaciones suficientes oportunidades de trabajo digno no puede llamarse justa”. Y hace un llamado dentro del mismo discurso a los empresarios, a ver más allá de los balances de la empresa a favor de la generación de empleos.
No debemos olvidar que la persona debe sentirse dignificada y satisfecha con su trabajo. 

Debemos en tanto propiciar un grato ambiente laboral, lo que no sólo beneficia al trabajador, sino también a la empresa. Sólo así se podría cumplir lo que la Sagrada Escritura nos señala: trabajar por amor y para Gloria de Dios. “…

En Conclusión, ya sea que coman o beban o hagan cualquier cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).

sábado, 21 de abril de 2018

Cuando la Iglesia duele. ¿Cómo tener paz en medio de la tormenta de abusos?

Creo que muy a pesar del dolor es necesario servirnos de este tipo de acontecimientos, para reflexionar claramente sobre nuestra fe y labor pastoral.


Por: Mauricio Montoya | Fuente: Catholic-link.com




Actualmente se conocen diversos casos de abuso a menores cometidos por personas mayores, familiares, vecinos, amigos… y también, tristemente, por sacerdotes o ministros consagrados. Este es un hecho que se lamenta a nivel mundial ya que como seres humanos buscamos proteger a aquellos más indefensos, más aún dentro de la Iglesia.
Innumerables reportajes han sido lanzados a nivel mundial, incluso películas se han hecho sobre este tema. Y la Iglesia, los católicos no solo nos llenamos de dolor sino también de mucha vergüenza.


Es sabido que este tipo de temas genera una tormenta (Mateo 8, 23-27), para la barca que es la Iglesia, tormenta que sacude aun a aquellos que se dicen no creyentes, pues hasta los no creyentes esperan de alguna manera que la Iglesia obre el bien. Para los que pertenecemos a ella, las explicaciones, las oraciones, las reflexiones quedan cortas, nos es muy difícil de afrontar, el mundo literalmente se nos vuelve encima. En estos momentos de dificultad, ¿qué nos queda? Creo que muy a pesar del dolor es necesario servirnos de este tipo de acontecimientos, para reflexionar claramente sobre nuestra fe y labor pastoral.
«Cuando entró Jesús en la barca, sus discípulos le siguieron. Y de pronto se desató una gran tormenta en el mar, de modo que las olas cubrían la barca; pero Jesús estaba dormido.  Y llegándose a Él, le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!  Y Él les dijo: ¿Por qué estáis amedrentados, hombres de poca fe? Entonces se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma.  Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Quién es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?» (Mt 8, 23-27).

 

 

1.Permitirnos el dolor

Es necesario pensar en el dolor. No podemos ignorar que estos hechos causan dolor en toda la Iglesia, pero principalmente en la persona que, como víctima, es directamente afectada, sea la persona abusada, o el acusado injustamente. Al igual está el dolor que siente (o que debería sentir) quien ha cometido el abuso, dolor de haber traicionado su vida y vocación, dolor de haber ofendido a Dios y dañado a un hermano. Y no podemos olvidar el dolor que sufre la Iglesia como madre y maestra. Y el dolor que todos como Iglesia sentimos. Cuando uno peca, el pecado no es algo que se queda en cada quien (más aún uno de tal magnitud) el pecado de uno ineludiblemente afecta a todos, hasta en esto vivimos en comunidad.

 

 

2. Una Iglesia humana

Como hemos dicho al inicio, estos casos de abuso, no ocurren solamente por parte de miembros de la Iglesia. Son numerosos los casos de abuso perpetrado por familiares, amigos y demás; pero sí es particular que, aun para aquellos que no se declaran creyentes, sea más doloroso, e incluso escandaloso, cuando estos casos ocurren dentro de la Iglesia. La palabra sigue valiendo y de las personas que el libertad han dejado todo para seguir a Cristo se espera el bien. Un pecado como este es dolorosísimo.


Hay que recordar que la Santa Madre Iglesia está llamada en todos sus miembros, clérigos y laicos, a caminar hacia la santidad. Si bien el Señor llama a cada uno a vivir una vocación particular, no nos llama por lo nobles y santos que somos, sino que nos llama sabiendo quien es cada persona (1 Cor 1,27), nos llama a la conversión y a caminar hacia Él por medio de esa vocación.

