Por: Antonio Maza Pereda | Fuente: Red de Comunicadores Católicos
Hace
poco, conociendo una iglesia, pude ver el bautizo de un bebé. El padre y
la madre, tal vez de poco menos de 30 años, acompañados por un par de
docenas de muchachos de esas mismas edades, casi todos casados, y varios
con niños muy pequeños. Algunos abuelos, unos pocos hermanos y algunos
novios. El sacerdote, obviamente feliz, trasmitía su alegría a esa
pequeña congregación.
No
puedo menos que reflexionar sobre este fenómeno de los jóvenes a los
que llamamos Millenials, que van llegando a la edad de tener hijos.
Mucho se habla de, y se critica a este grupo de edades: que si no se
comprometen, que si le tienen temor al matrimonio y mucho más al
compromiso que significa criar algunos hijos.
Son la segunda o tercera
generación después de la rebelión silenciosa contra las directrices de
la Iglesia respecto al control natal.
También la generación que ha
vivido la aceptación del aborto como algo mucho más extendido.
Pero, sin embargo, allí están.
Chicos y chicas felices, gozando de su paternidad.
Formando
grupos que salen juntos, se divierten juntos, y que se apoyan unos a
otros en las mil y una pequeñas crisis de la crianza de un bebé.
Jóvenes
mamás que se comunican a través de Facebook u otros medios de
comunicación para compartir experiencias, darse apoyo, ayudarse
mutuamente.
Blogs dedicados a transmitir información confiable a
las mamás y los papás en aspectos médicos. Grupos de ayuda mutua en la
lactancia. En fin, los Millenials están encontrando nuevos modos de ayudarse en la alegre tarea de criar a los hijos.
Creo
que hay otro aspecto. Se ha dicho, con razones, que los Millenials
están apartados de la Iglesia. Que perciben falta de autenticidad en los
que decimos creer en el catolicismo.
Que las ceremonias, los rituales
que han inspirado a muchas generaciones, ya no les dicen nada. Y creo
que es así. Sin embargo, también es claro que el hecho de que la llegada
de un hijo pudiera cambiar esa situación. La ternura, la fragilidad de
una nueva criatura resuena en el corazón del papá y la mamá. Y ante una tarea que a veces se antoja compleja y difícil, muchos jóvenes matrimonios están regresando a la Iglesia.
Y
no sólo para el bautismo: en algunas parroquias, en paralelo a la
preparación para la primera comunión, se arman grupos de padres de
familia para recibir también una catequesis qué, en muchos casos, no
habían recibido desde su primera comunión. Esto, por supuesto, no es
nada nuevo.
Mi Abuelo fue un hombre radicalmente anticlerical. Tanto
así, que se negó a ir a la boda de mi Madre, por no estar donde había
sacerdotes. En un ambiente así, mi Madre fue educada sin religión. Mi
Padre, sin embargo, sí insistió en que los hijos se bautizaran e
hicieran la primera comunión. Y mi Madre, revisando nuestras lecciones
del catecismo, encontró la fe que arraigó en ella de una manera
profunda.
Sí, los bebés evangelizan a sus Padres. Tal vez por ello a este Mundo no le gusta que existan bebés en las familias.
No
es sólo la limitación del número de hijos, no es sólo la difusión de
las ventajas las familias sin responsabilidades paternas. Se percibe un
rechazo a los niños. Ejecutado, desgraciadamente, en hechos tan
terribles como el aborto, la trata de menores y la pederastia.
A
mí me alegra profundamente ver a estos chicos y chicas Millenials
disfrutando de su paternidad. Ellos son, nos guste o no, el futuro de la
Iglesia, el futuro de la Patria. Y qué mejor cimiento para ese futuro
que la felicidad de sus niños y de sus relaciones de pareja.
¿Qué podemos hacer otras generaciones para ayudarles?
Probablemente
lo más difícil, pero indispensable, es ganarnos su confianza.
Mostrarles nuestra alegría al verlos felices, hacerles notar el amor en
la mirada de sus bebes cuando ven a su padre o a su madre.
No
imponer, no señalar, no criticar. Ser congruentes. No insistir en los
errores.
Acompañarlos, dice el Papa Francisco, con mucha razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario