Parece querer decir "como yo no he notado a Dios en mi vida, en mi
búsqueda o en mis circunstancias, pues ha de ser que no exista". Este
argumento no tiene nada de filosófico
Si algo podemos compartir creyentes y
agnósticos es, sin duda, la dificultad para acercarnos al misterio de
Dios. Tal es su grandeza, su inmensidad, su inabarcabilidad, que hablar
de dificultad puede, quizá, sonar hasta blasfemo a un creyente
convencido; sin embargo, los años nos tienen que ayudar a ser comedidos
con la realidad. Lo que para unos es motivo de alejamiento de Dios, para
otros, en cambio, no es sino motivo de alabanza. Podría ayudarnos en
este contexto la experiencia de San Pablo, o quizá la de San Agustín,
por citar algunos casos tipo. ¿Quién se atrevería a sugerir siquiera que
el acceso a Dios de almas tan inquietas como las citadas fue fácil? Sí,
una vez hallado, bien pudieron decir “Tarde te amé, Hermosura tan
antigua y tan nueva (…) te buscaba fuera de mí, cuando en realidad Tú
estabas ahí, en lo más hondo de mi ser” (Libro de las Confesiones, I.).
El que pretende circunscribir a Dios en su fe, o en sus reflexiones no
sólo yerra, sino que además se aleja de los verdaderos teólogos
cristianos, a cuya cabeza hemos de poner a Santo Tomás de Aquino. Éste,
como tantos otros anteriores y posteriores, han intentado mostrar,
viabilizar el acceso del hombre a Dios. Si cabe, algo más importante
aún: mostrar un camino de preparación del propio hombre para dejarse
encontrar por Dios. Quizá aquí se encuentra una de las dificultades más
importantes de la comunicación entre filosofía y fe.
Mientras que la primera estudia y medita la apertura del hombre al
misterio de la realidad, en cuya cima está Dios, la segunda, en cambio,
es la humildad del corazón que sabe acoger y escuchar la Palabra y la
acción de Dios en nuestra historia. Quizá una línea interesante de
estudio estaría en descubrir cómo la razón humana, abierta-hecha a lo
real, recibe con la gracia de la fe el totum de aquella cima que ella
sola no puede escalar. Además, no sólo eso, es que sin la fe, la razón
encuentra una coherencia parcial, pues ya quedó atrás el famoso problema
dialéctico “natural-sobrenatural”. El acto creador es producido por la
misma Inteligencia amorosa que, al darnos la existencia, pensó amarnos
infinitamente hasta convertir, este amor eterno, en un cielo. Dicho de
otro modo. El acto creador y la voluntad salvífica de Dios son partes de
una unidad conservada en la misma Voluntad divina.
Así, pues, por mucho que esté bien que pensemos a Dios con nuestra
razón, hay que matizar; y esto lo digo –reconozco- con la boca pequeña,
porque no sé si yo mismo me creo lo que estoy diciendo, pero en conjunto
el panorama parece ser así. Antes que nada hay que dejar a Dios
manifestarse, inclusive la razón. El error quizá ha estado en
sectorializar más de lo debido y hacer pésimas separaciones. Nos hemos
acostumbrado a poner en marcha la razón haciendo como con un zumo de
naranja: exprimir al máximo hasta que dé todo el jugo que pueda.
Pero olvidamos que la esa misma razón humana es ya criatura de Dios y,
por tanto, si bien autónoma sólo en Su Creador tiene sentido. Es posible
que en este momento estemos pasando como un tractor por encima de la
arena. Un agnóstico leerá con dificultad estas líneas. Pero es que no es
justo hablar de una razón humana cuya verdad consista en una
consistencia ontológica totalmente sí misma e independiente. Y ello
porque no sería verdad. La única razón que empieza bien a pensar es la
que lo hace mirándose al espejo y viendo su propia verdad. Y esta verdad
es que es criatura que requiere de un acto personal de alguien para que
exista tal y como ella es. Hacer de la razón humana, por más perfecta
que nos parezca, el último grado de la escala del ser, no sólo es falso
sino que además contraproducente, porque la pierde y confunde. Y si esto
es así, ¿qué sentido tiene que pensemos y hagamos ejercicio racional
“jugando” a que ella es absolutamente sí misma, ontológicamente
independiente?
Una vez que la razón se ha dejado encontrar por Quien le dio el ser,
entonces ella, en actitud humilde, está en condiciones de expansionarse a
su gusto. Entones será el tiempo de que ella empiece a interrogarse y
evaluar todas las pistas que la realidad, el mundo, todo lo existente le
proporciona para descifrar el misterio del “qué hago aquí, qué debo
hacer y por dónde tengo que andar”. Y en relación con la fe, desde este
momento la razón entra a tomar parte en esa fiesta gozosa que supone la
alegría de “oír la Palabra cual es en verdad, como Palabra de Dios que
opera en los creyentes” (cf. 1 Te 2, 13), esto es, la razón estudia cómo
el misterio del Dios revelado entra dentro del entramado de la realidad
con tal éxito que bien merece poder decirse que “la fe y la razón son
como las dos alas de un avión” (cf. FR 1, 1) en cuanto que ambas se
necesitan e interactúan.