 

 

3. Mantener la fe

«Él les dijo: ¿Por qué estáis amedrentados, hombres de poca fe? Entonces se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma» (Mt 8, 26).
¿Mantener la fe? Sí, es en momentos como este en los que la fe es probada y lo único que queremos hacer es reclamarle a Dios. Es un momento en el que debemos interrogarnos sobre nuestro discipulado: ¿seguimos a las personas o seguimos a Jesús? La decepción puede ser tan grande que podemos terminar abandonándolo todo. La fe debe estar siempre puesta en Jesús, es Él quien calma la tormenta y trae la paz. El consuelo solo lo podremos encontrar en Él.

 

 

4. La opción es el perdón y la justicia

Perdonar y hacer un proceso de reconciliación, se presenta como un camino largo y difícil. Creo que sin la ayuda de Dios es casi imposible, sobre todo cuando la víctima es alguien cercano e indefenso. El perdón es un camino de renuncia a nosotros mismos y de exaltación del amor al prójimo. Solo podremos lograrlo mientras permanezcamos unidos a Cristo. Es una muestra firme de la fe que se tiene en Jesús, aquel que fue capaz de enseñarnos que es más grande el perdón que el pecado, la misericordia que la condena (Jn 8,1-11 / Lc 15, 11-32).

La justicia es algo que ayuda mucho en el proceso del perdón. Saber que Dios no olvida y que existen los medios para sancionar a aquel que hace daño. No debemos tener temor a la justicia y a dejarla en manos de aquellos que tienen la autoridad para aplicarla.

 

 

5. La tormenta sacude la vocación

Si bien es cierto que estos acontecimientos hacen que surjan dudas respecto a nuestro discipulado, a nuestro servicio apostólico en la Iglesia, a nuestro camino vocacional como cristianos. Es necesario recurrir a Cristo para que Él nos muestre que su llamado es más fuerte que la tormenta. La vocación que pasa por la prueba es aquella que se hace más fuerte y radical, es aquella que se hace preguntas y al responderlas se enriquece y fortalece de tal manera que sus raíces se afirman con mayor fuerza.
Creería que este es un momento preciso para dar una respuesta más radical al llamado que Dios hace en nuestras vidas, que interesante sería trabajar en nuestros apostolados juveniles, por ejemplo, el tema del proyecto de vida frente a los obstáculos que se pueden aparecer en el camino y como estos deben ayudarnos a seguir adelante y no estancarnos.

 

 

6. Jesús calma la tormenta y protege la barca

Finalmente, es importante que no olvidemos que la Iglesia como barca que navega en el mundo, siempre lleva dentro de sí a Jesús, y que al igual que en el Evangelio, es Él quien calma las tormentas que arrecian. Aquellas tormentas que sacuden la fe y generan interrogantes solo pueden ser apaciguadas por la mano del Señor que actúa cuando le llamamos por medio de la oración.


Como apostolado podemos servirnos de estos acontecimientos para generar en los grupos parroquiales, comunidades y demás espacios de encuentro, momentos de reflexión crítica, reflexiones que partiendo de la fe, la Palabra de Dios y la oración, nos ayuden a crecer en nuestro camino de discernimiento y vocación a la santidad.

«El reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites, lejos de alejarnos de nuestro Señor nos permite volver a Jesús sabiendo que «Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece… Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual». Qué bien nos hace a todos dejar que Jesús nos renueve el corazón» (Papa Francisco).


Si alguna vez te es difícil enfrentarte a personas que atacan tu fe por estos temas que afectan a nuestra Iglesia, te recomendamos escuchar esta conferencia que te podría dar algunas luces.


Este artículo fue publicado originalmente por nuestros aliados y amigos: Catholic-link.com

sábado, 14 de abril de 2018

¿Predijo la Biblia los ataques en Siria?




Un profecía de Isaías está causando mucha controversia en estos días, a la luz de los últimos eventos en Siria. El p. Sam se tomó el tiempo de explicarnos dicho texto.

sábado, 7 de abril de 2018

La suave voz del Espíritu Santo ¿cómo escucharlo?

Cómo filtrar las muchas voces que nos hablan, para escuchar lo que nos tiene que decir el Santo Espíritu de Dios.


Por: n/a | Fuente: La-palabra.com




"Se lava la carne para que se purifique el alma; se unge la carne para consagrar el alma; se signa la carne para fortalecer el alma; se imponen las manos sobre la carne para que el alma sea iluminada por el Espíritu; se nutre la carne con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para que el alma se sacie de Dios" (Tertuliano, en De Resurrectione, 8).


Esta cita de uno de los Padres de la Iglesia nos permite ver algo de cómo los primeros cristianos entendían el Bautismo y la Confirmación, vale decir, que mientras el Bautismo "nos lava" del pecado original, es a través del don del Espíritu Santo que somos ungidos, sellados e iluminados.


Como sucede con los demás sacramentos, si queremos experimentar completamente las bendiciones de la Confirmación, a nosotros nos toca hacer algo también: creer que el Espíritu Santo vive en nosotros y que quiere hablarnos y actuar en nuestra vida. Tenemos, además, que aprender a escuchar su voz y seguir su guía. Así pues, en los párrafos siguientes, veremos cómo se pueden experimentar con mayor profundidad las bendiciones recibidas en la Confirmación.



Una multitud de voces. 


Sí, es cierto que el Espíritu Santo nos quiere hablar, pero a veces nos cuesta escucharle. Esto sucede porque hay muchas otras voces que constantemente nos llegan de todos lados pidiendo atención. Todas quieren penetrar en nuestros razonamientos e influir en las decisiones que tomamos.

Pensemos en todas las voces, unas útiles, otras inútiles, que escuchamos durante el día: voces de familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos. Está además toda la inmensidad de anuncios y propaganda comercial que nos urge a comprar diversos productos o servicios que supuestamente van a comunicarnos felicidad o satisfacción en la vida. Además están los medios de difusión (periódicos, televisión, radio, internet) que tratan de informarnos y condicionarnos para pensar de una u otra forma. También está la presencia de Satanás, el maligno "que engaña a todo el mundo" (Apocalipsis 12, 9). Y, naturalmente, está nuestro Padre celestial que quiere concedernos su sabiduría y guiarnos hacia el camino de la salvación.


Con todas estas voces que llegan al oído y a la mente, uno tiene que preguntarse: ¿Cómo puedo discernir lo correcto y lo erróneo en todas estas voces? La respuesta radica, en gran parte, en los dones espirituales que recibimos en nuestra Confirmación.



Declarar culpable y convencer. 


Cuando fuimos confirmados, fuimos sellados con el Espíritu Santo, recibimos los dones espirituales y fuimos santificados como seguidores del Señor. Recibimos la gracia y el poder que nos permiten centrar la mente en las cosas de Dios y participar en la construcción del Reino en la tierra.


Pero, ¿cómo nos ayuda esta gracia día tras día? En su Evangelio, San Juan nos dice que el Espíritu Santo quiere hacernos reconocer nuestros pecados y convencernos de la santidad y la justicia de Jesús (v. Juan 16, 8-10). Esta doble obra de declararnos culpables y convencernos es parte de la esencia del Sacramento de la Confirmación.

En cuanto a reconocernos culpables de los pecados cometidos, el Espíritu Santo nos habla a la conciencia. Todos hemos pasado por situaciones en las que hemos ocultado o torcido la verdad, manipulado a alguien o desviado la atención de las consecuencias morales de alguna decisión que hayamos tomado.


Es muy importante que nosotros sepamos que el Espíritu Santo nos declara culpables de los pecados que hayamos cometido, pero es más importante aún que estemos dispuestos a reconocer la realidad de Cristo Jesús, porque quiere enseñarnos que el Señor es el fiel Servidor de Dios, que nos ha salvado de nuestros pecados; quiere revelarnos que Cristo es quien nos prodiga su divina misericordia cuando lo buscamos, que nos ama profundamente y que nunca se cansará de nosotros.



Estar conscientes de Dios. 


