Por: Felipe Aquino | Fuente: Cançao nova
Muchas
veces podemos pasar por algún período de aridez espiritual, es decir,
no tenemos ganas de rezar, se hace difícil ir a Misa, rezar el Rosario
se hace pesado, etc. Incluso recibir la Sagrada Comunión se vuelve un
sacrificio ante las dudas que pueden alcanzar nuestra alma. Hasta parece
que el cielo desapareció.
¿Cómo vencer este estado espiritual en el cual parece que Dios está lejos y que nos falta fe?
Primero, es necesario verificar que esta situación no sea tibieza, esto se debería a nosotros mismos, nuestra culpa por no perseverar en el cuidado de la vida espiritual, y sobre todo, verificar que no haya pecados graves en nuestra alma, que puedan estar ahuyentando de la misma, la gracia de Dios.
Si no hay pecados en el alma, entonces, es necesario ante todo, calma,
paciencia y perseverancia en los ejercicios espirituales: oración, vida
sacramental, caridad, penitencia, etc. Aun sin ganas o sin gusto, sin
sabor, continuar, sin parar los ejercicios espirituales jamás.
A
veces, Dios permite estas pruebas para que aprendamos a “buscar más al
Dios de las consolaciones que a las consolaciones de Dios”, como dice un
santo. San Juan de la Cruz, místico que vivió tanto lo que dio en
llamar de “noche oscura”, afirmó que “el progreso de una persona es
mayor cuando la misma camina a oscuras y sin saber”
Muchas veces, nos deleitamos en las oraciones más sabrosas, llenas de fervor sensible,
como los niños, cuando comen dulces; pero cuando se viene la lucha, abandonamos la oración.
Veamos lo que dice el Apóstol:
“Habéis echado en olvido la exhortación que como a hijos se os dirige: Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido por él. Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge. Sufrís para corrección vuestra.
Como a hijos
os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? Más si
quedáis sin corrección, cosa que todos reciben, señal de que sois
bastardos y no hijos. Además, teníamos a nuestros padres según la carne,
que nos corregían, y les respetábamos. ¿No nos someteremos mejor al
Padre de los espíritus para vivir? ¡Eso que ellos nos corregían según
sus luces y para poco tiempo!; mas él, para provecho nuestro, en orden a
hacernos partícipes de su santidad”. (Hb 12,5-10)
Dios
nos quiere santos, y también algunas veces, es por las pruebas y la
aridez espiritual que Él arranca las hierbas dañinas del jardín de
nuestras almas. ¡Coraje, alma querida de Dios! Jesús dijo que Él es la
vid verdadera y su Padre, el buen agricultor, que podará todo ramo bueno
que dé frutos, para que produzca aun más. (cf. Jn 15,1-2).
No
podemos desear sólo el azúcar del pan y renegar del pan del sacrificio.
A veces, la meditación es difícil, la oración es penosa, distraída,
surgen las noches y las tinieblas. En esos momentos, es necesario el
silencio, la paciencia, el abandono. El esposo ha de volver pronto…
dentro de poco llegará la aurora y los fantasmas desaparecerán.
Cuanto
más oscura se ponga la noche, más nos acercamos a la aurora. Dios sabe
lo que estamos viviendo, ¡Alabado sea su santo Nombre! Llegó la hora de
abandonarnos en sus manos paternas.
Ante
las tribulaciones, algunos sienten el corazón como que de hielo, no
sienten más amor por Jesús, pierden la piedad, se sienten condenados.
¡Qué desoladora confusión espiritual!
En momentos como estos, la única salida es cerrar los ojos y darle las
manos a Jesús para ser guiados por Él en la fe; ¡confianza y abandono mi
hermano! Sólo el Señor sabe el camino para salir de este matorral
cerrado y oscuro.
Dios
nos prepara para la contemplación por las pruebas pasivas, así nos
enseñan los santos. Él las produce y al alma sólo le resta aceptarlas.
Es el duro camino de los que quieren la perfección. Él está purificando
el alma, el Cirujano Celestial está operando el alma.
San Juan de la Cruz habla de la famosa “noche de los sentidos”, llena de
aridez y de pruebas, un verdadero martirio para el alma. Según el santo
doctor, es Jesús quien llama al alma a caminar con Él por el desierto,
aun quemándonos los pies y quemados por el sol, para santificarnos.
Calma,
alma querida de Dios, ¡Él permite esto porque te ama mucho! El buen
fuego no es el de pajas, alto, bonito, pero rápido, que enseguida se
apaga, sino que es el fuego bajo el que llega hasta la leña gruesa y
permanece por mucho tiempo. El fuego de paja es sólo para comenzar.
Es esto lo que ocurre, no te asustes, no te preocupes si es que el gusto
por rezar desapareció y se volvió ahora un sacrificio penoso. La fe no
es un sentimiento y mucho menos sentimentalismo; fe es la adhesión, con
la mente, a Dios, a sus verdades y a sus determinaciones.
No te preocupes por “sentir” o no fe o devoción; sólo vívelas. Ve a
Misa, al grupo de oración, reza el Rosario, con o sin ganas, con o sin
sabor, con o sin sentimientos. De esta forma tendremos aun más méritos
ante Dios.
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