En esta perspectiva podemos encuadrar las reflexiones de Santo Tomás y
tantos otros que citábamos anteriormente. En el diálogo fraterno y
sincero –decíamos al principio- entre el creyente y el agnóstico,
encontramos, pues, esta común dificultad, esa misma que para unos es
motivo de alejamiento, y para otros de alabanza. La inconmensurabilidad
de Dios es signo de Su grandeza y de nuestra pequeñez. Es para Él Su
gloria y para nosotros la prueba de que se trata de Él y no de un ídolo
nuestro.
Dicho todo esto a modo de introducción, comencemos el diálogo.
1. Si Dios existiera, se notaría
Comencemos, alegremente, con algo en común: la existencia para
nosotros velada de Dios es una importante dificultad que compartimos
creyentes y agnósticos. Por eso, la primera condición sine qua non para
acercarse al misterio de Dios es transcender, en la medida de lo
posible, el “yo y sus circunstancias” de Ortega. Sí, yo soy yo y mis
circunstancias, pero la realidad no consiente transigir en este
capítulo. Aunque es arduo hacerlo, no es imposible. Yo lo entiendo como
la verdadera madurez, en otro sentido respecto de la mayoría de edad
kantiana. Madura quien observando la realidad cae en la cuenta de que él
y sus circunstancias no es/son la medida de todas las cosas. Esto es
alcanzar la madurez. Y, por mucho que lo discutamos, no es fácil en
absoluto pensarse y pensar la realidad transcendiéndonos.
Digo esto porque “si Dios existiera, se notaría” suena un poco así.
Parece querer decir “como yo no he notado a Dios en mi vida, en mi
búsqueda o en mis circunstancias, pues ha de ser que no exista”. Este
argumento no tiene nada de filosófico, dicho con todo el respeto que
merece algo dicho por alguien infinitamente más sabio que el pobre
ignorante que escribe. Pero así me parece el quid de la cuestión. Donde
hay que situar la investigación es en la realidad, en el misterio del
ser –como se apuntaba en la introducción-. En cualquier caso, esta es la
primera “pega” que se pone encima del tapete. Se desarrolla en toda
esta frase: “Lo entiendo menos, desde la visión cristiana de un Dios
Padre que ama a sus hijos. El Padre que ama no se oculta, sino que se
muestra, y siendo omnipoderoso ya encontrará la manera de hacerlo.
Llegados a este punto nos toca a nosotros responder a esta demanda tan
crucial. ¿Hay o no hay huellas de Dios que muestran su existencia? Vamos
a examinar la realidad. Lo veremos en la siguiente publicación.
------------------------------
¹ Estas reflexiones serán hechas a partir de un diálogo que
mantuvieron, por carta, el jesuita José Ignacio González Fáus y el
filósofo Ignacio Sotelo. Nuestro interés está en intentar dialogar con
las reflexiones que aporta el filósofo Ignacio Sotelo, quien reflexiona
en torno a Dios en una perspectiva agnóstica, aunque razonablemente
abierta a Éste. El libro es: ¿Sin Dios o con Dios? José Ignacio González
Fáus e Ignacio Sotelo, Ed. HOAC
http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=37356
EL PENSAMIENTO DE LA IGLESIA CATOLICA SOBRE TEMAS RELACIONADOS CON LA PERSONA HUMANA, LA FAMILIA, LA SOCIEDAD, EL ESTADO Y LA COMUNIDAD INTERNACIONAL.
sábado, 30 de agosto de 2014
sábado, 23 de agosto de 2014
Gary Sinise, el actor de Hollywood que se hizo católico tras el 11-S: «La Iglesia, una roca para mí»
Su sonrisa cómplice y su porte se
reconocen al instante en la pantalla. Estas cualidades no pasaron
desapercibidas a unos dos mil Caballeros de Colón, a sus familias, y a
los líderes religiosos que disfrutaron de este encuentro sorpresa con el
actor Gary Sinise durante el congreso que la fraternidad organizó del 5
al 7 de agosto en Orlando. Sinise habló durante la comida del 5 de
agosto de su amor por los veteranos heridos y de una nueva colaboración entre los Caballeros y su propia fundación caritativa.
Nacido en Chicago, estrella del escenario, cine y televisión, es
mundialmente conocido por su personaje en la película de 1994 Forrest
Gump, Teniente Dan. Sinise contó como llegó a la fe católica y habló sobre cómo su familia decidió unirse a la Iglesia.
A principios de este año, los Caballeros de Colón patrocinaron la
Gary Sinise Foundation para construir un “Smart home” con altas
tecnologías para discapacitados en Marietta, Ohio. La casa estaba
destinada a un veterano Kyle Hockenberry y su mujer, Ashley. El ex
soldado de infantería de los Estados Unidos servía en Afganistán y estaba patrullando cuando perdió las dos piernas y el brazo izquierdo en una explosión en junio de 2011.
“Cuando pienso en la vida y en los sufrimientos de Cristo, cuando
pienso en las historias de extrema dureza y grandes cargas que nuestros
militares, hombres y mujeres, y sus familias soportan voluntariamente,
no puedo dejar de pensar en este versículo: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”,afirmó Sinise a la multitud congregada.
Su relación con los Caballeros de Colón
La colaboración entre los Caballeros y la fundación del actor para la casa inteligente se repetirá probablemente, porque Sinise se siente muy atraído por los lazos y el compromiso de los Caballeros con los discapacitados, según Peter Sonski, encargado de educación y divulgación de los Caballeros.
