Por: María Fernanda Bello | Fuente: www.somosrc.mx
La cultura del descarte es un tema actual que requiere una profunda reflexión humana y social. El Papa Francisco ha insistido mucho en vigilar nuestra conducta para evitar este comportamiento.
Este
“antipensamiento” implica un desgaste en la valoración del ser humano,
en el cual se pone por encima el interés del capital sobre la dignidad
de la persona.
Se refiere también a una tendencia de hacer de la persona humana, y de su servicio, un objeto a desecharse.
La
cultura del descarte es un fuerte problema al que se enfrenta la
sociedad. Esta situación es producto del capitalismo neoliberal, y en
ella todo se convierte en mercancía, incluso la persona humana. Dentro del neoliberalismo se desacredita a todo tipo de personas y se ignora su dignidad. Afirmó el sacerdote Juan Ignacio Ortega Gómez, quien se formó en el Instituto Teológico de Estudios Superiores.
En la actualidad, los efectos de esta ideología son perceptibles a lo largo de todo el globo terráqueo.
Las consecuencias perjudican a todo el mundo, como individuos, ya que
“destruye los valores fundamentales de la cultura occidental y de toda
la cultura en general.”
Las
raíces de este comportamiento surgieron en la época de la Revolución
Industrial. Dicho acontecimiento inauguró el opacamiento de la industria
artesanal en Europa, y promovió la acumulación de capital, el despojo
de las tierras de los campesinos y el saqueo de innumerables riquezas de
América Latina. De hecho, aunque de manera más contemporánea, el
economista escocés Adam Smith admitió percibir el egoísmo de los
capitalistas como motor de la economía.
La
cultura del descarte puede ocasionar que se adopte una de las posturas
más radicales de los regímenes totalitarios: si “no sirves” para la
producción eres dejado atrás. Ejemplo de lo anterior son las
personas con capacidades diferentes, síndrome de down o los ancianos que
han dejado de ser valorados por la sociedad. En este sentido volvemos a
ser como los espartanos de la Antigua Grecia, quienes arrojaban al
barranco a los niños que nacían con algún tipo de discapacidad, recordó.
Además,
la cultura del descarte significa malas nuevas para los trabajadores.
Antes se hablaba de los pobres como fuerza de mano de obra. Ahora ya ni
se les considera para eso porque existen robóticas y una serie de
tecnologías que les han arrebatado su lugar en las industrias.
Antes,
los problemas como el hambre, el desempleo, y los desplazados por
situaciones de violencia eran una preocupación primordial. Ahora se
va haciendo habitual y “natural” que a grandes masas de población
simplemente se les ignore, se les deseche como algo que no debería de
estar.
De
igual manera, se convierte al ser humano en mercancía a través del
tráfico de personas, la prostitución, la esclavitud en los campos de
narcotráfico y de trabajos forzados; o al utilizárseles para surtir el
mercado negro de órganos.
Es
importante optar por distintas técnicas para contraatacar este
antipensamiento y disminuir sus daños. Se debe de buscar una dirección
de nuestro país más nacionalista, que siga menos los intereses del
capital transnacional. Finalmente, los católicos deberán hacer
un esfuerzo por defender su fe desde la práctica, dando testimonio “con
rectitud, con respeto y honestidad”, concluyó.
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