Por: Daniel Alberto Robles Macías | Fuente: ConMasGracia.org
Hace
unos días veía en las noticias el caso de una chica de 18 años que se
había quitado la vida en su casa. Según afirman sus padres, sufría una
terrible depresión, consecuencia de una ruptura amorosa. Inmediatamente
después, llegó a mi mente la pregunta
¿Qué pasará con su alma? ¿se salvará o se condenará por suicidarse?
Esto fue lo que encontré.Hay que recordar las palabras de San Pablo, quien nos dice que, Dios: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tm 2, 4).
El Señor quiere que, todos y cada uno de nosotros, gocemos de su presencia y su compañía en la vida eterna.
Pero también hay que dejar claro que Dios siempre respetará nuestra libertad para rechazar ese deseo.
El
último momento de la vida de alguien es trascendental, pues es allí
donde podremos arrepentirnos de nuestras faltas y decidiremos si
aceptamos el amor y la misericordia de Dios o simplemente lo rechazamos.
El Catecismo de la Iglesia Católica claramente nos dice cómo es que un alma puede perderse: “Morir
en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso
de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra
propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la
comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la
palabra “infierno”. (CEC 1033) Dios nos extiende su mano también hasta en el último momento de nuestra vida, pero somos libres de aceptarlo o no.
La vida es un don de Dios y cada uno es el responsable de aprovecharla adecuadamente a los ojos del Creador.
Nadie es dueño de su propia vida, sólo es administrador, de modo que habremos de cuidarla y dar cuenta de ello.
Por lo tanto, el suicidio contradice el fin de este regalo divino. Es
un acto egoísta que va en contra del amor infinito de Dios.
En
consecuencia, queda claro que quitarse la vida es un acto grave.
Ahora bien, cuando alguien se suicida, nadie en esta tierra puede afirmar si esa persona se fue cielo o al infierno.
La Iglesia nos explica: “No
se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se
han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él solo
conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador” (CEC 2283).
Si
bien, como ya dijimos, el suicido es un acto de gravedad, nadie debe
concluir por sí mismo los motivos que llevaron a esa persona a cometer
tal hecho.
Pues hay que saber que quien decide acabar con su vida, ordinariamente no tiene un dominio completo de su voluntad.
Nadie que se encuentre en un sano equilibrio emocional, psicológico y
espiritual, atentaría en total libertad (con todo el sentido de lo que
implica) con su vida; por ende, quien se quita la vida, lo está
buscando, desesperadamente, como una salida fácil.
De
tal modo que, su grado de culpabilidad, es menor y posiblemente Dios no
la juzgará como si lo hubiera realizado plenamente consciente y de
manera libre.
Ya sea por: “trastornos psíquicos graves, la
angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la
tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida” (CEC 2282).
La
Misericordia de Dios es grande y nunca se acaba, bien lo sabemos. Por
eso, guardamos la esperanza de que todos aquellos que tristemente han
decidido terminar con su vida, puedan gozar también de la vida eterna.
Nadie puede afirmar su condenación ni su salvación, esto sólo le toca a Dios juzgarlo.
Recordemos
que Dios mira siempre el interior de nuestro corazón y nos dará
siempre, hasta el último momento de nuestra vida, oportunidades para
estar con Él.
De tal modo que no dejemos de pedir por su eterno descanso.
Este artículo fue publicado originalmente por nuestros aliados y amigos: |
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