El Señor nos ama a todos por igual. Nos creó a todos con la misma capacidad espiritual, de modo que nadie debe sentirse en desventaja al tratar de escuchar la voz del Espíritu Santo o reconocer la obra de Dios en su vida. La Escritura contiene magníficos relatos acerca de personas como San Pedro, la Virgen María y San Felipe, que percibieron la guía del Espíritu Santo aun cuando esa guía parecía extraña al principio. Por ejemplo, Pedro estuvo dispuesto a dejar de lado la tradición judía que le prohibía entrar en la casa de un gentil, pero haciéndolo dio lugar a la expansión del Evangelio más allá del judaísmo (Hechos 10, 1-49). A su vez, el Espíritu Santo inspiró a la Virgen María, por medio de un ángel, a renunciar a sus propios planes para ser la Madre de Dios (Lucas 1, 26-38), y Felipe fue conducido por el Espíritu para dirigirse hacia el desierto sin saber exactamente por qué, pero su obediencia dio lugar a la conversión de un alto oficial del gobierno etíope (Hechos 8, 26-39).


Del mismo modo, el Espíritu Santo también quiere hablarnos a nosotros. Tal vez no sea de la manera tan dramática que leemos en estos relatos, pero él quiere infundir nuevos pensamientos en nuestra mente. Por ejemplo, tal vez al caminar hacia la Iglesia para ir a misa tú te puedes sentir movido a hablarle a un desconocido y quién sabe si eso te daría la oportunidad de compartir tu fe en Jesucristo. O bien, tal vez estés mirando la televisión cuando sientas el deseo de orar por tu familia o pedirle a Dios perdón por alguna antigua situación de pecado. Estas son ocasiones en que el Espíritu quiere inspirarte tal como inspiró a Pedro, la Virgen María y Felipe para hacer algo inesperado. Estos son ejemplos de lo que hace el Espíritu Santo para que tú seas un instrumento apto para compartir el Evangelio y edificar la Iglesia de Cristo. Y todo esto fluye del Sacramento de la Confirmación.


Sí, es cierto que es necesario asegurarnos de que estos impulsos provengan del Espíritu Santo, pero sucede muy a menudo que descartamos estas inspiraciones como cosas pasajeras sin consecuencia alguna. Naturalmente, también es posible que algunas ideas como éstas provengan sólo de nuestra propia imaginación, pero no es imposible que vengan del Espíritu Santo. Pensemos en lo que sucedió con San Pedro. Un día le dijo a Jesús "Tú eres el Mesías" (Mateo 16, 16), tal vez pensando que era algo que a él solo se le había ocurrido, pero Jesús le corrigió: "Esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo" (Mateo 16, 17).



¿Por qué Pedro pronunció estas palabras? 

Porque amaba a Jesús, pasaba horas en su compañía y quería llegar a ser como él. Es claro que la devoción de Pedro lo había cambiado, y al parecer, él ni siquiera se había dado cuenta. Lo mismo puede sucedernos a nosotros. Si pasamos tiempo con Jesús cada día, el amor que le tenemos crecerá y se hará más fuerte, desearemos complacerlo y comenzaremos a escuchar la voz del Espíritu Santo en el corazón. Ya sea que lo reconozcamos o no, nuestra vida comenzará a cambiar y así nos iremos asemejando un poco más al Señor.



Practicar la escucha. 


Reconozcamos que el Espíritu Santo quiere hablarnos a todos, hasta ser la voz dominante en nuestra mente, y mientras mejor dispuestos estemos a aceptar la obra del Espíritu de hacernos ver nuestros pecados, convencernos de amar al Señor y edificar la Iglesia, más nos acercaremos a Cristo y avanzaremos por el camino de la santidad. Igualmente, encontraremos que la gracia de la Confirmación tiene una influencia cada vez más poderosa en nuestra vida personal y espiritual.


Creamos pues que podemos estar conscientes de la presencia de Dios; creamos que el Espíritu Santo realmente nos habla y tratemos de percibir lo que nos trata de decir cada día, para que estemos más atentos a sus inspiraciones.


Al mismo tiempo, comprometámonos a poner en práctica al menos una buena acción que nos parezca percibir en la mente cada día de este mes. Cuando estés haciendo oración o justo después de recibir la Sagrada Eucaristía, pídele al Espíritu Santo que te hable y te conceda los dones que quiera darte. Luego, pon atención a los pensamientos que lleguen a tu mente, escribe lo que te parezca que te dice el Espíritu Santo y busca la manera de ponerlo en práctica. Después de unos días, reflexiona y ve qué tipo de resultados han surgido de lo que te pareció escuchar o de lo que hiciste

.
Publicado originalmente en: La-palabra.com

domingo, 1 de abril de 2018

Mensaje y Bendición “Urbi et Orbi” 2018-04-01





Balcón central de la Basílica de San Pedro - Mensaje y Bendición "Urbi et Orbi" de Papa Francisco

DOMINGO de RESURRECCIÓN 2018




Domingo de Resurrección El Domingo de Resurrección o Vigilia Pascual es el día en que incluso la Iglesia más pobre se reviste de sus mejores ornamentos, es la cima del año litúrgico. Es el aniversario del triunfo de Cristo. Es la feliz conclusión del drama de la Pasión y la alegría inmensa que sigue al dolor. Y un dolor y gozo que se funden pues se refieren en la historia al acontecimiento más importante de la humanidad: la redención y liberación del pecado de la humanidad por el Hijo de Dios. Nos dice San Pablo: "Aquel que ha resucitado a Jesucristo devolverá asimismo la vida a nuestros cuerpos mortales". No se puede comprender ni explicar la grandeza de las Pascuas cristianas sin evocar la Pascua Judía, que Israel festejaba, y que los judíos festejan todavía, como lo festejaron los hebreos hace tres mil años, la víspera de su partida de Egipto, por orden de Moisés. El mismo Jesús celebró la Pascua todos los años durante su vida terrena, según el ritual en vigor entre el pueblo de Dios, hasta el último año de su vida, en cuya Pascua tuvo efecto la cena y la institución de la Eucaristía. Cristo, al celebrar la Pascua en la Cena, dio a la conmemoración tradicional de la liberación del pueblo judío un sentido nuevo y mucho más amplio. No es a un pueblo, una nación aislada a quien Él libera sino al mundo entero, al que prepara para el Reino de los Cielos. Las pascuas cristianas -llenas de profundas simbologías- celebran la protección que Cristo no ha cesado ni cesará de dispensar a la Iglesia hasta que Él abra las puertas de la Jerusalén celestial. La fiesta de Pascua es, ante todo la representación del acontecimiento clave de la humanidad, la Resurrección de Jesús después de su muerte consentida por Él para el rescate y la rehabilitación del hombre caído. Este acontecimiento es un hecho histórico innegable. Además de que todos los evangelistas lo han referido, San Pablo lo confirma como el historiador que se apoya, no solamente en pruebas, sino en testimonios. Pascua es victoria, es el hombre llamado a su dignidad más grande. ¿Cómo no alegrarse por la victoria de Aquel que tan injustamente fue condenado a la pasión más terrible y a la muerte en la cruz?, ¿por la victoria de Aquel que anteriormente fue flagelado, abofeteado, ensuciado con salivazos, con tanta inhumana crueldad? Este es el día de la esperanza universal, el día en que en torno al resucitado, se unen y se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones, las cruces, la dignidad humana violada, la vida humana no respetada. La Resurrección nos descubre nuestra vocación cristiana y nuestra misión: acercarla a todos los hombres. El hombre no puede perder jamás la esperanza en la victoria del bien sobre el mal. ¿Creo en la Resurrección?, ¿la proclamo?; ¿creo en mi vocación y misión cristiana?, ¿la vivo?; ¿creo en la resurrección futura?, ¿me alienta en esta vida?, son preguntas que cabe preguntarse. El mensaje redentor de la Pascua no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior, sin embargo se realiza de manera positiva con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu , la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz -suma de todos los bienes mesiánicos-, en una palabra, la presencia del Señor resucitado. San Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto : "Si habéis resucitado con Cristo vuestra vida, entonces os manifestaréis gloriosos con Él" (Col. 3 1-4).

PREGÓN PASCUAL 2018




Pregón Pascual Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación. Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero. Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo. En verdad es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán y, derramando su sangre, canceló el recibo del antiguo pecado. Porque éstas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles. Ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar a pie el mar Rojo. Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado. Ésta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos. Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo! Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor! ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos. Ésta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mí gozo.» Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos. En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia te ofrece por rnedio de sus ministros en la solemne ofrenda de este cirio, hecho con cera de abejas. Sabernos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios. Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se alimenta de esta cera fundida, que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa. ¡Que noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino! Te rogarnos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche, y, como ofrenda agradable, se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos. Amén.