Hoy, en parte gracias a su generosidad, Sinise explicó, “Kyle y
Ashley están viviendo en su nueva casa inteligente, apoyados por su
familia y su comunidad, que los cuida”. Sinise habló de cómo fue
profundizando en su propia espiritualidad y fe tras los sucesos del 11
de septiembre de 2001, cuando fue invitado como apoyo a los hombres y mujeres que fueron a Irak.
El ejemplo del capellán que murió el 11-S
Destacó el ejemplo del padre franciscano Mychal Judge, capellán del Departamento de bomberos de Nueva York, que murió ayudando a las víctimas de los atentados terroristas.
“Su plegaria sencilla, ‘Señor, llévame cuando tú decidas que tengo que
irme. Permite que encuentre a quien Tú quieras. Dime lo que quieras que
diga y mantenme en tu camino’… es muy especial para mi mujer y para
mí”,dijo Sinise.
“En su última homilía, realizada el 10 de septiembre, un día antes
de su muerte, el padre Mychal dijo… cada uno de nosotros no sabe a lo
que Dios nos llama. Pero Él te necesita. Me necesita. Nos necesita a todos
nosotros”,añadió el actor. “El padre Mychal dio su vida por los demás
al día siguiente. He conocido a muchas personas abnegadas y valientes
que me inspiran todos los días a llevar a cabo mi misión”,añadió.
Una conversión repentina
A finales de los 90, Sinise contaba que su mujer, Moira, estaba en
una representación de una obra irlandesa cuando ella volvió a conectar
con el lado católico de su familia irlandesa. Moira no creció en un
hogar religioso pero su madre era católica de nacimiento y su padre
metodista.
Sinise contó que su familia estaba trabajando en Carolina del Norte
cuando se acercó un huracán. “En el momento en que estábamos en la
carretera conduciendo un coche alquilado y tratando de escapar de la
tormenta, con rayos y truenos, un viento fortísimo y lluvia, Moira, de
repente, se gira hacia mí y me dice, ‘Cuando volvamos a casa me convertiré al catolicismo y los niños irán a una escuela católica’”, contó.
Tras dos años de catequesis, el Domingo de Pascua de 2000, la mujer
de Sinise se confirmó en la Iglesia católica “y los niños y yo
estábamos a su lado. Nos sentíamos muy orgullosos de ella”.
En 2010, en Nochebuena, Sinise dijo a su mujer y a sus hijos que iban a ir a una cena especial. Sin saberlo los suyos, había ido a catequesis privadas para ser confirmado.
Así que antes de ir a cenar, la familia se detuvo para ver a un
sacerdote “y en una íntima y tranquila ceremonia en Nochebuena, rodeado
de mi familia y de mis seres queridos… entré oficialmente en la Iglesia
católica –recordó-. Fue una noche muy especial en nuestras vidas”.
“La Iglesia ha sido una roca para mí y para mi familia
en los momentos difíciles y de mucha oscuridad”,contó Sinise a los
Caballeros. También dijo que nunca se habría esperado hablar en un
Congreso de los Caballeros de Colón “pero Dios tiene su propia forma de
unirnos a los demás”.
Los Caballeros “cuyo gran y generoso trabajo caritativo y misión” y
el trabajo de su fundación, el programa RISE (Restoring Independence
and Supporting Empowerment) parecen hechos el uno para el otro, unidos
en sus esfuerzos “para marcar una diferencia en las vidas de nuestros
veteranos”, dijo.
Sinise también ofrece conciertos con su banda Teniente Dan,
entreteniendo a las tropas en casa y en el extranjero. Viaja
regularmente a zonas de guerra para encontrarse con miembros del
servicio y también visita hospitales militares de EEUU en Alemania, San
Antonio, San Diego y Bethesda, Maryland.
lunes, 18 de agosto de 2014
Homilía del Papa en la misa por la reconciliación.
La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno
Seúl, (Zenit.org) Redacción | 262 hits
Queridos hermanos y hermanas:Mi visita culmina con esta celebración de la Misa, en la que imploramos a Dios la gracia de la paz y de la reconciliación. Esta oración tiene una resonancia especial en la península coreana. La Misa de hoy es sobre todo y principalmente una oración por la reconciliación en esta familia coreana. En el Evangelio, Jesús nos habla de la fuerza de nuestra oración cuando dos o tres nos reunimos en su nombre para pedir algo (cf. Mt 18,19-20). ¡Cuánto más si es todo un pueblo el que alza su sincera súplica al cielo!
La primera lectura presenta la promesa divina de restaurar la unidad y la prosperidad de su pueblo, disperso por la desgracia y la división. Para nosotros, como para el pueblo de Israel, esta promesa nos llena de esperanza: apunta a un futuro que Dios está preparando ya para nosotros. Por otra parte, esta promesa va inseparablemente unida a un mandamiento: el mandamiento de volver a Dios y obedecer de todo corazón a su ley (cf. Dt 30,2-3). El don divino de la reconciliación, de la unidad y de la paz está íntimamente relacionado con la gracia de la conversión, una transformación del corazón que puede cambiar el curso de nuestra vida y de nuestra historia, como personas y como pueblo.
Naturalmente, en esta Misa escuchamos esta promesa en el contexto de la experiencia histórica del pueblo coreano, una experiencia de división y de conflicto, que dura más de sesenta años. Pero la urgente invitación de Dios a la conversión pide también a los seguidores de Cristo en Corea que revisen cómo es su contribución a la construcción de una sociedad justa y humana.
Le pide a todos ustedes que se pregunten hasta qué punto, individual y comunitariamente, dan testimonio de un compromiso evangélico en favor de los más desfavorecidos, los marginados, de cuantos carecen de trabajo o no participan de la prosperidad de la mayoría. Les pide, como cristianos y como coreanos, rechazar con firmeza una mentalidad fundada en la sospecha, en la confrontación y la rivalidad, y promover, en cambio, una cultura modelada por las enseñanzas del Evangelio y los más nobles valores tradicionales del pueblo coreano.
En el Evangelio de hoy, Pedro pregunta al Señor: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?». Y el Señor le responde: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,21-22). Estas palabras son centrales en el mensaje de reconciliación y de paz de Jesús. Obedientes a su mandamiento, pedimos cada día a nuestro Padre del cielo que nos perdone nuestros pecados «como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden». Si no estuviésemos dispuestos a hacerlo, ¿cómo podríamos rezar sinceramente por la paz y la reconciliación?
Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz. La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno.
Éste es el mensaje que les dejo como conclusión de mi visita a Corea. Tengan confianza en la fuerza de la cruz de Cristo. Reciban su gracia reconciliadora en sus corazones y compártanla con los demás. Les pido que den un testimonio convincente del mensaje reconciliador de Cristo, en sus casas, en sus comunidades y en todos los ámbitos de la vida nacional. Espero que en espíritu de amistad y colaboración con otros cristianos, con los seguidores de otras religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que se preocupan por el futuro de la sociedad coreana, sean levadura del Reino de Dios en esta tierra. De este modo, nuestras oraciones por la paz y la reconciliación llegarán a Dios desde más puros corazones y, por un don de su gracia, alcanzarán aquel precioso bien que todos deseamos.
Recemos para que surjan nuevas oportunidades de diálogo, de encuentro, para que se superen las diferencias, para que, con generosidad constante, se preste asistencia humanitaria a cuantos pasan necesidad, y para que se extienda cada vez más la convicción de que todos los coreanos son hermanos y hermanas, miembros de una única familia, de un solo pueblo. Hablan el mismo idioma.
Antes de dejar Corea, quisiera dar las gracias a la señora presidenta de la República, Park Geun-hye, a las autoridades civiles y eclesiásticas y a todos los que de una u otra forma han contribuido a hacer posible esta visita. Especialmente, quisiera expresar mi reconocimiento a los sacerdotes coreanos, que trabajan cada día al servicio del Evangelio y de la edificación del Pueblo de Dios en la fe, la esperanza y la caridad. Les pido, como embajadores de Cristo y ministros de su amor de reconciliación (cf. 2 Co 5,18-20), que sigan creando vínculos de respeto, confianza y armoniosa colaboración en sus parroquias, entre ustedes y con sus obispos. Su ejemplo de amor incondicional al Señor, su fidelidad y dedicación al ministerio, así como su compromiso de caridad en favor de cuantos pasan necesidad, contribuyen enormemente a la obra de la reconciliación y de la paz en este país.
Queridos hermanos y hermanas, Dios nos llama a volver a él y a escuchar su voz, y nos promete establecer sobre la tierra una paz y una prosperidad incluso mayor de la que conocieron nuestros antepasados. Que los seguidores de Cristo en Corea preparen el alba de ese nuevo día, en el que esta tierra de la mañana tranquila disfrutará de las más ricas bendiciones divinas de armonía y de paz. Amén.
sábado, 9 de agosto de 2014
De familia sin fe, a Vincent le interesaban las imágenes religiosas: le llevó al bautismo
«Hasta para un chico sin Dios, a Dios le
encuentro donde quiera». Cuando Vincent escribió esta frase todavía era
agnóstico. Hoy, ya católico después de su reciente bautismo, recuerda
para Alfa y Omega cómo fue su proceso de conversión. Al echar la vista
atrás, este treintañero australiano se da cuenta de cómo Dios le ha ido
acercando, poco a poco, a la fe
Lo primero que Vincent supo de la fe, con cuatro años de edad, es que iría al infierno si no se bautizaba.
«Un profesor de Religión me dijo que debía bautizarme si no quería ir al infierno así que llegué a casa y le pedí el bautismo a mi madre», explica Vincent.
«Mi madre, que era agnóstica, me dijo para tranquilizarme: Claro que sí hijo, te bautizaremos y ahí se quedó la cosa», continúa.
Su madre, siendo agnóstica, fue, sin darse cuenta, una de las primeras persona en acercarle a Dios. «Era muy abierta, frente al resto de sus hermanos y de sus padres, que eran ateos. Mi madre era mucho más moderada en su posición. Ella no rechazaba la fe y eso fue un ejemplo muy positivo en mi vida».
La segunda pista que le puso Dios para acercarle a la fe fue la iconografía religiosa, por la cual siempre sintió mucha atracción.
«De adolescente coleccionaba todo aquello que tuviera una imagen religiosa de cualquier credo. Tenía un pedazo de estatua de San Antonio en mi cuarto. Con 18 años, había coleccionado infinidad de cosas religiosas. En ese momento era más pan-religioso», recuerda Vincent.
Y esa atracción por todo lo que tuviera que ver con las imágenes religiosas lo interpretó como una búsqueda: «No profesaba ninguna fe y me interesaban todas. Yo esto lo entendí como una búsqueda, como una necesidad de poner mi mirada en algo más allá». Vincent, sin saberlo, estaba comenzando un camino que le ha llevado al bautismo, y ese camino comenzó gracias a su inquietud. «Dios se ha servido de mi inquietud para acercarme a la fe», asegura.
¿Quién tiene la verdad?
A pesar de su atracción por la iconografía, Vincent seguía siendo agnóstico y lo que le echaba para atrás de los católicos es lo que él definió como su monopolio de la verdad. «Para mí, que una religión profese que tiene la única verdad y el único camino era algo que chocaba y que me alejaba del cristianismo», cuenta Vincent.
Pero gracias a su novia y a un cura católico las dudas se fueron despejando.
La novia de Vincent se convirtió tras el cáncer de su madre.
«Cuando le detectaron la enfermedad, María se puso a rezar intensamente por la curación de su madre. El cáncer desapareció y a María se le despejaron las dudas. Después de algún tiempo volvió a la fe y empezó a hacer visitas a los pobres. Ella me contaba lo contenta que estaba y que tenía que acompañarla a visitar a los pobres porque era increíble, era un sitio muy especial».
Vincent un día probó suerte y acudió, junto a su novia, a la casa donde se atendían a los enfermos. Fue allí donde conoció al padre Alberto, del que se hizo buen amigo y quien le ayudó a superar las barreras de los prejuicios.
«El sacerdote me ayudó. Me contó que él había hecho peregrinaciones por países musulmanes y cuando te encuentras de frente a un hombre de Dios, da igual que sea musulmán, que sea cristiano, tú te das cuenta de que es un hombre de Dios. Eso me inspiró mucho respeto y me calmó bastante esas preocupaciones».
El ejemplo de los demás fue clave
Otra de las cosas que le fue acercando a la fe fue el ejemplo de las personas. Dios quiso que Vincent se encontrara con personas clave en su vida que, de una forma natural, le fueran acercando hacia Él.
«El ejemplo de los demás siempre me llamó mucho la atención. Mi madre pudo ser muy ejemplar en esa apertura, en esa tolerancia. Yo creo que fue clave. Y el padre Alberto, algo parecido. De hecho él fue mi catequista». Son personas que marcaron a Vincent y le ayudaron a liberarse de prejuicios y de dudas.
Años de búsqueda
La conversación entre el padre Alberto y Vincent tuvo lugar hace seis años. «Empecé a ir a la casa de los pobres, pero sin mucha regularidad». Y el Señor fue lanzando nuevos anzuelos, ahora a través de la música y la Virgen.
«Yo soy una persona que me emociono con mucha facilidad. Pude asistir como espectador a varias Misas y me emocionaba especialmente la música. Recuerdo que al oír los cantos a la Virgen, muchas veces lloraba. Era un llanto de tristeza porque sentía que no participaba de la Misa y era también un llanto por la Virgen. Veía aquellas personas que le cantaban a su madre y yo había perdido a la mía».
Vincent se fue metiendo cada vez más en las celebraciones y quería poder participar plenamente. «Me afectó muchísimo no poder comulgar y me sentía como un excluido. Allí nació ese deseo de poder comulgar, de poder participar con la comunidad. Ahí empezó mi interés primero y real por la religión católica, casi como un interés social. Fue entonces cuando comencé a recibir catequesis».
Catequesis sin prejuicios
«Yo me quería dejar llevar. Tenía mucha ilusión en vivir el proceso sin ninguna idea preconcebida y sin ninguna expectativa sobre mí. Cuando empecé el catecismo hice un esfuerzo de distanciarme de cualquier resultado del proceso. Obviamente, si empiezas a recibir catequesis es con la intención de convertirte y bautizarte pero yo, en verdad, quería vivirlo con más libertad y pensé: A ver qué pasa. Yo estoy dispuesto, pero no sé si me conozco lo suficiente para saber cómo voy a responder a la catequesis. Me dejé esa libertad para decir que si en un momento una enseñanza me chirriaba, no podría proceder y tendría que parar», explica Vincent sobre el comienzo de las catequesis.
Y con esta disposición, las catequesis fueron un éxito. «Mucho del mérito es del padre Alberto, que ha sabido llegar a mi corazón y comunicarme las cosas, las Verdades, para que yo las entendiera. Todas las enseñanzas esenciales del Evangelio me parecían muy aceptables, me parecían Buena Noticia. Me iba pareciendo apetecible y me iba entregando, me iba dejando llevar».
Independencia espiritual hacia el bautismo
El proceso que estaba siguiendo Vincent ilusionó a mucha gente, especialmente a su novia, que veía como la persona a la que amaba se estaba acercando, poco a poco, a Dios.
Fue entonces cuando María quiso animar a su novio a seguir dando pasos hacia el bautismo inminente. Pero Vincent le dejó muy claro que no quería presión, que le dejara ese espacio. Ella fue muy respetuosa y durante unos meses fue un proceso que no compartió con nadie.
«Me tenía que independizar espiritualmente. Quería estar seguro de mis propias intenciones», puntualiza Vincent. Él no quería bautizarse porque le hiciera ilusión a alguien, él quería bautizarse porque había descubierto a Dios.
