Por: Santiago Benavidez | Fuente: catholic-link
No
quería dejar escapar la oportunidad de reflexionar sobre un tema que
surgió fruto de un reencuentro con mis amigos del colegio en Argentina,
hoy lo quiero compartir con ustedes:
Todo
empezó cuando estábamos comiendo y veo que a uno de ellos le suena el
celular, lo mira, y dice con tono de satisfacción: «hice Match». Ante mi ingenuidad, le pregunté en qué consistía la aplicación. Me explicaron y en seguida me compartían que con este tipo de apps «Ya no existe el temor de invitar y el posterior rechazo»,
«no existe el cara a cara a veces tan duro y que da vergüenza», «es una
gratificación instantánea. No es necesario comprometerte en serio con
la otra persona».
Mientras
los escuchaba, habían comenzado a aparecer varias preguntas dentro de
mi cabeza: ¿Estará bien pensar así?, ¿qué es lo que buscan?, ¿dónde
queda el compromiso con la otra persona?
Ante
éstas preguntas, las respuestas que escuchaba eran: «Que sonrían, que
tengan los ojos claros», otros como «Con barba suman puntos. Que tenga
buen cuerpo y que sea creativa la foto», «Me siento en un casting, tu
si, tu no, tu no, tu si», «me gusta su foto de perfil». ¿Nos suenan
familiares estas frases en el mundo de hoy?
Como
en la vida no todo es blanco o negro, bueno o malo, sino que hay
matices, tonalidades de grises. No dudo que este tipo de aplicaciones
han ayudado a conocer gente, incluso se conocen casos de personas que
están casadas y han formado familia gracias a las nuevas tecnologías.
Pero solo el 5% de todos los matrimonios en los Estados Unidos que se
han conocido online, han podido tener una relación de más de diez años
(Pew Research, Online Dating 2013).
¿Qué son las aplicaciones de citas online?
En
un mundo globalizado como el nuestro, los cambios se hacen cada vez más
rápido, y las aplicaciones no quedan exentas. Hay Apps de todo tipo,
por ejemplo, juegos, GPS, para controlar las calorías que tiene cada
alimento, redes sociales de todo tipo: Twitter, Facebook, WhatsApp, etc
(ya todos las conocemos).
Han
cambiado la manera de relacionarnos con los demás, hoy es más fácil y
sencillo escribir un mensaje de menos de 500 caracteres, que
llamar a alguien. Muchas veces lo hacemos por distintos tipos de
dispositivos, celulares y tablets. Han cambiado también la manera de
enamorar o de enamorarnos de la otra persona.
Las
aplicaciones de citas online han crecido tanto, que una de cada diez
personas en los Estados Unidos ha encontrado su pareja a través de este
medio. Ya son más de 50 millones de descargas en más de 196 países.
Hay
varios tipos de apps de citas. Las que más se escuchan aquí son Tinder,
Happn o Badoo. Creas un perfil, pones tu mejor foto, edad, tendencias,
el radio de distancia al que quisieras encontrar a la otra persona… y
listo. Pasas las fotos con tu dedo, hasta que el otro usuario te elija y
logres el tan anhelado match.
En
este afán por ser correspondido, el usuario se ve seleccionando con el
dedo a izquierda y derecha imágenes de personas que no conoce y que
tampoco lo conocen a él. El movimiento con el que se pasan las fotos se
vuelve automático, casi mecánico: te gusta, mensajeas, llegas a un
acuerdo y te encuentras con la otra persona. Surge una sensación de
libertad, se imagina que se está abriendo puertas a nuevas posibilidades
y el sentimiento de ser dueños del destino se apropia de cada uno de
los usuarios que han elegido esta app para conocer a alguien nuevo.
Poco
a poco hago el esfuerzo por entender este «mundo de las citas online»… y
llego a la conclusión de que en estas aplicaciones, uno de los factores
determinantes (no el único) de que elijas (o no) a la otra persona, o
que uno sea «el elegido», es la foto de perfil. Los usuarios se sienten
tranquilos cuando se «promocionan» con fotos que muestran sus virtudes
físicas y tendencias a nivel social.
Uno
podría imaginarse (y no estaría muy lejos) esos catálogos en donde se
mira el producto, el más vendido, el mejor y lo termina comprando, para
luego usarlo y terminar descartándolo.
Convierto
a la otra persona en una «cosa». Tratándola más como producto de
consumo, que como un ser humano. Así se hace muy difícil llegar a
conocer realmente a la otra persona y llegar a formar una relación
estable.
Estamos
ante una sociedad en la que que se trata de interpretar al ser humano
en términos sexuales. Donde se considera que vivir la virginidad, es
algo anticuado (para no decir del Medioevo), donde la castidad hace
parte de la prehistoria, la continencia se percibe como anormalidad, y la unión de hombre y mujer hasta la muerte, como algo insoportable.
Un
mundo que dice que un matrimonio solo dura lo que dura un suspiro. Que
se puede separar lo que Dios ha unido y quitar el sello de donde Dios lo
ha puesto. Un mundo en el que la pureza es anormal y la carnalidad es
lo correcto.
El riesgo por una búsqueda de placer o gratificación instantánea, puede terminar, sin saberlo, en lastimar a ambos usuarios.
¿Cómo conocer auténticamente a otra persona?
Algunos
podrían responder, «¿Qué importa eso? solo quiero divertirme, pasarlo
bien». «Sé lo que busco, y la otra persona también». Hay quienes se
sienten satisfechos con estas respuestas.
Todo hombre está llamado a buscar una relación con otra persona que lo haga feliz, que sea verdadera y auténtica.
Estas aplicaciones pueden ser un medio (solo un instrumento), para que
realmente se pueda dar la posibilidad de construir algo serio,
responsable, una relación sana y comprometida con otra persona.
Debemos
recordar y tener presente en nuestras vidas, que el dolor y el placer
van de la mano y están presentes en las experiencias que vivimos todos,
nos guste o no, dolor y placer son inseparables. Tratar de
separarlos, es inútil, porque al final, el placer desordenado termina
yéndose contra el hombre y se transforma en sufrimiento y soledad, en
una verdadera tragedia.
Es evidente (y nosotros lo sabemos), que el mundo de hoy, va en otro sentido.
Busca la cosificación (tratar a los demás como cosas) solo usarlas para
el placer mi propio y egoísta. Nosotros como cristianos, venimos a
traer la verdadera revolución del amor en Cristo Jesús, amar al prójimo
como a uno mismo.
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