Tres sacramentos en un día
Vincent consiguió llegar al final del proceso, y decidió bautizarse. El 21 de junio de 2014, a los 32 años, recibió el bautismo, la confirmación y la Primera Comunión.
«Mucha gente, cuando se acercaba la fecha, me hablaba de la importancia de aquel día y me decían que tenía que llevar chaqueta y corbata. Yo les decía que yo no era así, y que Dios le quería como era», así que Vincent decidió llevar su habitual traje claro y su camisa de flores.
Ahora, después de algo más de un mes como miembro de la Iglesia católica, Vincent piensa en la cruz. «Pienso mucho en la cruz. No me he quitado nunca el crucifijo que me regalaron el día de mi bautizo [...] Cuando voy por la calle y paso por delante de una Iglesia, si tengo tiempo, entro para hablar un rato con Dios. Le pido que me conceda el discernimiento necesario para tomar siempre las decisiones más acertadas».
Vincent recibirá un nuevo sacramento el 20 de septiembre de 2014. Ese día se casará con María en un pequeño pueblo de Granada.
José Calderero / AlfaYOmega.es
Lo primero que Vincent supo de la fe, con cuatro años de edad, es que iría al infierno si no se bautizaba.
«Un profesor de Religión me dijo que debía bautizarme si no quería ir al infierno así que llegué a casa y le pedí el bautismo a mi madre», explica Vincent.
«Mi madre, que era agnóstica, me dijo para tranquilizarme: Claro que sí hijo, te bautizaremos y ahí se quedó la cosa», continúa.
Su madre, siendo agnóstica, fue, sin darse cuenta, una de las primeras persona en acercarle a Dios. «Era muy abierta, frente al resto de sus hermanos y de sus padres, que eran ateos. Mi madre era mucho más moderada en su posición. Ella no rechazaba la fe y eso fue un ejemplo muy positivo en mi vida».
La segunda pista que le puso Dios para acercarle a la fe fue la iconografía religiosa, por la cual siempre sintió mucha atracción.
«De adolescente coleccionaba todo aquello que tuviera una imagen religiosa de cualquier credo. Tenía un pedazo de estatua de San Antonio en mi cuarto. Con 18 años, había coleccionado infinidad de cosas religiosas. En ese momento era más pan-religioso», recuerda Vincent.
Y esa atracción por todo lo que tuviera que ver con las imágenes religiosas lo interpretó como una búsqueda: «No profesaba ninguna fe y me interesaban todas. Yo esto lo entendí como una búsqueda, como una necesidad de poner mi mirada en algo más allá». Vincent, sin saberlo, estaba comenzando un camino que le ha llevado al bautismo, y ese camino comenzó gracias a su inquietud. «Dios se ha servido de mi inquietud para acercarme a la fe», asegura.
¿Quién tiene la verdad?
A pesar de su atracción por la iconografía, Vincent seguía siendo agnóstico y lo que le echaba para atrás de los católicos es lo que él definió como su monopolio de la verdad. «Para mí, que una religión profese que tiene la única verdad y el único camino era algo que chocaba y que me alejaba del cristianismo», cuenta Vincent.
Pero gracias a su novia y a un cura católico las dudas se fueron despejando.
La novia de Vincent se convirtió tras el cáncer de su madre.
«Cuando le detectaron la enfermedad, María se puso a rezar intensamente por la curación de su madre. El cáncer desapareció y a María se le despejaron las dudas. Después de algún tiempo volvió a la fe y empezó a hacer visitas a los pobres. Ella me contaba lo contenta que estaba y que tenía que acompañarla a visitar a los pobres porque era increíble, era un sitio muy especial».
Vincent un día probó suerte y acudió, junto a su novia, a la casa donde se atendían a los enfermos. Fue allí donde conoció al padre Alberto, del que se hizo buen amigo y quien le ayudó a superar las barreras de los prejuicios.
«El sacerdote me ayudó. Me contó que él había hecho peregrinaciones por países musulmanes y cuando te encuentras de frente a un hombre de Dios, da igual que sea musulmán, que sea cristiano, tú te das cuenta de que es un hombre de Dios. Eso me inspiró mucho respeto y me calmó bastante esas preocupaciones».
El ejemplo de los demás fue clave
Otra de las cosas que le fue acercando a la fe fue el ejemplo de las personas. Dios quiso que Vincent se encontrara con personas clave en su vida que, de una forma natural, le fueran acercando hacia Él.
«El ejemplo de los demás siempre me llamó mucho la atención. Mi madre pudo ser muy ejemplar en esa apertura, en esa tolerancia. Yo creo que fue clave. Y el padre Alberto, algo parecido. De hecho él fue mi catequista». Son personas que marcaron a Vincent y le ayudaron a liberarse de prejuicios y de dudas.
Años de búsqueda
La conversación entre el padre Alberto y Vincent tuvo lugar hace seis años. «Empecé a ir a la casa de los pobres, pero sin mucha regularidad». Y el Señor fue lanzando nuevos anzuelos, ahora a través de la música y la Virgen.
«Yo soy una persona que me emociono con mucha facilidad. Pude asistir como espectador a varias Misas y me emocionaba especialmente la música. Recuerdo que al oír los cantos a la Virgen, muchas veces lloraba. Era un llanto de tristeza porque sentía que no participaba de la Misa y era también un llanto por la Virgen. Veía aquellas personas que le cantaban a su madre y yo había perdido a la mía».
Vincent se fue metiendo cada vez más en las celebraciones y quería poder participar plenamente. «Me afectó muchísimo no poder comulgar y me sentía como un excluido. Allí nació ese deseo de poder comulgar, de poder participar con la comunidad. Ahí empezó mi interés primero y real por la religión católica, casi como un interés social. Fue entonces cuando comencé a recibir catequesis».
Catequesis sin prejuicios
«Yo me quería dejar llevar. Tenía mucha ilusión en vivir el proceso sin ninguna idea preconcebida y sin ninguna expectativa sobre mí. Cuando empecé el catecismo hice un esfuerzo de distanciarme de cualquier resultado del proceso. Obviamente, si empiezas a recibir catequesis es con la intención de convertirte y bautizarte pero yo, en verdad, quería vivirlo con más libertad y pensé: A ver qué pasa. Yo estoy dispuesto, pero no sé si me conozco lo suficiente para saber cómo voy a responder a la catequesis. Me dejé esa libertad para decir que si en un momento una enseñanza me chirriaba, no podría proceder y tendría que parar», explica Vincent sobre el comienzo de las catequesis.
Y con esta disposición, las catequesis fueron un éxito. «Mucho del mérito es del padre Alberto, que ha sabido llegar a mi corazón y comunicarme las cosas, las Verdades, para que yo las entendiera. Todas las enseñanzas esenciales del Evangelio me parecían muy aceptables, me parecían Buena Noticia. Me iba pareciendo apetecible y me iba entregando, me iba dejando llevar».
Independencia espiritual hacia el bautismo
El proceso que estaba siguiendo Vincent ilusionó a mucha gente, especialmente a su novia, que veía como la persona a la que amaba se estaba acercando, poco a poco, a Dios.
Fue entonces cuando María quiso animar a su novio a seguir dando pasos hacia el bautismo inminente. Pero Vincent le dejó muy claro que no quería presión, que le dejara ese espacio. Ella fue muy respetuosa y durante unos meses fue un proceso que no compartió con nadie.
«Me tenía que independizar espiritualmente. Quería estar seguro de mis propias intenciones», puntualiza Vincent. Él no quería bautizarse porque le hiciera ilusión a alguien, él quería bautizarse porque había descubierto a Dios.
Tres sacramentos en un día
Vincent consiguió llegar al final del proceso, y decidió bautizarse. El 21 de junio de 2014, a los 32 años, recibió el bautismo, la confirmación y la Primera Comunión.
«Mucha gente, cuando se acercaba la fecha, me hablaba de la importancia de aquel día y me decían que tenía que llevar chaqueta y corbata. Yo les decía que yo no era así, y que Dios le quería como era», así que Vincent decidió llevar su habitual traje claro y su camisa de flores.
Ahora, después de algo más de un mes como miembro de la Iglesia católica, Vincent piensa en la cruz. «Pienso mucho en la cruz. No me he quitado nunca el crucifijo que me regalaron el día de mi bautizo [...] Cuando voy por la calle y paso por delante de una Iglesia, si tengo tiempo, entro para hablar un rato con Dios. Le pido que me conceda el discernimiento necesario para tomar siempre las decisiones más acertadas».
Vincent recibirá un nuevo sacramento el 20 de septiembre de 2014. Ese día se casará con María en un pequeño pueblo de Granada.
José Calderero / AlfaYOmega.es
sábado, 2 de agosto de 2014
Así nació la vocación de los jóvenes Koenigsknecht: gemelos, sacerdotes y granjeros de Michigan
El 14 de junio, muy poco tiempo después de su ordenación como diáconos, Todd y Gary Koenigsknecht, de 26 años de edad,
recibieron el orden sacerdotal. Son hermanos gemelos (Todd es el mayor
por unos minutos) y, como no es un caso frecuente, su vida ha saltado a
los medios de comunicación, sobre todo en el entorno de East Lansing,
una ciudad de menos de cincuenta mil habitantes en el estado de Michigan
(Estados Unidos) en cuya parroquia de Santo Tomás de Aquino recibieron
sus manos el poder de consagrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo y de
perdonar los pecados.
La granja (también) imprime carácter
Unas manos acostumbradas al duro trabajo de la granja. Los Koenigsnecht son una familia muy conocida en la zona, donde, entre otras cosas, crían un centenar de vacas. Brian y Agnes formaron un hogar con diez hijos (los sacerdotes son el cuarto y el quinto), y todos frecuentaban la parroquia de la Santísima Trinidad en Fowler, su pueblo.
Esa forma de vida ya imprime carácter. El padre John Linden, director de vocaciones de la diócesis de Lansing, confía en que los gemelos serán buenos pastores "porque están muy pegados al terreno y te hacen sentir a gusto en su presencia. No hay nadie que entable conversación con ellos que no se sienta bienvenido y escuchado", explica al Lansing State Journal.
Los hermanos atribuyen buena parte de su formación a la tarea agropecuaria diaria que conforma el sustento familiar: roturar la tierra, plantarla, cavar, ordeñar... Crecieron sin televisión en casa, trabajando duro y en un ambiente de oración, rematado con el rosario diario en familia. Al entrar en el hobar de los Koenigsknecht llama la atención una docena de rosarios colgados de un perchero, de donde los toman cada día para agradecer y honrar a la Santísima Virgen.
Todd y Gary, con sus padres, que han educado
a sus hijos en el trabajo duro y la devoción a la Virgen.
Además los Koenigsknecht tienen otro sacerdote en la familia, William, hermano de Brian, que ha rotado por numerosas parroquias de la diócesis. Pero casi todos los miércoles hacía un alto en sus obligaciones para alimentar el ganado o segar el trigo en la granja de su hermano. El tío William animó a todos, y en particular a los gemelos, a envolverse en la vida parroquial.
Como lo está haciendo Lee, su hermano pequeño, quien acaba de cumplir 19 años y está a punto de tomar también la decisión de ingresar en el seminario y formarse para ser el tercer sacerdote del clan.
Una espiritualidad encarnada
"La granja es un buen contexto para la vida familiar", dice el recién ordenado Todd. "Porque ambos padres están siempre cerca y disponibles", completa su madre, Agnes. Y se va creando así una espiritualidad encarnada, añade su padre, Brian: "En la granja dependes de Dios, para la subsistencia y para todo. Es muy fácil imbuir a los hijos de lo que es la Creación y de cómo funcionan las cosas".
Dos imágenes entrañables: a la derecha, compartiendo
el día de su ordenación con el sacerdotes que los bautizó (izquierda).
Una vez concluido el bachillerato, la formación sacerdotal de los gemelos Koenigsknecht duró ocho años, tras pasar por el seminario San Juan María Vianney de St. Paul (Minnesota) y el del Sagrado Corazón en Detroit (Michigan), y vivir un semestre en Roma.
Una vez ordenados hicieron un retiro espiritual, y ya tienen destino en dos parroquias distintas (en la suya Todd bautizó recientemente a unos gemelos). Pero en cuanto tienen un momento libre... hay que echar una mano, y este verano ya han estado en casa plantando maíz y apilando heno.
"Me encanta la granja y siempre será así", dice Gary. Y Todd apunta el motivo: "Te da tiempo para pensar y es un bonito paréntesis en la atareada vida de un sacerdote".
C.L. / ReL
La granja (también) imprime carácter
Unas manos acostumbradas al duro trabajo de la granja. Los Koenigsnecht son una familia muy conocida en la zona, donde, entre otras cosas, crían un centenar de vacas. Brian y Agnes formaron un hogar con diez hijos (los sacerdotes son el cuarto y el quinto), y todos frecuentaban la parroquia de la Santísima Trinidad en Fowler, su pueblo.
Esa forma de vida ya imprime carácter. El padre John Linden, director de vocaciones de la diócesis de Lansing, confía en que los gemelos serán buenos pastores "porque están muy pegados al terreno y te hacen sentir a gusto en su presencia. No hay nadie que entable conversación con ellos que no se sienta bienvenido y escuchado", explica al Lansing State Journal.
Los hermanos atribuyen buena parte de su formación a la tarea agropecuaria diaria que conforma el sustento familiar: roturar la tierra, plantarla, cavar, ordeñar... Crecieron sin televisión en casa, trabajando duro y en un ambiente de oración, rematado con el rosario diario en familia. Al entrar en el hobar de los Koenigsknecht llama la atención una docena de rosarios colgados de un perchero, de donde los toman cada día para agradecer y honrar a la Santísima Virgen.
Todd y Gary, con sus padres, que han educado
a sus hijos en el trabajo duro y la devoción a la Virgen.
Además los Koenigsknecht tienen otro sacerdote en la familia, William, hermano de Brian, que ha rotado por numerosas parroquias de la diócesis. Pero casi todos los miércoles hacía un alto en sus obligaciones para alimentar el ganado o segar el trigo en la granja de su hermano. El tío William animó a todos, y en particular a los gemelos, a envolverse en la vida parroquial.
Como lo está haciendo Lee, su hermano pequeño, quien acaba de cumplir 19 años y está a punto de tomar también la decisión de ingresar en el seminario y formarse para ser el tercer sacerdote del clan.
Una espiritualidad encarnada
"La granja es un buen contexto para la vida familiar", dice el recién ordenado Todd. "Porque ambos padres están siempre cerca y disponibles", completa su madre, Agnes. Y se va creando así una espiritualidad encarnada, añade su padre, Brian: "En la granja dependes de Dios, para la subsistencia y para todo. Es muy fácil imbuir a los hijos de lo que es la Creación y de cómo funcionan las cosas".
Dos imágenes entrañables: a la derecha, compartiendo
el día de su ordenación con el sacerdotes que los bautizó (izquierda).
Una vez concluido el bachillerato, la formación sacerdotal de los gemelos Koenigsknecht duró ocho años, tras pasar por el seminario San Juan María Vianney de St. Paul (Minnesota) y el del Sagrado Corazón en Detroit (Michigan), y vivir un semestre en Roma.
Una vez ordenados hicieron un retiro espiritual, y ya tienen destino en dos parroquias distintas (en la suya Todd bautizó recientemente a unos gemelos). Pero en cuanto tienen un momento libre... hay que echar una mano, y este verano ya han estado en casa plantando maíz y apilando heno.
"Me encanta la granja y siempre será así", dice Gary. Y Todd apunta el motivo: "Te da tiempo para pensar y es un bonito paréntesis en la atareada vida de un sacerdote".
C.L. / ReL
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